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A 70 años de la fundación de la IV° Internacional

La era de los procesos de Moscu (parte 2)

“Si nuestra generación se ha revelado débil para imponer el socialismo en la tierra, dejemos al menos a nuestros hijos una bandera limpia. La lucha que se desarrolla sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones a los partidos. Es una lucha por el porvenir de la raza humana. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero aquellos a los que el socialismo no les resulta una palabra vana sino el objetivo de su vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones, ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero, la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables del destino, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Pues la más grande felicidad del hombre no está en la usufructo del presente, sino en la preparación del porvenir.”
León Trotsky, Quatrieme Internationale, febrero 1937.

Andrea Robles

25 de septiembre 2008

El Kremlin en el contexto internacional

La derrota del proletariado alemán en 1933 marcó un período completamente nuevo. La tregua que la crisis mundial había provocado en la URSS llegó a su fin. El imperialismo alemán se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. La política exterior de la burocracia estalinista buscaría impedir la unión contra ella de las potencias imperialistas, aliándose a uno u otro de los bandos. En 1935 se anunció en Moscú la firma del Pacto Franco-Soviético de no agresión. La firma por parte de Stalin constituía -en palabras de Trotsky- el certificado de defunción de la III Internacional, al repudiar el internacionalismo revolucionario y pasarse al programa del social-patriotismo: “Las masas proletarias se movilizan con ánimo revolucionario; los campesinos están en ebullición y participan vigorosamente en la lucha política; la pequeña burguesía, directamente golpeada por la crisis económica que se sigue profundizando, se radicaliza. Mientras tanto, este burócrata tiene la audacia de escribir que ya no cabe la actividad independiente del proletariado en su lucha revolucionaria contra la burguesía, que de nada valen todos los esfuerzos en este sentido y que lo único que queda por hacer para evitar la invasión a la URSS es tener fe en el imperialismo francés. De la manera más rastrera consuma la traición de su patrón” 1.

Pocos meses antes de anunciar el primer Juicio, el Kremlin adoptó una nueva Constitución difundida por los “Amigos de la URSS” como “la más democrática del mundo”. En su letra podía verse, sin embargo, que ponía de relieve el carácter democrático-parlamentario de sus instituciones2 y desaparecían, los aspectos revolucionarios3. Comenzando por la supresión de los soviets; significaba la liquidación oficial de la actividad política del pueblo soviético mientras el poder se concentraba en manos de la burocracia que usurpaba el nombre del partido comunista. La nueva constitución era la carta con que el termidor soviético se presentaba al mundo capitalista figurando que la URSS pasó una especie de “locura de juventud” revolucionaria pero que, a partir de ese momento, se disponía a sumarse al concierto de potencias cuyo respeto intentaba obtener a través de una serie de relaciones diplomáticas.

La situación de la camarilla estalinista era infinitamente ventajosa en el movimiento de masas: “Los progresos de la reacción en todo el mundo, especialmente en su forma más salvaje y bárbara, el fascismo, han orientado las simpatías de las democracias, aún las moderadas, hacia la URSS (...) Los sentimientos naciones y patrióticos predisponen en diversos países (...) a las masas democráticas en favor del gobierno soviético, antagonistas de Alemania y del Japón. Moscú dispone, además, de poderosos medios, ponderables e imponderables para influenciar la opinión de las capas más diferentes de la sociedad....La agitación hecha alrededor de la nueva Constitución soviética, ‘la más democrática del mundo’, no se ha desplegado fortuitamente en la víspera del proceso, ella ha atizado las simpatías”4.

Bajo la alianza con los imperialismos democráticos, la “lucha antifascista” de la Internacional Comunista estuvo en correspondencia con la represión de las tendencias revolucionarias. Desde la expulsión de cualquier expresión viva en sus filas hasta la persecución y asesinatos de militantes de los grupos revolucionarios que no se encuadraban en las viejas internacionales, y de manera sistemática, de militantes de la IV Internacional. Todos ellos de ahora en más, “los enemigos de la URSS”5, es decir, los que no se subordinaban incondicionalmente al rumbo impuesto por Stalin a la URSS y a la IC. En palabras de Georges Dimitrov, dirigente de la IC: “La línea histórica de demarcación entre las fuerzas del fascismo, de la guerra y del capitalismo por un lado y las fuerzas de la paz, la democracia y el socialismo por otro, viene dada cada vez más claramente por la actitud hacia la Unión Soviética y no la actitud formal que se adopta hacia el poder soviético en general, sino la que se adopta ante una Unión Soviética que ha proseguido su existencia real desde hace casi treinta años, luchando infa­tigablemente”6.

