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Lucha de Clases N° 4

Las huelgas de Minneapolis de 1934

Mientras Estados Unidos se hundía bajo los efectos de la Gran depresión de 1929, la ilusión de progreso “ininterrumpido” de todas las clases sociales se desvanecía sin dejar rastro.

24 de julio 2008

EEUU, el gigante en crisis

Mientras Estados Unidos se hundía bajo los efectos de la Gran depresión de 1929, la ilusión de progreso “ininterrumpido” de todas las clases sociales se desvanecía sin dejar rastro.

El 25 por ciento de la población activa se encontraba desocupada, los inquilinos no podían pagar sus alquileres. A causa del hambre, los saqueos a tiendas y mercados eran comunes y los desocupados se organizaban en clubes de trueque para poder subsistir.

El Estado no ofrecía respuesta y hasta la tan mentada “beneficencia” de monopolios y magnates había desaparecido. Como lo describiera Trotsky, la declinación del nivel de vida de las masas era absoluta: los trabajadores comenzaban economizando en sus modestas diversiones, luego en sus vestidos y finalmente en sus alimentos (que por otra parte eran de pésima calidad). En el pozo de la crisis – y a causa del desempleo – los obreros habían perdido la confianza en sí mismos.

A comienzos de 1933, Franklin Roosevelt llegaba a la presidencia de los EE.UU. instaurando el New Deal (Nuevo Trato). El objetivo era contener los crecientes reclamos otorgando una mínima y escasa asistencia a los desocupados y una serie de derechos organizativos a los trabajadores, sin descartar, por supuesto, la represión brutal cuando fuese necesaria.
La crisis, como las primeras huelgas de aquel año, irán educando rápidamente a la clase obrera norteamericana, quien ya se encamina a producir el levantamiento más grande de toda su historia.

Minneapolis, corazón del “open shop”

El sindicalismo pro patronal de la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), sólo se ocupaba de organizar a los trabajadores calificados de algunos oficios privilegiados. Su función era mantener sindicatos por oficios, pues así podía abocarse mejor a crear sus pequeños “trusts” de empleos, según los cuales las empresas sólo contrataban a los trabajadores agrupados en la Federación. Los funcionarios sindicales imponían un control estricto sobre las huelgas y hasta era común que un gremio sirviera de rompehuelgas contra otro. Métodos dictatoriales, corrupción y entrega, hicieron de la AFL una organización en declive al iniciarse la crisis del `30.

Para esa época, la gran mayoría de los obreros industriales estaban desorganizados y la casi inexistente legislación laboral daba pie al florecimiento de ciudades o zonas “open shop” (taller abierto), donde la contratación era individual y la sindicalización estaba prohibida por ley.
Si había lugar donde el “open shop” reinara sin límites, ése era Minneapolis (ciudad del estado de Minnesota). Durante 15 o 20 años la Citizen Alliance (Alianza Ciudadana), una organización de patrones duros, dirigía la ciudad con mano de hierro. Conocida como el lugar de huelgas perdidas, negocios abiertos, salarios miserables, horas robadas y un débil e ineficiente movimiento sindical por oficio, ni una simple huelga había triunfado en aquellos años.

Minnesota contaba con otra particularidad. El Estado estaba gobernado desde 1930 por Floyd B. Olson, representante de un tercer partido: el “Farmers Labor Party” (Partido de los Trabajadores y los Agricultores).
Olson ostentaba haber sido trabajador agrícola y se presentaba a sí mismo como un “progresista bien balanceado”. Sin embargo, no tardaría en demostrar que simplemente era un gobernador capitalista, enemigo de los trabajadores.

La Liga Comunista de América

Entre 1933 y 1934, en Minneapolis las condiciones para el gran salto hacia la sindicalización masiva estaban madurando.

Desde luego, nada podía esperarse de los rutinarios dirigentes locales de la AFL, y por lo tanto hacía falta un factor “adicional” que pudiera direccionar la combatividad de la base obrera. Ese factor se hallaba en el pequeño grupo trotskista de 40 miembros de la Liga Comunista de América.

