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Comunicados de prensa

A propósito de la publicación del libro de David Harvey, El nuevo imperialismo1

Paises Imperialistas e imperialismo capitalista

Prensa PTS

22 de noviembre 2004

David Harvey es con seguridad el geógrafo que se reivindica marxista más importante de la actualidad. Nacido en el Reino Unido en 1935, desde el ´69 vive en los EE.UU. Ha sido profesor en la Universidad John Hopkins (1969-1987 y 1993-2000), en la universidad de Oxford (1987-1993), y desde el 2000 es profesor en el Graduate Center in Anthropology de la City University of New York. Entre sus libros más importantes figuran: Los límites del Capital (1982) y La condición del la posmodernidad (1989). Además publicó: La ciudad y la justicia social (1973), Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia (1996) y Espacios de Esperanza (2000), entre otros.
Toda su trayectoria se ha centrado en la Academia (es reconocido como uno de los fundadores de la geografía radical) aunque con una cierta ligazón con los “movimientos sociales”: escribe sus libros no pensando en otros académicos, sino para aportar al mejor análisis de la realidad que puedan realizar estos sectores. Por eso, sin formar parte orgánica de los mismos, ha dado cursos y charlas, sobre todo para el grupo ATTAC.

En este artículo queremos polemizar con los planteos políticos que Harvey realiza en “El nuevo imperialismo” y realizar una apropiación crítica de sus conceptos teóricos. A pesar de que fue escrito en los momentos previos a las elecciones en los EE.UU., el fortalecimiento del gobierno republicano puede significar (aunque esto esté por verse) una mayor ofensiva en la política territorial del imperialismo yanqui, haciendo que la discusión alrededor de lo que significa el imperialismo cobre más relevancia. 

La guerra de Irak

Harvey plantea el giro guerrerista de EE.UU. en el marco de la pérdida de hegemonía de este país. El planteo de la economía yanqui como motor de la acumulación de capital era lo que sostenía su ubicación como el paladín de “un orden internacional abierto al comercio, al desarrollo económico y la rápida acumulación de capital” [págs. 57/ 58]. Así podía diferenciarse del “viejo” imperialismo europeo, ocultando “la ambición imperial bajo el manto de un universalismo abstracto” [pág. 54]. Ahora su supremacía económica está cuestionada: en los últimos años EE.UU. ha llevado el bruto de su capacidad productiva fronteras afuera, sobre todo al sureste asiático. Esto se expresa en que en la década del `50, el 60% de la producción mundial se realizaba en EE.UU. y ahora es menor a un 25%. Igualmente la pérdida de capacidad productiva de los EE.UU. tiene su contrapeso relativo en la gran cantidad de recursos que ingresan nuevamente en el país como repatriación de dividendos. Y a esto hay que sumarle los recursos provenientes de las ventajas monopólicas de muchas empresas de EE.UU: las tecnologías patentadas, leyes de licencias, etc.. Con todos estos recursos puede mantener el desmedido nivel de consumo de la sociedad yanqui, aunque está en cuestión que estos niveles puedan mantenerse en la actualidad. Por estos mecanismos EE.UU. se ha convertido en una economía rentista respecto al resto del mundo, y una economía de servicios a su interior. Es esta pérdida de supremacía económica (que le permitía un sustentar su hegemonía) lo que desnuda la ambición imperial de EE.UU.

En este sentido la guerra de Irak no es una política para conseguir negocios en el corto plazo gracias al petróleo iraquí, no es producto de la política de una mafia petrolera del sur de EE.UU. Es una necesidad geopolítica, para el control del petróleo de toda la región, que se combina con los intentos de desplazar a Chávez en Venezuela. Al haber entrado en crisis la política de control indirecto de la región (a través de Arabia Saudita), utiliza la fuerza militar, único ámbito en el que mantiene una supremacía indiscutida. Y el control del petróleo es también reasegurar su dominio militar, ya que el resto de los países que pueden en algún momento hacerle frente militarmente, dependen de ese petróleo para sostener su economía y mover sus ejércitos.

