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A 90 años de la Revolución Rusa

Los trabajadores y soldados rusos, vanguardia de la lucha contra la guerra imperialista

1ro de marzo 2007

Para imponer el desarrollo de la guerra imperialista con sus matanzas y padecimientos, las burguesías de las naciones que se lanzaban a la ocupación y el reparto del mundo habían necesitado imponer la más férrea disciplina, no sólo en el frente de batalla sino también en su “retaguardia”. Para ello habían contado con la colaboración de los partidos de la clase trabajadora europea, como el Partido Socialdemócrata Alemán, que había convalidado la guerra en el Parlamento y, como parte de esta traición, sus sindicatos habían firmado con la gran patronal y el Estado un acuerdo según el cual renunciaban a cualquier tipo de manifestación para permitir a la “nación” defenderse de los enemigos. 
Los obreros y las masas (sean alemanes, ingleses, franceses o rusos) estaban impedidos de participar en cualquier otra medida de lucha para reclamar sus reivindicaciones más urgentes. La oposición pública a la guerra y la incitación a la manifestación por parte de un sector de la izquierda socialdemócrata alemana y de los bolcheviques en Rusia será castigado con la cárcel. Así, decía Lenin, los primeros síntomas de la oposición a la guerra se desarrollaron en los calabozos.
 
La educación militar de las masas
Los gobiernos habían movilizado a una enorme porción de su población a la aventura militar, miles de soldados en el frente y en la retaguardia se habían incorporado así a la vida política, seguían día a día los acontecimientos y decisiones de sus mandos militares adivinando si sobrevivirían o morirían en la aventura. Decía Trostky intentando dar cuenta de la nueva realidad que enfrentaba el obrero alemán: “El martillo es arrancado de las manos del obrero y en su lugar se ha colocado el fusil. Y el obrero, que ha sido atado por el mecanismo del sistema capitalista, es repentinamente arrancado de su tranquilidad y enseñado a colocar el objetivo de la sociedad por encima de la felicidad de su hogar y de la vida misma (…) Con el arma que él mismo ha fabricado bajo el brazo, el obrero es colocado en tal posición que el mismo destino político del estado depende directamente de él. Aquellos que le explotaban y escarnecían en tiempos normales, ahora le adulan servilmente. Al mismo tiempo entra en contacto íntimo con el cañón, al que Lassalle llama uno de los más importantes ingredientes de todas las constituciones. Él pasa las fronteras, toma parte en requisiciones forzosas, y ayuda a transportar los centros de población de una parte a otra. Se están operando ahora cambios que nunca ha visto la generación presente”1.
Si esta educación militar le cabía al proletariado alemán, también lo era para los obreros y campesinos rusos. Miles de campesinos se incorporarían a la vida política con un fusil en la mano y sin mucha claridad de los motivos por los cuales se habían visto arrancados de sus comunas rurales para ir al frente. El General zarista Brusilov comentaría esta situación: “los reclutas que llegaban del interior no tenían la más ligera noción de lo que la guerra tenía que ver con ellos (…) Nunca habían oído hablar de las ambiciones alemanas. Ni siquiera sabían que existiera un país así”. A medida que las derrotas militares del zarismo avanzaban, avanzaba también la conciencia de las masas campesinas y obreras de que aquélla no era su guerra. ¿Para qué querían ellas Berlín o Constantinopla? 
 
La paz industrial, la paz de los cementerios
En la retaguardia rusa no era distinto. La clase obrera se había transformado en los años de guerra: las condiciones y la estricta disciplina impuestas por la burguesía que se beneficiaba de los fructuosos negocios de la guerra, se hacía cada vez más insoportable para los obreros y para las miles de mujeres obreras que se habían incorporado a la vida económica producto de la movilización militar de los hombres. 
La guerra fue testigo de un inusitado auge industrial. Los obreros ferroviarios aumentaron en medio millón, un millón de mujeres y jóvenes (campesinos pobres en su mayoría) se incorporaron a la industria. También los empleos más calificados de la industria mecánica eran requeridos en cuantía. Si bien estos trabajadores recibían su salario, ganado trabajando largas horas y en malas condiciones, les era imposible acceder a productos básicos como la harina, el pan, las papas, etc. Sumidas en el desabastecimiento, las ciudades rusas comenzaron a sufrir de una escasez crónica. Tal era la imposibilidad del zarismo de resolver la carestía que en 1915 debe convocar a la burguesía a crear comités de abastecimiento y de industria militar. Pero la situación era ya insostenible. Mientras las clases nobles desmoralizadas por el curso que tomaba la guerra festejaban con champaña y organizaban jolgorios en sus palacios durante días, las masas populares veían imponerse ante sus ojos las duras condiciones de la guerra. 
En estas condiciones, la situación de paz industrial en la retaguardia no durará mucho: ya en el verano de 1915 se realizan las primeras huelgas, y éstas no pararán de crecer. Comienzan con peticiones de pan y jornada de 8 horas, pero pronto levantan las consignas ¡abajo la guerra! y ¡abajo el zarismo! La paz industrial en Rusia había terminado. Esta situación, sumada a la desmoralización del Ejército, creará las condiciones del derrumbe del zarismo.
 
Cavando la fosas del zarismo
En la idea de que la euforia de la guerra daría paso a la catástrofe y al levantamiento revolucionario de las masas se habían basado un pequeño grupo de marxistas internacionalistas que se mantendrán firmes en su posición y no capitularán frente al nacionalismo. Dentro de éstos será Lenin el que planteará más firmemente su consigna del derrotismo revolucionario. La paz no se podría imponer según Lenin mediante peticiones a las clases gobernantes que habían desencadenado la catástrofe, sino con la guerra de las clases oprimidas y explotadas contra las explotadoras. Como relataría sencillamente un delegado venido de las trincheras al Soviet de diputados obreros y soldados: “Estamos cansados de cavar nuestras propias tumbas”. Ahora ellos mismos, armados por el zarismo y la burguesía, comenzarían a cavar la tumba de la autocracia zarista y de la explotación burguesa.
 
1 Trostky, León, La guerra y la Internacional, 1914. Versión electrónica: www.marxists.org
 

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