Por años estos militantes habían sido una voz gritando en el desierto, confinados a la crítica salvaje del PC. Más de una vez habían sido acusados de no ser nada, salvo sectarios y divisionistas.

Ahora, el potente movimiento huelguístico que recorría el país les daba la posibilidad de participar en el movimiento de masas y de poner al trotskismo frente a un test decisivo.

Organizando a los obreros del carbón

Ray Dunne y Carl Skoglund eran dos importantes dirigentes de la Liga, y ambos trabajaban en la industria del carbón. A ellos se sumaron Grant y Miles Dunne y otros jóvenes militantes para constituir el equipo central que emprendería el trabajo de sindicalización en esa industria.

La Liga había discutido las formas de insertarse en los sindicatos locales. Sabían que llegados los primeros momentos del ascenso, los obreros se dirigirían a los sindicatos ya existentes, sin importar cuán conservadores éstos fueran. Por naturaleza, los trabajadores temen al aislamiento y los trotskistas no querían aislarse de los trabajadores.
La oportunidad la vieron en el local 574 de los Teamsters (camioneros). A pesar de contar con sólo 75 afiliados, este sindicato era estratégico. En invierno Minneapolis llega a temperaturas bajo cero, y una huelga que lograra paralizar la industria del carbón pondría rápidamente en serios problemas a los empresarios.

En 1931 se realizó el primer intento de ingreso al local 574. Carl Skoglund fue rechazado por ser un “conocido alborotador”, pero Miles Dunne logró insertarse.

Poco después se iniciaba un trabajo en la empresa hullera De Laittre-Dixon Fuel donde trabajan Ray, Miles, Grant y Carl. La tarea debía ser cuidadosa y clandestina, y para eso formaron un “comité organizador voluntario”, al cual se fueron sumando de a uno nuevos trabajadores.
A mediados de 1933 ya era posible reunir a todos los obreros comprometidos con el movimiento por la sindicalización. ¿Pero cómo hacerlo ante los ojos de los patrones, sin provocar despidos masivos? Ray Dunne tuvo una idea: convence al patrón de que los obreros necesitan una reunión fuera del horario de trabajo, una fiesta con cerveza, para “fomentar la moral de la compañía”. Tan impresionado queda éste, que accede haciéndose cargo de los gastos del salón y las bebidas. Esta primera reunión fue un éxito y dio nuevas fuerzas al movimiento.

Poco después hay que superar otra prueba: sorpresivamente Ray es despedido. Los miembros de la Liga discuten con los trabajadores convenciéndolos de no ir a la huelga en su defensa. Aún no era el momento.

Para el invierno del 34, las fuerzas del comité organizador ya se han extendido lo suficiente: la hora de preparar la huelga había llegado.
Miles Dunne logra convencer a un sector de la directiva del sindicato para que brinde apoyo al comité organizador. Un paso estaba dado, aunque aún faltaba lidiar con las maniobras y la condena del líder nacional de los Teamster, Daniel Tobin.

Pese a todo, la preparación siguió su marcha. Los obreros del carbón se organizan en un amplio comité de huelga que exige el reconocimiento del sindicato, además de otras reivindicaciones.

En el mes de febrero, los piquetes móviles de huelguistas logran paralizar el sector. La Alianza Ciudadana ha sido tomada por sorpresa y en pocos días debe ceder.

Este primer triunfo genera una inmensa alegría en todos los trabajadores de Minneapolis. Ahora, los choferes del carbón hacen sus repartos luciendo con orgullo el prendedor del Local 574.

Mayo: la huelga de los 10 días

La Alianza Ciudadana persistió en su rechazo a tratar con el sindicato y además lo acusó de encabezar un “complot comunista”. Ella también se preparaba para la guerra reforzando a la policía con un número considerable de agentes especiales y contratando rompehuelgas profesionales.

