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Comunicados de prensa

A propósito de la reedición de "El gigante invertebrado" de J. C. Torre

Un gigante... sin cabeza (revolucionaria). Clase obrera y peronismo

Prensa PTS

27 de junio 2005

El sociólogo e historiador señala que su libro fue originalmente escrito en 1978-79; en el prólogo de esta nueva edición resume las ideas y conclusiones originales de la primera, más referencias a las décadas subsiguientes.

Tras la primera década peronista ‘46-‘55, Torre habla del “movimiento sindical en la Argentina” como “un actor principal en la vida del país”. Más allá de un lugar que “se amplió y comprimió repetidas veces” para el sindicalismo, “desde una perspectiva comparativa” con América Latina, tiene un papel que “merece ser destacado” (pg. VIII). Habla de “una clase obrera madura” desde dos ángulos: el sociocultural y el político. Así, con “la urbanización temprana de Argentina y las sucesivas olas de migraciones internas” (1930 y 1960), sumado al “agotamiento de reservas de mano de obra rural”, tendremos a una clase obrera “cuyos miembros poseen un alto grado de homogeneidad en su origen sociocultural y sus experiencias de vida”. “Segunda generación urbana”, “han crecido en un ambiente en el que las pautas tradicionales de autoridad se han debilitado”; “han pasado la mayor parte de sus vidas en el ámbito de familias y cultura obreras, que han servido para reforzar la integración subjetiva a su condición de clase (pgs. IX, X).

Torre se despega de “nociones que han asociado la madurez política obrera con la conciencia revolucionaria o con la integración moral al orden industrial capitalista”. Él habla de un status obrero, como un “miembro pleno de la comunidad política nacional” con acceso a “derechos civiles, sociales y políticos” (pg.X) 2.

Con esta “clase obrera madura” Torre señala dos factores “de carácter estructural”, “que concurren a potenciar el poder sindical argentino: a) un mercado de trabajo relativamente equilibrado y b) la cohesión política de la clase obrera” (pg. XI).

Tras el golpe del ‘55 “los dirigentes obreros peronistas se convirtieron entonces en la corriente mayoritaria del movimiento obrero [...] en torno a las 62 Organizaciones, los sindicatos se volvieron sinónimo de peronismo puesto que eran las únicas fuerzas en condiciones de mantener vivo y activo el movimiento en el marco adverso de la proscripción política”; “el sindicalismo se volvió ‘la columna vertebral del peronismo’”3.

Finalmente y tras la dictadura, señala que los gobiernos desde el ‘83 recibieron del FMI y demás organismos las recetas neoliberales: “dos consignas que caracterizaron los nuevos tiempos: la reducción del papel del Estado en la economía y el desmantelamiento de las barreras proteccionistas que ponían a las empresas locales al abrigo de la competencia internacional” (pg. XVI).

Volviendo al proceso del que se ocupa la obra, en la “Introducción: la trayectoria del sindicalismo peronista a partir de 1955” se plantea el objetivo de la “Libertadora”: “Disminuir la gravitación alcanzada por los trabajadores organizados”; éste fue “un proyecto ideal que unificó” a la reacción antiobrera. Las medidas del gobierno militar –una “coalición cívico-militar... [que] se había asignado la misión de la regeneración democrática de la Argentina” – consistieron en atacar la “estructura sindical corporativista establecida por Perón”: en 1956 con el decreto 9270 se suprimió la figura de “personería gremial”. Volviendo a ser “entidades privadas”, se buscaba fragmentar las organizaciones obreras, quienes hasta entonces gozaban “un monopolio otorgado por el Estado”. Igual que con el decreto 2739, “una de las primeras y cruciales piezas de la reforma laboral”. Esta incluía “movilidad obrera”; “acuerdos individuales de productividad por persona”, etc. (pgs. 3/4).

En el proceso obrero Torre señala dos fases: una que va de 1956 a 1959, donde “los dirigentes sindicales y las bases obreras convergieron en la resistencia a la ofensiva anti-laboral”; otra, que desde 1969 “estuvo marcada por la proliferación de rebeliones intra-sindicales”, culminándose el proceso con la vuelta del peronismo en 1973, donde “el sindicalismo fue definiendo su perfil propio en las relaciones con Perón, sus propias bases, y la constelación de fuerzas sociales y políticas del país” (pgs. 1/2).