Además no plantea el problema como una mera cuestión pragmática de Bush, como una distracción respecto a los problemas internos de los EE.UU., sino que rastrea la atención en medio oriente en la agenda de los neoconservadores yanquis durante toda la década del ´90. Además esta política tenía el objetivo de reencausar a la sociedad civil que venía fragmentándose (Waco, Oklahoma, Columbine, Enron, etc.). Así la coyuntura post 11 de septiembre solo brinda la posibilidad de poner en práctica esta política con menos objeciones internas.

Las soluciones espacio-temporales

Pero Harvey bucea en las contradicciones del sistema para dar cuenta del proceso más general que significa el imperialismo. El principal concepto que utiliza es el de las soluciones espacio-temporales a los problemas de acumulación del capital. El autor plantea que puede haber sobreacumulación de capitales en lo que él denomina regiones (espacio geográfico que conforma una totalidad económica). Ante este problema el Capital tiene dos formas de dar salida a los capitales excedentes, para que estos no se devalúen.

La primera es el elemento temporal de estas soluciones. Si hay dificultades para conseguir inversiones rentables en el corto plazo, se puede recurrir a la inversión en infraestructura, gasto social o aumento de la capacidad productiva (circuitos secundario y terciario del capital), que permiten que los capitales ociosos encuentren una salida a largo plazo. Esta inversión se hace por intermediación de las instituciones financieras o estatales, ya que “El capital excedente en camisas y zapatos no pueden convertirse directamente en un aeropuerto o en un instituto de investigación” [pág. 96], y además de permitir una acumulación sobre este capital invertido, logra ampliar el espectro de inversiones posibles gracias a la dinamización que producirían estas inversiones: La existencia de caminos, aeropuertos, ferrocarriles o centrales eléctricas permiten negocios más allá de su misma construcción. Esta solución es sólo temporal y muy pocas veces puede dar salida a todos los capitales ociosos. Inclusive puede producirse una sobreacumulación en estos circuitos, lo que desemboca generalmente en crisis presupuestarias de los Estados, “pero aún generando una crisis presupuestaria, tales inversiones pueden acabar resultando de inestimable valor, ya que muchas de ellas siguen existiendo materialmente como valores de uso […] dejando negocios rentables a quienes compran los bienes rematados a precios de saldos” [pág. 96/ 97).

La segunda es el elemento espacial, que consiste en la migración de los capitales ociosos hacia otras regiones que aún no han agotado las posibilidades de inversión rentable o incluso son aún terreno desierto de la inversión capitalista. Pero este método opera con contradicciones: en primer lugar, porque las regiones receptoras de inversiones extranjeras también pasan, más tarde o más temprano, por una situación de sobreacumulación de capitales, ante lo cual se deben buscar nuevos lugares hasta el punto de saturación global. Y en segundo lugar, porque este dinamismo de flujos internacionales de inversión directa reconfigura el conjunto de las relaciones económicas, dejando en este cambio de ubicación geográfica “crisis itinerantes”, al ir generando sobreacumulaciones regionales con sus correspondientes devaluaciones de capitales. Así los capitales migran, produciendo crisis en cada lugar al que van, pero manteniendo relativamente estable al capitalismo visto de conjunto.

La acumulación por desposesión

Harvey define el concepto de acumulación por desposesión como la utilización de los métodos de la acumulación originaria pero no para implantar un nuevo sistema, progresivo frente al anterior, sino para mantener el actual, para hacer que los sectores más pobres de los países más pobres sean los que paguen los costos de la crisis de sobreacumulación del capital.

Siguiendo a Rosa Luxemburgo, Harvey plantea que el capitalismo necesita algo externo a él para estabilizarse. “El capitalismo puede hacer uso de algún exterior preexistente (formaciones sociales no capitalistas o algún sector en el propio capitalismo –como la educación– todavía no proletarizado) o puede fabricarlos activamente” [pág. 114]. Lo exterior preexistente puede ser la movilización de campesinos hacia la explotación fabril, la apropiación de tierras “vacías”, etc.. “También puede utilizar sus recursos para inducir cambios tecnológicos y su capacidad de inversión para provocar desempleo, creando así directamente un ejército industrial de reserva. Este desempleo ejerce una presión a la baja sobre los salarios y abre así nuevas oportunidades para una inversión rentable del capital. […] lo que hace es arrojar trabajadores fuera del sistema en determinado momento a fin de tenerlos disponibles para la acumulación en un momento posterior” [pág. 114].