Así las cosas, la huelga era impostergable. Al salir el sol del 16 de mayo de 1934, no se movió nada sobre ruedas sin permiso del sindicato (allí donde los patrones intentaron echar a andar los camiones, los piquetes móviles se lo impidieron).

La policía no tardó en entrar en escena encarcelando huelguistas. No obstante, nada detuvo a los trabajadores.

Para intentar quebrarlos, había que atacar al local 574 de forma abierta. Así fue como en la mañana del sábado 19 de mayo, en el mercado municipal se usaron esquiroles para cargar dos camiones de la Compañía de Frutas Bearman bajo la protección de una gran banda de policías y matones a sueldo, quienes blandían garrotes y cachiporras.
Los piquetes desarmados se defendieron como pudieron pero varios obreros resultaron seriamente heridos.

La escena se repetiría al día siguiente. Un agente provocador, infiltrado en el sindicato, envió tres camiones a un callejón atestado de matones y policías. La emboscada terminó con varios huelguistas, tanto hombres como mujeres, con los huesos rotos.

Toda la maquinaria capitalista se movía para terminar con la huelga. Luego de la emboscada, el Minneapolis Journal catalogó al cobarde ataque como “un encarnizado motín de huelguistas”.

Fortaleciendo el local 574

Con la ayuda de Bill Brown, uno de los dirigentes del sindicato y excelente orador (más tarde se convertiría en simpatizante trotskista), los hermanos Dunne, Carl Skoglund y el joven Farell Dobbs, ponen en marcha una campaña de sindicalización grande y nueva.

Con el prestigio ganado en la huelga del carbón, el Comité organizador logra el reconocimiento oficial dentro del local 574 para dirigir esta campaña. La meta era sindicalizar a choferes, ayudantes, empleados de depósitos, trabajadores de andenes, empleados de las oficinas de embarque, empacadores y otros trabajadores “internos”, cuyos empleos estaban más o menos relacionados a los servicios de camionaje.

Ni bien la campaña comenzaba a dar los primeros pasos, los patrones del carbón despiden a los mejores activistas. Sin embargo, ellos no calcularon que estaban colaborando para que la campaña de sindicalización se expandiera vigorosamente. Repentinamente surgen brigadas sindicalizadoras voluntarias irrumpiendo en garajes, muelles y mercados. No queda sitio donde hubiera un camión sin que pasara el torbellino de las brigadas.

Al poco tiempo, un tropel de nuevos trabajadores se había afiliado. Si bajo su vieja dirección mayoritaria el local 574 no había sido más que un cúmulo de piezas vacías, ahora resucitaba en acaloradas reuniones donde los trabajadores redactan su propio programa de demandas.
A mediados de abril de 1934, la campaña de afiliación culmina en un mitin masivo que vota a favor de la huelga (por el reconocimiento del sindicato) y elige un comité de huelga de 75 miembros.

Al promover las asambleas y estos métodos democráticos, los trotskistas colaboraban en el surgimiento de una militancia obrera, fuerza indispensable para que los Teamsters pudieran encaminarse por primera vez en crear un sindicato industrial (incorporación de todos los trabajadores de una empresa en un solo sindicato).

Preparando la huelga de mayo

En la huelga de mayo se pondría en juego algo más que el derecho a la sindicalización. Sería el día en que los obreros le darían una tremenda lección a la Alianza Ciudadana.

Apoyados en el odio volcánico contenido en la población obrera, el local 574 se preparaba para a hacer de Minneapolis la arena de un enfrentamiento de clases profundo.

Pero la huelga tendría que sortear varios escollos adicionales. Por aquella fecha había unos 30 mil desempleados que junto con sus familias constituían casi un tercio de la población de la ciudad. Presos de una situación ruinosa, los patrones tratarían de convertir a buena parte de esta masa desesperada en rompehuelgas.

Los trotskistas no vieron en ellos una amenaza y buscaron convertirlos en sus aliados. Se creó una sección especial en el sindicato y los dirigentes combativos de los desocupados pasaron a formar parte de los preparativos y de la acción.

