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Suplemento de Economía

CON LA RECESIÓN Y LA CRISIS COMO TELÓN DE FONDO

¿Que expresan los resultados de las primarias en Estados Unidos?

El desarrollo de las elecciones primarias en Estados Unidos ha demostrado hasta ahora que los dos principales partidos capitalistas -el Partido Republicano y el Partido Demócrata- aún no han resuelto sus diferencias internas sobre quién será el más capaz para conducir al imperialismo norteamericano en un situación en la que se combinan la pesada herencia de la política exterior de Bush y los neoconservadores y la ocupación de Irak y Afganistán, con una economía que ya está mostrando signos inéquivos de haber entrado en recesión.

Claudia Cinatti

7 de febrero 2008

El desarrollo de las elecciones primarias en Estados Unidos ha demostrado hasta ahora que los dos principales partidos capitalistas -el Partido Republicano y el Partido Demócrata- aún no han resuelto sus diferencias internas sobre quién será el más capaz para conducir al imperialismo norteamericano en un situación en la que se combinan la pesada herencia de la política exterior de Bush y los neoconservadores y la ocupación de Irak y Afganistán, con una economía que ya está mostrando signos inéquivos de haber entrado en recesión.

Después del llamado “supermartes” el pasado 5 de febrero, en el que se eligieron los delegados para las convenciones de ambos partidos en 22 estados,1 la carrera por la nominación de los candidatos a presidente para las próximas elecciones nacionales que se realizarán en noviembre de este año, no terminó de resolverse2.

El “supermartes” coincidió con una importante caída de la bolsa, graficando el clima de incertidumbre económica y política que rodea a las primarias.

En el Partido Republicano parece estar más definida la contienda y aunque aún hay tres candidatos compitiendo por la nominación, el senador John McCain se perfila como el que obtendría finalmente el apoyo partidario sobre sus rivales: el empresario multimillonario mormón Mitt Romney y el ministro baustista Mike Huckabee.

En el Partido Demócrata –que aspira a ganar la presidencia capitalizando el profundo descontento social con el gobierno de Bush– el resultado casi parejo entre la senadora por Nueva York y ex primera dama Hillary Clinton y el senador por Illinois y candidato afroamericano Barak Obama postergó la definición para los próximas semanas, prolongando la pelea interna por la nominación.

Las cuestiones de “género y raza” pasaron a primer plano de la campaña. Mientras que Hillary obtiene los votos mayoritariamente de las mujeres blancas, de los hispanos y de los votantes mayores, Obama tiene su base en la comunidad negra y los jóvenes, aunque en las últimas elecciones esta tendencia parece empezar a cambiar y un sector importante de votantes blancos –principalmente de la base electoral del ex candidato John Edwards que se retiró de las primarias– le dieron su apoyo a Obama.

Sin lugar a dudas, la nota distintiva de estas elecciones no es tanto la falta de definición de las primarias, sino que el Partido Demócrata por primera vez en su historia (y en la historia del país) no tiene un hombre blanco compitiendo por la nominación,3 sino que la pelea interna tendrá que definirse entre una mujer y un afroamericano.

La posibilidad cierta de que Barak Obama pueda triunfar en las primarias y conseguir la mayoría de los delegados electos para la convención demócrata que se realizará en agosto, despertó el entusiasmo no sólo de la minoría negra –que asiste en masa tanto a las votaciones como a los caucus para apoyar a Obama- sino también entre los jóvenes que ven en Obama un candidato opuesto al establishment tradicional del Partido Demócrata y se han sumado a su campaña.

Sin embargo, tanto el resultado de las primarias, como el resultado electoral de noviembre aún son impredescibles. En los meses que faltan pueden desencadenarse acontecimientos imprevistos que cambien las preferencias políticas. Se estima que alrededor de 2 millones de norteamericanos pueden perder sus viviendas por ejecución de las hipotecas, si no se postergan los desalojos por falta de pago y se renegocian las deudas. La crisis económica ya ha llevado a la pérdida de 17.000 puestos de trabajo sólo en el mes de enero, y los pronósticos son más que sombríos, con muchos economistas anunciando una recesión prolongada. Esta situación transformó a la economía en el principal tema de la campaña y llevó a que Hillary Clinton planteara un programa económico con algunas medidas como la suspensión de las ejecuciones de las hipotecas por 90 días y el aumento de impuestos a los sectores más ricos que se habían beneficiado con el recorte impositivo de Bush.

¿Qué hay detrás del “fenómeno Obama”?

Barak Obama se posicionó desde el inicio como el “candidato del cambio”, no por su actuación política que ha sido totalmente disciplinada –como bien recordó Bill Clinton, al igual que su esposa votó sistemáticamente a favor del aumento de los fondos destinados a las tropas en Irak- sino por su origen afroamericano y por enfrentar a los Clinton quienes controlan lo central del aparato partidario.

Efectivamente, el peso simbólico que tiene que un hombre de color está aspirando a la presidencia de Estados Unidos es elocuente de la situación de crisis política en que deja el país la presidencia de Bush, cuya tasa de aprobación alcanza a un escaso 30% de la población. Basta recordar que recién en 1964 se votó la ley de derechos civiles4 que ponía fin a la segregación racial en los espacios públicos, aunque eso no puso fin al racismo y hoy la minoría negra sigue presentando índices de pobreza y criminalización cualitativamente superiores a los blancos5.

