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¿Por qué no se expresó el "Que se vayan todos"?

30 de abril 2003


Si leemos los resultados nominalmente, estos muestran un giro a la derecha del electorado.
Estas elecciones son hijas legítimas de la conspiración política del gobierno y de todo el viejo régimen para mantenerse pese a todo. Después de la masacre de Avellaneda, el gobierno planificó unas elecciones para salvarse a sí mismo y a todas las instituciones que se tambaleaban. No sólo le dio la espalda al reclamo popular y masivo de "que se vayan todos" y se convoque a una constituyente libre y soberana para reorganizar el país sobre nuevas bases, sino que ni siquiera aceptó la renovación de todos los cargos nacionales legislativos. Después de haber salvado a la Corte Suprema de la ira popular, su próximo objetivo fue el de imponerse por sobre las grandes mayorías nacionales. Bien que ese objetivo lo logró con la colaboración inestimable de toda la centroizquierda, que como Carrió primero amagó con resistir ese intento autoritario (junto a la CTA y a Zamora en el "espacio ciudadano") para avalarlo y legitimarlo días más tarde, desnudando de paso la cobardía y la sumisión intrínseca del "progresismo" criollo. La centroizquierda aceptó sin chistar que las elecciones nacionales sean al mismo tiempo el campo de disputa de las internas del PJ. Sin posibilidad de ir a internas previas sin que resultase de ellas una ruptura en tres partes del peronismo, Duhalde impuso el inédito procedimiento de que un partido vaya con tres candidatos distintos. Esta democracia tutelada por el aparato justicialista de la Provincia de Buenos Aires logró con la complicidad de todas las instituciones del régimen un fraude institucional de proporciones mayúsculas.
La elección presidencial sin posibilidad de renovar las cámaras legislativas, transformadas en internas simultáneas y obligatorias, sometida al bombardeo de los medios de comunicación y la falta de una alternativa unificada de las fuerzas populares de rechazo a estas elecciones amañadas, facilitaron la polarización electoral y la utilización impune del "voto útil" a favor de los candidatos del régimen.
Con las elecciones del 27 y el futuro ballotage, han dado un paso en lo que se propusieron, para legitimar a este régimen de hambre, miseria y represión y salvarlo hasta ahora de una nueva rebelión popular.

Estas elecciones son parte de la crisis
El voto del 27 de abril, sin embargo, no equivale ni mucho menos a la plena recomposición del régimen político, el final de las disputas interburguesas, la vuelta a la "normalidad" institucional o el eclipse sin pena ni gloria del movimento social nacido en las Jornadas de diciembre de 2001.
Estas elecciones presidenciales no han sido una solución estructural a la crisis. Lo característico de ellas ha sido justamente la descomposición política de los partidos tradicionales, divididos en fracciones y subfracciones y uno de ellos, el radicalismo, colocado al filo de su extinción. El peronismo, dividido en tres porciones, dos de las cuales son irreconciliables, expresa mucho más que una disputa de caudillos por el aparato partidario y los fondos estatales. Este cuadro de situación es la consumación de la crisis final de los viejos partidos del régimen transformados en gerentes directos del FMI y los grandes empresarios, mientras se disputan el lugar desde el cual, corrompidos hasta la médula, intentarán proseguir con el pillaje desenfrenado de las arcas públicas.
Al mismo tiempo los comicios han revelado que las disputas en el seno de la cúpula del poder económico siguen siendo feroces. La contienda en torno al "modelo" de los ’90 sostenido por Menem y López Murphy o al "modelo de la producción y el trabajo" con el que batió el parche Kirchner, no expresa más que la disputa entre las fracciones económicas que de un lado cuentan con los bancos extranjeros, las privatizadas y las empresas trasnacionales, mientras que del otro están los grandes grupos locales, impulsores de la "patria devaluadora" a las que Duhalde y Lavagna les pesificaron la deuda. Esta guerra entre las distintas fracciones de la burguesía será un factor de desestabilización económica y de chantaje político, como lo vimos el lunes siguiente a las elecciones con el "voto cantado" de la Bolsa.
Aún con todas sus diferencias, el FMI, que estableció aquí su oficina permanente, se encargará de imponerles un nuevo recorte fiscal, la privatización de la banca pública y un nuevo ajuste en la educación y la salud. Y ambos están de acuerdo en mantener la "ventaja competitiva" de la burguesía argentina, salarios "africanos" garantizados por una devaluación feroz y una desocupación récord.

