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Casas Socialistas

La duración de la jornada laboral: un campo de batalla

29 de diciembre 2003


Para el capitalista no hay límite para el trabajo. No nos olvidemos que cuando paga un salario para comprar fuerza de trabajo siempre pretenderá que ese trabajo que pone en movimiento le rinda el máximo posible. Momentito: todo tiene un límite! Dice el obrero.
Sí, y el único límite a la extensión de la jornada de trabajo es la capacidad física del obrero: si de tantas horas de trabajar el obrero extenuado ya no puede seguir, disminuye su rendimiento o incluso corre el peligro de romper las máquinas por negligencia, el patrón sale ganando si detiene el trabajo y deja descansar al obrero. La cantidad de horas trabajadas tiene así un límite físico.
El otro límite a la extensión de la jornada de trabajo es el que imponen los trabajadores con su lucha, cuando se organizan, forman sindicatos y logran negociar colectivamente la venta de la fuerza de trabajo.
Entre el límite físico de horas de trabajo y la reducción máxima compatible con alguna ganancia empresaria se va a desarrollar una lucha incesante entre la fuerza de trabajo y el capital por la duración del tiempo de trabajo.
"Pugnando por alargar todo lo posible la jornada de trabajo, llegando incluso, si puede, a convertir una jornada de trabajo en dos, el capitalista afirma sus derechos de comprador. De otra parte, el carácter específico de la mercancía vendida entraña un límite opuesto a su consumo por el comprador, y, al luchar por reducir a una determinada magnitud normal la jornada de trabajo, el obrero reivindica sus derechos de vendedor. Nos encontramos, pues, ante una antinomia, ante dos derechos encontrados, sancionados y acuñados ambos por la ley que rige el cambio de mercancías. Entre derechos iguales y contrarios, decide la fuerza. Por eso, en la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo se nos revela como una lucha que se libra en torno a los límites de la jornada (…)" (El Capital, Libro I, Cap. 8).
Cuando se aumenta la jornada laboral se aumenta al mismo tiempo el trabajo excedente sin disminuir el trabajo necesario con el cual el trabajador reproduce el valor de la fuerza de trabajo, su salario. Este tipo de aumento en la plusvalía se denomina plusvalía absoluta. Lo que aumenta es ese tiempo excedente respecto de sí mismo, de ahí que se trate de un incremento absoluto. Así sucede cuando la jornada de trabajo aumenta por ejemplo de diez a doce horas, sin que medie contraparte alguna del capitalista: mientras que la cantidad de horas necesarias para cubrir el valor de la fuerza de trabajo sigue siendo cinco, ahora el capitalista se apropia del producto de siete horas de trabajo excedente.
En realidad la tendencia de las últimas décadas en muchos países centrales fue a la reducción de la jornada laboral. En muchos casos a cambio de mayores ritmos de producción o incluso a cambio de remuneraciones más bajas. Pero en Argentina y otros países de la periferia no sólo han empeorado las condiciones de trabajo, sufrimos bajas reales y nominales de sueldo, sino que también presenciamos un aumento absoluto de las horas trabajadas.
Según un estudio del Ministerio de Trabajo, en la Argentina y a pesar de la disminución de las horas trabajadas por la recesión estamos desde octubre del 2002 e incluyendo las horas extras en unas 2.040 horas anuales y una jornada laboral de 9 horas y media (ver cuadro comparativo). Recordemos que el empleo estatal y docente en muchos casos oscila entre 4 y 7 horas de trabajo bajando el promedio nacional de horas trabajadas. Quiere decir que hay empleos como en algunas ramas industriales como textiles, alimentación o de los servicios y comercio que están arriba de las 11 o 12 horas diarias. Ahora que la economía se está recuperando no sería sorprendente que las horas trabajadas se incrementen aceleradamente, porque se aumentará el volumen de producción esencialmente con los trabajadores que ya están en activos más que mediante la contratación de nueva mano de obra.
Si hacemos una comparación histórica de estos datos, el resultado será sorprendente: tomando como ejemplo el año 1887, veremos que el 65% de los trabajadores argentinos trabajaba 10 horas, el 22% entre 11 y 14 horas, y sólo el 13% había logrado 8 horas. Con el promedio de 9,5 horas trabajadas en la actualidad estamos a principios del siglo XXI aproximándonos a... 1887!
Según los datos del Indec en mayo del 2003, 2.842.000 asalariados están incluidos en la categoría de población sobreocupada. Esta cifra supera a la población desempleada y a la subocupada. Para tener una idea aproximada de la evolución de la polarización en torno a la jornada laboral baste decir que durante los’90 mientras disminuye el porcentaje de trabajadores que trabajan una jornada normal entre 30-45 horas, suben la cantidad de trabajadores que o trabajan menos de 30 horas o que lo hacen más de 46 e incluso más de 61 horas. En el año 2000 entre las dos últimas categorías que engloban el sobretrabajo suman el 41% de toda la fuerza laboral asalariada.
Como se ve no asistimos al "fin del trabajo", sino a un polarización extrema de la fuerza de trabajo entre un población sobreocupada y otra desocupada. Entre ambas suman más del 50 % de los asalariados. Una sirve a la reproducción de las condiciones de la otra, debilita la capacidad de resistencia de la clase trabajadora y asegura una fuente acrecentada de ganancias. Por ello no es posible resolver una sin la otra, bajo la fórmula del reparto de las horas de trabajo sin disminución salarial. Sobre esta cuestión nos extenderemos más adelante.

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