Los Juicios de Moscú, la GPU y los “amigos de la URSS” (de Stalin)

En las páginas de Pravda, diario oficial ruso, se difundían los procesos judiciales y ejecuciones de viejos bolcheviques de la revolución de Octubre. Las prensas de la IC, periódicos liberales y amigos de Moscú, de igual modo, difundían de manera triunfante las purgas de los “enemigos de la URSS”. Los agentes extranjeros de la GPU, desde puestos de abogados, periodistas, diplomáticos acusaban de simpatizar con “los terroristas” a todos los que tuvieran una actitud crítica hacia las represiones y destinando algunos millones de las arcas del Estado, el Kremlin conseguía más “amigos” devenidos en defensores acérrimos suyos. Los estalinistas penetraban con facilidad en el aparato de Estado de los países democráticos y en los sindicatos, se llevaban bien con los burócratas de todo pelaje.

La II Internacional y la Federación Sindical de Amsterdam, por caso, guardaron un silencio cómplice en la medida que los “frente populares” resultaron un reaseguro de sus puestos7. El gobierno de frente popular de León Blum, junto a liberales y estalinistas y también los partidos socialistas de Europa y EE.UU., contribuían a la obra estalinista, expulsando a los trotskistas para abonar su alianza. Los grandes aparatos de la III Internacional estalinista y la II Internacional socialdemócrata, “si no son gemelos, por lo menos son hermanos espirituales. Políticamente, pertenecen, en todo caso, al mismo campo”8.

Si bien por lo bajo, algunos representantes no aprobaban a Stalin desde el punto de vista moral, el laissez faire socialdemócrata mostraba que el estalinismo “en circunstancias excepcionales -como mostró el ejemplo de España- (...) se convierten en jefes de la pequeña burguesía contra el proletariado”9. En el mejor de los casos, las censuras suaves de la II Internacional, fueron para sostener con mayor “imparcialidad” la política de Stalin. La podredumbre y el cinismo de la socialdemocracia quedó graficado en las palabras de Otto Bauen: “El destino del socialismo parece estar ligado a la suerte del estalinismo, mientras el desenvolvimiento de la Unión Soviética misma no haya superado la fase estalinista”.10

Las organizaciones del Buró de Londres con su seguidismo habitual a las viejas internacionales11 se negaron incluso a apoyar cualquier investigación sobre las acusaciones en los Juicios de Moscú, ya que ello podría “perjudicar” a la URSS. En esta cuestión el papel más lamentable lo jugaron los anarquistas que mientras afirmaban que el estalinismo y el trotskismo eran “la misma cosa”, ayudaban a los primeros para aniquilar a los trotskistas y a los anarquistas revolucionarios12. Aún, “Los teóricos libertarios más francos responden: es el precio del suministro soviético de armas. En otros términos: el fin justifica los medios. Pero ¿cuál es el fin de ellos: el anarquismo, el socialismo? No, la salud de la democracia burguesa, que ha preparado el triunfo del fascismo. A un fin sucio corresponden sucios medios13”.

La revolución española y “los amigos de la URSS” (de Stalin)

Cuando se realizaron los dos primeros Juicios de Moscú, la vanguardia internacional tenía puesta su mirada en los frentes de la revolución española y el cerco de Madrid. “Si son inocentes, ¿quién les impide decirlo?”, diría Dimitrov que, a su manera, resumía los lugares comunes de sectores de la vanguardia: “¿Qué les importa a muchos hombres de buena fe y escasa visión que los acusados que se proclaman culpables públicamente sean fusilados en Moscú? Stalin suministra a la República española las armas que le hacen falta. ¿Qué importa que su GPU acose allí a los revolucionarios, extranjeros o españoles, trotskistas, anarquistas o comunistas independientes?: El frente está en España”14.