Fragmentación de las clases medias
Lo más destacado de estas elecciones es que revela una fragmentación política y social como no habíamos visto en los primeros meses luego de las Jornadas. En aquel momento parecía (y sólo parecía) que las fuerzas de la derecha "habían desaparecido". El "bloque de diciembre", que reunía a todos aquellos que salieron a enfrentar al gobierno moribundo de De la Rúa, parecía unir en una alianza atípica por su heterogeneidad a las clases medias altas que salían a manifestar con sus "4x4" por la devolución de sus dólares, hasta los desocupados y las masas más empobrecidas que saquearon supermercados, pasando por las clases medias arruinadas y estratos de asalariados urbanos que le dieron vida a las asambleas populares y los obreros que frente a la crisis tomaron las fábricas y las pusieron a producir.
Esta alianza que levantó el slogan "que se vayan todos", se desgajó y dio paso a una mayor polarización social y política. Las clases medias altas le dieron su apoyo escencialmente a López Murphy, que intentará luego de su importante elección poner en pie una expresión política partidaria de una derecha "moderna" (en el sentido de un partido burgués despojado de cualquier retórica populista que fue una característica histórica del PJ y la UCR), ligada a la embajada norteamericana y lobbysta de las grandes empresas trasnacionales. La clase media, que fue la base histórica de la centroizquierda en las grandes concentraciones urbanas repartió su voto: Elisa Carrió, hizo todo lo posible, empezando por su candidato a vicepresidente el conservador Gutierrez, por mostrarse aceptable para el establishment económico. Otra porción de las clases medias votó a Kirchner un tanto como "mal menor" y otro tanto por conservar la precaria "estabilidad" duhaldista. El voto de las clases medias se fragmentó por sectores estratificados de clase, un fenómeno que se desarrolla gracias al histórico hundimiento de la UCR (y la Alianza), que contenía en si misma a todas estas fracciones sociales.
Los votos de la clase trabajadora se repartieron entre los candidatos peronistas e incluso con la Carrió.
Por último una gran porción de los pobres urbanos, los desempleados y las capas más bajas engrosaron el voto de Menem y Rodríguez Saá.

¿Dónde fue a parar el "voto bronca" de octubre de 2001?
Escencialmente a los diversos candidatos en que se repartieron las clases medias, porque fueron ellas las que alimentaron mayoritariamente ese voto cuando la desilusión con su propio gobierno aliancista las arrastró al vacío político y las empujó -contra el corralito y el estado de sitio- a las calles junto a las masas pobres. Lo mismo puede decirse del entonces12% de votos para Zamora en la Capital y del 7% a IU, que ahora fueron a engrosar variantes pequeño burguesas o "votos útiles".
Este "bloque de diciembre" estaba destinado a romperse a izquierda y derecha conforme a la lógica inevitable de clase. Así lo sostuvimos desde diciembre del 2001 y por eso nos negamos a sumarnos a los análisis "alegres" de muchas corrientes de izquierda que veían "situaciones revolucionarias que se profundizan" sin contradicciones ni rupturas de clase a izquierda y derecha.
Al no haberse hecho presente la clase trabajadora durante las jornadas de diciembre y tampoco en los meses posteriores (salvo pequeños batallones de las fábricas recuperadas), las clases medias, que oscilan históricamente entre las dos clases fundamentales de la sociedad moderna -la burguesía y el proletariado- carecieron de una fuerza social dirigente que asegurara la alianza obrera y popular. La clase trabajadora, aterrorizada por el desempleo de masas y la dictadura policial de las burocracias sindicales, quedó ella misma rehén de las diversas fracciones patronales, sobre todo de su ala devaluadora. De esta manera, los sectores medios que fueron los más dinámicos desde las jornadas de diciembre se fragmentaron y terminaron apoyando políticamente a fracciones burguesas o pequeño burguesas que las intentan reencauzar mediante el voto hacia el sostenimiento del régimen burgués.
Nuestro partido se jugó por la tarea que en ese momento parecía menos "vistosa" y más dura, la de establecer un trabajo sistemático en el seno de la clase trabajadora y la de plantearle a la vanguardia de diciembre la necesidad de establecer la más amplia unidad obrera y popular, sostenida por la constitución de coordinadoras y organismos de autoorganización democrática de masas.
La variante de una alianza obrera y popular que empuje a las clases medias por la vía revolucionaria sólo era posible a condición de que la clase trabajadora se hiciera presente en la escena nacional con sus propias demandas y sus métodos de lucha, no alcanzando la mera unidad (por otra parte efímera) de "piquete y cacerola", un slogan impotente que fue convertido en estrategia por gran parte de la izquierda.
Las burocracias sindicales (las CGT y la CTA) hicieron lo imposible para impedir una verdadera unidad obrera y popular, pero tampoco desde las fuerzas que se reclaman obreras y revolucionarias se postuló alguna estrategia para llegar a las grandes concentraciones de los millones de asalariados.
El PTS alertó a cada paso el peligro que existía en restringir las expresiones de lucha a una mera reivindicación corporativa que inevitablemente llevaría a un sindicalismo impotente entre los trabajadores ocupados y a una subordinación mayor al Estado burgués mediante el asistencialismo en el seno de los movimientos de desocupados.
Sin embargo la continua existencia de una amplia vanguardia de lucha es indiscutible. La revitalización de las asambleas populares porteñas a partir del conflicto en Brukman, el frente único logrado en torno al Primero de Mayo, el proceso, lento pero ininterrumpido, de recuperación de sindicatos y comisiones internas (como acabamos de ver en Pepsico Snacks), son todos elementos que indican que de ninguna manera el movimiento social nacido en las Jornadas de diciembre está derrotado. Lo que sucede es que la vanguardia sufre una aguda falta de dirección revolucionaria, y ha quedado en estas circunstancias a la defensiva.