La acumulación por desposesión implicaría la utilización de recursos externos al capitalismo con “la liberalización de un conjunto de activos (incluida la fuerza de trabajo) a un coste muy bajo” [pág. 119]: las políticas del FMI, de ajuste fiscal, las devaluaciones y crisis “controladas” juegan este rol, aunque el elemento más representativo de la acumulación por desposesión es la privatización de empresas públicas.

Una continuidad entre los conceptos

A pesar de que ambos conceptos intentan explicar distintos problemas, y hasta cierto punto lo hacen, existe una continuidad entre ambos que Harvey no logra ver. Ésta consiste en que cuando las soluciones espacio-temporales tienen que hacer frente a una cantidad enorme de capitales ociosos, estas soluciones trastocan en formas de acumulación por desposesión. Y esto puede explicar el hecho constatado por el autor de que estos métodos hayan cobrado más relevancia a partir de la década del ´70, cuando empezó una crisis crónica de sobreacumulación de la cual el capitalismo mundial aún no ha logrado salir.

Vimos antes que si la sobreacumulación de capitales llega al punto de alcanzar a los circuitos secundarios y terciaros del capital, suele sobrevenir una crisis presupuestaria del Estado. Ante este hecho se rematan los activos en infraestructura. Y esto no es otra cosa que una privatización, el elemento más representativo de la acumulación por desposesión. El hecho de que, para la realización de una privatización, prime la sobreacumulación de capitales en los circuitos secundarios y terciarios, o presiones políticas para generar negocios fáciles, no es suficiente para realizar una distinción.

Por otro lado, lo que él llama los elementos destructivos de las soluciones espacio-temporales (las crisis itinerantes), con sus devaluaciones regionales y destrucción de ramas e industrias, también son parte, como vimos, de los métodos de la acumulación por desposesión, al estar digitadas por el FMI, el Banco mundial y el mismo departamento del Tesoro de los EE.UU., más allá de su gestación en el terreno de las soluciones espacio-temporales.

Podemos ver entonces, a diferencia de Harvey, que la acumulación por desposesión no es un exceso en la ambición de acumulación de la burguesía, no es un desvío de la “sana” acumulación capitalista, sino su continuación necesaria cuando existen dificultades para dar salida rentable al conjunto de los capitales.

La lógica capitalista vs. la lógica territorial

Las soluciones espacio-temporales serían para Harvey el principal motor de los “procesos moleculares de acumulación”, procesos contradictorios con la lógica territorial del poder. Estas dos lógicas del capitalismo (política y economía) son vistas de forma separada. Para explicarlas sigue a Arrighi en las motivaciones de los “agentes”: “El capitalista que dispone de capital monetario desea invertirlo allí donde pueda obtener beneficios, y normalmente trata de acumular más capital. Los políticos y los hombres de estado buscan normalmente resultados que mantengan o aumenten el poder de su propio Estado frente a otros. El capitalista busca beneficios individuales y sólo es responsable ante su círculo social inmediato (aunque se vea limitado por las leyes), mientras que el hombre de Estado persigue una ventaja o beneficio colectivo sin más límites que la situación política y militar del Estado” [pág. 40]. Y plantea que aunque estas lógicas tienen relación, muchas veces son contrapuestas.

Luego de realizar esta separación, Harvey intenta analizar las relaciones y contradicciones entre ambas esferas. Intenta ver como se combinan los procesos moleculares de acumulación con la política de los distintos Estados. Y plantea el problema del imperialismo en estas contradicciones: “el interrogante principal es qué sucede a los capitales excedentes generados en economías regionales subestatales cuando no pueden encontrar empleo rentable en ningún lugar del país. Este es, por supuesto, el núcleo del problema que genera presiones a favor de las prácticas imperialistas en el sistema interestatal” [pág. 92].