A propuesta del comité organizador, se formó también una sección auxiliar femenina que incluía a las esposas, novias, hermanas y madres de los miembros del sindicato. Marvel Scholl y Clara Dunne (esposas de Dobbs y Grant) fueron las dirigentes de ese magnifico ejército de mujeres obreras.

El movimiento huelguístico se hallaba maduro y era preciso aglutinarlo en un sitio apropiado donde se pudiera deliberar y llevar adelante con eficacia todas las tareas que la lucha iba a requerir. Así fue como el enorme garaje, ubicado en el 1900 de la avenida Chicago, se transformó en el cuartel general del comité de huelga.

El garaje contaba con un comedor para alimentar a los huelguistas y un taller de refacción para reparar los autos utilizados por los escuadrones de piquetes móviles.

El comité supo ganarse la solidaridad de otros gremios, como la del Sindicato de Cocineros y Meseros que envió expertos en preparar y servir alimentos de forma masiva (trabajando en dos turnos de 12 horas, más de cien voluntarios servían a entre 4 y 5 mil personas cada día).

Se habían hecho arreglos para que el personal clave pudiera dormir dentro del edificio y se había dispuesto una guardia de seguridad. En el garaje se trazaron los planes para montar piquetes y se ideó la estructura de mando necesaria. Se realizaban asambleas diarias y hubo que instalar un sistema de parlantes porque era imposible cobijar dentro de él a los 2.000 o 3.000 huelguistas que asistían a éstas.

También el garaje era el punto de partida de jóvenes motorizados que recorrían la ciudad oficiando de oídos y ojos para los huelguistas. No faltó una radio de onda corta para interceptar las señales de la policía, ni una oficina para recoger los informes sobre los planes patronales enviados por vecinos solidarios.

El comité de huelga tomó medidas para ganarse a los agricultores, para comprometer a la cúpula de AFL en el apoyo al conflicto, e incluso puso en aprietos al gobernador Olson obligándolo a declarar públicamente su simpatía para con la causa de los trabajadores.

Pero el hecho más significativo fue la instalación de un hospital de campaña para atender a los heridos en combate. Además de cumplir con un objetivo práctico, el hospital tenía un formidable valor simbólico. Su confección demostraba que el comité de huelga, dirigido por los trotskistas, estaba dispuesto a luchar hasta el final. Y este sentimiento contagioso fue tal vez una de las armas más importantes con la que contó el movimiento de Minneapolis.

La batalla del Mercado

En las afueras del mercado, había un edificio de la AFL donde los piquetes paraban a tomar café. Cuando comenzaba el anochecer del domingo 20, empezó un ir y venir inusual de piquetes. De cada grupo de cinco o seis individuos que ingresaba al edificio sólo salían de vuelta dos o tres. Solapadamente, antes de que llegara la mañana, se concentraron allí unos 600 hombres armados con garrotes. Además, en el garaje se mantuvo una reserva de unos 900, listos para actuar en cualquier instante.

Habían bastado esas golpizas para que los obreros aprendieran el arte de la defensa: gomas cortadas y rellenas de cadenas, bates de baseball, y todo tipo de “utensilios” fueron fabricados con extrema rapidez. La clase obrera se disponía a responder golpe a golpe, “garrote a garrote”.

En las primeras horas del lunes 21 de mayo, pequeñas líneas de piquetes se apostaron frente a los locales del mercado. Los policías, sin saber que les esperaba una sorpresa, acechaban envalentonados pensando que volverían a divertirse apaleando obreros indefensos.

Entretanto, en los alrededores del mercado desfilaban huelguistas camuflados, como el aparentemente inofensivo Steve Glaser, un obrero bajito y fornido que caminaba cojeando. Su pierna tiesa, escondía un garrote prontamente a ser usado.

