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La estafa del capitalismo nacional

27 de junio 2003


Salarios que hacen milagros

Hace más de diez años, los grandes empresarios y los políticos del establishment denunciaban que la devaluación -y en consecuencia la inflación- era un impuesto que los pobres tributaban a los ricos. Así votaron la convertibilidad.
Pero ahora que está de moda hablar de "antineoliberalismo", la misma devaluación es poco menos que una revolución. Ella viene a constituir el centro de gravedad de toda la política del "trabajo y la producción". Lavagna insistió en que esa corrección monetaria le devolvió al país la posibilidad de crecer. Habría que corregir al Ministro y decir que le dio la posibilidad a una parte de la burguesía nacional de crecer a costa de la clase trabajadora que perdió alrededor de un 24% del salario real promedio, donde los no registrados cayeron un 33%, los trabajadores estatales un 28% y los incluidos en los planes Jefes y Jefas de hogar 36%. El resultado de la "recuperación de los negocios" es que veinte millones de personas se encuentran por debajo de la línea de pobreza incluidos un 52,3% de los asalariados que gana menos de $ 400 y un 73,9 % que percibe menos de $ 600.
Como no existió un crecimiento de la economía -al revés se contrajo- las ganancias que obtuvieron algunos empresarios no cayeron del cielo, sino que son el producto de una redistribución de las ganancias en el seno de la cúpula empresaria y fundamentalmente de una transferencia desde los asalariados hacia los capitalistas. Para graficar los montos de los "ganadores" digamos que de las 60 empresas más grandes entre las que se encuentra la flor y nata del "capitalismo nacional" como Techint, Pérez Companc, Macri, Arcor, Pescarmona y otros, el incremento en la ganancia obtenida por exportaciones gracias a la devaluación fue de 16.842,3 millones de pesos. El ahorro como producto de la pesificación de sus deudas internas unos 7.955,6 millones de pesos. En suma, los ganadores se alzan con la friolera de 21.634,2 millones de pesos, según el estudio de Claudio Lozano "Los que mandan en Argentina".
Aunque en el futuro se produzca una cierta reactivación económica -ella podría darse basada en la sobrepostergada renovación de maquinaria y en la demanda reprimida de los sectores medios y altos-, el mercado interno de por sí estrecho se redujo drásticamente y en consecuencia tendremos un esquema exportador basado en salarios de hambre y en un techo insuperable para la dichosa "producción y el trabajo". No nos olvidemos que Argentina consume internamente casi íntegramente el grueso de su producto manufacturero.
El mercado interno será infinitamente más débil que en los felices años de la juventud de Kirchner, porque mientras en el año ‘74 los asalariados recibían un 47% de la torta, ahora no llegan al 14% y la producción total nacional medida en bienes y servicios se redujo desde esa época.
El "Shock redistributivo" que enarbolaba la CTA parece haber quedado en el olvido, a pesar de que esta redistribución parece más necesaria que nunca. Apuestan a que la enorme desocupación estructural, el empleo precario y el subempleo ahorquen las presiones salariales de los trabajadores y "contribuya" a mantener la ventaja comparativa ofrecida por la devaluación. En estas condiciones cuanto más bajo el salario, más ganancias capitalistas, aunque esto implique al mismo tiempo una base económica nacional cada vez más débil y estrecha.
De la crisis los capitalistas salen a flote como Simbad el Marino, aferrando con sus rodillas el cuello de la clase trabajadora, aunque al mismo tiempo hundan al país entero.