A partir de septiembre de 1936 empezaron a llegar a España los consejeros militares y políticos y los especialistas de la NKVD que van a emprender la liquidación de todos los elementos revolucionarios, otros lo hicieron desde las principales ciudades europeas, de Asia y América. La nueva política extranjera de Stalin y, al mismo tiempo, “escuela” para dirigentes estalinistas de la IC en la “lucha antifascista”, no sólo excluía el triunfo de la revolución sino que obligaba a combatirla ya que constituía una amenaza directa contra el sistema de alianzas de la URSS.

Con la complicidad de la socialdemocracia, de los socialistas del Buró de Londres y hasta de los anarquistas, se fue cerrando, así, el cerco contra la revolución y la vanguardia revolucionaria, dejando que el estalinismo hiciera el trabajo sucio. De esta forma, fueron asesinados impunemente dirigentes como Andrés Nin del POUM.

Para Stalin, no obstante, estrangular desde su nacimiento a la IV Internacional15 -la única columna internacionalista revolucionaria- era un problema de vida o muerte. Fundamentalmente como “preparación” frente a la guerra mundial venidera, de cuyas entrañas volvería a emerger la revolución, y que, como mostraron los años 1936-1938, su avance tendía a poner en la cresta de la ola a la IV Internacional. Así, entre 1937 y 1938, fueron asesinados por el estalinismo los dirigentes más importantes de la IV Internacional en Europa: Erwin Wolf, León Sedov -hijo de Trotsky- y Rudolf Klement16. La cadena de crímenes estalinistas consiguió su objetivo cardinal al terminar con la vida de León Trotsky en agosto de 1940.

La política de la IV Internacional

Desde el caso Kirov, los trotskistas impulsaron campañas de denuncia y apoyo material para los presos revolucionarios rusos y la de aquellos militantes de la IV Internacional y de otras organizaciones revolucionarias, que por miles llenaban las cárceles y campos de concentración de China, Alemania, España, Italia, Polonia, Grecia e Indonesia, entre otros, y que las viejas internacionales abandonaban a su suerte, impulsando “Comités de defensa” en diversos países con el fin de organizar desde el envío de dinero a los presos rusos y la intervención incesante para denunciar e impedir el exterminio estalinista.
A partir del primer juicio -en agosto de 1936- los trotskistas iniciaron una campaña destinada a desenmascarar el fraude judicial. León Sedov publicó el Libro Rojo, mostrando la inverosimilitud de los cargos hacia él y su padre. Víctor Serge, el famoso revolucionario y destacado escritor belga-ruso -uno de los pocos opositores que pudo salir con vida de Moscú- denunció la situación horrorosa de las cárceles y campos y escribió un folleto (“Dieciséis ejecutados en Moscú”). Presionado por Moscú, el gobierno noruego sometió a Trotsky a arresto domiciliario (prohibiéndole conceder entrevistas, publicar artículos) para impedir su defensa. No fue sino en medio del Atlántico cuando pudo abocarse a organizar sus materiales para refutar las acusaciones y sólo al llegar a tierra mexicana, en enero de 1937, pudo empezar a preparar a la opinión pública para la creación de una comisión investigadora internacional que escuchara su versión de los hechos y se pronunciara respecto de su culpabilidad o inocencia (ver recuadro “La Comisión Dewey”) 17.

Pese a las persecuciones estalinistas, intelectuales de avanzada18 como André Bretón apoyaron a los trotskistas y a los comités de defensa. Junto al famoso muralista mexicano, Diego Rivera, quien alojó en su casa mexicana a León Trotsky, adhirieron a la IV Internacional19: “los intelectuales de avanzada más honrados y perspicaces alarmaron los espíritus. Aquí revelan su importancia los grupos que colocan bajo la égida de la IV Internacional. Ellos no forman, no pueden formar en este período de reacción que atravesamos, organizaciones de masas. Son los cuadros, los fermentos del porvenir (...). Ninguna fracción en toda la historia del movimiento obrero ha sido perseguida con tanto encarnizamiento, abrumada con tantas calumnias envenenadas, como esta llamada de los ‘trotskistas’. Es lo que ha determinado su temple político, su espíritu de sacrificio y le ha acostumbrado a remontar la corriente (...) sobrepasan en mucho a los más ‘autorizados’ jefes de las Internacionales Socialistas y Comunistas”20.

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