Cuando los rompehuelgas comenzaron a despachar los camiones, la legión de los 600 obreros, marchando en verdadera formación militar, irrumpió sorpresivamente. A la vez otros piqueteros saltaban desde sus camiones sobre los policías.

El enfrentamiento terminaría con 30 uniformados y un buen número de asistentes de alguacil “despachados” al hospital.

Mientras ardía la guerra en el mercado, 700 mujeres del comité auxiliar marchaban hacia la alcaldía portando el estandarte del Local 574.
El martes 22, las fuerzas represivas ascendieron a 1500. Sin embargo el resultado fue el mismo que el día anterior. Luego de una batalla de tres horas, los asistentes del alguacil fueron corridos y el mercado liberado de policías.

El 23 se reunía una concentración de 5.000 trabajadores. “Si no logramos el reconocimiento pleno del sindicato y un acuerdo satisfactorio”, declaró Bill Brown, “el Local 574 va a continuar la huelga…”.

Dadas las circunstancias, el gobernador Olson tuvo que mediar. Los patrones aceptaron de forma incondicional reincorporar a todos los huelguistas en sus trabajos regulares. Prometieron no discriminar a trabajadores por su afiliación al sindicato, y aceptaron tratar con representantes del Local 574 sobre asuntos específicos que afectaran a sus miembros. Pero no aceptaron los reclamos salariales y negaron el reconocimiento a los trabajadores con tareas de depósito.

Una asamblea discutió el término del acuerdo y se resolvió aceptar por unanimidad. Sabían que ese triunfo parcial era el punto de partida para hacer definitivamente de Minneapolis una ciudad sindicalizada.

The Organizer (El Organizador)

La tregua conseguida no iba a ser duradera. Los miembros de la Liga lo sabían y se abocaron a fortalecer la organización sindical.

En primer lugar se amplió el comité de mujeres, cuya tarea central fue realizar colectas masivas, mientras sumaban nuevas voluntarias.

La batalla del mercado había sido noticia en todo el país. La Liga Comunista de América sabía la responsabilidad que le cabía y no dudó en concentrar sus fuerzas en Minneapolis, enviando a los periodistas Max Shachtman y Herbert Sorrow, un abogado laboralista de Chicago y su máximo dirigente, James Cannon. Al mismo tiempo los militantes locales de la Liga buscaron incrementar el número de lectores de su periódico, The Militant, y ganar nuevos apoyos para el local 574 entre otros sectores de obreros.

Luego de la huelga de mayo, el sindicato ya contaba con 7.000 afiliados. Un gran salto en la organización del local 574 llegará con la salida, el 25 de junio, de un periódico propio: The Organizer (que comenzó a editarse como un semanario de 4 páginas con una tirada de 5.000 ejemplares y que durante la huelga de julio llegarán a imprimirse diariamente 10.000 ejemplares).

No fueron pocas las dificultades que tuvo que sortear el diario para llegar a sus lectores. El primer número pasó por tres imprentas, que sucesivamente, se negaron a terminar el trabajo. En una ocasión un grupo de matones armados atacó el camión de distribución.

Tanta fue la fuerza del “The Organizer” que la Alianza Ciudadana exigió que se enjuiciara a los responsables editores con los cargos de “sindicalismo criminal”.

Cada día, desde sus páginas se combatían las mentiras de la prensa capitalista, se hacía un recuento de lo sucedido en la jornada anterior, advirtiendo los peligros que acechan.

El diario se repartía en cada puerta de fábrica, en las estaciones de trenes, en los bares, en cada lugar donde se congregaran grupos de trabajadores. Era la voz del local 574. Era la voz de los trabajadores de Minneapolis.

Los acontecimientos decisivos: la huelga de Julio

Los capitalistas llegaron a la conclusión de que habían cometido un error: deberían haber peleado hasta quebrar al sindicato. Así, la Alianza Ciudadana fue incitando a los patrones para romper los acuerdos y quitarles a los trabajadores las conquistas conseguidas con la lucha de mayo.