El “nuevo imperialismo”

Harvey define entonces al imperialismo en la contradicción entre los procesos moleculares de acumulación y la lógica territorial de los estados. Las dificultades para la acumulación de capitales en el seno de un Estado nación, presionan a los poderes políticos, poseedores de una “lógica territorial de poder”, a prácticas imperialistas. Estas presiones pueden ser aceptadas por dichos gobiernos, impulsadas o ignoradas. Por esto toma la definición de Arendt del imperialismo como primera etapa de la dominación política de la burguesía. Por eso lo que importaría distinguir no es el carácter específico del imperialismo capitalista, sino las diferentes lógicas de poder de cada tipo de imperialismo.

A fines del siglo XIX el imperialismo británico tenía una lógica liberal, en los ´80 y ´90, el imperialismo yanqui tenía una neoliberal, y el “nuevo imperialismo” es el neoconservador. Aunque el neoliberal y el neoconservador utilizan los métodos de acumulación por desposesión como principal arma para la acumulación capitalista, el segundo se distingue del primero por una lógica territorial más agresiva.

La lucha antiimperialista

Harvey plantea que la acumulación por desposesión es lo que prima en el momento actual, en el del “nuevo imperialismo”. Por esto plantea la primacía de la lucha antiimperialista respecto de la anticapitalista. Pero existiría una dualidad entre ambos “tipos de lucha”, que es explicada por el autor en base a una supuesta, aunque no fundamentada, incapacidad histórica de los métodos anticapitalistas para luchar contra la acumulación por desposesión2. Así, en la etapa del “nuevo imperialismo” los métodos de los movimientos sociales se tornan centrales, y la organización del movimiento obrero, con sus métodos y organizaciones, es secundaria. La lucha por la toma del poder se habría tornado inservible, y es la lucha por el poder territorial de los movimientos sociales, lo que podría hacer frente a la lógica territorial del “nuevo imperialismo”.

Una salida reformista

Igualmente, el autor desarrolla su ubicación reformista, olvidándose incluso de la centralidad de los movimientos sociales. La salida va a estar en manos de “una coalición de las principales potencias capitalistas [EE.UU y Europa, N. De R.] del tipo previsto por Kautsky hace un siglo” [pág. 157], aunque no se puedan eliminar definitivamente las contradicciones interimperialistas. Esta coalición, en vez de imponer medidas brutales que favorezcan la acumulación por desposesión, debe ser el promotor de un nuevo New Deal. De esta forma intenta dar primacía a los elementos constructivos de las soluciones espacio- temporales, reduciendo los destructivos y la acumulación por desposesión. Ya no se trata entonces de acabar con el sistema capitalista y tampoco con el imperialismo, sino simplemente hacer de éste algo más suave, menos brutal; permitir que sigan existiendo imperialismos pero sólo aquellos que tengan una lógica territorial menos agresiva y un mayor interés por incentivar los procesos moleculares de acumulación.

Para hacer este planteo, Harvey toma el ejemplo de Chamberlain (radical Joe) quien intentó que el imperialismo británico de fines del siglo XIX no sea tan brutal en sus prácticas, pero cuyo intento fracasó por “falta de voluntad política” de su burguesía, transformándose él en un acérrimo defensor del

imperialismo. Harvey no cree que su fracaso haya sido por problemas irremediables, sino que intenta que hoy la burguesía de los imperialismos yanquis y europeos no cometan el mismo “error”: “en todos estos casos, el viraje hacia una forma liberal de imperialismo (vinculada a la ideología del progreso y de la misión civilizadora de occidente) no fue producto de imperativos económicos absolutos, sino de la falta de voluntad política demostrada por la burguesía de renunciar a ninguno de sus privilegios y absorber la sobreacumulación internamente mediante reformas sociales en su propio país, cediendo a las crecientes reivindicaciones del movimiento obrero” [pág. 104].

