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Campo

Un programa para la revolución agraria

Las relaciones de producción que rigen la actividad agropecuaria en nuestro país son estrictamente capitalistas, subordinadas a las necesidades del mercado mundial, dominado por los grandes países imperialistas.

Miguel Raider

10 de abril 2008

Las relaciones de producción que rigen la actividad agropecuaria en nuestro país son estrictamente capitalistas, subordinadas a las necesidades del mercado mundial, dominado por los grandes países imperialistas.

En esta afirmación nos diferenciamos de corrientes, que como el PCR, llegaron a caracterizar a la explotación agraria como “semifeudal o precapitalista” (Eugenio Gastiazoro, 1976). En su programa actual (ver www.pcr.org.ar) el PCR, al referirse a las clases sociales en el campo, define la existencia de “relaciones precapitalistas”. Desde su punto de vista, el predominio del latifundio, donde el terrateniente representaría el papel de un señor feudal que frena el avance del capitalismo en el campo, es la clave para entender el contexto agropecuario argentino. Sin embargo, la realidad actual e incluso histórica (ver nota Allá lejos y hace tiempo) demuestra que la explotación del campo argentino siempre ha sido capitalista.

Una primera mirada nos dice que Argentina tiene como principal vínculo con la economía mundial la producción agropecuaria basada en la aplicación de tecnologías con una productividad del trabajo muy elevada. En lo que se conoce como la rama de la agroindustria tallan hoy los capitalistas más concentrados expresados por los grandes grupos extranjeros (Cargill, Dreyfuss, entre otros), muchos de ellos dueños de extensas propiedades de tierra en nuestro país, junto a la clase terrateniente nativa (Menéndez Behety, Bunge y Born, Urquía), que a su vez participa en la producción y comercialización de granos y oleaginosas.
Los terratenientes nativos asociados al gran capital extranjero explotan las ventajas comparativas de la producción en gran escala y de la fertilidad natural que les permiten sus extensas propiedades. Para hacerlo utilizan técnicas avanzadas, provistas por multinacionales (Monsanto, Bayer, Sygenta y Hoesch o Nidera) como la siembra directa, la utilización de semillas transgénicas, el suministro de agroquímicos (como el glifosato) y fertilizantes, mediante los cuales obtienen una de las más elevadas rentas diferenciales de la tierra. En estos años ha aumentado además la concentración de la producción agropecuaria donde grandes grupos capitalistas extranjeros y nacionales arriendan millones de hectáreas de pequeños y medianos propietarios para extender la zona de cultivo multiplicando así la producción a gran escala. Pooles de siembra y empresas “proveedoras de servicios” como los Grobocopatel poseen 17.700 hectáreas pero arriendan más de 150.000 funcionando como productores, acopiadores y comercializadores.

Pero la implementación de técnicas avanzadas que proporcionan una elevada productividad del trabajo tiene su contracara en el atraso que puede ver en la inexistencia de caminos. El 85% de la carga se transporta mediante camiones y no a través de un transporte más barato y eficiente como el ferrocarril. No existen terraplenes y acueductos para evitar las inundaciones que afectan a las clases más humildes, amén de la falta de cloacas, hospitales, escuelas, y de las más elementales necesidades de infraestructura que afectan particularmente a las clases más desposeídas.

Además, los altos precios y el aumento de la demanda del poroto de soja en el mercado mundial han favorecido las tendencias al monocultivo de este producto. Distintas investigaciones plantean que esto está provocando el agotamiento de la tierra, incluso de las más fértiles. La siembra de soja ocupa 16 millones de hectáreas (54% de la superficie cultivable), extensión que desplazó 200.000 hectáreas de verduras y frutas, y sustituyó la producción de leche y ganado. La misma tendencia al monocultivo de soja está poniendo en riesgo la “soberanía alimentaria” argentina, es decir, la capacidad de sembrar los cultivos suficientes para producir todos los nutrientes necesarios para una alimentación integral.

Lo que hemos descripto sucintamente permite ver que la gran concentración de tierra en el campo argentino para aprovechar la fertilidad natural característica de nuestro país, no implica necesariamente la negación del desarrollo capitalista –como parece decir el PCR. Mucho menos podría ser una “rémora feudal” o el resultado de “relaciones precapitalistas”. Vale un ejemplo. El mismo monocultivo de soja obedece a la búsqueda de ganancias extraordinarias por parte de todos los terratenientes y empresarios que actúan en el campo para aprovechar los precios del mercado mundial. Lo que sí es una realidad es que esas ventajas comparativas proporcionadas por la renta diferencial agraria, en manos de la oligarquía y de los grandes grupos capitalistas nacionales y extranjeros, jamás fueron utilizadas para impulsar una auténtica industrialización del país, sino más bien para reprimarizarlo, a partir de la explotación de materias primas. Indudablemente estos sectores constituyen el principal factor para mantener a la nación en el atraso.

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