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Lucha de Clases

“La tiranía de las organizaciones obreras se está convirtiendo en algo humanamente insoportable. Algo hay que hacer”. Con esta frase termina el cuento “La Huelga General”, que el gran Jack London escribiera en los primeros años del siglo XX.

Hernán Aragón

1ro de octubre 2009

“La tiranía de las organizaciones obreras se está convirtiendo en algo humanamente insoportable. Algo hay que hacer”. Con esta frase termina el cuento “La Huelga General”, que el gran Jack London escribiera en los primeros años del siglo XX.

“Los sindicatos fuera de control son aún peores que los que ya conocemos (…) Esta anarquía es la primera muestra del desorden social que viene en la Argentina.” Le dice, en forma reservada, el presidente de un grupo europeo al diario La Nación en referencia al conflicto de Kraft – Terrabusi.
Existe una similitud irrefutable entre las palabras de Mrs Debs, el burgués asustado del cuento de London y las declaraciones realizadas por las cámaras empresariales en estos días.

El tiempo parece haberse desvanecido, triturando las diferencias propias de la estética de cada década y del paso consumado de un siglo. Las cámaras filmadoras en los recovecos de la planta, el celular y la moto que el obrero pudo comprarse en cuotas, la tecnología o el lenguaje, parecen simples accesorios, decorados que envuelven a los protagonistas de una época que aún no ha llegado a su fin.

¿Qué fuerza extraña provoca que aquel proletario de cara tiznada y ropa gastada del que nos habla Jack London reaparezca en el obrero moderno, de pelo largo y mp3, que enfrenta los despidos en una multinacional de la zona norte?.

La respuesta la otorga el empresario textil y tesorero de la UIA, Jorge Sorabilla, cuando se esperanza en que “el desalojo de la fábrica se convierta de un leading case (caso testigo) para disuadir futuras tomas de plantas”.

Es en la melodía de las clases sociales donde el pasado y el futuro se encuentran. En el “Algo hay que hacer” repetido. El mismo que hace un siglo llenaba de obstinada preocupación a una burguesía que acababa de convertirse en imperialista y estaba dispuesta a triturar las “huelgas salvajes” – así fueron denominadas por ella – de un movimiento obrero en creciente extensión, radicalidad y organización.

En esta última semana, hasta el más desprevenido “ciudadano” fue sacudido por la lección de los hechos. Habrá quién intente otorgarle una nueva terminología, quien la desdeñe o se emocione con ella. Pero nadie podrá sustraerse ni dejar de tomar partido.

Es la LUCHA DE CLASES la que vuelve a presentarse inconfundible. La que obliga a dejar horas de sueño para estar allí y la que crispa los nervios de la señora platinada impedida de avanzar medio metro en una autopista bloqueada por la solidaridad genuina.

“Los empresarios presienten que el caso Kraft puede llegar a convertirse en el primer paso de una escalada y radicalización de los conflictos sindicales en la Argentina”, titula La Nación con su típico olfato de clase. Saben que la potencia de esta lucha es superior a sí misma.

Miles y miles de obreros siguieron desde sus televisores todo lo acontecido. Con ese simple hecho, ya han asimilado parte de la historia, una historia que promete tenerlos como protagonistas.

Porque más allá de cuál fuere el desenlace de Terrabusi, la LUCHA DE CLASES manifiesta en el paro extendido, en el odio a los líderes, en la defensa masiva de los despedidos y en el repudio a los carnenos y a la burocracia, ya dejó su sello.

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