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Lev Davidovitch

28 de agosto 2003

“La voluntad es una forma particular del pensamiento”
Hegel

Cuando Engels se apagó apaciblemente en Londres, cargado de años, patriarca venerado de la socialdemocracia internacional, el siglo que terminaba separó las revoluciones burguesas de las revoluciones proletarias, el jacobinismo del bolchevismo. La transformación del mundo, anunciada por Marx, iba a volverse la tarea inmediata y los revolucionarios conocerían vicisitudes sin igual. De hecho, los cráneos de los tres más grandes jefes revolucionarios desde Engels recibieron los golpes de la reacción. El historiador futuro no podrá dejar de ver allí uno de los signos distintivos de nuestra época. Deberá también destacar de dónde venían los golpes. El cráneo de Lenin fue perforado por una bala de la “socialista revolucionaria” Fanny Kaplan2. El cráneo de Rosa Luxemburgo fue roto a golpes de culata de fusil por la soldadesca del “socialdemócrata” Noske3. El cráneo de Trotsky fue abierto por el piolet de un mercenario del “bolchevique” Stalin. Nuestra época de crisis, con sus saltos bruscos y su ritmo febril, usa siempre más rápido a los partidos y a los hombres. Aquellos que en la víspera aún representaban la revolución se vuelven instrumentos de la reacción más oscura. Esta lucha entre la cabeza del proceso histórico y su pesada cola fatigosa toma su forma más dramática en el duelo entre Trotsky y Stalin, precisamente porque ella se desarrollaba sobre la base de un estado obrero ya establecido. Trotsky –llevado al poder por la explosión revolucionaria de las masas, perseguido y abatido cuando se sucedieron las derrotas del proletariado- se volvió la encarnación misma de la revolución.
(...) Sin duda es más fácil al visitante de un día decir lo que vio sobre la cara de Trotsky que a alguien que estuvo varios años a su lado, en las circunstancias más diversas. Lo que no he visto jamás en él, es la más ligera expresión de vulgaridad. Tampoco se podía encontrar en él lo que se llama bondad. Pero no faltaba un cierto dulzor, viniendo sin duda de la formidable inteligencia que se sentía siempre dispuesta a comprenderlo todo. Lo que se veía comúnmente, era un ardor juvenil, jovialidad para todo emprendimiento y al mismo tiempo habilidad para entusiasmar a los otros a colaborar con la empresa. Cuando se trataba de fustigar a un adversario, esta suerte de alegría se convertía rápidamente en ironía, mordaz y maliciosa, alternando con un gesto de desprecio, y cuando el enemigo era particularmente canalla se tocaba, por un instante, casi con la burla. Pero el ímpetu volvía rápido. “¡Los venceremos!”, amaba repetir entonces con brío. (...)
En la vida cotidiana, esta voluntad estaba volcada a un trabajo estrictamente organizado. Todo lo que lo molestaba sin razón le irritaba extremadamente, detestaba las conversaciones sin objetivo, las visitas no anunciadas, los contratiempos, los retrasos en las citas. Todo esto sin pedantería, por supuesto. Si una cuestión importante se presentaba, no dudaba un instante en trastocar todos sus planes, pero era necesario que ésta valiera la pena. Al menor interés por el movimiento, usaba su tiempo y sus fuerzas sin límite, pero se mostraba igualmente de avaro cuando amenazaban ser desperdiciadas por la indiferencia, la ligereza o la mala organización de los otros. Economizaba la menor parcela de tiempo, la materia más preciosa de la cual la vida está hecha. Toda su vida personal estaba fuertemente organizada por esta cualidad que en inglés se llama singleness of purpose. Establecía una jerarquía de las tareas y lo que emprendía lo llevaba hasta el final. Normalmente no trabajaba menos de doce horas por día, a veces mucho más, cuando era necesario. (...).
Reclamaba el mismo espíritu de método que él observaba en su trabajo a los camaradas que lo ayudaban. Más estaban próximos a él y más les pedía, menos se molestaba en formalidades. Quería la precisión para todo, una carta sin fecha, un documento sin firma le irritaban siempre, como en general todo abandono, toda negligencia, todo descuido. Hacer bien lo que se hacía y hacerlo bien hasta el final. Y para esta regla, no hacía distinción entre las pequeñas necesidades cotidianas y el trabajo intelectual: llevar sus pensamientos hasta el final, esa es una expresión que se encuentra a menudo bajo su pluma. (...)