Tras el acuerdo Frondizi/Perón, Torre señala el cierre –con “el colapso de las huelgas de 1959– del “ciclo de ascenso de la oposición obrera”, iniciado en 1956 (pg. 8). Pero Frondizi fracasó en su intento por cooptar a los líderes sindicales y sumarlos a su empresa”. Ellos, con una “estrategia de presión política” lograron en 1961, con tres paros generales, “quebrar la rígida política de salarios, llevando a la renuncia a tres ministros de economía”; devolviendo al sindicalismo “una fortaleza que parecía perdida” (pgs. 11/12).

Lo más logrado del libro es la explicación y análisis socio-espacial y político de las “rebeliones antiburocráticas” que se dan en el interior del país: “Córdoba y también la franja interior de Río Paraná eran el asiento de áreas de nueva industrialización, organizadas en torno a las empresas metalúrgicas, siderúrgicas y petroquímicas levantadas por las compañías multinacionales a fines de los cincuenta. Produciendo en condiciones oligopólicas y de tecnología moderna para un mercado crecientemente expansivo, estos núcleos industriales del interior contaban con los lucros extraordinarios para asegurarse, mediante mejores retribuciones, la captación y la formación de una mano de obra competente”. A la vez, Torre señala dos cuestiones que explican por qué el conflicto fue más fuerte allí, “en la coyuntura político-social anterior a 1973”: por “las características del clima laboral y el grado de control de los aparatos sindicales. Con respecto al primero, digamos que, a diferencia de lo que ocurre Buenos Aires –una megalópolis de nueve millones de habitantes– en Córdoba el paisaje urbano está modelado por la presencia y los ritmos de la fábrica. Todos los días laborales, al término de la jornada de trabajo, se improvisa un vasto y compacto desfile de obreros en motos, autos, ómnibus, que atraviesa y disloca la rutina de esta ciudad mediterránea [...] Córdoba –la ciudad de la élite social y política y de la universidad más prestigiosa del interior del país– pasó muy rápidamente, a lo largo de los últimos veinticinco años, a convivir con la concentración industrial y obrera más extendida, fuera de la que se levanta en torno a Buenos Aires”. Fuera de las fábricas, hay “formas de segregación física y social” entre proletarios y burgueses; cuestión que se “amplifica” más en “las áreas industriales alineadas en las márgenes del río Paraná. Villa Constitución, San Nicolás, Zárate, Campana”. Así, “un clima laboral”, “marcado por la transparencia de las oposiciones sociales y el espesor de los vínculos dentro y fuera del trabajo que refuerzan la solidaridad interna de la comunidad obrera, es un clima laboral altamente propicio para la rápida articulación del descontento. En cambio, en Buenos Aires, la fábrica no tiene una centralidad comparable a la que encontramos en los núcleos industriales del interior. A pesar de ser una zona altamente industrializada, especialmente en la vasta periferia que rodea la ciudad, se trata de una industrialización más antigua, que ha ido poco a poco integrándose y confundiéndose con la extensa y heterogénea estructura urbana”4.

Perón confiaba en la efectividad de un “Pacto Social” que contuviera a las bases obreras. Al respecto Torre recuerda lo que dijo Perón del mismo ante una asamblea de organizaciones empresarias (revista Panorama, 18/10/73): la política concertada “está hecha de tal manera que es también un pacto político. Es un loco el que haya dicho que el pacto social puede ser denunciado. El pacto social se inscribe dentro de las coincidencias políticas del proceso en curso”. Pero “materializada en el parlamento a través de los acuerdos con el partido radical y en la gestión de la economía mediante el pacto social, la política de alianzas de Perón, se acomodaba mal, sin embargo, a las aspiraciones inmediatas de sus seguidores” (pgs. 54/55).
En la “Conclusión”, cerrará el análisis entre el abismo abierto entre gobierno, empresarios y el “sindicalismo”, entendido éste estrictamente como un movimiento corporativo, políticamente sólo ligado al estado de la clase enemiga; de allí su conclusión: “cuán compleja es siempre para los sindicatos la tarea de hacer compatible la defensa de intereses sectoriales y las responsabilidades asociadas a la participación en el gobierno”. Post ‘55, “la fórmula que mejor condensa la orientación dominante” pasó a ser: “participar permaneciendo en la oposición”, una “estrategia de presión política” (pg. 125)