A principios del mes de julio, todo ya estaba listo para un nuevo enfrentamiento: la policía formó un cuerpo especial de 400 hombres, con ametralladoras, rifles y bayonetas.

El 6 de julio los Teamsters organizaron una mega marcha por la ciudad. Desfilan todos los sindicatos de la AFL mientras sobrevuelan dos avionetas de granjeros con propaganda favorable al movimiento.
El día 16 se declara nuevamente la huelga. La organización fue aún más precisa que durante mayo. Se forma un nuevo comité de huelga con 100 integrantes, que asume con toda autoridad la dirección del conflicto y se alquila un nuevo cuartel general de huelga de dos pisos. Ni un camión se mueve en Minneapolis los días siguientes.

Como advertencia a los trabajadores, Olson moviliza a la guardia nacional. Mientras tanto, los patrones redoblan sus ataques contra el sindicato mediante solicitadas en los diarios: “¿Qué le parece que nuestras calles de Minneapolis estén bajo el control de comunistas?” Intiman a los huelguistas con cartas a volver al trabajo, y con la protección de policías armados, comienzan a despachar algunos camiones.

El 20 de julio, cuando piquetes masivos de más de 5000 obreros intentan impedir el avance de los vehículos, la policía dispara a matar hiriendo 67 huelguistas y a más de treinta transeúntes. Dos trabajadores pierden la vida. Los heridos son tratados en el cuartel general. Una comisión investigadora estableció que la policía prácticamente los fusiló. “The Organizer” titula al día siguiente: “¿Qué le parece que nuestras calles de Minneapolis estén bajo el control de asesinos?”

La idea de “desestabilizar al movimiento” que tenía la patronal se le vuelve en contra: los piquetes se fortalecen sumando nuevos sectores (como los taxistas) y los desocupados se movilizan en apoyo a la huelga. Más de 140.000 personas firman un petitorio impulsado por el 574 que exige la renuncia del alcalde.

El 24 de julio es el funeral del obrero asesinado Henry Ness. Esa jornada se convirtió en una enorme movilización de más de 40.000 personas. “… A medida que nos vayamos de esta manifestación debemos llevar en nuestros corazones la decisión ardiente de continuar con la lucha del hermano Ness. ¡No lo debemos defraudar! Debemos vengar su muerte. Haremos esto si luchamos para ganar esta huelga, si luchamos para librarnos del yugo de nuestros explotadores, y para establecer un nuevo orden social donde el trabajador pueda disfrutar los frutos de su labor.” Son algunas de las palabras pronunciadas en el entierro.

El odio ante la matanza es tan grande, que espontáneamente muchos huelguistas deciden armarse, para responder “fuego con fuego”. Esto provocó una seria discusión dentro del local 574. Para los trotskistas fue amarga la tarea de tener que desarmar a los obreros, pero de no hacerlo, se le estaba regalando a Roosevelt y Olson la gran oportunidad de acusarlos de estar preparando una insurrección (como afirmaba la Alianza Ciudadana), y enviar al ejército para aplastar al movimiento. Minneapolis estaba aislada nacionalmente, había que medir esta relación de fuerzas y no entrar en provocaciones.

Desesperado por acabar con la huelga, Olson intenta ahora quebrarla mediante la intervención de los mediadores federales. Estos hacen una propuesta al sindicato y a los patrones para terminar el conflicto. Al mismo tiempo el gobernador mantiene la amenaza de declarar la ley marcial.

Los dirigentes del comité de huelga no tenían ninguna expectativa en estos mediadores gubernamentales. Sabían que éstos eran usados, como en las pasadas huelgas, para embaucar a los obreros. El lema del sindicato es “no sacrificaremos nada básico”. Aunque la propuesta no incluía la totalidad de las demandas, sí contemplaba el reconocimiento sindical. Previendo que sólo por ello los patrones la rechazarían, una masiva asamblea obrera decide aceptarla. Con esa decisión desbarataba la falsa acusación que presentaba al Comité de Huelga como “rojos intransigentes”. Son ahora los patrones los que deben responder.

