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LIBERTADES DEMOCRÁTICAS

A PROPÓSITO DE NUEVOS CASOS DE GATILLO FÁCIL

La represión policial y el Estado

En pocos días dos nuevos casos de “gatillo fácil” conmovieron al país. En Mendoza, un pibe de 19 años fue fusilado en una brutal razzia en una fiesta. En el Conurbano, un joven futbolista de Banfield, hermano de un militante de la JP Evita, fue asesinado de un tiro en la espalda.

Octavio Crivaro

17 de mayo 2012

En pocos días dos nuevos casos de “gatillo fácil” conmovieron al país. En Mendoza, un pibe de 19 años fue fusilado en una brutal razzia en una fiesta. En el Conurbano, un joven futbolista de Banfield, hermano de un militante de la JP Evita, fue asesinado de un tiro en la espalda. El policía buscaba que dos ladrones no se lleven la scooter de su hermana. Dos jóvenes vidas por un baile y una moto: el capitalismo genera esta podredumbre.

Esta práctica no es un exceso de individuos aislados, es una práctica generalizada: las policías aplican un Código Penal “de hecho” que criminaliza a la juventud, condena a los trabajadores y reprime a los pobres. Las fuerzas policiales argentinas, frente al desprestigio en que se sumieron las tres Fuerzas Armadas luego de la dictadura, ganan peso, financiamiento, cantidad de miembros y, por consiguiente, impunidad. Juegan roles activos: atacan a los trabajadores, fajan a los jóvenes en los recitales y en la cancha, además organizan eficazmente el narcotráfico y la trata de mujeres.

Frente a una policía criminal, surgen voces que quieren reformarla o controlar su accionar. Por ejemplo, la llamada “seguridad democrática” que plantea la ministra Garré (y el periodista Horacio Vervitsky) o a la reciente remoción de la cúpula de la Policía Santafesina hecha por el gobernador Antonio Bonfatti. Estas posiciones parten de que el Estado y su “columna vertebral” que son las fuerzas represivas, son algo natural, del mismo modo que ven al capitalismo como algo también inevitable. Este hecho es una de las grandes conquistas ideológicas de la clase dominante: hacer pasar instituciones que tienen la clara función de resguardar los privilegios que goza una minoría social contra la mayoría restante, como entidades que siempre estuvieron ahí y que son “neutrales”.

El origen del Estado (y de su mito)

Imaginemos, como metáfora, un lujoso barrio cerrado de millonarios. Su perímetro cercado, su numeroso equipo de seguridad no están por casualidad. Resguardan bienes, propiedades; cosas que sobran ahí y que le faltan a los miles que viven alrededor. Del mismo modo, el Estado y sus grupos legales de hombres armados (policía) resguardan el “orden” de una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción.

Federico Engels, el compañero de lucha de Carlos Marx, explica que el Estado es una construcción, una consecuencia política del desarrollo de la sociedad y de la aparición de una clase minoritaria que vive a costa de una mayoría que trabaja. En su folleto “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, explica que las sociedades basadas en familias o tribus se transformaron, hasta la aparición de los primeros Pueblos. La modernización de técnicas productivas permitió ir superando la mera producción para la subsistencia, y posibilitó la “acumulación” de ciertos bienes. Tiene lugar así una división social del trabajo entre los pueblos con ganado y los que no lo tenían; entre ciudad y campo, aparece, según explica Engels: “una clase que, sin tomar la menor parte en la producción, sabe conquistar su dirección general y avasallar económicamente a los productores”. Dicho de otro modo, una clase ociosa que comienza a apropiarse la riqueza que crean otros. Bajo el capitalismo esta clase es el empresariado, la burguesía.

Simultáneamente, se suceden guerras por ese excedente. Se perfecciona un “instrumento”, una organización en armas, que de una supuesta defensa de los intereses del pueblo “se trocó en una organización para saquear y oprimir a los vecinos”, y luego “para dominar y oprimir al propio pueblo”. Una organización estatal al servicio, digamos, de esta clase ociosa que, bajo otra forma, perdura hasta hoy. Ese Estado es el órgano de opresión de esa clase minoritaria sobre el resto de las clases trabajadoras. Como sucede con el “country” de más arriba, mantener este estado de cosas implica tener grandes “alambrados”, recortar libertades democráticas, mantener policías asesinas que ponen a raya a la juventud, que defienden todo ataque a la propiedad privada. Por eso la democracia capitalista es un paraíso para pocos y una jaula para muchos.

Los que quieren reformarla

La política de controlar una policía asesina con un jefe “civil”, es tan absurda como proponer que un veterinario acompañe a un equipo de caza furtiva. Es lo que levanta el kirchnerismo frente al “crimen organizado” de la Policía Bonaerense y es lo mismo que propusieron Bonfatti y Binner luego del asesinato de tres militantes del FPDS de Rosario. Incluso corrientes de izquierda se suman a un planteo reformista, apoyando los reclamos “sindicales” de policías que exigen medios para reprimir más y mejor. Por el contrario, nosotros planteamos la necesaria disolución de la policía y las fuerzas represivas. Como Engels, no concebimos humanizar un estado cuya función es resguardar un sistema que se basa en la explotación de una clase social mayoritaria. Solamente una sociedad comunista que no consagre opresión por sexo, género, religión, etc, ni se base en la explotación capitalista, puede superar la era de la existencia del Estado y de sus fuerzas represivas.

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