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CULTURA

ACERCA DE LA PELÍCULA J. EDGAR, DE CLINT EASTWOOD

Represiones

La última película de Eastwood –que no obtuvo ninguna nominación para los premios Oscar– es una biopic sobre J. Edgar Hoover (1895-1972, interpretado por Leonardo DiCaprio), director del FBI durante 40 años.

Demian Paredes

2 de marzo 2012

La última película de Eastwood –que no obtuvo ninguna nominación para los premios Oscar– es una biopic sobre J. Edgar Hoover (1895-1972, interpretado por Leonardo DiCaprio), director del FBI durante 40 años. Mediante los flashbacks, que surgen de un maduro Hoover, que dicta a distintos secretarios las memorias de su trayectoria en la institución represiva que comandó, el film se adentra en los comienzos de su carrera, cuando diversos atentados, a comienzos de la década de 1920, le permitieron emerger como el más acérrimo enemigo de anarquistas, comunistas y “bolcheviques”.
Así, Hoover ascenderá desde un inicial puesto de secretario al de director del Buró Federal de Investigaciones. El progresivo endurecimiento de las políticas hacia los trabajadores y la izquierda –incluyendo la deportación de Emma Goldman (Jessica Hecht)– significará la puesta en pie y consolidación de una poderosa institución represiva, a escala nacional, que se mantiene incólume mientras los presidentes, sean republicanos o demócratas, pasan (Coolidge, Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon). Concentrando con la ayuda de su secretaria Helen Gandy (Naomi Watts) una cantidad enorme de información; modernizando el sistema y métodos de espionaje e investigación, Hoover puede combatir a “rojos”, a gánsteres y a personalidades de los derechos cívicos como Martin Luther King, mientras negocia con cada nueva administración que llega a la Casa Blanca. El film nos muestra que Hoover –como ocurre con otros personajes en otras películas de Eastwood– está predestinado –como le dice su madre, Annie (Judi Dench)– a ser un “gran hombre”, un “poderoso”… que sin embargo se oculta.

Y se oculta… o, para decirlo con más precisión: lo que oculta, es su condición homosexual. Aunque nunca estuviera confirmada, gran cantidad de rumores y versiones (y en la película, gran cantidad de “señales” –escritas por el guionista de Milk, Dustin Lance Black–) lo plantearon.

Y aquí empieza la discusión, sobre la forma y el contenido de película. Si bien Eastwood podría haber contado la historia en hora y media, en vez de en los 120 minutos que dura J. Edgar, lo cierto es que, principalmente, lo que hacía falta era una mayor contextualización del accionar. Porque, lo que enfrentó Hoover desde sus comienzos, fue fundamentalmente la onda expansiva internacional de la Revolución Rusa de 1917, y la organización de la clase trabajadora. Todo esto, un movimiento muy poderoso (como se recuerda un libro de reciente aparición, de Tariq Ali y el cineasta Oliver Stone 1) que acá queda solo como un trasfondo opaco (tan opaco como es la fotografía de la película). Sin mostrar esto ¿cómo explicar el temor y la firme decisión del protagonista por acumular todo el dinero posible y los medios (legales e ilegales) para llevar adelante su lucha?

Desde el punto de vista de su vida privada, pareciera que Eastwood quisiera conectar las auto-represiones de Hoover –como queda a las claras en las escenas en que está con su madre, luego también, cuando ella muere, y en el fin de semana que pasa con su mano derecha en el FBI, Tolson Clyde (Armie Hammer) 2– a las represiones que comandó contra opositores sociales y políticos… y contra personajes del mismo establishment del régimen –como se ve cuando se entrevista con Robert F. Kennedy–. De conjunto, ambos “mundos”, el personal y el político, no terminan de cuajar, de desarrollarse y articularse, y se deja de lado décadas y décadas de políticas de persecución y represión decididas y meditadas (brillantemente narradas en, por ejemplo, la novela de Philip Roth Me casé con un comunista), así como en “lo personal” se utilizan muchos clisés y lugares comunes (como señalaron algunas críticas) para aludir a la homosexualidad de Hoover. Es así como entonces no hay ni reconstrucción histórica ni arte dramático en las pasiones de Hoover.
Y sobre lo que significa que no la hayan nominado –así sea para una categoría técnica– al Oscar, y las críticas de la prensa norteamericana, esto ocurrió no porque haya sido una película “de izquierda” o “crítica” del funcionario en cuestión; mucho menos por el “liberalismo” del director, quien se declaró a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo (una política perfectamente compatible con la derecha demócrata y la “izquierda liberal” republicana). Hay –acá también, aunque con mejores resultados cinematográficos que en La Dama…– un no jugarse a fondo con la historia y el personaje… que no quiso aprovechar “la academia” de Hollywood para intentar posar desde lo “políticamente correcto” con un personaje tan controvertido.

Esta misma tibieza y superficialidad es la que asimiló, entiende y expresa DiCaprio, al proponer ver en la película “La idea del sacrificio, lo que supone servir a tu país”. Dijo: “Es un retrato fascinante sobre cómo el poder absoluto lo corrompe todo”. Desde esta generalidad “universalizante”, el actor dice que Hoover “hizo cosas detestables hacia el final de su vida” (¡pero si comenzó como un rapaz joven cazador de “rojos”!), y que “se convirtió [en] un dinosaurio político que se aferró a sus creencias durante demasiado tiempo”3 (como si lo importante fuera “el tiempo” y no el contenido concreto de sus reaccionarias creencias). Y Eastwood –ningún “progre”: recientemente aclaró que no era “obamista”–, aunque insiste en que “no se sabe mucho de él”, llama a Hoover “una persona muy interesante”, que “presionó para conseguir armas y poder trabajar como cualquier policía”. Y que se lo alababa tanto como se lo detestaba, eso sí: dependiendo “del lado de la ley [en que] te encuentres”.4

Así y todo, J. Edgar es una película que “se deja ver”, aunque no esté a la altura de las pasiones y la historia pública de su personaje.

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