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A 90 años de la Revolución Rusa

Los bolcheviques y la insurrección

El arte de la insurrección es uno de los grandes temas que la revolución rusa ha planteado para el marxismo y para todo observador interesado en comprender la dinámica propia del proceso revolucionario ruso.

Comisión del IPS

4 de octubre 2007

El arte de la insurrección es uno de los grandes temas que la revolución rusa ha planteado para el marxismo y para todo observador interesado en comprender la dinámica propia del proceso revolucionario ruso.

En este sentido, es importante señalar que la lucha de Lenin para desarrollar la insurrección como arte es inseparable del viraje que impuso con las Tesis de Abril, apelando a las masas y en lucha política con muchos viejos cuadros y dirigentes bolcheviques. Visto desde este ángulo, Lenin tuvo que dar toda una serie de peleas políticas contra su propio partido durante todo el período que va de marzo a octubre. Dos son las fundamentales: el viraje de las Tesis de Abril y la lucha por convencer a la dirección del partido bolchevique de tomar el poder.

La socialdemocracia alemana, en su época de declinación reformista, había abandonado toda perspectiva de tomar el cielo por asalto. Los mencheviques eran la expresión rusa de esta política. Obligados por su falso respeto de las “etapas necesarias” de la historia, veían condenada a la clase obrera a una colaboración ineludible con la burguesía liberal, que no tenía ningún interés en asistir a la cita que le asignaban los socialdemócratas.

Sin embargo, así como Lenin se encontró con una oposición de los “viejos bolcheviques” a la política de las Tesis de Abril, también halló una oposición igualmente férrea, a la perspectiva de tomar el poder, en elementos de la dirección del partido, como Zinoviev y Kamenev. Este fenómeno, que como decía Trotsky puede definirse como la “crisis de la dirección del partido en las vísperas del tránsito a la insurrección” no era un hecho casual.

Lenin: conspiración e insurrección

Lenin hizo todos los esfuerzos posibles para convencer al partido de que era el momento de tomar el poder. Su carta “El marxismo y la insurrección” es una lección rigurosa de teoría política sobre la relación entre la insurrección espontánea de las masas y la conspiración consciente de la organización revolucionaria. La necesidad de conspirar contra el Estado ha sido la conclusión obligada de todos los revolucionarios serios. Sin embargo, la mayoría de ellos, en especial Blanqui, que fue sin duda el conspirador más importante que haya conocido el siglo XIX, separaba la conspiración consciente de un grupo minoritario del movimiento de las masas obreras y populares. De esta forma, no sólo pasaron la mayor parte de su vida en cárceles y destierros, sino también y sobre todo, no lograron sus objetivos revolucionarios. Contra las conspiraciones alejadas de las masas, las corrientes reformistas de la socialdemocracia habían tejido un pensamiento pacifista absolutamente complementario de su visión gradualista del desarrollo de la clase obrera y el cambio revolucionario.
En el texto que comentamos, una argumentación para convencer a la dirección de la necesidad de la insurrección, Lenin polemiza contra la identificación que hacían los reformistas entre los puntos de vista del marxismo revolucionario y el blanquismo. Para fundamentar su posición, Lenin parte de la afirmación de Marx de que la insurrección debe ser tratada como un arte, y explica cuáles son las condiciones en las que debe apoyarse: “Para poder triunfar, la insurrección debe apoyarse no en una conjuración, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo.”

En este sentido, el marxismo tiene una superioridad sobre las corrientes puramente conspirativas, así como sobre las corrientes puramente espontáneas. La conspiración consciente, sin las masas que salen a la lucha más o menos espontáneamente, no puede llegar a nada, más que a derrotas seguras. Pero el movimiento espontáneo de las masas sin la conspiración consciente difícilmente logre triunfar.

Por eso, la labor de Lenin fue fundamental. Midiendo todo el tiempo el estado de ánimo de las masas, luchó por unir ese estado de ánimo (que ya había dado acciones espontáneas sin preparación suficiente, como las jornadas de julio) con la acción consciente, metódica y organizada del partido bolchevique. En este sentido, entre las condiciones que Lenin consideraba fundamentales en esa coyuntura política para encarar la empresa de la insurrección estaba la presencia de las masas sublevadas, tanto como el peso conquistado por el partido bolchevique en la clase obrera, vanguardia de la revolución.

A su vez, Lenin unía la preparación de la insurrección con la agitación de un programa que diera respuesta a los sufrimientos de los obreros y campesinos rusos: “Nuestra declaración deberá formular esta conclusión en la forma más breve y tajante y de acuerdo con los proyectos programáticos: paz a los pueblos, tierra a los campesinos, confiscación de las ganancias escandalosas, poner fin al escandaloso sabotaje de la producción por los capitalistas”. Y concluía: “... para enfocar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, debemos, al mismo tiempo, sin perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos de la insurrección, distribuir las fuerzas, enviar los regimientos de confianza contra los puntos más importantes, cercar el Teatro de Alejandro y ocupar la Fortaleza de Pedro y Pablo, arrestar el Estado Mayor y al gobierno, enviar contra los cadetes militares y contra la “división salvaje” aquellas tropas dispuestas a morir antes de dejar que el enemigo se abra paso hacia los centros de la ciudad; debemos movilizar a los obreros armados, haciéndoles un llamamiento para que se lancen a una desesperada lucha final; ocupar inmediatamente el telégrafo y la telefónica, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección en la central telefónica y conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc.” .

Todo esto, naturalmente, a título de ilustración, como ejemplo de que en el momento actual no se puede ser fiel al marxismo, a la revolución, sin considerar la insurrección como un arte”.

Esta polémica, vital para el desarrollo de la revolución, fue desarrollada por Lenin, incluso contra miembros de la dirección del partido bolchevique, como Zinoviev y Kamenev, que salieron públicamente a pronunciarse contra la perspectiva de la insurrección.

El Comité militar revolucionario y el rol de Trotsky

La decisión de tomar el poder se debe fundamentalmente a Lenin. La forma en que se logró tomarlo se debe a Trotsky. Efectivamente, la formación del Comité militar revolucionario de Petrogrado, impulsada y animada por Trotsky, es, sin temor a exagerar, una de las tácticas político-militares más inteligentes de las historia de los movimientos revolucionarios.

Después de la acción reaccionaria de Kornilov, que había sido derrotada gracias a la decisión y firmeza de los obreros, acaudillados por los bolcheviques, el Comité militar revolucionario se formaba para defender las conquistas de la revolución de febrero contra todo intento reaccionario, luego de la “korniloviada”. Sin embargo, sus objetivos no eran meramente defensivos, sino que su función defensiva estaba al servicio de un objetivo ofensivo, que era preparar la insurrección. Esto, sin embargo, dista de ser una maniobra o un engaño. En efecto, la única forma de defender las conquistas que los obreros habían logrado con la revolución de febrero era luchar por el poder de los soviets. En ese sentido, el Comité militar revolucionario de Petrogrado, no sólo fue una táctica brillante desde el punto de vista operativo, sino que su doble función defensiva/pública y ofensiva/conspirativa, estaban unidas por la dinámica ascendente del proceso revolucionario. De esta forma, el movimiento “espontáneo” de las masas y la acción “conciente” del partido se fundían en un movimiento único. El mismo día que los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno, el II Congreso de los Soviets proclamó el dominio del poder obrero en Rusia.

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