Deuda externa y la burguesía nacional
El gobierno engaña al pueblo en el tema de la deuda. Aparece como "duro" en la negociación. Los diarios remarcan la "postura firme" de Kirchner frente a la reciente visita del Jefe del FMI Horst Kohler, sólo para esconder que la Argentina sellará tarde o temprano, un nuevo pacto de sumisión. En el mejor de los casos, si en una futura negociación los bancos otorgan una quita del 50% de la deuda, tendríamos una hipoteca imposible de levantar. Rebanando la mitad, la deuda alcanzaría unos 80 o 90 mil millones de dólares, incluida la nueva deuda por la pesificación y el rescate a los bancos. Pero en diciembre del 2001 la deuda equivalía al 62% del PBI y ahora, en el mejor de los casos, quita incluida, no menos que a un 80 o 90%. ¡En la mejor negociación prevista, el endeudamiento relativo crecería entre un 30 y un 40%! Así se deberán resignar planes en salud, educación, empleo y desarrollo en beneficio de los grandes bancos acreedores. Y este es el gobierno que dice "no pagar con el hambre del pueblo" La administración nacional se propone elevar el superávit fiscal primario como mínimo un 3% del PBI. No caben dudas que los escribas del progresismo esconden con conocimiento de causa que no existirán fondos para un plan genuino de obra pública.
De paso la reestructuración le permitirá a la burguesía nacional restablecer la bicicleta financiera y las superganancias rentísticas que obtienen de la fuga permanente de capitales y de su ya pletórica caja de caudales que poseen en el exterior y que asciende a la nada despreciable suma de 120 mil millones de dólares. Además serán doblemente beneficiados porque rescataran sus propios pasivos como tenedores de bonos de la deuda nacional.
Sin romper con las cadenas que atan al país en la dependencia y la sumisión, no hay la más mínima chance de reindustrializar y de reconstruir económica y socialmente el país. El gobierno de la burguesía nacional que dijo que "no había que festejar el default" es el gobierno de una clase servil y obediente al capital extranjero, es decir, la representante de la decadencia nacional.

Renta del suelo y desarrollo nacional
Uno de los pocos países que resignó la explotación del petróleo fue Argentina. Los recursos no renovables explotados privadamente impiden al país usufructuar la renta del subsuelo, el control del precio del petróleo y sus derivados en función de las necesidades del desarrollo nacional. La burguesía nacional se priva ella misma de una palanca fundamental. Su gobierno, por medio de su Secretario de Energía Daniel Cámeron advirtió que las actuales y muy moderadas retenciones a las exportaciones de crudo y combustibles que impuso Duhalde amenazan "paralizar" la exploración de petróleo. ¡El gobierno de la burguesía nacional es un lobista de las petroleras!
La capacidad de invertir en proyectos industriales y de desarrollo para dar empleo dependen en gran parte de la capitalización de la renta agraria, además de la petrolera y minera. Pero la burguesía terrateniente acapara parasitariamente un enorme excedente económico improductivo que drena divisas permanentemente hacia el exterior. Ya en el pasado el dominio de la oligarquía terrateniente impidió la colonización del campo y la constitución de una clase de chacareros y de un mercado interno vigoroso como base de un "capitalismo nacional". Ahora el dominio de un selecto grupo de 30 familias tradicionales como los Bemberg, los Anchorena o los Blaquier, junto a la gran burguesía argentina y extranjera son los dueños de la tierra. Según la medición del INDEC, el número de explotaciones agropecuarias en el país se redujo un 24,5%, de 421.221 en 1988 a 317.816 en la actualidad. 103.405 productores tuvieron que dejar de serlo, a pesar de que la Argentina duplicó su cosecha de granos, de 35 a 70 millones de hectáreas. Como se ve el proceso de concentración de la tierra fue imparable.
La burguesía terrateniente junto a las grandes empresas comercializadoras acaparan una enorme porción de la renta agraria. En el país de los alimentos, producidos para satisfacer las necesidades de más de 200 millones de personas, el hambre y la desnutrición acechan al pueblo como si este mal fuera el resultado de una plaga natural.
Para erradicar definitivamente el hambre, impulsar un verdadero plan de producción intensivo y dar trabajo a cientos de miles de desocupados, el estado debería en primer lugar expropiar la tierra, y redirigir en favor de toda la nación los beneficios de ella, y en la que muy posiblemente deberá complementarse un sector nacionalizado con otro cooperativo e incluso parcelado. Pero el gobierno del capitalismo nacional no sólo no se apresta a tomar las más mínimas medidas elementales como éstas sino que ya ha dicho que dará vía libre para que las divisas del comercio exterior acaparadas por los terratenientes y las comercializadoras puedan ser colocadas fuera del país ¡para que no siga cayendo el precio del dólar! Así Lavagna no corre peligro de que bajen los ingresos tributarios y no se caiga el acuerdo con el FMI. Incluso a pesar de la fanfarria con la que se anunció un plan antievasión el sistema fiscal sigue intacto y el peso de los impuestos al consumo popular son infinitamente más pesados que los aplicados a la exportación y a la riqueza.

