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A 90 años de la Revolución Rusa

Los Comités de Fábrica bajo el primer gobierno provisional

29 de marzo 2007

La revolución llevaba sólo tres semanas y ya parecía una década. Todas las clases de la sociedad se habían mostrado en el teatro de la revolución. La vieja monarquía, la burguesía en el poder, los conciliadores en el gobierno, todos ya habían expuesto cuál sería su actitud frente a las transformaciones por venir. Así también, la poderosa y profunda intervención espontánea de las masas en la vida política puso sus simpatías y esfuerzos en la creación de los Soviets como embrión del nuevo gobierno de los trabajadores y campesinos, como vimos en la entrega anterior. Pero esta intervención no se detuvo allí. La clase trabajadora puso en pie una institución nueva, que no tenía antecedentes en su tradición anterior: los comités de fábrica. Desde éstos, por su intervención en los destinos económicos de la producción, puso en cuestión el verdadero contenido social de la revolución, anticipando el objetivo de la destrucción del régimen de propiedad capitalista y la necesidad de realizar las primeras medidas para una transformación socialista de las relaciones de clase.

La anarquía económica
En el transcurso de la huelga que impulsó la revolución de febrero, los trabajadores de Petrogrado habían tomado edificios, oficinas públicas y grandes palacios para establecer reuniones de los soviets locales, de los sindicatos, de los comités de abastecimiento, de las guardias rojas, etc. Miles salían a diario a las calles, a mítines, y lo que era más importante, la huelga general continuaba. En algunas fábricas, las de menor envergadura, los patrones habían huido y los obreros se habían hecho del control de su fuente de trabajo.
No huían sólo del estallido revolucionario sino también de la crisis y anarquía en que se encontraba la producción económica por la guerra. La guerra misma estaba en crisis y los capitalistas que de pronto se habían hecho dueños del poder político querían ante todo sacar provecho de ello. Frente al quiebre económico, las patronales habían optado por el ajuste y los despidos masivos. La inflación era imparable y era aprovechada por los patrones para abaratar los salarios de los trabajadores.
El día 5 de marzo el Soviet de Petrogrado ordena a los trabajadores levantar la huelga y volver al trabajo. Los dirigentes conciliadores habían realizado un compromiso con el Gobierno Provisional de que la demanda de 8 hs. de trabajo y el aumento de salarios se debatirían en el futuro. Los mencheviques aducían que el proletariado no tenía tanta fuerza para imponer aún estas demandas y que si presionaban mucho podía salirse todo de control. Pero la anarquía ya reinaba en la producción y no justamente por culpa de las demandas económicas de los trabajadores.