Desconcierto del reformismo
Quienes hoy estarán pensando en llamar a votar a Kirchner contra Menem, las corrientes reformistas como la CTA y la centroizquierda que huyó del Frepaso, mostraron una incapacidad orgánica para ponerse a la cabeza de las aspiraciones populares. No sólo para lograr alguna tibia elección a "todos los cargos" (lo que ellos entendían del "que se vayan todos"), tampoco lograron darle vida a su propio proyecto de capitalizar el triunfo del PT brasileño mediante algún tipo de "Movimiento Político y Social". Ahora han revelado de qué se trataba su peculiar "MPS": la reconstrucción de la "Alianza de los orígenes" junto con el ajustador Aníbal Ibarra.
Los dirigentes sindicales peronistas que han quedado divididos en las tres listas peronistas posiblemente tiendan a reacomodarse luego del ballotage y de acuerdo a quien triunfe. Pero es un hecho que los líderes oficiales se han debilitado y conservan el récord histórico de desprestigio.
Las divisiones entre las fracciones burguesas, la incapacidad de ninguna de ellas de conquistar una hegemonía en las amplias capas de la población, el fraccionamiento político y la crisis de los partidos tradicionales y de la burocracia sindical, son todos elementos que favorecerán en el próximo período el desarrollo de un movimiento obrero independiente, la recuperación de nuevos sindicatos, la constitución de organismos de democracia directa y la construcción de una herramienta política propia de la clase trabajadora.
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Un contrapunto a la farsa electoral:

El "que se vayan todos" volvió en Brukman

En medio de la campaña electoral de los López Murphy, los Menem y los Kirchner, las heroicas obreras de Brukman concitaron un enorme apoyo por parte de las asambleas populares, trabajadores y desocupados, y de la simpatía de franjas enteras de la población de la Capital, volviendo a sentirse en sus calles el "que se vayan todos". El resultado del 27 no ha cambiado esas condiciones. Esto significa que las batallas de la clase obrera, si tienen un programa claro, pueden provocar el entusiasmo y ofrecer una causa por la cual luchar a amplias masas populares, cuestión que ninguno de los partidos y candidatos del régimen pudo lograr con sus elecciones del 27 de abril. Las obreras de Brukman recibieron este apoyo obrero y popular porque expresan con su ejemplo de lucha el interés de millones de trabajadores y de la Argentina profunda que padece la enfermedad social endémica del capitalismo: una desocupación de más del 25% y una subocupación semejante. La alianza obrera y popular expresada en las calles de la Capital unos días antes de las elecciones alrededor del conflicto por Brukman necesita expresarse como una fuerza política independiente que le de una bandera por la cual pelear a millones de explotados.
Dotada de un programa y una estrategia revolucionaria nuestra clase trabajadora, que ha dado batallas memorables en la historia nacional y que hoy comienza incipientemente a resurgir bajo nuevas condiciones y bajo un nuevo programa, será invencible.



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