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Internacional

Siria: el régimen endurece la represión

El viernes 22 de abril Siria vivió la jornada más sangrienta desde que se iniciaron las movilizaciones contra el gobierno de Bashar al Assad, hace cinco semanas.

Claudia Cinatti

28 de abril 2011

Siria: el régimen endurece la represión

El viernes 22 de abril Siria vivió la jornada más sangrienta desde que se iniciaron las movilizaciones contra el gobierno de Bashar al Assad, hace cinco semanas. Según informes de organizaciones de derechos humanos, en sólo dos días las fuerzas de seguridad del régimen asesinaron a unos 120 manifestantes, la gran mayoría en la empobrecida provincia de Deraa, próxima a la frontera con Jordania y epicentro de las protestas, llevando la cifra de muertos en movilizaciones en distintas ciudades a más de 400. Como consecuencia de la escalada represiva, dos miembros del parlamento nacional y 230 diputados provinciales renunciaron a sus bancas. El efecto de estas renuncias es un golpe y muestra la crisis política por ser el Parlamento una institución funcional a la dictadura del partido Baaz.

La violenta represión con que el gobierno respondió a las masivas movilizaciones del “Gran Viernes” (viernes santo) continuó durante el fin de semana con el ataque a los funerales de los manifestantes caídos y la detención de centenares de opositores al régimen, y dio un salto el pasado lunes con el envío de tanques y tropas a Deraa, ahora bajo sitio militar, sin luz, agua ni comunicaciones.

Hasta el momento, la respuesta de Assad a la revuelta creciente que viene enfrentando había sido una combinación de promesas de concesiones con una dura represión no solo en Deraa sino en los suburbios populares de Damasco y otras ciudades industriales como Homs y Latakia para sofocar las movilizaciones.

Como parte de esa política, Assad renovó su gabinete, le devolvió los derechos de ciudadanía a alrededor de 200.000 kurdos a quienes el régimen se los había quitado en la década de 1960 acusándolos de agentes extranjeros, y el 21 de abril dejó sin efecto la “Ley de emergencia” en vigor desde 1963, que además de prohibir el derecho a la movilización y a la libre expresión, le daba al estado el poder irrestricto de detener e interrogar a personas sospechadas de actividades en contra del régimen. Sin embargo, en el mismo acto emitió un nuevo decreto igualmente represivo.

Estas concesiones mínimas para dejar intactos los pilares del régimen y del esquema de poder sirio no fueron suficientes y el régimen parece haber optado por endurecer su línea represiva, esperando que el terror sembrado por sus fuerzas de seguridad detenga el proceso de movilización que venía en ascenso y que pasó de exigir algunas reformas a plantear la caída del gobierno.

El imperialismo busca aprovechar la crisis

Las potencias imperialistas, que desde hace un mes vienen bombardeando Libia y que intentan frenar el proceso árabe, están buscando explotar las movilizaciones populares y la crisis abierta en Siria para hacer avanzar sus intereses geopolíticos en la región. Este giro responde a que la política de recomponer relaciones con el régimen sirio para aislarlo de Irán y comprometerlo con la estrategia imperialista en Medio Oriente que persiguieron Sarkozy e indirectamente Obama, a través de la mediación de Turquía, no dio los resultados esperados, sobre todo por la intransigencia del gobierno ultraderechista israelí de Netanyahu que no estuvo dispuesto a hacer ninguna concesión.

Con el impulso de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia, ya han comenzado las negociaciones para obtener una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que con la excusa de “proteger a los civiles” habilite una política de mayor presión sobre el régimen sirio. Incluso el Partido Socialista francés cuestiona a Sarkozy por no actuar de la misma manera contra Bassad que contra Kadafi y presiona por una política más agresiva.

No es una novedad que Estados Unidos viene intentando, desde hace años, influir en la política interna siria, financiando grupos de exiliados y pequeños movimientos opositores, incluido un grupo islamista moderado, como lo hace en Irán, para debilitar al régimen e ir sentando las bases para reemplazarlo, eventualmente, por un gobierno afín a los intereses norteamericanos.

