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Internacional

Los “indignados” llegaron al Estado de Israel

“La Plaza Rotschild es nuestra Plaza Tahrir y los políticos deben pagar por sus errores”, confesaba un joven estudiante de Tel Aviv en sintonía con los reclamos democráticos de la primavera árabe. El movimiento de “indignados israelíes” brotó como hongos bajo la lluvia. El incremento de los precios generó un movimiento de protesta social contra la carestía de la vida y el derecho a la vivienda, cada vez más inaccesible.

Miguel Raider

4 de agosto 2011

“La Plaza Rotschild es nuestra Plaza Tahrir y los políticos deben pagar por sus errores”, confesaba un joven estudiante de Tel Aviv en sintonía con los reclamos democráticos de la primavera árabe. El movimiento de “indignados israelíes” brotó como hongos bajo la lluvia. El incremento de los precios generó un movimiento de protesta social contra la carestía de la vida y el derecho a la vivienda, cada vez más inaccesible.

Todo comenzó hace semanas con un boicot a la compra de queso cottage, el queso de mayor consumo israelí, cuyos precios se elevaron un 40%. “El pueblo quiere justicia social” fue una de las consignas coreadas en las nueve manifestaciones simultáneas de más de 150.000 personas, un evento inédito en la historia israelí con epicentro en Tel Aviv, Jerusalén, Haifa, Ashdod y Beersheva.

La legitimidad de los reclamos fue apoyado por los trabajadores de los 265 municipios, quienes se solidarizaron paralizando las oficinas públicas y abandonando la recolección de residuos. Grupos de padres marcharon exigiendo la rebaja de los precios de las guarderías y los jardines de infantes públicos. Asimismo, los médicos y los asistentes sociales se movilizaron como vienen haciendo hace semanas por aumento de salarios. Aunque pequeña, resultó muy significativa la marcha en Nazaret que contó con la participación conjunta de manifestantes judíos y árabes. Hasta los colonos ortodoxos de los territorios palestinos reconocieron la justeza de las demandas, aunque advirtieron su oposición al carácter “izquierdista” del movimiento. Mientras una comisión de indignados se reunió con el presidente Shimón Peres, la Histadrut (central obrera sionista) se vio forzada a apoyar las demandas y a advertir sobre posibles medidas de fuerza.

Los indignados instalaron campamentos en el céntrico Bulevard Rotschild de Tel Aviv, en el Parque de la Independencia de Jerusalén y en las ciudades de Ramle, Beit Shemesh, Beersheva y Kfar Saba. La “revolución de las carpas”, como dio en llamar el periodismo, se funda en un movimiento social donde convergen estudiantes universitarios, jóvenes profesionales de las clases medias y una incipiente intervención de trabajadores, aunque apoyado por el 80 % de la población, como señaló el diario Haaretz.

Los estudiantes denuncian que el alquiler de una habitación aumentó a 1600 shekels, poco más de 465 dólares, elevándose un 533% en tres años, acompañando los exorbitantes precios de las propiedades, disparados por la especulación inmobiliaria. El hartazgo de las clases medias responde al peso oneroso de los impuestos (agua, combustibles, autos, etc.) con los que el fisco israelí financia el parasitismo de los judíos religiosos ortodoxos y las colonias y asentamientos en Cisjordania, una necesidad intrínseca al expansionismo sionista. Mientras el Ministerio de Vivienda y Construcción se dispone a construir un complejo de edificios en las colonias de Betar Illit y Karnei Shomron, las clases medias y los asalariados son privados del derecho a la vivienda.

Unidad entre trabajadores árabes y judíos

Los indignados denuncian la política neoliberal del gobierno derechista de Benjamín Netanyahu basada en privatizaciones, desregulación del mercado laboral y concentración de la riqueza en apenas 20 familias que monopolizan el 50% del mercado de valores.

Si bien la desocupación es baja (5,7%), la brecha social entre las clases más ricas y las clases más pobres se acrecentó con bajos salarios e infinidad de concesiones para los grandes empresarios.

La crisis ya cobró la dimisión de Haim Shani, segundo mandamás del Ministerio de Finanzas, a partir de las diferencias expresadas con Netanyahu y su superior, el ministro de Finanzas, Yubal Steinitz. La brecha se precipitó a raíz del pase de facturas entre el gabinete de ministros y el Tesoro israelí, que se opone a los suculentos subsidios suministrados a las grandes constructoras. Con poco tacto Netanyahu calificó de “ineptos” a los funcionarios de esa área, aspecto que encendió la ira de los indignados que exigen el derecho a la vivienda.

Shas, uno de los tres partidos que compone la alianza del gobierno, amenazó retirarse del poder ejecutivo, presionado por su base social compuesta por judíos mizrahis (orientales), la franja más pobre que compone la mitad de la población israelí.

Benny Gantz, jefe de la Fuerza de Defensa de Israel, cuestionó la posibilidad de recortar el presupuesto de defensa como una amenaza a la hegemonía militar del Estado judío en Medio Oriente.

Mientras, Netanyahu se vio obligado a postergar la visita a Polonia con la finalidad de persuadir al gobierno para que se oponga al reconocimiento de un Estado palestino ante la próxima sesión de septiembre de la Asamblea de la ONU auspiciada por la Autoridad Palestina, un escenario del que Netanyahu, Obama y el establishment norteamericano prefieren prescindir para evitar la exposición de sus posiciones reaccionarias.

Netanyahu se apoya sobre la política contrarrevolucionaria de las burguesías árabes que, tal como demuestra el régimen sirio de Bashar al Assad, se proponen aplastar las movilizaciones de las masas y sus demandas democráticas con cientos de muertos. No casualmente Benjamín Ben Eliezer, ex ministro de Trabajo, Industria y Comercio, ofreció asilo político a Hosni Mubarak, el dictador egipcio responsable de más de 800 asesinatos.

Con la crisis económica internacional como telón de fondo, el incremento de los precios y la pauperización de amplias franjas de la población israelí sienta las bases materiales para una potencial unidad entre los trabajadores árabes y judíos. Unidad subversiva que atenta contra las bases sociales del Estado sionista, fundado sobre la opresión nacional del pueblo palestino a partir de un ejército de ocupación y una política de colonización permanente. Sólo rompiendo con el sionismo, los trabajadores y los estudiantes judíos pueden avanzar en este sentido junto al pueblo palestino y las masas árabes para hacer efectivas todas sus demandas enfrentando las políticas reaccionarias del Estado de Israel, las burguesías árabes y el imperialismo norteamericano.

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