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ECOLOGIA POLITICA - ¿FABRICA DE ALIMENTOS?

Qué y cómo produce el “campo argentino”

Mientras el lock out patronal de la Comisión del Enlace continua circulando por los medios, desde la editorial de La Nación2, AAPRESID (la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa) anunció el inicio de “la era del ecoprogreso” y el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcatti, destacó la “enorme fábrica de alimentos” que representan.

Hugo Echeverre

3 de septiembre 2009

por Hugo Echeverre

Mientras el lock out patronal de la Comisión del Enlace continua circulando por los medios, desde la editorial de La Nación2, AAPRESID (la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa) anunció el inicio de “la era del ecoprogreso” y el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcatti, destacó la “enorme fábrica de alimentos” que representan. Más allá del cinismo y olor gorila que emanan, lo cierto es que en el “campo argentino” (como ocurre con otros recursos naturales), el “progreso” es desastre ecológico, la expoliación capitalista su forma y la concentración en manos imperialista una ley. En este sentido, tanto el Gobierno como el “campo”, son promotores de una sojización irracional, que concentra el 65% de la producción agrícola3 y el 80% de la exportación de granos.

Aunque la sequía y el lock out patronal mermaron la producción sojera, el precio de la tonelada supera los 400 dólares, y el aceite casi el doble. Los chinos mantienen la demanda, y los biocombustibles otro tanto.

Compañías como Monsanto, Bayer, DuPont y Syngenta imponen semillas y agroquímicos. Y los históricos traficantes de granos Dreyfus, Bunge, Cargill (a los cuales suele beneficiar el “combativo” Moreno), junto a AGD, Molinos, Aceites Deheza, manejan producción primaria, acopio y molienda; puertos, transporte e intercambio comercial.

En este contexto, el monocultivo de soja se extiende4 destruyendo biodiversidad y suelos, y marginando trabajadores rurales y campesinos (la producción de 500 hectáreas de soja emplea 1 ó 2 personas). Por eso, a pesar de sus millones en ganancias, entre 1993 y 2007, el empleo agropecuario sólo creció 1,5%5. Su forma de producción mediante la siembra directa y glifosato6, y el uso de cada vez más tierras, aporta otro tanto al cambio climático mediante la continua deforestación que impone su extensión agrícola. En Córdoba ocupa ya el 95% de las tierras cultivadas. Asimismo, a partir de la actividad biológica dentro de los silos plásticos donde suelen acumular los granos, crean otra fuente de concentración de dióxido de carbono (CO2).

¿Qué gusto tiene la soja?

Esta producción concentrada de porotos de soja transgénica es destinada a forraje, aceites y derivados para biodiesel (que se desarrolla cada vez más), y ha derivado en una importante caída de las hectáreas para trigo, maíz, arroz y girasol, productos tradicionales y básicos para la alimentación.

Bajo este esquema, el trigo cae desde el 2006 al 50%. Y para 2009/10 se sembrarán sólo 3,5 millones de hectáreas; similar a la temporada 1902/03. Estos volúmenes apenas alcanzarían para abastecer el consumo interno que implica 6,3 millones de toneladas7. No sobra nada. ¿Dejarán de exportar o aumentarán más el pan?; ¿pensarán bajar el consumo popular con más despidos y suspensiones? Otro tanto de lo mismo ocurre con el maíz, que cayó más de 9 millones de toneladas; o la carne vacuna, donde las tierras de pastoreo son destinadas a soja y florece la concentración “agroquímica” de los corrales de engorde a base de harinas y hormonas, con 7 millones de cabezas menos.

En un país como la Argentina, donde la producción agropecuaria resulta básica para las necesidades del pueblo trabajador; y por el otro, es central para las arcas burguesas y obtención de divisas, las retenciones capitalistas se muestran incapaces de regular su producción para fabricar alimentos y abaratar precios. Según la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), entre febrero de 2006 y febrero de 2009, los cereales, aceites y grasas, y la carne se incrementaron entre un 60 y 30%.