Esto ha contribuido a magnificar las ilusiones de activistas, “progresistas” y de la comunidad negra en Obama. Junto con las expectativas de un cambio de dirección luego de 8 años de la reacción conservadora de Bush, caracterizada por la “guerra contra el terrorismo”, los ataques a las libertades democráticas, el fundamentalismo religioso y una política sistemática de favorecer el enriquecimiento de los sectores más altos de la sociedad, explican en gran parte el éxito de Obama y la inusualmente alta participación de la población en el proceso de las primarias.

Pero como en todos los órdenes, una media verdad es una gran mentira.
Del mismo modo que JF Kennedy no respondía a los intereses de los negros y los trabajadores, sino a las necesidades del imperialismo norteamericano, y por eso mismo por ejemplo, invadió Cuba en 1961, Obama no representa los intereses de los negros pobres, de los trabajadores explotados ni de los jóvenes que quieren terminar con la guerra en Irak y que se oponen a las políticas imperialistas. Por el contrario, representa los intereses de un sector de la clase capitalista y de su personal político que ve con preocupación la situación y cree que es necesario un cambio de rostro que garantice que lo esencial siga igual.

Como senador, Obama apoyó todas las votaciones para aumentar los fondos y las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán. Su programa económico incluso es más moderado que el programa de Hillary Clinton. Sus referencias al “cambio” no tienen ningún valor político concreto y no ha planteado en toda la campaña ninguna medida que permita que no sean los trabajadores y los sectores medios bajos quienes paguen con la pérdida de su vivienda o de sus empleos los costos de la crisis de las hipotecas subprime y de la recesión.

Por eso recibió el apoyo de sectores muy importantes del aparato demócrata. Estos van desde los sectores que conservan algún dejo progresista, como el llamado “clan Kennedy”6, hasta el ex candidato a presidente John Kerry, las editoriales de importantes diarios como The Boston Globe o Los Angeles Times y de jefes de las corporaciones mediáticas como Rupert Murdoch. Incluso recibió el apoyo del ex asesor de seguridad nacional del gobierno de Carter, Zbigniew Brzezinski, uno de los arquitectos de la política de Estados Unidos contra la ex Unión Soviética en Afganistán, en la década de 1980.

Su campaña se sostiene con los aportes millonarios de las corporaciones y las finanzas, que sólo en enero donaron alrededor de 32 millones de dólares para su candidatura en las primarias.

La situación es tal que incluso Wall Street ya optó por aportar a la campaña presidencial demócrata, independientemente del candidato, y según la prensa hasta el 70% de los bancos de inversión apuestan su dinero contra Bush y los republicanos. Es que bajo gobiernos demócratas como el de Bill Clinton las empresas también hicieron importantes ganancias.

Bipartidismo capitalista

El descontento con el gobierno de Bush ya ha llevado al triunfo demócrata en las elecciones parlamentarias del 2006, dándole la mayoría en ambas cámaras del Congreso.

Frente a la crisis económica en ciernes millones consideran que un gobierno demócrata tomará medidas en defensa de los salarios y los derechos democráticos. Los hispanos tienen la ilusión que un gobierno de Hillary Clinton frenará las leyes más draconianas contra los inmigrantes. Los que dependen de la ayuda de la seguridad social esperan que no se recorte el gasto estatal en los programas sociales y de salud. Muchos trabajadores tienen la expectativa de que un gobierno demócrata les permitirá recuperar el salario y frenar el desempleo ante la perspectiva de la pérdida de puestos de trabajo, que en algunas ciudades como Detroit7 ha golpeado duramente a los obreros de la industria automotriz.

Por otra parte, grupos de activistas y militantes del movimiento antiguerra, como por ejemplo MoveOn, considera que la candidatura de Obama es el canal de expresión de la izquierda norteamericana y de la lucha contra la “guerra contra el terrorismo”.

Esta situación no es una novedad. Históricamente el Partido Demócrata ha jugado el rol de contener en su interior a los trabajadores y sectores “progresistas”, ya sea como “mal menor” frente a los republicanos o como ilusión de cambio cuando surge en sus filas algún ala de izquierda. Por la vía de la burocracia sindical de la AFL-CIO y de su retórica que busca diluir las profundas diferencias de clase que atraviesan a la sociedad norteamericana, ha mantenido a la clase obrera subordinada a la burguesía imperialista.

La tan elogiada “democracia norteamericana” es la más descarnada dictadura de los monopolios y las finanzas, que a través de las millonarias donaciones a ambos partidos y de los lobbies en el Congreso imponen las políticas que les garantizan seguir ganando fortunas.
Desde principios del siglo XX cuando el candidato socialista Eugene Debs obtuvo un 6% de los votos, no ha habido “tercer partido” que quiebre el bipartidismo republicano-demócrata. La excepción fue, por derecha la candidatura del empresario texano Ross Perot en 1992, y por izquierda la de Ralph Nader por el Partido Verde en las elecciones de 2000 pero que expresaba un proyecto utópico de un capitalismo de pequeñas empresas, comunitario y “no monopólico”.

Por esto, el único cambio verdaderamente progresivo sólo podrá venir de que el poderoso proletariado estadounidense rompa con los partidos de sus explotadores y conquiste su independencia política como primer paso en el camino de enfrentar y derrotar a la burguesía más poderosa del planeta, en su propio interés y en el de los pueblos oprimidos del mundo.

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