En las entrevistas con Lev Davidovitch, lo que sorprendía sobretodo a los visitantes, era su capacidad de ubicarse en una nueva situación, desconocida por él hasta el momento. Sabía integrarla en su perspectiva general, pero por otro lado, podía siempre dar consejos concretos, inmediatos. Durante su tercera inmigración, tuvo a menudo la ocasión de entrevistarse con visitantes de países que no conocía directamente. Estos podían ser países de los Balcanes o de América Latina, no siempre sabía la lengua, no seguía su prensa y nunca se había interesado particularmente en sus problemas específicos. Primero dejaba hablar a su interlocutor, inscribiendo de tanto en tanto algunas breves anotaciones sobre una pequeña hoja de papel frente a él, pidiendo algunas veces precisiones: “¿Cuántos miembros en este partido?” “¿Este hombre político no es un abogado?” Luego hablaba. La masa de informaciones que se había aportado se organizaba entonces. Se distinguía luego los movimientos de las diferentes clases y de las diferentes capas al interior de estas clases, enseguida, ligado a estos movimientos, se revelaba el mapa de los partidos, grupos y organizaciones, luego el lugar y la acción de los diversos personajes políticos, hasta su profesión y sus rasgos personales, inscribiéndose lógicamente en el conjunto. El naturalista francés Cuvier era capaz, con sólo un hueso, de reconstituir todo un animal.4 Con su enorme conocimiento de las realidades sociales y políticas, Trotsky podía librarse a un trabajo análogo. Su interlocutor permanecía siempre maravillado de ver cuán profundamente había sabido penetrar en la realidad del problema particular y abandonaba la oficina de Trotsky, conociendo ahora un poco mejor su propio país. (...)
El estilo de Trotsky era objeto de una admiración universal. Sin duda es el mejor que se puede comparar con el de Marx. Sin embargo, la frase de Trotsky es menos amplia que la de Marx, en el que se siente, sobretodo en las obras de su juventud, la riqueza de los recursos universitarios. El estilo de Trotsky alcanza sus efectos con la ayuda de medios extremadamente simples. Su vocabulario, especialmente en los escritos propiamente políticos, permanece bastante limitado. La frase es corta, con subordinadas poco numerosas. Lo que hace su fuerza, es que está sólidamente articulada, la mayoría de las veces con oposiciones fuertemente marcadas, pero siempre bien balanceadas. Esta sobriedad de medios da al estilo una gran frescura y, se podría decir, juventud: Trotsky, en sus escritos, es mucho más joven que Marx. (...) Comparado con el de Lenin, el estilo de Trotsky le lleva ventaja, y de lejos, por su claridad y su elegancia, sin perder nada de su potencia. La frase de Lenin a menudo se obstruye, se sobrecarga, se desorganiza. El pensamiento, parece, abruma a veces la expresión. Trotsky dijo una vez que en Lenin se podía descubrir al mujik ruso, pero elevado a un grado genial. Aunque el padre de Lenin fue funcionario provincial y el de Trotsky arrendatario, es Trotsky quien es el ciudadano frente a Lenin, seguramente a causa de su raza. Se lo puede notar inmediatamente en la diferencia de los estilos, sin buscar aquí librar esta oposición en los otros aspectos de estas dos gigantes personalidades.
Cuando Trotsky fue deportado a Turquía, el pasaporte que le remitieron las autoridades soviéticas indicaba como profesión: escritor. Y en efecto, fue un gran, un muy grande escritor. Si la inscripción del burócrata hace sonreír, es que Trotsky ¡fue mucho más que un escritor! (...) Su enorme producción literaria, donde se encuentran los libros, los folletos, innumerables artículos, cartas, precoces declaraciones a la prensa, notas de todos los géneros es, seguramente, desigual. Algunas partes están más trabajadas que otras, pero ninguna frase es descuidada. En esta formidable acumulación de escritos, tomen cinco líneas al azar y reconocerán siempre allí al Trotsky inimitable. El volumen también es impresionante y eso sólo atestiguaría una voluntad y una capacidad de trabajo poco comunes. Se recopiló de Lenin treinta tomos de obras completas, mas treinta y cinco volúmenes de correspondencia y notas diversas. Trotsky vivió siete años más que Lenin, pero sus escritos, desde sus grandes libros hasta las breves notas personales, ocuparán seguramente un volumen triple. (...)
Trotsky se entregó enteramente en sus libros. El contacto personal del hombre no modificaba sino precisaba y profundizaba el retrato que había dado la lectura de sus escritos: pasión y razón, inteligencia y voluntad, llevadas una y otra a un grado extremo, pero al mismo tiempo fundándose una en la otra. En todo lo que hacía Lev Davidovitch, se sentía que ponía todo su ser. Repetía frecuentemente las palabras de Hegel: nada grande se hace en este mundo sin pasión, y sólo tenía desprecio para los filisteos que se levantaban contra el “fanatismo” de los revolucionarios. Pero la inteligencia estaba siempre allí, en equilibrio maravilloso con el ímpetu. No se podía además soñar con descubrir una oposición: la voluntad era invencible, porque la razón veía muy lejos. Sería necesario aún citar a Hegel: Der Wille ist eine besondre Weise des Denkens.5