Sin embargo, dado el rol que juega Siria en la estabilidad regional, las contradicciones para una política imperialista agresiva de “cambio de régimen”, sobre todo de Estados Unidos, son aún mayores que en el caso de Libia.

A diferencia de Kadafi, Mubarak, Ben Ali o el resto de las dictaduras y monarquías árabes que son agentes del imperialismo, Siria mantiene una relación más compleja con las potencias occidentales. Por un lado, es el único aliado de Irán y mantiene estrechas relaciones con Hamas y Hezbollah, por lo que Bush incluyó a Siria en su nefasto “eje del mal” y le impuso sanciones económicas para aislar al régimen. Pero esas alianzas son funcionales no a la lucha del pueblo palestino por su autodeterminación nacional, sino a las necesidades del régimen sirio que las usa como relación de fuerzas para perseguir sus propios intereses, entre ellos, asegurarse su influencia política regional y lograr que el Estado de Israel le devuelva las alturas del Golán, territorio ocupado desde la guerra de los Seis Días de 1967.

Por eso mientras algunos congresistas norteamericanos como J. Lieberman y sectores neoconservadores ven la oportunidad de montarse en la movilización popular para presionar por un “cambio de régimen” y de esa manera dejar aún más aislado a Irán, tanto Obama como sus aliados regionales, sobre todo el Estado de Israel, Arabia Saudita y Turquía son más cautos porque temen que la eventual caída del régimen del partido Baaz, y en particular de la familia Assad que gobierna Siria desde hace 40, años y que ha sido una garantía en contra del surgimiento de organizaciones islamistas extremas y ha mantenido la unidad de las diversas religiones, abra un escenario de inestabilidad regional de consecuencias impredecibles, en el marco de un proceso de levantamientos populares que aún no ha podido ser desactivado y del impasse en el que se encuentra la intervención de la OTAN en Libia.

Abajo el régimen opresor. Ninguna injerencia imperialista

Las movilizaciones en Siria son parte del proceso más general de rebeliones y levantamientos populares que recorre el mundo árabe y el Norte de África y que tienen como motores demandas estructurales y democráticas.

El régimen del partido Baaz, que gobierna el país desde hace casi 50 años, más allá de sus contradicciones con Estados Unidos e Israel, no es ni progresivo ni antiimperialista, como pretende hacer creer el presidente venezolano Hugo Chávez que le dio su apoyo a Bashar al Assad como antes hizo con Kadafi. Sin ir más lejos, Siria apoyó la coalición norteamericana en la primera Guerra del Golfo de 1991.

Hafez al Assad, padre del actual presidente Bashar, se impuso con un golpe militar en 1970 al frente de un ala de derecha del partido Baaz. Durante su gobierno se consolidó en el poder la minoría alawita –que compone entre un 12 y un 15% de la población. Bajo el gobierno de Hafez, la minoría alawita, tradicionalmente campesina y pobre, fue la principal beneficiaria, aunque sin atacar el poderío económico de la burguesía, principalmente sunita. El partido Baaz estableció una dictadura, un régimen de partido único que era una caricatura del estalinismo, que a la vez que nacionalizó gran parte de la economía, mantuvo la estructura capitalista del país y prohibió toda organización sindical y política de la clase obrera.

Tras la muerte de Hafez al Assad en 2000 lo sucedió su hijo, en quien las potencias occidentales tenían grandes expectativas por su orientación neoliberal y la apertura de la economía. Esta política llevó a profundizar las desigualdades sociales que se agravaron con la crisis económica internacional.

Contra estas condiciones de opresión social y política se han comenzado a levantar sectores de las masas sirias. Mientras que el régimen reprime y amenaza con la posibilidad de un enfrentamiento entre las distintas comunidades religiosas que componen el país, agitando el fantasma de la guerra civil, el imperialismo intenta usar a su favor la movilización para imponer sus intereses, como está haciendo en Libia.

Estos acontecimientos refuerzan la necesidad de que los trabajadores y las masas explotadas de la región levanten una política independiente encaminada a terminar con la dominación imperialista y con los gobiernos despóticos que garantizan la explotación y la opresión.

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