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La tragedia de Patagones y la violencia del capitalismo

1ro de octubre 2004


La tragedia de Carmen de Patagones consterna invadiéndonos de dolor y espanto. Es duro y puede resultar en un tono frío el intentar explicar un drama cuyo desenlace sangriento tuvo como protagonistas a un grupo de jóvenes adolescentes. Tratar de conformarse reduciendo todo a un rapto de locura homicida de un joven perturbado, es un recurso demasiado tranquilizador, del que gustan abusar los profesionales de la explicación sencilla y fácil –que tanto pululan en la prensa y entre los funcionarios de turno- deslindando las responsabilidades de todo un sistema social, en el emergente particular de la tragedia.
Los amigos de la mano dura y del gatillo fácil intentaran sentar a la juventud en el banquillo de los acusados. No nos extrañemos si como resultado de este hecho se motorice una especie de inquisición que ponga bajo sospecha todas las expresiones propias del imaginario juvenil (ni de que el espíritu blumbergriano tan en boga señale como imprescindible bajar la imputabilidad de los menores)
No son los jóvenes los que deben rendir explicaciones por su existencia. Es este sistema social al que hay que acusar por tanto dolor y muerte. Es el capitalismo quien debe ser acusado por amenazar en su sed de ganancia y en su competencia descarnada la posibilidad misma de la existencia y degradar su valor simbólico y real para millones de jóvenes condenados al abandono y el sufrimiento. ¿Qué valor puede tener hoy la vida, cuando a lo largo del siglo que pasó -y en los primeros años del actual- se enarbola como necesidad vital la masacre y el genocidio para imponer sus fines? ¿Qué fueron sino los campos nazis, Hiroshima o la misma guerra de Irak? ¿Qué significaron en nuestro país los chupaderos, los vuelos de la muerte, la apropiación de los niños cuyos padres eran asesinados por la dictadura? Por otra parte, la masacre de Patagones es también en este sentido hija de la impunidad, de un sistema que deja pasear libremente por las calles a torturadores y milicos asesinos.
Es sobre el capitalismo donde hay que apuntar el dedo acusatorio por una violencia descarnada, cotidiana y brutal. Un régimen social basado en la violencia de la explotación, donde los accidentes de trabajo mutilan a los obreros y alimentan las ganancias de los señores capitalistas, que ha condenado en nuestro país a la pobreza a millones, que se lleva la vida de los niños por el hambre, donde los jóvenes son blanco del gatillo fácil, del abuso policial y del autoritarismo de las instituciones.
Bajo el capitalismo el derecho a la vida no puede constituir más que una abstracción, o en el mejor de los casos el derecho a la vida de unos –los que poseen- sobre otros –los desposeídos- a los que se les pretende negar cada vez más hasta el mínimo derecho a subsistir, encarcelando a quienes exigen trabajo y pan pero también asesinando a quienes como Ezequiel Demonti, que fuera obligado por la policía a tirarse al Río de la Plata, sobrevivían cartoneando.
Los chicos de Carmen de Patagones son víctimas de un rapto de locura parido por la maquinaria trituradora de un sistema aberrante. No queremos más víctimas, no más jóvenes –y adultos- sin futuro y presos de la angustia, el miedo y la humillación. Proclamar el derecho a la vida, es luchar contra un capitalismo que encarna la opresión y la muerte. La juventud está llamada a ocupar el primer puesto de combate por derrotarlo. Por abrir paso, mediante la revolución socialista, a un futuro donde la libertad y la fraternidad sean realidad.

Prensa

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