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NACIONAL

MITOS DE LA ERA K

¿Una reindustrialización de la economía argentina?

En los últimos días, el debate sobre la política industrial durante los gobiernos kirchneristas, y sus efectos, ha sido bastante trajinado.

Esteban Mercatante

14 de julio 2011

En los últimos días, el debate sobre la política industrial durante los gobiernos kirchneristas, y sus efectos, ha sido bastante trajinado. Un artículo de Martin Lousteau en La Nación disparó el debate en algunos blogs peronistas (ver http://abelfer.wordpress.com/2011/07/07/la-industria-y-la-suerte-del-modelo/). Ya previamente otros medios habían discutido si la reindustrialización de la economía argentina señalada en el discurso oficial era una realidad verificable o se trataba sólo de otro mito del discurso K (El Economista, 17/6/2011). Es parte de los debates más generales sobre qué sustentabilidad tiene el crecimiento económico argentino, base del conformismo social en torno al cual el oficialismo espera edificar el triunfo electoral en las presidenciales (y que como señaló Filmus para explicar su aplastante derrota a manos de Macri, benefició en las elecciones del domingo al oficialismo porteño). Y también, de en qué medida puede hablarse de un gobierno con una política que al menos en algún punto se proponga algún objetivo de mayor autonomía nacional.

Rebote y agotamiento

Una comparación con la situación de la década previa y la actualidad, rápidamente sugiere descartar la idea de un cambio productivo cualitativo, que vaya en sentido contrario a la desindustrialización que caracterizó la economía argentina desde mediados de los ’70 en adelante. El empleo industrial se mantiene por debajo de los niveles del año 1997, como reconoce hasta el propio IndeK (http://www.indec.mecon.ar/nuevaweb/cuadros/13/ioo-97enadel.xls). Sólo unas pocas industrias tienen una cantidad de trabajadores empleados mayor que en dicho año. Es cierto que esto indica un aumento de la productividad, ya que con menos trabajadores la producción creció un 44%. Sin embargo, son necesarias algunas aclaraciones. Por un lado, no se trata de un salto productivo descollante, dado que aún en estos años de fuerte crecimiento, la media internacional de aumento de la productividad siguió por encima de los registros locales. Pero además, la intervención del índice de precios para disfrazar la inflación, tiene como resultado sobreestimar la producción. El desempeño, es entonces menos descollante de lo que pretenden las cifras oficiales.

Durante la última década, se ven a la vez dos momentos muy distintos. El primero es el de la recuperación pos crisis. Luego de la hecatombe económica que signó la crisis de la convertibilidad, a la salida de la misma en 2002, se van a registrar algunos años de fuerte crecimiento industrial, por encima del crecimiento promedio de la economía. Claro que esto se dio sobre la base de que la caída había implicado una gran capacidad industrial que quedó sin usar, por lo cual se lograba crecimiento con escasa inversión. Esto ocurre hasta 2004. Algunas ramas que durante los ’90 fueron muy golpeadas (como las industrias de cueros y calzado) y otras como la industria plástica registrarán niveles de crecimiento sin precedentes. A partir de 2005 esta tendencia se invierte, y el promedio de crecimiento anual de la industria será bastante menor y algo por debajo del crecimiento promedio de la economía. Por lo tanto, la industria perdió participación en el total de la producción nacional (el producto interno bruto, PIB) y representa dentro de la misma una parte menor de la ocupada en los ’90.

Déficits

Solamente la industria automotriz es digna de mención por haber mantenido un importante dinamismo durante esta segunda etapa de amesetamiento. Lo que a priori sería una buena noticia para el discurso oficial, por tratarse de una rama de bienes de consumo durables que además se eslabona con muchas otras industrias, tiene sin embargo importantes claroscuros. El porcentaje de componentes locales por cada unidad producida se ha mantenido significativamente bajo. Esto implica que un importante aumento de las unidades productivas, va acompañado de un considerable aumento de las importaciones de componentes. Por eso, una industria que hoy podría llegar a producir 1 millón de automóviles al año, no puede hacerlo porque ni todos los dólares que ingresan por la soja alcanzarían para solventar el déficit en la balanza del comercio exterior que esto significaría.

Esta situación se registra también en muchos otros sectores promocionados por el gobierno. El polo electrónico de Tierra del Fuego, fue actualizado durante la actual gestión, incorporando nuevos productos como celulares y computadoras. Sin embargo, como afirma Levy Yeyati, este esquema de industrialización “no dista mucho de ser una gran maquila tecnológica de productos inexportables, que transfiere renta agrícola a empresas industriales rentistas […] sin mejorar la competitivad dinámica del país”. Y, al igual que la industria automotriz, es una fuente importante de demanda de dólares para adquirir componentes importados.
Los defensores del “modelo K” destacan que en los últimos años creció fuerte la exportación manufacturera, lo cual marcaría tanto cambios estructurales, como una “sustentabilidad” del crecimiento industrial, que evitaría los problemas que se registraron durante la época de la industrialización sustitutiva (para una breve explicación de dichos problemas y un cuestionamiento a las conclusiones que llevan a pensar que hoy estarían superados, ver http://puntoddesequilibrio.blogspot.com/2010/11/el-circulo-vicioso-del-capitalismo_08.html).

Sin embargo, dentro de lo que se computa como manufacturas de origen industrial, los rubros más destacados en su crecimiento son los del acero y aluminio, que más bien entran en la categoría de commodities industriales, productos que se encuentran en los encadenamientos iniciales de la industria, de menor agregación de valor. Es de destacar que la industria automotriz, en términos de exportaciones se encuentra aún un 5% por debajo del nivel de 1997.