El suelo se agota

Este modelo agropecuario lo que alimenta es más bien el saqueo y la contaminación; reproduciendo nuevas formas semicoloniales y pérdida de diversidad, tanto productiva como biológica. Las rotaciones productivas tradicionales se van eliminando, y plantan vicia y alfalfa, “mejoradores de suelo” para la soja. En entrevista con LVO, Jorge Rulli, ambientalista del Grupo Reflexión Rural, expresó al respecto: “uno de los mayores expertos del INTA, el Ing. Agr. Roberto Casas analizaba hace 5 años atrás que bajo este ritmo nos quedaba en promedio 15 años de suelo. Ya han colapsado dos ecosistemas: uno en el Chaco y el otro en el norte de Santa Fe. La soja está dejando el esqueleto; sobresaturando la tierra de químicos y agotando materia orgánica, como fósforo que es muy difícil de reponer”.
Y “el costo del suelo es alto, -expresa Héctor Sejenovich, investigador y profesor de la cátedra de Ciencias Sociales y Medio Ambiente de la UBA-. Al perderse diversidad se pierde estabilidad, hay mayor erosión y merma la capacidad de la tierra para producir otos productos. Nunca hubo una monoproducción tanto tiempo; hay una gran pérdida de nutrientes, y no pueden ser reemplazados fácilmente; es un alto costo económico y ecológico”.

“Este proyecto -continúa J. Rulli-, no tiene futuro. Antes, la combinación de cuatro años de agricultura y cuatro años de ganadería (o las rotaciones con cereales como maíz + trigo), ofrecía cierto equilibrio para el mantenimiento de la riqueza de los suelos. Hoy lo destruyen bajo un modelo de agricultura intensiva, que durante el invierno practica lo que se llama el barbecho químico (de glifosato y 2,4,D y otros herbicidas tóxicos), que dejan los campos marrones a la espera de la soja, sin nada, cuando podría haber trigo u otro cereal para alimentos”.

A desalambrar…

El campo argentino es una “fábrica de soja” para exportación y obtención de divisas; bajo una política de Estado que creó una sociedad de intereses (en conflicto) entre el gobierno kirchnerista y los Grobocopatel, Elsztain, Alvarado, Eurnekian, Franco Macri, Werthein, y los fondos de inversión o pooles de siembra. Un gran negocio, donde los antiguos apellidos “patricios” como los Blaquier, Martínez de Hoz, Rodríguez Larreta o Menéndez Behety perduran y concentran más del 50% de la tierra.

El avance de los agronegocios y la contaminación ambiental que denuncian grupos ambientalistas obedece a la esencia propia del capital y su lógica de ganancias; pues aun con la intervención del Estado mediante sus retenciones, el monocultivo de soja se extiende arrasando tierras, pueblos y trabajadores.

¿Desarrollo sustentable?

Precisamente para modificar como denuncia la UAC8 “el avance de los agronegocios y la contaminación urbana, como parte de un modelo extractivo y de consumo que prioriza los negocios por sobre los bienes naturales y la salud de los pueblos”, comienza a volverse cada vez más necesario impulsar una alianza entre los movimientos ambientalistas y la clase trabajadora contra el capital. No es posible que la clase obrera esté condenada a optar entre la “fuente de trabajo” o la contaminación. ¿No se concentra, acaso, en sus manos la capacidad de transformación de la naturaleza?

En este contexto, no hay posibilidades de reformas y la defensa del medio ambiente se torna profundamente anticapitalista. Son cientos de miles las familias campesinas y de trabajadores rurales que sufren y viven bajo duros regímenes de explotación o son desalojados a los márgenes de las grandes ciudades. La expropiación de los terratenientes y de la gran burguesía agraria es central para terminar con este saqueo, frenar el monocultivo y recuperar recursos naturales como el suelo. Para ello es imprescindible la movilización obrera y popular para acabar de raíz con esta situación, imponiendo el monopolio estatal del comercio exterior y la nacionalización de todos los puertos privados.

En nuestro país la propiedad de la tierra se concentra en manos de un puñado de terratenientes, monopolios extranjeros y la gran burguesía agraria, siendo los que dictan e imponen qué y cómo se produce; manejando a su antojo la cantidad y calidad de los alimentos. El monopolio del comercio exterior permitiría restringir esa anarquía del mercado capitalista y resolver qué conviene producir después de abastecer todas las necesidades internas de los millones que sufren marginalidad y hambre.

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