Los comités de fábricas: lucha obrera más allá de la lucha sindical
Se estableció en las fabricas y en las calles el debate en torno a si se debía regresar al trabajo o no, y sobre todo ¿en qué condiciones se quería regresar? No era que los trabajadores no quisieran trabajar sino que si regresaban se enfrentaban a las duras condiciones del trabajo capitalista y a la amenaza constante de despidos y cierres de empresas. La industria, decían los empresarios, estaba pasando por una crisis económica y se exigía a los trabajadores que fuesen ellos quienes soportaran los costos.
Los obreros volvieron al trabajo pero empezaron a organizarse en comités de fábrica y a implementar en forma autónoma y unilateral la jornada de trabajo de 8 hs., así como a exigir toda una serie de derechos que le correspondían a estos nuevos comités: la contratación y el despido de personal, la fijación de los ritmos de trabajo, la duración de los descansos, etc. En muchas fábricas los supervisores y capataces más odiados fueron sacados por la multitud obrera y tirados al río o a la calle. Los comités eran electos en forma directa por los trabajadores, y se mostraron enormemente flexibles para dar cuenta de los cambios de ánimo que se estaban produciendo entre los trabajadores.
La oposición inicial del comité ejecutivo del Soviet, quien veía en todo esto un "exceso de demandas" por parte de los trabajadores, no pudo evitar que éstas fueran impuestas espontáneamente por la intervención de los trabajadores y finalmente conquistadas. El 10 de marzo más de 300 empresas de Petrogrado, entre la que se hallaba la patronal de la industria de guerra, se ven obligadas a aceptar un acuerdo con el Soviet a favor de la implementación de la jornada de 8 hs. y por el reconocimiento de los comités de fábrica. Los límites y alcances que ésta nueva institución concentrará será uno de los debates centrales del carácter radical que toma la revolución rusa.
En los comités de fábrica tenían peso centralmente las organizaciones socialdemócratas, los mencheviques y bolcheviques. A diferencia de los sindicatos, no se limitaban al establecimiento de la regulación de la relación entre obreros y patrones en torno a las condiciones del trabajo y al pago de salarios sino que se inmiscuían en la administración directa de la producción. En los hechos ponían en cuestión quién era el que debía dirigirla y en interés de qué clase social. Si bien los sindicatos crecieron en las primeras semanas de la revolución (unos 750 mil obreros se afiliaron a los sindicatos por esos días), los comités de fábrica surgieron y se extendieron espontáneamente abarcando a un mayor número de trabajadores. En algunas fábricas se los denominó comités de "veteranos", por el peso que en ellos tenían los obreros con más experiencia, aquellos que habían participado de la revolución de 1905 y de las huelgas fabriles de 1912. De aquí que los bolcheviques contaran con un peso importante de militantes y una extendida simpatía entre los obreros de los comités. Los bolcheviques, a diferencia de los mencheviques que buscaban restringir las demandas obreras, fueron su ala más radical e impulsaron constantemente su acción hacia delante.

El "Soviet conciliador" y los comités de fábrica
El acuerdo firmado entre el Soviet y la patronal planteaba nuevamente la pregunta sobre quién era el legítimo detentador del poder político. El acta del 10 de marzo se limitaba a algunas fábricas de la capital y, aunque se hizo extensivo como ejemplo a toda la producción, y hasta los oficios más recónditos se unieron al movimiento fabril, no fue refrendado por ninguna normativa legal. De aquí que los patrones resistieran intensamente su implementación primero y luego, a pesar de ceder ante el pedido del Soviet, se embarcaran en una lucha tenaz por liquidar los comités. Los mencheviques veían el acta como el acuerdo de dos instituciones "privadas" de la sociedad civil, de la patronal por un lado y del Soviet como representante de los obreros y el pueblo por el otro. El Estado, en manos de la burguesía, no podía legislar una medida que atentara contra el poder económico de la clase que había tomado el gobierno, la burguesía. En un momento, pensaron los conciliadores, se podían establecer comisiones mixtas para dirigir la producción evitando así la anarquía. Por ejemplo, el servicio de ferrocarril fue otorgado a una de estas comisiones mixtas. Pero los comités y la patronal se mostraron como sectores imposibles de conciliar ya que el antagonismo surgía del cuestionamiento que los comités planteaban a la propiedad privada capitalista.