Hoy sería necesario este renunciamiento histórico para, dentro de los marcos del sistema, dar la única salida posible (aunque transitoria) a la crisis de acumulación capitalista: “Estados unidos podría mitigar, sino abandonar, su trayectoria imperialista, emprendiendo una redistribución masiva de la riqueza dentro de sus fronteras y una reorientación del flujo de capitales hacia la producción y renovación de infraestructuras […] Pero eso requeriría un déficit aún mayor y/o impuestos más altos, así como una enérgica dirección estatal, y eso es precisamente lo que las fuerzas de la clase dominante de Estados Unidos se niegan terminantemente a considerar siquiera […] Paradójicamente, empero, un contraataque masivo en Estados Unidos, así como en otros países del centro de la economía-mundo capitalista (particularmente en Europa) contra la política neoliberal y el recorte de gastos públicos sociales, podría ser en la actual coyuntura una de las pocas formas de proteger internamente al capitalismo de su pronunciada tendencia a una crisis autodestructiva. El mínimo preciso sería un nuevo ‘New Deal’, pero no es en absoluto seguro que eso funcionara realmente frente al abrumador exceso de capacidad del sistema global. Conviene recordar las lecciones de la década de los treinta: no está nada claro que el New Deal de Roosvelt resolviera el problema de la Depresión. Fue precisa la guerra entre los principales Estados capitalistas para hacer retroceder las estrategias territoriales y reconducir la economía hacia una vía estable de acumulación de capital continua y generalizada” [pág. 71].

El New Deal y la segunda guerra mundial

Esta última advertencia sobre la vulnerabilidad de su perspectiva nos da una clave para entender que rol jugó realmente el New Deal y como se resuelven a veces las crisis de sobreacumulación: el capitalismo encuentra en realidad dos formas contrapuestas y suplementarias para solucionar esta sobreacumulación. O busca formas para encontrar nuevo negocios rentables (podríamos decir soluciones espacio-temporales y acumulación por desposesión) o destruye y devalúa a los capitales excedentes (las crisis son un mecanismo que sanea parcialmente la economía al mandar a la quiebra a los capitales más débiles, concentrando aún más el capital). Pero ante una sobreacumulación de capitales generalizada y crónica, el Capital utiliza formas más drásticas: la segunda guerra mundial fue una gran maquinaria de destrucción de capitales y fuerzas productivas, centralmente de los europeos.

La crisis de sobreacumulación de capitales (a la que intentó dar respuesta el New Deal), al igual que las disputas interimperialistas de principios de siglo, fueron resueltas por la segunda guerra mundial centralmente por la destrucción de capitales que implicó. El New Deal no iba a poder dar respuesta a esta crisis sin esta guerra, al existir, incluso, sobreacumulación en los circuitos secundarios y terciarios del capital. La guerra destruyó los capitales excedentes, dejando a Europa en ruinas y permitiendo así que los capitales yanquis pudieran fluir rentablemente a Europa en su reconstrucción. Esto se combinó con que luego de la guerra se conformó un nuevo orden de dominio en el que los perdedores debieron renunciar (por un tiempo) a las pretensiones de dominio territorial.

“Las lecciones de la década de los `30” en realidad nos indican lo contrario al planteo de Harvey. El New Deal no jugó entonces prácticamente ningún papel en la superación de esa crisis de sobreacumulación, y difícilmente lo pueda hacer hoy.

El imperialismo como fase superior

Es verdad que existen países imperialistas con distintas lógicas, que inclusive van variando en el tiempo. El imperialismo yanqui de hoy es relativamente distinto al británico de principios de siglo. Pero una cosa es hablar de la lógica de los distintos países imperialistas y otra de la lógica general del imperialismo capitalista.

Por eso Lenin no planteaba al imperialismo como etapa superior del capitalismo, en el sentido de que no iba a haber más cambios en el sistema, sino que intentaba explicar al imperialismo como un salto cualitativo en la lógica del Capital: la libre competencia ha quedado en el pasado, dando lugar a la competencia monopolista. Son estos grandes capitales los que luchan entre sí por el reparto del mundo, exportando capitales y expoliando (podría decirse que utilizando los métodos de acumulación por desposesión) a los países semicoloniales. Para realizar esta tarea recurren a sus respectivos Estados para quedarse con una tajada mayor de plusvalía, dando lugar a las disputas entre los distintos imperialismos. La lógica territorial de los Estados es impulsada entonces por las necesidades que tienen los monopolios para encontrar salidas fuera de sus países. La lógica capitalista ya no es entonces molecular, sino monopólica, y ésta es la que controla, en última instancia, la política territorial de los Estados.