Volver al pasado pero peor
Lavagna dice que su "capitalismo nacional" significa una economía centrada en la producción. Pero la carrera de la devaluación e inflación en un país dependiente y de estrecha base industrial no puede devolverle a la sociedad ni la producción ni el empleo. Como la economía está copada en sus grandes ramas industriales por las grandes trasnacionales, la Argentina reproducirá en forma ampliada el círculo vicioso de estrangulamiento de divisas que sufrió históricamente. Cuanto más se reactive la economía, más necesidad tendrá la Argentina -mucho más que en el pasado porque ha visto desmembrar complejos industriales enteros y reprimarizar su producción- de importar insumos, aumentando el déficit de divisas. En cuanto se comience a pagar nuevamente la deuda externa, la crisis será inevitable. A la importación de insumos habrá que sumarle las remesas de utilidades, dividendos y pagos de interés, con lo que el crecimiento económico contribuirá a secar la plaza de divisas, aumentando la cotización del dólar y la tasa de interés, y a estrangular la industria y la producción, cayendo en parálisis cíclicas. Esta situación periódica acrecentará los beneficios de las empresas extranjeras y de los exportadores que reciclarán sus ganancias al exterior y perpetuarán la estrechez de las bases materiales del capitalismo argentino. Para impedir este círculo infernal habría que imponer un estricto control de cambios y nacionalizar el comercio exterior para evitar maniobras fraudulentas en el manejo del comercio y las divisas. Pero estas medidas de corte industrialista y desarrollista se hacen hoy incompatibles con la propiedad capitalista y su sistema jurídico. Medidas mínimas y elementales de defensa nacional como estas son consideradas hoy por nuestros progresistas, y ni hablar de nuestra "burguesía que supimos conseguir", un crimen de leso bolchevismo.

Salvataje a la Banca privada
Kirchner y Lavagna, como su antecesor Duhalde no desperdician oportunidad para hablar contra el "modelo financiero" de los años ’90. Pero son ellos los que rescataron a los bancos a costa de endeudar a la tesorería nacional. Estos mismos bancos obtuvieron jugosas ganancias no de los préstamos a los pequeños productores que fueron a tasas inaccesibles, sino en la timba de los bonos del estado y el curro de las AFJP. Para reconstruir el flujo crediticio luego del default se depende fatalmente del mercado extranjero de divisas luego de alguna negociación con los acreedores internacionales.
La Argentina careció históricamente de un mercado de crédito local que favorezca inversiones productivas de alto rendimiento. La dependencia del crédito extranjero es la marca de nacimiento del capitalismo argentino y bloquea el desarrollo nacional subordinándolo a los intereses del capital internacional y la banca acreedora. Sería necesario, junto a las medidas antes mencionadas, la nacionalización de todo el sistema financiero y las AFJP para canalizar el crédito asignándolo a las ramas y sectores productivos que favorezcan un proceso de reindustrialización, de innovación tecnológica y creación masiva de empleo. Pero aquí también chocamos con los límites insalvables de la burguesía argentina, que no sólo no está dispuesta a rescatar el sistema de crédito secuestrado por los pulpos internacionales, sino que favoreció su recuperación en el medio de la crisis y le ofreció la privatización del Banco Nación, empezando por la capitalización accionaria de un porcentaje minoritario, plan que está en curso con la asunción de las nuevas autoridades.

Parasitismo e ineficiencia
El rasgo distintivo de la burguesía industrial fue siempre su parasitismo e ineficiencia. Los representantes de la oligarquía rural siempre tuvieron argumentos para denunciar este hecho, en función de defender sus intereses. Esta burguesía vivió siempre de las barreras proteccionistas, las comisiones y los salvatajes del estado. En la última crisis volvieron a ser directamente beneficiados mediante la pesificación de sus deudas. Pero en el transcurso de los años ’90 ha perdido aún mayor densidad, resignando las ramas de la producción más rentables al capital extranjero. Ese raquitismo la hace más vulnerable y dependiente todavía de las empresas y bancos trasnacionales y sumisa políticamente a las grandes potencias. Incapaz de enfrentar seriamente al imperialismo y temerosa de apoyarse en la fuerza de la clase trabajadora, el gobierno de la burguesía nacional oscilará algún tiempo de uno a otro lado para recaer nuevamente en las faldas del imperialismo; si pretende resistir autónomamente caerá impotente ante fuerzas sociales en pugna más poderosas que ella.