Los "expropiadores"
El patrón volvía a la fábrica y todas las viejas jerarquías de mando y disciplina estaban rotas, los comités de fábrica establecieron que por ser ellos instituciones de carácter electivo debían ser los que informaran a la administración fabril las necesidades de la producción: la materia prima, la fijación de la producción diaria, los ritmos y toda una seria de medidas que los trabajadores tomaban para evitar el descalabro económico. Este último, lejos de ser consecuencia de la acción obrera, fue producto de la medida a la que la burguesía recurrió, el lock out, para forzar a la revolución a hincarse a sus pies. Por ello los comités tomaron el carácter de enfrentamiento directo con la patronal. El problema de la estatización inmediata de las fábricas y empresas fue puesto entre una de las demandas centrales del movimiento. Luego Lenin popularizaría la demanda de abolición del secreto comercial, extendiendo el soviet a otros sectores de la economía, como la distribución y las finanzas. Los límites de la propiedad capitalista estaban en cuestión. Los patrones se quejaban de no poder llevar adelante su producción en "libertad" por estos comités, pero los obreros ya conocían que esa libertad era para ellos la esclavitud.
Las incursiones espontáneas de las masas tendían a romper los marcos legales de la propiedad privada. Este movimiento hacia la expropiación de la propiedad capitalista era un fenómeno en el que no sólo participaban los trabajadores sino todas las clases oprimidas impulsadas por la revolución. La propiedad terrateniente era sigilosamente socavada por los campesinos. Las masas insurrectas se habían hecho de palacios y edificios públicos del zarismo para llevar a cabo allí sus reuniones. Pero era la propiedad privada capitalista, la propiedad sobre fábricas, empresas, bancos, la que ponía en primer plano los límites a los cuales se quería reducir la revolución. La lucha por la jornada de 8 hs. y por la estatización de las empresas en las primeras semanas de la revolución aleccionó a los obreros sobre la actitud de sus dirigentes del Soviet y los puso en guardia frente a los siguientes pasos que daría el calendario revolucionario.
Los comités se extendieron, y a instancias de los bolcheviques realizaron una primer conferencia en los primeros días de abril para terminar constituyendo el Soviet (Consejo) de los comité de fábrica, como instituciones de autodeterminación de la masas. El comité de fábrica era una institución más radical que los sindicatos, pues su tendencia no era a regular sino a trastocar el régimen de propiedad, pero a la vez como sólo abarcaba a aquellos que se encontraban dentro de la producción fabril y de las empresas organizadas por los capitalistas tenía el límite de que no estaban incluidas las demás clases oprimidas de la sociedad. Es por eso que el Soviet de diputados de obreros y soldados iba más allá de los comités de fábrica expresando la extensión del poder del proletariado hacia las otras clases oprimidas de la sociedad. El poder de la clase obrera nacía en la producción cuestionando la propiedad capitalista, pero también se extendía hacia las unidades territoriales expresando las tendencias de las masas obreras y explotadas a plantear la cuestión esencial de la revolución: en manos de qué instituciones debía estar el poder, en manos de la organización democrática de los diputados obreros y soldados o en manos de los ministros de la nobleza reformista y los capitalistas.

El carácter social de la revolución rusa
Decía Trostky: "Las revoluciones han señalado siempre transformaciones profundas en el régimen de la propiedad, no sólo por la vía legislativa sino también por la de la acción espontánea de las masas. Las revoluciones agrarias no se han producido nunca de otro modo en la historia: las reformas legales han venido siempre, invariablemente, después del ‘gallo rojo’. En las ciudades, el margen de expropiaciones espontáneas ha sido siempre menor: las revoluciones burguesas no se proponían conmover las bases de la propiedad burguesa"1. La revolución de febrero, con la extensión y el desarrollo de los comités de fábrica por un lado, y con la organización del Soviet de diputados obreros y soldados por el otro, planteaba que, a diferencia de las revoluciones burguesas anteriores, la propiedad privada en las ciudades, fábricas, establecimientos, bancos, así como edificios privados y públicos, estaba en poder de las masas, poniendo en cuestión el conjunto de las relaciones de producción heredadas de la propiedad feudal y, lo que era más importante, de la moderna producción burguesa.
Mientras que los sectores reformistas del Soviet priorizaban la conservación de las libertades políticas, bajo la ficción de una "democracia popular" basada en el establecimiento de un régimen parlamentario burgués, los trabajadores no veían otra manera de conquistar tal democracia que trastocando las relaciones de propiedad y con ellas las de la sociedad misma. En las revoluciones burguesas se habían terminado imponiendo las formas de la dominación parlamentaria, la organización estatal, de una nueva elite económica y política. El Soviet como organización política, expresaba la democracia, ya no de una elite, sino el de las amplias masas de trabajadores.