Además el “Post-scriptum” reconoce la ausencia de referencias al “fenómeno de la violencia”, ello porque la “descripción” del libro busca explicar “la coyuntura laboral entre 1973 y 1976”; propone ver la misma como una de “conflictos sociales”, donde “quienes se propusieron llevar al país a una situación en la que la lógica de la violencia aboliera la lógica de los conflictos sociales no lo lograron”. Y agrega: “Si ello hubiera ocurrido, es decir, si el país hubiera sido envuelto en una abierta guerra civil, la historia de las luchas sociales que hemos procurado reconstruir difícilmente habría tenido lugar y podido escribirse”. Por ello, sobre los hijos de las clases medias –quienes fueron atraídos a la “utopía armada”– se lanzó una ciega represión en 1976” (pgs. 132, 133).

Discrepamos con las conclusiones de Torre. El Rodrigazo, las coordinadoras interfabriles, el fenómeno del clasismo y las “rebeliones antiburocráticas” son justamente acciones que muestran que la clase obrera sabía lo que quería: iniciaba un proceso de ruptura política con el “corporativismo” que lo mantuvo atado a Perón y el estado burgués varios lustros, y luego de su muerte a Estela Martínez y la burocracia sindical –corporativismo que Torre señala en sus conclusiones como uno fracasado en “neutralizar los efectos desestabilizadores de las pujas distributivas”5–. Así la “lógica” del conflicto social se fue haciendo cada vez más política; y ello conllevaba la violencia –de clase– que fuera necesaria para quebrar los planes patronales de racionalización capitalista (¿y qué fueron sino las huelgas salvajes, las ocupaciones de fábricas con rehenes, los sabotajes, etc.?). Que la clase trabajadora no lograra desarrollar a pleno su potencial político y organizativo, que no pudiera atraer a los jóvenes radicalizados, se debió a la falta de una dirección política revolucionaria, que llevara el proceso de organización y lucha hasta el final: que luchara por una estrategia de “hegemonía obrera” ante las demás capas descontentas de la sociedad (y arrancara así a los hijos de la clase media de la “utopía armada” y los llevara a un “realismo político-revolucionario”).

Inevitablemente –también– la clase dominante sabía lo que quería, y por ello lanzó no “una ciega represión”, sino una “guerra civil selectiva” a escala nacional contra la vanguardia obrera y popular desde el 24 de marzo de 1976.

Hoy, cuando los trabajadores salen nuevamente a la lucha tras el letargo de los ‘90, es bueno volver a la historia y releer críticamente el proceso que llevó al movimiento obrero argentino a realizar su “ensayo general” revolucionario. Más que nunca, cuando hoy con Kirchner6, la clase trabajadora tiene planteado una vez más el desafío de conquistar su independencia política ante el PJ.

