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Libertades democráticas

Susana

“¿De qué tienen miedo? ¿De ser impopulares?”, descerrajó con total desparpajo ante las cámaras, afirmando sin pudor que “todo el mundo piensa como yo”. “Para mí el que mata tiene que morir”, sentenció la legendaria diva platinada, sorprendiendo a millones de televidentes atónitos ante la envergadura de las declaraciones.

Miguel Raider

5 de marzo 2009

“¿De qué tienen miedo? ¿De ser impopulares?”, descerrajó con total desparpajo ante las cámaras, afirmando sin pudor que “todo el mundo piensa como yo”. “Para mí el que mata tiene que morir”, sentenció la legendaria diva platinada, sorprendiendo a millones de televidentes atónitos ante la envergadura de las declaraciones. Secundada por el gobernador kirchnerista José Luis Gioja en la Fiesta Nacional del Sol, la diva intentó volver sobre sus pasos aludiendo a su filiación católica, pero terminó despachándose al por mayor y sostuvo una solución “original” a los problemas de seguridad, emulando el modelo de Dubai, un país donde “las cárceles están vacías de delincuentes” sencillamente porque “los matan a todos”. La estrella de la farándula apuntó la mira contra los pobres urbanos, por eso complementó sus palabras temerarias abonando el rosario de la mano dura: “hay que terminar con las estupideces de los derechos humanos”, “los organismos de derechos humanos tienen que ir a ver lo que son las villas”, “acá hacen falta leyes más fuertes”, “los derechos humanos son de los delincuentes y los menores”, “estamos en una indefensión absoluta”, “no hay cárceles”, es decir la oración del Padre nuestro que recitan Scioli, De Narváez, Blumberg, Patti y otros abanderados que impulsan la baja de la edad de imputabilidad y la militarización de las villas miseria y los barrios más humildes.

Susana Gimenez descargó un odio visceral explícito contra los pobres, amén de que los asesinos de su colaborador eran allegados al mismo florista. Resultaría ingenuo pensar que la diva se refirió a la aplicación de la pena capital a los militares genocidas que actuaron junto a los grandes empresarios durante la dictadura más sangrienta de la historia argentina, asesinando a más de 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos. Quizás Susana recuerde con nostalgia esos tiempos de plomo, cuando se exhibía en la frivolidad de los ricos y famosos de la revista Gente, la misma que promovía la campaña “antisubversiva” contra el “terrorismo internacional”, en defensa de la civilización occidental y cristiana. Mientras la dictadura vibraba en una orgía de sangre, Susana no tenía pruritos en protagonizar programas de televisión distraccionistas en Canal 13, entonces en manos de la Armada.

Ley del Talión

Susana sacudió el escenario político al exigir la pena de muerte, apelando al sentido común de la ley del Talión, la norma bíblica que indica que “si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, herida por herida, golpe por golpe” (Exodo 21:23-25). Los sectores más reaccionarios de la burguesía difunden este sentido común para garantizar la reproducción de sus condiciones materiales de existencia en defensa de la propiedad privada, más allá de que cuando un pobre delinque se pudre por años en la cárcel mientras un banquero permanece impune. Este sentido común constituye parte de la ideología de la burguesía como clase dominante que imprime sobre la conciencia de las clases subalternas, abstrayendo premeditadamente los motivos que conducen al delito a las clases desposeídas a diferencia del status que mantienen las clases propietarias. Por eso Marx desenmascara esta ideología “que considera la pena como el resultado de la propia voluntad del criminal” (Aficionado a la horca, New York Daily Tribune, 18 de febrero de 1853). Es la misma naturaleza del capitalismo la que genera descomposición social con hambre, miseria y marginalidad, empujando a los pobres hacia el delito y los crímenes más abyectos. No casualmente las cárceles y los institutos de menores están poblados predominantemente por personas pobres. En consecuencia, la pena capital terminaría damnificando a los sectores más vulnerables de la sociedad, del mismo modo que todas las leyes de control social vigentes.

La explosión visceral de Susana no fue ningún exabrupto, como consideraron Elisa Carrio y el ministro de Justicia y “Derechos Humanos” Anibal Fernández, sino la genuina expresión de una clase dominante vestida con el glamour de una historia de sangre. Ninguna legislación punitiva puede solucionar los problemas de seguridad inherentes a la barbarie social generada por el capitalismo. Como decía Marx, “¿acaso no es necesario reflexionar seriamente en cambiar el sistema que engendra tales crímenes?”.

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