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Veneno ideológico

Como el resto de los hermanos sin techo, Celia fue censada por funcionarios del Ministerio de Desarrollo de la Nación. A cambio recibió una pulsera con números y barras, la identidad conferida por el Estado para restringir su circulación por el predio bajo el ojo inspector del gendarme y el prefecto. Una reminiscencia entre ineludible y obligada al brazalete amarillo y la estrella que portaban los judíos confinados en los guetos bajo el control de la bestia nazi.

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16 de diciembre 2010

Veneno ideológico

Como el resto de los hermanos sin techo, Celia fue censada por funcionarios del Ministerio de Desarrollo de la Nación. A cambio recibió una pulsera con números y barras, la identidad conferida por el Estado para restringir su circulación por el predio bajo el ojo inspector del gendarme y el prefecto. Una reminiscencia entre ineludible y obligada al brazalete amarillo y la estrella que portaban los judíos confinados en los guetos bajo el control de la bestia nazi. Es que, tras la colaboración del gobierno nacional en la represión, Mauricio Macri encendió la mecha de una campaña racista y xenófoba contra los parias que brotaron desde lo más profundo de la sociedad, poniendo al desnudo la legítima demanda por una vivienda digna que exigen amplios sectores de las grandes masas.

Xenofobia

Tras la ofensiva neoliberal, millones de trabajadores de todo el mundo se vieron obligados a emigrar buscando mejores perspectivas de vida. Con la crisis económica como telón de fondo, las clases dominantes de los países avanzados defienden sus intereses focalizando sobre los inmigrantes la responsabilidad de los males a expiar en la sociedad, desplazando de un plumazo el multiculturalismo liberal. En EE.UU., el Tea Party, la fracción ultraderechista del partido Republicano, pretende “restaurar los valores y el honor” demonizando a los inmigrantes latinos así como a los negros. En Francia, Sarkozy deportó cientos de gitanos, mientras discrimina a los inmigrantes que provienen de países árabes. En Italia, las rondas (patrullas civiles) no les pierden pisada a las comunidades rom. Independientemente de las diferencias, estos fenómenos están emparentados con las bandas fascistas que asaltaron a los sin techo en el Parque Indoamericano.

La xenofobia alude a un pasado mítico de la nación que declinó producto de los flujos inmigratorios. Mediante esta ideología reaccionaria, las clases dominantes se apoyan sobre las clases medias bajas, las que atemorizadas dirigen su odio y frustración sobre los inmigrantes y los sectores más vulnerables de la sociedad. Por ende, si bien “no todo pequeñoburgués podría convertirse en Hitler, en cada pequeñoburgués exasperado hay una partícula de Hitler”[1].

Racismo

La elocuencia de muchos “vecinos” señalando una supuesta inferioridad de bolivianos, paraguayos y peruanos no tiene ningún asidero científico. Elaborada por el conde Gobineau, la teoría de la raza se funda sobre la pureza de la sangre como consagración de la nación. De ese modo, la historia de la humanidad se reduciría al devenir de la raza, determinada por la biología aunque abstraída de las condiciones materiales y sociales de existencia. Sin embargo, la raza es un elemento estático y pasivo a diferencia de la historia signada por la dinámica del movimiento. Y de ningún modo, un factor pasivo puede determinar la acción y el desarrollo del hombre. En este sentido, León Trotsky criticaba las falacias racistas observando que las razas “resultaron superadas por la tecnología del trabajo y por el pensamiento”[2]. En consecuencia, sólo “el pogrom[3] se vuelve la evidencia suprema de la superioridad racial”[4]. La supina ridiculez de esta “teoría” queda en evidencia en los mismos nazis: las principales figuras que enaltecieron la “superioridad de la sangre alemana” fueron Hitler y Alfred Rosenberg, austríaco el primero, de los pueblos bálticos de Estonia el segundo.

En los países de Latinoamérica, los pueblos son producto de la fusión de razas mucho más heterogéneas que las de Europa, por eso las políticas racistas están dirigidas netamente a dividir a los sectores explotados.

En nuestro país, el racismo está fundado sobre una ideología de Estado (reproducida desde la escuela) que sostiene la supremacía blanca y europea de “nuestros abuelos inmigrantes” en desmedro de los pueblos originarios y los pueblos latinoamericanos. Sin embargo, la predominante mayoría de la población no es de ascendencia blanca y los inmigrantes europeos fueron objetos de la discriminación y la humillación cultural, tal como fue registrada por escritores como Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Leonidas Barleta, etc. En 1919, tras los enfrentamientos con los obreros de los talleres Vasena, los hijos de los terratenientes agrupados en la Liga Patriótica lanzaron un pogrom sobre los barrios de Once y Villa Crespo, asaltando negocios y viviendas, segando la vida de decenas de judíos.

El racismo y la xenofobia constituyen un veneno ideológico que separa las filas de la clase trabajadora en beneficio de los capitalistas. Su emancipación social es inconcebible sin superar este obstáculo, tomando como propias las demandas de los inmigrantes, los sectores más explotados. Por eso, así como cantamos cuando entramos en el Parque Indoamericano, seguimos cantando, “nativa o extranjera, la misma clase obrera”.

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