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Internacionales

Irak: Aumento de tropas

Una nueva apuesta (¿la última?) de Bush

11 de enero 2007

A pesar de la derrota electoral del Partido Republicano en noviembre, la Casa Blanca ha lanzado lo que intenta presentar como una “nueva estrategia” para Irak cuyo punto central es un incremento escalonado de tropas hasta llegar a unas 20.000, concentradas fundamentalmente en Bagdad y en menor medida en la provincia de Anbar, bastión de la insurgencia sunnita.
Esta decisión es una bofetada a la mayoría de la población que le ha quitado el respaldo a la guerra de Irak y que, según las ultimas encuestas, se opone mayoritariamente al incremento de tropas. Respondiendo a este nuevo estado de ánimo de las masas norteamericanas, el Partido Demócrata ha criticado esta medida, aunque dijo que no pondrá obstáculos al financiamiento de la actual misión, lo que muestra la verdadera cara imperialista de este partido.
El objetivo de Bush es cambiar la percepción de debilidad con que es visto en el extranjero y en particular en Irak, demostrando que es él quién lleva las riendas de la situación y que no tiene las manos atadas por el Congreso demócrata, de forma tal de intentar forzar todavía una negociación favorable a los intereses norteamericanos. En otras palabras, perdido por perdido Bush apuesta, intentando enviar un mensaje a los distintos grupos de Irak como al mismo Irán (¿Tendrá respuesta?).
Sin embargo, desde el punto de vista militar el plan tiene poco asidero, como han objetado sus mismos generales. La cantidad de tropas enviadas –más es imposible sin incrementar la vulnerabilidad de Estados Unidos en otras regiones del planeta- no puede hacer una diferencia sustancial en el campo de batalla; por el contrario puede aumentar los riesgos de la fuerzas de ocupación. El único elemento que iría a favor es que aparentemente se habría llegado a un acuerdo de una nueva ley petrolera que, a cambio de la privatización del petróleo (a través de acuerdos de producción compartidos con generosas concesiones a las firmas multinacionales), avanzaría en restaurar el carácter centralista del Estado lo que podría conformar a los sunitas (¿Y al mismo Al Sadr?). Esto es un interrogante así como sobre qué sector se dirigirán fundamentalmente las principales operaciones contrainsurgentes (hay señales que apuntan hacia Sadr City, bastión del ejército Mahdi de Al Sadr que es visto como un creciente obstáculo, otras a los insurgentes sunitas, otras a ambos).
En síntesis, las perspectivas de éxito de la operación son altamente cuestionables debido a que la guerra civil en curso se sigue agravando constantemente, siendo su última provocación el ahorcamiento de Saddam Hussein para júbilo de los chiítas y la humillación de los sunitas. Un éxito temporario en Bagdad es dudoso, además de que si se lograran sus objetivos no podrían sostenerse mucho en el tiempo, cuestión que los mismos iraquíes e Irán saben y podrían explotar a su favor. Por otro lado, la iniciativa de Bush descansa en una base política muy escasa en el plano interno: todo avance político en Irak puede ser viciado por el costo militar de lo que repercutiría en EE. UU..
En unos meses, Bush y EE. UU. podrían constatar lo que la realidad les dice a gritos a pesar de su negación y fantasías: que están perdiendo cada día más el control de la situación. Tal vez en ese momento sea demasiado tarde para siquiera una salida digna. La última apuesta de Bush podría sellar definitivamente su suerte.

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