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NOTAS
1 Bs. As., Siglo XXI, junio de 2004. Volumen 4 de la Colección “Historia y Política”, dirigida por el mismo Torre. Todas las citas corresponden a esta edición.
2 Las herramientas conceptuales de Torre se han ido socialdemocratizando, debido a sus origen y educación políticas: en los ‘60 fue en Filosofía y Letras (UBA) “estudiante crónico” y militante comunista. Luego de recibirse marcha a París becado. Así finalizó su militancia, y dice en una entrevista que siguió “formando parte de la intelectualidad de izquierda, pero sin vinculaciones”. Estuvo en el Consejo Federal de Inversiones y el Conade (donde hay economistas católicos). Una “gran influencia” dice que recibió en el Instituto Di Tella; y en París fue alumno de Alain Touraine. Regresó a la Argentina y al Di Tella en vísperas de la guerra de Malvinas. En 1983 Sourrouille lo invita a participar en el equipo económico de Alfonsín, hasta 1988. Allí dice que vió “cómo se cocina el bacalao [...] me encargaban la redacción de documentos y de discursos. Así pude conversar mucho con Alfonsín [...] También participé en el Grupo Esmeralda, armado por Meyer Goodbar, donde estaban Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ipola. Eso me hizo ampliar y enriquecer mi visión” (diario La Nación, 28/05/05: “‘El peronismo no se somete a los valores’, dice Juan Carlos Torre”).
3 “Visible” durante 1973-76, desde el ’83 con Lorenzo Miguel de la UOM y jefe de las 62 Organizaciones “en el cargo clave de la vicepresidencia del Partido Justicialista”, fue ésta “la última expresión de la gravitación sindical”: tras la derrota de 1983 surgiría “un partido estructurado sobre nuevas bases”. Con la “existencia de una sólida implantación territorial” se hizo “la Renovación Peronista”: “un grupo de gobernadores y legisladores se propuso desplazar a los sectores más tradicionales y asociados al poder sindical”. Cambiando la carta orgánica, dando poder general a los afiliados, se dio “un fuerte revés para la tradición movimientista del peronismo”, tradición que “había servido para legitimar la influencia del sindicalismo, que estaba de lejos siempre más organizado que las otras dos fuerzas reconocidas: el sector político y el sector femenino” (pgs. XIV/XV). Todo un proceso que, basado en la obtención de dinero público de gobernaciones y legislaturas, fundó desde el PJ un nuevo poder corporativo territorial, al contrario de las pasadas décadas de poder basado en los sindicatos (proceso que promete su explicación en un próximo libro de la colección: La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999, de Steven Levitsky).
4 “Ciudad puerto, ciudad comercial, ciudad industrial, Buenos Aires ha condensado históricamente los sucesivos momentos del desarrollo del país. Cada uno de ellos ha ido amalgamándose con los otros, formando una compacta red que entrelaza abigarradamente los barrios populares, los distritos de la clase media, las zonas residenciales de la alta burguesía, los sectores nuevos habitados por los migrantes internos. Recorriendo esta densa geografía es posible, sin duda, distinguir unas áreas de otras, pero a impresión dominante es la de deslizarse a lo largo de un continuum social, cuya pendiente la suaviza la presencia de una ubicua y numerosa pequeña burguesía, dispersa en todos los intersticios del tejido urbano” (pp. 36, 37, 38).
5 “La clave de la negociación descansaba en que las partes se comportaran como actores unificados. Pero, entre las expectativas y las tensiones despertadas por la vuelta del peronismo al poder y las ventajas y reaseguros ofrecidos por el Pacto Social la brecha fue demasiado grande para que la ya frágil autoridad de la CGT y CGE lograra colmarla. La sucesión de acuerdos de la política concertada fue deviniendo progresivamente artificial, sin consecuencias sobre la evolución real de precios y salarios [...] Paralelamente, los conflictos sociales tendieron a expresarse fuera del contexto institucional: tomaron la forma de huelgas salvajes, ocupaciones de fábricas, mercado negro, contrabando, conductas todas que dramatizaban la cesura entre un sistema político absorbido en el Estado, que se debatía en un juego de influencias alrededor de Perón, y el plano de las relaciones sociales” (p. 127).
6 Distinguiendo entre partido “totalitario” y “predominante”, Torre señaló que, a falta de una centroizquierda y una centroderecha firme en la actualidad, “es probable que asistamos a una nueva versión de un fenómeno que ya conocemos: la lógica del partido predominante [que] en el caso del PJ tiende a convertirlo en un sistema político en sí mismo, a que se comporte a la vez como el oficialismo y la principal oposición. Cuando esto ocurrió en el pasado, de manera dramática en 1973-1976, en forma más acotada en 1995-1999, las reglas de la democracia de partidos no salieron indemnes. De allí la importancia que reviste la pronta constitución del polo no peronista, para que opere como un límite a las tensiones que el peronismo libera cuando queda envuelto en sus conflictos "internos” (entrevista en revista Espacios Alternativos, Bs. As., junio 2003).


 


 

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