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A 90 años de la Revolución Rusa

LENIN Y LOS BOLCHEVIQUES

La política revolucionaria frente a la reacción

Dos debates centrales atraviesa el partido bolchevique durante el desenlace de las jornadas de julio y el ascenso del bonapartismo. El primero se desencadena ante la actitud que debía tomar Lenin y el partido frente a la acusación de conspiración y espionaje lanzada por el tribunal de justicia del gobierno provisional. Militantes bolcheviques, un sector importante de la base del partido, planteaban la necesidad de que Lenin se presentase ante los tribunales para no dar ninguna duda sobre el carácter calumnioso e infundamentado de la acusación.

Comisión del IPS

2 de agosto 2007

Dos debates centrales atraviesa el partido bolchevique durante el desenlace de las jornadas de julio y el ascenso del bonapartismo. El primero se desencadena ante la actitud que debía tomar Lenin y el partido frente a la acusación de conspiración y espionaje lanzada por el tribunal de justicia del gobierno provisional. Militantes bolcheviques, un sector importante de la base del partido, planteaban la necesidad de que Lenin se presentase ante los tribunales para no dar ninguna duda sobre el carácter calumnioso e infundamentado de la acusación.

La tradición revolucionaria rusa tenía una largo historial de alegatos lanzados contra el régimen opresor del zarismo desde sus tribunales de justicia, verdaderos instrumentos de la represión feudal y monárquica. El hermano de Lenin, militante de los narodniki1 había comparecido en 1887 frente al tribunal que terminó dictaminando su fusilamiento. Ampliamente conocido era el alegato de Trostky ante los tribunales zaristas que procesaron en 1906 a los integrantes del soviet de Petrogrado, en ese entonces llamado San Petersburgo. Trotsky había lanzando al tribunal que los acusaba de insurrectos la proclama: “señores jueces, nosotros no preparamos la insurrección, nos preparamos para la insurrección”.

El clima represivo y antibolchevique se propagaba en la prensa y en los salones. Allí se mezclaban noticias sensacionalistas de espionaje bolchevique con la tragedia de miles de hombres en el frente de batalla, dando así un carácter más sangriento al “complot” del mes de julio contra la “democracia revolucionaria rusa” de Lenin y los alemanes. Los representantes del soviet sembraban la duda entre las masas, utilizaban el ocultamiento de Lenin, su negativa a presentarse a los tribunales, como una “prueba” de su implicancia con el Estado Mayor Alemán.

Sectores del partido bolchevique, ante la presión de los debates suscitados en el soviet, evaluaban que la ausencia de Lenin podía traer así más problemas. Debatían si era mejor que éste se presentara para alzar su voz en el tribunal de justicia contra el gobierno provisional y su calumnia.

Una justa apreciación de la situación

En una reciente publicación sobre la revolución realizada por el historiador liberal Orlando Figes, éste argumenta que la opción de recluirse en la clandestinidad de Lenin era fruto no ya de su supuesto espionaje alemán, como acusaban los liberales rusos en 1917, sino fruto de su “cobardía”. Según Figes la actitud del jefe bolchevique respondía a que “Lenin siempre tendía a sobreestimar el peligro físico en relación consigo mismo: a este respecto, era algo cobarde”2. El argumento propuesto por el historiador liberal es poco original, más bien de carácter psicológico y poco convincente dadas las opciones políticas y el peligro “personal” que significa ponerse a la cabeza de una revolución contra los capitalistas e imperialistas. Sin embargo: ¿estaba Lenin sobreestimando los peligros que significaba la nueva relación de fuerzas surgidas tras la derrota de julio? En este sentido parecía apuntar la opinión de sus compañeros de partido que lo instaban a comparecer ante el tribunal. ¿Debía Lenin presentarse voluntariamente a la justicia?

Más cauto que sus compañeros, Lenin observaba el carácter de la situación para tomar la actitud correcta. Por un lado, debía analizar la evolución de la situación más general del régimen: quién era el que detentaba el poder después de julio. Por el otro, era clave la actitud que tomarían los integrantes del Comité Ejecutivo del Soviet. En un inicio éstos se habían comprometido a conformar una comisión investigadora que recopilaría las declaraciones y pruebas de la acusación lanzada por la justicia y la prensa patriótica contra Lenin y los bolcheviques. Pero su promesa no fue llevada adelante.
Pronto los socialistas revolucionarios y mencheviques, para no enemistarse con la burguesía y su partido, optaron por disolver la comisión y aceptar así de hecho, sin derecho a una investigación exhaustiva, la campaña rabiosa de burgueses y monárquicos contra el ala izquierda del soviet. Incluso votaron la separación de todos los miembros bolcheviques integrantes del soviet que estén implicados en las causas judiciales. Esto es simplemente por ser acusados “de alta traición” por la justicia gubernamental. Como si un dirigente sindical o un militante político debiera ser separado de su posición cuando la justicia dictamina una causa judicial por su participación en un conflicto de clase. El análisis de la relación entre las clases era simplemente dejado de lado. Para Lenin la actitud adoptada por los conciliadores demostraba que ya ni siquiera se paraban frente al Estado como “demócratas republicanos” de una nación seria como Inglaterra o Francia antes de la corrupción generalizada de las clases dominantes de éstos países. Un demócrata defendería lo necesidad de contar con garantías mínimas de los acusados frente al Estado.