1 L. Trostky. Historia de la Revolución Rusa, Tomo I, Pág. 145. Ed. Antídoto.

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La Constitución de Fábrica

El dIa 2 de abril, a instancia de los obreros del departamento de Artillería, se lleva adelante una Conferencia preparatoria de los comité de fábrica de la industria de guerra. Allí los obreros votan una Constitución de Fábrica que daba las siguientes atribuciones a los comités:
Todas las instrucciones sobre la organización de la fábrica (por ejemplo, horarios, salarios, contratos y despidos, vacaciones, etc.) deberá emanar de los comités de fábrica. Se informará luego al director de fábrica (…)
El contrato de todo personal administrativo (de dirección superior, jefes de secciones o talleres) depende de la aprobación del comité de fábrica, que debe notificar a los obreros sus decisiones en reuniones generales de toda la fábrica o a través de los comités de taller (…)
El comité de fábrica controla la actividad de dirección en los terrenos administrativo, económico y técnico (…) se debe proporcionar a los representantes de los comités de fábrica, para su información, todos los documentos oficiales de la dirección, los presupuestos de la producción y de gastos, y listas de todos los objetos que entren y salgan de la fábrica (…).

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Trostky, Historia de la Revolución Rusa, Capítulo 12

La clase obrera, en su conjunto, no podía ni quería contentarse con las cintitas rojas como símbolo del triunfo... para otros. En las fábricas de Petrogrado reinaba la agitación. Muchas se negaron abiertamente a someterse a la orden dada por el Soviet. Los obreros estaban siempre dispuestos, naturalmente, a volver a la fábrica, pues, ¡qué otro remedio tenían! Pero ¿en qué condiciones? Los trabajadores exigían la jornada de ocho horas. Los mencheviques recordaban el ejemplo de 1905, en el cual los obreros intentaron implantar la jornada de ocho horas por iniciativa propia y fueron derrotados. "La lucha en dos frentes -contra la reacción y contra los capitalistas- rebasa las fuerzas del proletariado." Ésta era su idea central. Los mencheviques inclinábanse a aceptar, en general, la ruptura fatal con la burguesía en un futuro próximo. Pero esta persuasión, puramente teórica, no obligaba a nada. Los mencheviques entendían que no había que forzar la ruptura. Y como quiera que la burguesía no se pasa, precisamente, al campo de la reacción obligada por las frases inflamadas de los oradores y periodistas, sino presionada por el movimiento espontáneo de las clases trabajadoras, los mencheviques se oponían con todas sus fuerzas a la lucha económica de los obreros y campesinos. "Las cuestiones sociales -decían- no son, actualmente, las primordiales. Ahora, por lo que hay que luchar es por la libertad política." Pero los obreros no acertaban a comprender en qué consistía esa mítica libertad. Ellos querían, ante todo, un poco de libertad para sus músculos, y sus nervios y ejercían presión sobre los patronos. ¡Qué ironía! Precisamente el 10 de marzo, cuando el órgano menchevique decía que la jornada de ocho horas no estaba a la orden del día, la Asociación de Fabricantes, que en la víspera se había visto obligada a entablar relaciones oficiales con el Soviet, manifestaba su conformidad con la implantación de la jornada de ocho horas y la organización de comités de fábrica. Los industriales demostraban mucha más perspicacia que los estrategas democráticos del Soviet. La cosa no tiene nada de sorprendente: en las fábricas, los patronos se veían frente a frente con los obreros, que en la mitad, por lo menos, de los establecimientos petersburgueses, entre los que figuraban la mayoría de los más importantes, habían abandonado unánimemente las fábricas después de las ocho horas de trabajo, tomando así ellos mismos lo que les negaba el gobierno y el Soviet.
Los acontecimientos relacionados con la lucha por la jornada de ocho horas tuvieron gran importancia para el desarrollo ulterior de la revolución. Los obreros conquistaron unas cuantas horas libres semanales para la lectura, las asambleas y, asimismo, para los ejercicios de fusil, que tomaron un carácter organizado desde la creación de las milicias obreras. Después de tan elocuente lección, los obreros empezaban a vigilar más de cerca a los dirigentes soviéticos. El prestigio de los mencheviques disminuyó seriamente. Los bolcheviques se reforzaron en las fábricas y en algunos cuarteles. El soldado se hizo más atento, más reflexivo, más prudente, comprendiendo que alguien vigilaba por él. El designio pérfido de la demagogia se volvió contra sus instigadores. En vez del divorcio y la hostilidad que buscaba consiguió sellar una inteligencia mucho más estrecha y fraternal entre los obreros y los soldados.

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