Por todo esto, incluso aunque hayan aparecido algunos nuevos sectores dentro de las exportaciones manufactureras, el déficit comercial de la industria es mayor que en los ’90. Esto se siente poco, gracias a que los dólares de la soja son muchos más que hace una década. Pese a todas las diatribas contra el agropower las exportaciones están dominadas por bienes agropecuarios, de esta forma el “modelo K” esconde sus debilidades gracias al superávit del complejo sojero.

Contra el viento de cola (a confesión de parte…)

Contra la crítica que muchas veces se lanza hacia la política oficial de que el impulso económico sólo proviene del viento de cola internacional, muchas espadas oficiales, entre ellas el director del Banco Nación Matías Kulfas, su segundo en AEDA Iván Heyn y el economista estrella de La Cámpora Axel Kicillof, se han esforzado en destacar otro elemento: la rentabilidad empresaria es altísima en términos históricos. En palabras del titular del Nación “para muchos sectores industriales es mejor que en el 1 a 1”. Un estudio del CENDA (dirigido por Kicillof) compara la tasa de rentabilidad sobre ventas de las 200 empresas de mayor tamaño en el país y concluye que “dicha tasa fue en promedio de 3,1% entre 1991 y 2001 y […] mostró una media de 8,5% entre 2003 y 2009”. Lejos de basarse exclusivamente en un viento de cola, el “modelo K” se explica también por la persistencia en el tiempo de las nefastas consecuencias que tuvo la devaluación de 2002 sobre el poder adquisitivo de los salarios, que para los empresarios del agro y la industria significó un formidable desplome del costo salarial que hizo crecer la tasa de ganancia. Los aumentos de la producción registrados a partir de entonces, que fueron de la mano de un crecimiento proporcionalmente menor de los trabajadores ocupados como señalamos al comienzo de esta nota, permitieron un aumento de la productividad por trabajador que mantuvo bajos los costos laborales, aún a pesar de los aumentos de salarios otorgados durante estos años (para un análisis de este tema puede verse http://puntoddesequilibrio.blogspot.com/2010/10/el-costo-laboral-por-el-piso-y-la.html).

Los representantes oficiales se esfuerzan en dejar claro lo que señalamos en numerosas ocasiones desde estas páginas. La política económica K, que se pretende de “crecimiento con inclusión” y “redistributiva”, se basa en sostener en el tiempo las conquistas logradas por la burguesía en lo que hace a las condiciones de contratación de la mano de obra que alcanzaron un punto cúlmine en 2002, permitiendo alguna recomposición salarial (que en la mayoría de los casos apenas compensa los estragos de la inflación) pero defendiendo las condiciones de flexibilización, precarización y tercerización que dividen las fuerzas de los trabajadores. Estas divisiones contribuyeron a poner un techo a las posibilidades de lograr mejoras que fueran más allá de recuperar lo perdido durante la crisis de 1998-2002, pese al formidable crecimiento de la economía y el empleo.

Sin embargo, a pesar de las fabulosas condiciones para las ganancias empresarias, esto no tuvo un correlato en ningún proceso sostenido y significativo de inversiones que contribuya a algún cambio estructural en la producción. Por el contrario, al estar las empresas en gran medida en manos extranjeras, las ganancias se van hacia afuera del país y presionan sobre la balanza de pagos agravando los condicionantes a la industrialización.

Recetas sin perspectiva

Reconociendo el gusto a poco de lo logrado en esta década, son varias las voces del espectro oficial que plantean distintas medidas para pasar de hacer la plancha a dotarse de una política industrial algo más decidida. Para algunos, el “neomercantilismo” de Guillermo Moreno (que viene frenando las importaciones hasta que los que quieran ingresar productos no se comprometan a exportar por un monto equivalente, y que ha cosechado como éxitos algunos compromisos que habrá que ver si son algo más que titulares de cara a las elecciones) sería un auspicioso paso en ese sentido. Sin embargo, en la mayoría de los casos se ha generado un “mercado” de compra de compromisos de exportación, a través de los cuáles los importadores aparecen como exportando lo que otro ha vendido de todos modos.

Otras propuestas, hechas por Kulfas o Kicillof (también planteó algo similar el viceministro Felleti), sugieren apropiarse de “rentas industriales”, es decir de la ganancia extraordinaria de las empresas más competitivas, como ser las de acero y aluminio, para solventar otras industrias “estratégicas”. Y también han planteado aprovechar los directores del ANSES para orientar los planes productivos en función de necesidades nacionales. Sin embargo, cuando explicitaron la propuesta, todo se resumía a insumos más baratos para la industria automotriz, que dudosamente podría ser la nave insignia de una industria nacional –estando concentrada en manos extranjeras- y difícilmente requiera este subsidio que incremente sus ganancias. Los neodesarrollistas K han merecido por esta propuesta hasta las chicanas de los periodistas económicos de Clarín.

No hay “política industrial” que pueda transformar la estructura industrial dependiente del capitalismo argentino, que ha visto cómo en los últimos años la extranjerización se mantenía firme, y que sólo podrá mantener su crecimiento apostando a un nuevo mazazo a los salarios como el de 2002. Para los trabajadores, es necesario pelear por someter el conjunto de los medios de producción a su control social, ya que se trata de la única clase interesada en poner la producción al servicio de las necesidades sociales, expropiando a los grandes pulpos imperialistas y cortando con el drenaje de la deuda y la fuga de capitales (esto último mediante el monopolio estatal del comercio exterior y la nacionalización de la banca).

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