La actitud tomada por los conciliadores mostraba también que el poder había escapado de sus manos por su propia postración ante la burguesía. Se encontraba ahora en manos de la camarilla militar burguesa impulsada por los gestos bonapartistas de Kerenski.

La contrarrevolución se viste de “republicana”

En esta situación, indicaba Lenin, ponerse en manos de la justicia “republicana” era simplemente entregarse a la contrarrevolución burguesa. No había ninguna garantía, en la relación de fuerzas existente y en la actitud tomada por los jefes del soviet, que permitiera inferir la posibilidad remota de un juicio “en tiempos normales”. Lo que sí podía inferirse era que la burguesía aprovecharía la situación a su favor, como un paso más de la guerra civil que había lanzado contra las masas y sus jefes más radicales. Creer que porque el gobierno se mostraba como “demócrata” y “republicano” manteniendo una convocatoria general a la Asamblea Constituyente existía la posibilidad de que los bolcheviques contaran con derechos legales mínimos frente al Estado era fruto de una “ilusión constitucionalista”. Por más ropaje republicano que vistiera el nuevo régimen, la que ahora detentaba el poder real era la camarilla bonapartista de los jefes militares de la burguesía liberal. Pasar por alto esto podía llevar a un error en la apreciación de la nueva situación y de las tareas que tenía planteadas el bolchevismo: poner en guardia a las masas sobre los planes golpistas de Kerenski y la camarilla militar de los generales del alto mando ruso.

Los conciliadores, al apoyar la continuidad de la guerra imperialista, disolver la comisión investigadora y apoyar el traslado de tropas a la capital para imponer el orden contra los manifestantes de julio, estaban de hecho no sólo renunciando al poder sino entregándoselo directamente a las manos de los generales contrarrevolucionarios. Kerenski, y con él los conciliadores del soviet, creía poder “utilizar” a los personeros de la contrarrevolución contra la izquierda para alcanzar el “justo medio” entre izquierda y derecha. Pero el poder, el poder real del Estado, se encontraba ahora en manos de la contrarrevolución afincada en el ejército, la policía y la justicia, donde la burguesía actuaba dando rienda suelta a su solicitud de “orden” en la retaguardia y “disciplina” en el frente contra los soldados.

En esta situación sería un error depositar la más mínima confianza en la justicia de la “democracia rusa”. Indicaba Lenin: “Hoy en Rusia no puede hablarse no sólo de legalidad alguna, sino ni siquiera de las garantías constitucionales que existen en los países burgueses organizados. Entregarse ahora a las autoridades, significa ponerse en manos de los Miliukov3, de los Alexinski4, de los Perevérzev, en manos de los contrarrevolucionarios enfurecidos, para quienes todas las acusaciones que se nos hacen no son más que un simple episodio de la guerra civil”5.

Lenin no lanzaba esta advertencia para salvar su “pellejo” sino para educar al partido y a la vanguardia en la necesidad de llevar adelante una amplia agitación cuyo objetivo principal era poner en guardia a las masas de obreros y soldados contra los planes contrarrevolucionarios que estaban perpetrando los jefes “republicanos” del Alto Mando Militar. No se trataba de adormecer la inteligencia de las masas haciendo creíbles las palabras de la burguesía “democrática” sino ponerlas en guardia. Detrás de la fachada de los ministros socialistas y del jefe de Estado cuasi-socialita se preparaba el complot contra la revolución. La acción ofensiva de la camarilla militar contra los bolcheviques no era más que un momento de la guerra civil de la burguesía contra las masas y sus instituciones.

¿El “doble poder”, había sido enterrado?

Si el poder en febrero había sido “entregado voluntariamente” por los soviets, apoyado en las masas en armas, al gobierno de la burguesía originando el momento de transición del régimen de dualidad de poderes: ¿dónde había quedado éste a inicios del mes de agosto? Primero, los jefes conciliadores del soviet ingresaron al gobierno burgués y apoyaron la continuidad de la guerra imperialista, con la consecuencia de entregar su dirección a los generales contrarrevolucionarios. Ahora se habían atados a la complicidad de la represión interna, la guerra civil de la burguesía contra el ala izquierda del soviet. Lenin, quien veía acelerarse los acontecimientos, define que la situación había realizado un giro brusco y que el partido debía pensar con un nuevo lenguaje político las tareas de la revolución proletaria después de julio.