¡Ha muerto la burguesía, Viva el estado benefactor!
En algunos círculos de la izquierda se puso de moda decir que la burguesía nacional "no existe más". El PC es uno de ellos. Del Frente de Liberación buscando siempre algún burgués "progresista", pasaron ofendidos a negarla. Pero el apoyo que le brindan al "frente antineoliberal" de los Lula, los Chávez, al Frente Amplio, y el guiño al propio Kirchner, demuestra que los comunistas criollos pierden los pelos pero no las mañas y que pueden negar la existencia de la burguesía pero no por ello dejar de apoyar a quienes administran sus negocios.
No es verdad que no exista la burguesía sino que es cualitativamente más débil que en el pasado y en consecuencia más incapaz de acometer empresas que históricamente le correspondían pero que no estuvo a la altura de realizar.
A cambio del burgués nacional ahora se puso de moda apelar al estado regulador. La centroizquierda incluso demanda del estado no sólo la redistribución del ingreso, sino la reconstrucción misma de una clase empresaria nacional. En los inicios del capitalismo el estado absolutista creó en muchas ocasiones "por arriba" las condiciones para la emergencia de una clase capitalista. Pero eso es asunto de la historia. Hoy el estado de la burguesía es más incapaz aún que en el pasado de alcanzar una existencia independiente. El "modelo antineoliberal" y "neokeynesiano" de los Kirchner y los Lula se reduce a mendigar un respiro y a regatear los términos de la dependencia. La "foto de la amistad" que acaba de sacarse con Bush en Washington es reveladora del sentido concreto de su "antineoliberalismo". El presidente obrero de Brasil está impulsando la reforma previsional que le dicta la carta de intención firmada con el FMI, reforma que en Francia y otros países de Europa recoge el más vivo repudio y empuja a millones de trabajadores a la huelga. El mismo planteo del Mercosur es una estafa. De Gennaro dijo en un programa de televisión que mientras Menem es representante del Alca, Kirchner lo es del Mercosur. Sin embargo el flamante canciller acaba de plantear que uno debe llevar al otro.
Lula para no caer en el default está obligado a ajustar el presupuesto al estilo delarruista. Kirchner preside un país que ya se encuentra en cesación de pagos y no posee crédito, lo que le da más margen de maniobra en las negociaciones. Así el flamante presidente puede hacer algo de demagogia y esperar un tiempo antes de volver a la carga. En esa demagogia de manos vacías reside todo el secreto del gobierno de la burguesía nacional.
El capitalismo nacional ha dejado pasar su hora, aunque todavía hay sectores en la izquierda que pretenden encontrar en la situación actual una vuelta de hoja hacia los años ’70. Cómo si aquella experiencia no hubiera enseñado ya lo suficiente respecto a la impotencia y la postración del gobierno "popular" frente al imperialismo y el golpismo. El planteo de la independencia política de los trabajadores es en consecuencia el único punto de apoyo para asegurar que la lucha antiimperialista pueda ser llevada hasta su conclusión definitiva. Porque la experiencia histórica enseña que para encarar seriamente las tareas antiimperialistas se hace imprescindible afectar cada vez más severamente el derecho de propiedad, y en consecuencia es la clase trabajadora como dirigente de toda la nación pobre la única capaz de asegurar dicho objetivo. Luego del proceso de concentración capitalista y la extranjerización de la economía que sufrió nuestro país en los ’90, esas conclusiones históricas se han agudizado hasta el paroxismo, imbricando como quizá en ningún otro país y en ninguna otra circunstancia histórica, las tareas nacionales y democráticas con las socialistas. Ninguna burguesía nacional, ningún gobierno progresista, ningún "estado regulador" del capitalismo nacional podrá ir más allá de sus propios intereses de clase ni puede encontrar una base social propia para acometer dicha empresa.
En consecuencia la independencia más absoluta del gobieno actual, la denuncia de su carácter clasista y demagógico, el rechazo a cualquier planteo de "apoyar las medidas progresivas" como lo insinúa o lo dice abiertamente gran parte de la izquierda populista y reformista de nuestro país, son las premisas básicas que preparan estratégicamente el triunfo de la lucha antiimperialista y en consecuencia de la revolución socialista y el gobierno de los trabajadores.

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