1 Este texto, redactado originalmente en francés, fue publicado por primera vez en Fourth Internationale de agosto de 1941. Jean van Heijenoort (1912-1986) era estudiante de matemáticas. Fue secretario de Trotsky en Prinkipo desde noviembre de 1932 hasta su llegada a Francia donde sirvió de manera intermitente. Acompañó a los Trotsky a Noruega, volvió, pero retornó allí en el momento de la internación, lo que le valió un arresto y expulsión brutal. Partió para México en 1937 y llegó allí al mismo tiempo que Trotsky y permaneció allí hasta noviembre de 1938. Después vivió en Estados Unidos, asegurando las más importantes responsabilidades en el secretariado internacional hasta 1946.
2 Dora, a veces llamada Fanny Kaplan, alcanzó a la cabeza Lenin con una bala mientras que éste salía de una reunión en una fábrica el 30 de agosto de 1918. Es posible que la herida recibida en esta ocasión haya sido el origen directo de la muerte prematura de Lenin.
3 Detenida por los soldados de los “Cuerpos-Francos” a las órdenes del ministro socialista de la guerra, Gistavo Noske (1868-1946), Rosa Luxemburgo (1870-1919), quien dirigió el partido socialdemócrata de Polonia, inspiró a la “izquierda” alemana, fundó el grupo Spartacus y luego el Partido Comunista, fue asesinada a golpes de fusil sin su escolta y su cadáver tirado en un canal donde sólo se lo descubrió meses más tarde.
4 Se trata de Georges Cuvier (1769-1832)
5 “La voluntad es una forma particular del pensamiento”
Novedades del CEIP “León Trotsky”
Próximamente saldrá el Boletín Electrónico N° 4 que contiene, entre otras secciones, una dedicada a León Trotsky en el 63° aniversario de su asesinato, una entrevista al recientemente fallecido Octavio Fernández realizada por la historiadora Olivia Gall, recordando su rol destacado en la fundación del trotskismo mexicano e importantes hechos de la época, un dossier bibliográfico sobre las revoluciones boliviana y cubana. Para recibir nuestros boletines, envíenos un mail a [email protected]. Puede visitar los anteriores y todo el material publicado por el CEIP online en http://www.ceip.org.ar

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