Para Lenin el acontecimiento central era la liquidación del régimen del doble poder y la imposibilidad del partido de seguir interpelando a las masas con las consignas del periodo previo. Hasta ese momento la agitación había girado alrededor de la consigna ¡Todo el poder a los Soviets! Esta significaba la posibilidad de que, producto de que las masas eran dueñas del poder real al estar armadas y organizadas en soviets, y que el poder legal en manos de la burguesía no poseía fuerzas suficientes para oponer resistencia armada alguna, el poder podía ser “transferido pacíficamente” a los soviets. Estos se erigirían en detentadores legales del poder del Estado y así “se desarrollará la lucha de partidos dentro del soviet” por el curso que debía adoptar la revolución.

Para Lenin el paso del poder a manos del soviet no habría despejado las “ilusiones constitucionalistas” de la enorme masa de campesinos que constituían la pequeño burguesía rusa. Pero sí la habría separado de su confianza en la alianza con la burguesía y le habría permitido al partido del proletariado, a través de la lucha de estrategias dentro del soviet, ganarse a los campesinos para avanzar e imponer la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado. Así indicaba que esta consigna, similar a la que Trotsky postularía posteriormente en el programa de transición con la agitación por un gobierno obrero y campesino: “no habría hecho cambiar, ni podía hacerlo, de por sí, la correlación de fuerza entre las clases: no habría hecho cambiar en nada el carácter pequeño burgués de los campesinos. Pero habría dado oportunamente un gran paso en la labor de apartar a los campesinos de la burguesía, de aproximarlos a los obreros, para acabar uniéndolos con éstos”.6

Contrarrevolución burguesa o insurrección proletaria
Para Lenin, la senda pacífica de la revolución se había cerrado: agitar por la consigna de que todo el poder pasara a manos del soviet era una “quijotada”. El poder ya no estaba en sus manos: “la inconsciente confianza de los pequeño burgueses en los capitalistas, ha llevado a los primeros, impulsados por el proceso del desarrollo de la lucha de partidos, al apoyo conciente de la contrarrevolución”.7

Mantener el mismo lenguaje político no servía para poner en claro las nuevas tareas. Para que el poder pasara a manos del soviet ahora era necesario derrotar a la camarilla militar bonapartista y para lograrlo, por tanto, se necesitaba preparar el camino para la insurrección obrera. Sería un engaño mantener esta consigna como una inercia del periodo anterior ya que el partido crearía la ilusión de que bastaría que el soviet “deseara” que el poder pasase a sus manos para que fuese a parar a las mismas, lo cual era para el mes de agosto un equívoco. Por otro lado había que desenmascarar el rol que estaban representando los conciliadores en el soviet apoyando la contrarrevolución. Había que poner en guardia a las masas respecto a los planes de sus jefes.

Efectivamente, el cambio de consignas del partido bolchevique significaba un cambio en las tareas políticas de los militantes. La agitación en torno a éstas en el primer periodo de la revolución había sido acompañada con la idea de la organización y ampliación del soviet, así como el impulso de la manifestación pacífica. Ahora había que pasar a la denuncia de los conciliadores, a la puesta en guardia contra la contrarrevolución y a la agitación de la insurrección. Que la tarea de la insurrección sea depositada en los soviets, tal cual existían en ese momento, era un error. Debía observarse la evolución de la situación y determinar qué institución podría llevarla adelante.

Trotsky, observando los acontecimientos que se producirían a fines de agosto con la derrota del golpe de Kornilov, indicaba que si Lenin se había anticipado decretando la muerte del soviet y dando más crédito del que finalmente conquistó a la contrarrevolución, lo hacía como político revolucionario que era. La caracterización de Lenin no sobreestimaba los peligros sino que los ponía en el eje de su análisis y de la agitación para la organización de las masas. El cambio de consignas y orientación del partido se basaba en una “hipótesis transitoria” que sólo podía corregirse en el proceso de desenlace de los acontecimientos. En definitiva, Lenin tenía razón, no iban a ser estos soviets sino otros nutridos de nuevos representantes y con una política de enfrentamiento con la burguesía, quienes tomarían las riendas de las masas en su lucha contra la contrarrevolución. En los momentos álgidos de las revoluciones, cuando todo parece retroceder había que ser preciso e indicar al partido dónde estaba la contrarrevolución y cómo derrotarla. Como veremos en la próxima entrega, en eso Lenin no se equivocaba.

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