El pronóstico se cumple, el frente patronal rechaza el acuerdo, y Olson, en su ayuda, declara la ley marcial en todo el Estado, rodeando el local 574 con el ejército y encarcelando a casi todos sus principales dirigentes. Grant Dunne y Farrel Dobbs logran escapar por una puerta lateral.

En repudio a estas medidas, el sindicato convoca a un mitin donde asisten más de 25.000 trabajadores. Allí Bill Brown da un estupendo discurso político: “El partido de los agricultores y trabajadores – declaró con desprecio- es la mejor fuerza rompehuelgas a la que jamás nuestro sindicato se haya enfrentado.”

Los huelguistas entonces, lejos de sentirse intimidados, tomaron la posta de sus dirigentes encarcelados y redoblaron el número de piquetes y la intensidad de los mismos.

El desenlace

Dobbs y Dunne son llamados por Olson para negociar una salida al intenso conflicto. El gobernador se ve obligado a liberar a los prisioneros.

La Alianza Ciudadana hace campaña en contra de lo que para ellos no era una huelga, sino el intento de propagar una insurrección revolucionaria desde Minneapolis a todos los Estados Unidos. Los camiones de los patrones circulan por la ciudad con custodia de la guardia civil. Sin embargo, “The Organizer” responde a cada una de las afrentas y calumnias, desnudando las maniobras del gobernador, levantando la moral de los huelguistas y preparándolos para los momentos finales.

Los intentos de los mediadores nacionales por rebajar las demandas de los huelguistas son rechazadas nuevamente: “lo que ganamos en las líneas de piquetes no lo perderemos con la estafa de las negociaciones”.

La situación se hacía cada vez más dura. Muchos trabajadores eran desalojados de sus casas por no poder pagar sus alquileres, y había dificultades para cubrir los gastos del cuartel general de huelga. Ante estos avatares, algunos se preguntan si no es tiempo de levantar. Skoglund, los hermanos Dunne y Dobbs defienden convencidos la necesidad de continuar. Cannon los apoya.

Por otro lado, los capitalistas tampoco pueden resistir mucho más. Poco después será Roosevelt el que intervenga, presionando a la Alianza Ciudadana para que acepte el acuerdo. Piensa en las elecciones que se realizarán en pocos meses, y en preservar al partido de Olson, que apoya a los demócratas nacionalmente. Desde Washington se envía un nuevo mediador que exhorta a la patronal a ceder, lo que finalmente sucede (los dos mediadores anteriores, derrotados por los huelguistas, debieron retirarse).

Charles Walker en su libro “An American City” comenta que un comité de obreros de base le exige al gobernador Olson que libere a los 167 huelguistas que quedaban detenidos, y se le exige que lo haga por escrito. Olson escribe “Es mi intención liberar a los huelguistas encarcelados”. Un obrero lee esto y le pregunta; “¿Qué quiere decir usted con esto de, “es mi intención”?, el gobernador reescribe cuatro palabras “Es mi intención -y así lo haré- liberar a los huelguistas encarcelados”

Finalmente, los trabajadores obtenían su derecho a sindicalizarse y negociar directamente con sus empleadores. Si durante todo el conflicto, el comité de 166 empresas se negaba a negociar con el local 574, menos de dos años más tarde, más de 500 empleadores firmaban cada uno de los contratos a través de éste.

Los huelguistas celebraron el triunfo decretando un día de descanso para todo el movimiento obrero de la ciudad.

Ganándose el respeto de un importante sector de trabajadores, ahora los trotskistas se lanzarán a organizar una campaña nacional de afiliación sindical, disputando un lugar por la dirección de la naciente CIO (Congreso de Organizaciones Industriales).

Nuevas batallas sobrevendrían, y ellos se predisponían a libraras junto a la clase obrera extendiendo la experiencia de las huelgas de Minneapolis.

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