por Myriam Bregman

Pasaron cuatro años de aquella mañana en que Julio López no llegó a la sala de audiencias donde íbamos a alegar en su nombre exigiendo que a Miguel Etchecolatz, su torturador, se lo condene por genocidio.

Claro que costó arrancar las palabras “Julio está desaparecido”, pero la reacción fue inmediata. Se presentó un hábeas corpus esa misma mañana y se comenzó a denunciar el hecho. Primero recibíamos caras de incredulidad y prontamente la respuesta de miles de personas marchando en la calle exigiendo “aparición con vida y castigo a los culpables”. Nunca más dejamos de marchar y de exigir en las calles. Volveremos a hacerlo este 18 de septiembre.

El Estado optó por el silencio, una vez más. El gobierno primero negó el hecho, luego lo reconoció, después dijo que encontrarían a Julio y posteriormente callaron y ocultaron. El poder judicial siguió estos vaivenes como un títere. Así hasta el día de hoy, donde el silencio también cayó sobre la causa que debería investigar su secuestro.

Julio continua desaparecido y cada luchador gremial, estudiantil o social debe levantar el reclamo de su aparición y castigo a sus secuestradores, porque la impunidad fortalece al aparato represivo del Estado. Esa impunidad es un mensaje de vía libre para los policías de gatillo fácil, para los que hoy actúan en agencias de seguridad privada, en la Gendarmería o la Prefectura y que día por medio se cobran la vida de un joven, reprimen manifestaciones, huelgas y cada lucha que damos.

Este 18 de septiembre volveremos a gritar ¡Kircher dice Nunca Más pero el compañero López no se sabe dónde está!