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La ropa de trabajo como uniforme de lucha

Y cuántas horas. ¿Cuántas fueron? ¿Y debatieron largas jornadas? Había tiempo para esos debates. Los ladrillos caían de tal forma que el polvo se transformaba en hongo radiactivo, su espectro fantasmal parecía doblegar los valores, y las estrategias se ponían en duda. Los sujetos eran castrados de identidad. Nos acostumbraron luego a tener vergüenza, y la vergüenza era una cadena que se arrastraba con pudor. Y los hijos eran educados con esa culpa. Éramos culpables de ser obreros. Sí, eso era.Retour ligne automatique
No nos robaron la identidad, no, sino que sus largas horas de flemática conspiración burguesa tenía un objetivo, no matarnos. La búsqueda perpetua de mantenernos vivos y avergonzados de una clase a la cual castraban su identidad incendiaria. Prevalecen los héroes aceitados y brillosos, saturados de fortunas. Batman, hombre rico y acaudalado, filantropista, amante de la justicia. La sombra noventista, como garfio pirata en Latinoamérica.

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12 de julio 2014

La ropa de trabajo como uniforme de lucha

Y cuántas horas. ¿Cuántas fueron? ¿Y debatieron largas jornadas? Había tiempo para esos debates. Los ladrillos caían de tal forma que el polvo se transformaba en hongo radiactivo, su espectro fantasmal parecía doblegar los valores, y las estrategias se ponían en duda. Los sujetos eran castrados de identidad. Nos acostumbraron luego a tener vergüenza, y la vergüenza era una cadena que se arrastraba con pudor. Y los hijos eran educados con esa culpa. Éramos culpables de ser obreros. Sí, eso era.
No nos robaron la identidad, no, sino que sus largas horas de flemática conspiración burguesa tenía un objetivo, no matarnos. La búsqueda perpetua de mantenernos vivos y avergonzados de una clase a la cual castraban su identidad incendiaria. Prevalecen los héroes aceitados y brillosos, saturados de fortunas. Batman, hombre rico y acaudalado, filantropista, amante de la justicia. La sombra noventista, como garfio pirata en Latinoamérica.
El fin de la historia. Porque la historia es la historia de la lucha de clases. Y la lucha de clases es el motor de la historia. Y echaban los cuerpos por un embudo y el engranaje los trituraba, pero no eran nada, no teníamos historia. Pero el cronómetro te amputaba los brazos. Gritabas.
Norma, joven, veintidós años. Fresca, radiante. Y tus tendones jóvenes, tu matriz en orden. Norma, obrera de Tesis. Norma, joven madre. Norma obrera ejemplar porque afina la vista y adquiere destreza en sus manos. Norma, obrera de Lear. Tocaba el cielo ella. Pero hoy tus regordetes dedos de obrera, el olor a lucha del acampe. Veintiséis años después, Norma Cruz, sin vergüenza, nos dice: "Tengo cuarenta y ocho años, veintiséis años que trabajo en Lear. Yo sentía que trabajar en Lear era como tocar el cielo. No me siento mal porque digan que soy vaga. Yo dejaba mis hijas, más mi responsabilidad sobre una... Todas las mañanas me cuesta levantarme; cuando uno se va haciendo grande y cuesta. Lo que me da fuerza es Luana... Yo no vengo de Lear, vengo de talleres Tesis. Siempre la peleé. Esto es compañerismo; (señala a los presentes con sus moldeadas manos de obrera) con mis manos doloridas yo venía. Le fallaba a mi familia, pero no le fallaba a Lear. Me quedaba dormida. No tuve la oportunidad de enseñarles a mis hijas a hablar o a caminar, otro se lo enseñaba. Yo dejé a mi familia. Hay muchos verdes que se volvieron celestes. Pero no es si es verde o celeste. Acá todos venimos por lo mismo. Por el plato de comida. Yo lo vi nacer a este pibe, conozco a sus padres (señalando a Matu), a Fanti, a Troca, a Paisa, a la Chiqui, nuestra Chiqui luz, porque ella era nuestra Chiqui luz, nos da orgullo".
La hija, hinchado su pecho, la abraza. Se sumerge en ese pecho, en su pronunciado vientre. Su chaleco y el humo impregnado, olor a lucha. Norma: por las obreras como vos, vemos la ropa de trabajo como uniforme de lucha. La vergüenza será recuerdo.

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