La importancia de las distintas formas en que se combina la competencia monopolista y la lógica territorial de poder de los distintos imperialismos está en que permite un mejor análisis del estado de las disputas entre los distintos imperialismos, y cómo se dan éstas, pero no puede suplantar la caracterización del imperialismo visto en el sentido antedicho.

El gran Renunciamiento

Es verdad que el fracaso de la cruzada de Chamberlain no fue producto de imperativos económicos absolutos, pero tampoco fue una mera falta de voluntad política. Porque la burguesía no puede por “buena voluntad” renunciar a sus privilegios, porque eso sería ir en contra de la lógica del Capital. Esta implica imperativos económicos (aunque no absolutos) para que la burguesía no renuncie a sus privilegios. Porque ante la competencia entre los imperialismos, sino uno renuncia a sus privilegios, sucumbe ante el fortalecimiento de quien no lo hace, ya que los privilegios son una necesidad para los capitalistas; quien renuncie al privilegio de explotar y superexplotar a los trabajadores, sucumbirá ante el fortalecimiento de sus adversarios.

La competencia capitalista no puede eliminarse por decreto, y menos aún por las contradicciones del sistema (de las que la burguesía no puede salir). Las tendencias a la reducción de la competencia que implica la organización monopólica, nunca puede ser desarrollada hasta el final por el capitalismo, ya que no puede dar lugar a la aparición de un único monopolio. Así la competencia se desarrolla en un nivel de enfrentamiento superior. Y esto mismo es aplicable a los imperialismos: Es imposible que exista un “ultraimperialismo”, que las contradicciones entre los Estados sean eliminadas. Sobre la base de estas contradicciones es entonces imposible pedirles que todos se pongan de acuerdo para renunciar a sus necesidades-privilegios, y menos en pos de mejorar y hacer más igualitario un sistema, ya que el capitalismo implica, en su seno, desigualdades. Para que el capitalismo renuncie (temporalmente) a las prácticas más brutales, es necesario que se vea obligado a hacerlo por temor a perderlo todo. La pelea contra la expoliación imperialista es un gran motor para el fortalecimiento de los trabajadores y el pueblo oprimido, pero si se logra que la burguesía pueda perderlo todo, nada obliga a que la lucha se quede ahí. Por esto no hay una dualidad entre la lucha antiimperialista y anticapitalista, sino que ambas se implican, con una supremacía de la última.

Algunas conclusiones

1) Cuando Harvey analiza las lógicas de los distintos países imperialistas, enriquece el análisis más concreto del imperialismo, dando por ejemplo una visión de la guerra de Irak por fuera de las visones periodísticas y del sentido común. Pero este análisis no puede utilizarse por fuera de la visiónes el imperialismo como un salto cualitativo en la realidad capitalista.
2) Harvey tiende a ubicarse entre quienes ven solamente el elemento de desarrollo de fuerzas productivas en el capitalismo, con lo que sólo habría que eliminar los elementos más injustos del sistema. Pero las soluciones espacio-temporales son las formas “pacíficas” que encuentra el capital en respuesta a las crisis de acumulación capitalista, viéndose así una explicación parcial al rol del keynesianismo y la “globalización”. Pero, como ya vimos, las soluciones pacíficas casi nunca son suficientes, sólo dan algún margen de tiempo (cuya duración depende indirectamente de la profundidad de la crisis de sobreacumulación) para que aparezcan las soluciones destructivas del sistema. Esta relación contradictoria entre desarrollo y destrucción, implica en realidad un desarrollo parcial de las fuerzas productivas.

Notas

1 David Harvey, El nuevo imperialismo, Madrid, Akal, 2003. Todas las citas de este artículos son tomadas de este libro, y aparecen las páginas correspondientes entre corchetes, luego de las citas.

2 Es más, plantea en algunas entrevistas que los marxistas que vemos al proletariado como sujeto para una salida revolucionaria del capitalismo, repetimos un dogma sin haber comprendido las lecciones del siglo XX, e inclusive que Marx no tiene una teoría de las clases. Estas entrevistas se pueden consultar en Internet, por ejemplo: http://www.uky.edu/AS/SocTheo/DisClosure/Harveydi.htm o http://foreninger.uio.no/samfunngeografen/artikler/Harveyint_grafen_web.doc.

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