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Modernidad

“Un salto a la modernidad”. Así bautizó Cristina la construcción del tren bala que unirá el trayecto Buenos Aires-Rosario-Córdoba con la finalidad de modificar “el perfil de la región y del corredor agroindustrial” y “comunicar al 60% de la población del país”.

Miguel Raider

2 de mayo 2008

“Un salto a la modernidad”. Así bautizó Cristina la construcción del tren bala que unirá el trayecto Buenos Aires-Rosario-Córdoba con la finalidad de modificar “el perfil de la región y del corredor agroindustrial” y “comunicar al 60% de la población del país”. El proyecto fue celebrado por empresarios y señoras paquetas dispuestos a pagar un pasaje de $600 para viajar en 85 minutos desde la Capital hasta la Chicago criolla.

El secretario de Transporte Ricardo Jaime, mentor ideológico del proyecto, sin desfallecer por acumular denuncias judiciales de todo color, señaló en tono acusatorio a aquellos “interesados” que obstaculizan el desarrollo del “progreso” impulsado por la presidenta.

Claro, porque más de 1,2 millones de trabajadores que se trasladan diariamente en los trenes metropolitanos parecen resistirse a los “hábitos de la modernidad”, empeñados en seguir viajando como ganado a través de una red ferroviaria desvencijada y obsoleta.

Lo mismo sucedería con los pueblos originarios de Chaco, diseminados entre los montes perdidos de El Impenetrable. Porque más de 5000 indígenas obcecados se resisten a evacuar sus hogares en Misión Nueva Pompeya, Sauzalito, Wichí, El Sauzal, Fuerte Esperanza y otros parajes, anegados por la creciente imparable del río Bermejo. Los indígenas parecen preferir el aislamiento y el desamparo de sus precarios ranchos, la indigencia y la subalimentación, el padecimiento de enfermedades del siglo XIX como la tuberculosis y el mal de Chagas, todo para conservar las pocas pertenencias que poseen en vez de pegar un salto hacia la modernidad del siglo XXI.

A mediados de los ’90, Menem promovía una modernidad análoga mediante la distribución de televisores con antena satelital a las comunidades tobas, que apenas disponían de calzado y mucho menos de servicios como electricidad, agua potable, gas y cloacas.

Con los 4.000 millones de dólares destinados al Tren Bala se podría recuperar toda la infraestructura ferroviaria desmantelada por Menem en los “pueblos fantasma”, electrificar todas las líneas urbanas y poner en condiciones los principales corredores, o construir más de 80 hospitales con los recursos adecuados para satisfacer las necesidades de las grandes franjas pauperizadas. Pero la modernidad de los “progresistas” y los neoliberales sólo es confort para un puñado de capitalistas y la condena al atraso perpetuo de las grandes masas populares.

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