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La crisis del PJ y el kirchnerismo

1ro de abril 2004


El reciente Congreso de Parque Norte evidenció la crisis del PJ y sus divisiones internas. La abyecta reivindicación de la teoría de los dos demonios por parte del cordobés De la Sota, fue replicada por Sergio Acevedo acallado por la silbatina de los barrionuevistas y duhaldistas. "Portadoras de apellido" acusó Cristina Fernández. "Orgullosa de llamarme Duhalde" retrucó Chiche. "Discusiones de alta peluquería" caracterizó de forma vulgar y machista Aníbal Fernández. "No somos las carmelitas descalzas" embistió frente a los medios el inefable Barrionuevo. Acevedo, Das Neves, Solá, el mismo Fellner, Busti, Obeid, entre otros, renunciaron a la conducción del PJ. Los duhaldistas se mantuvieron a la espera de una resolución de la negociación.

La interna peronista se calienta y el fantasma de la fractura no se descarta. Duhalde propone una elección directa de autoridades, con lista única encabezada por Kirchner, mientras el santacruceño evalúa la conveniencia de quedar pegado al PJ. La situación amenaza a la gobernabilidad –un capital político kirchnerista- en medio de las negociaciones con el FMI, la crisis energética y la cercana discusión de la coparticipación con los gobernadores. Nuevos cimbronazos en el régimen pueden estar planteados. Queda al descubierto que las instituciones son frágiles. Recuerda la actualidad de la crisis de representación política, motivo por el cual surge y, en parte, se sustenta Kirchner.

Entre transversales e impresentables

La situación en que el peronismo llegó al poder explica en parte la realidad del PJ. El gobierno de Kirchner subió con apenas el 22% de los votos y la presidencia Duhalde terminó apresuradamente sus días después de la masacre de Puente Pueyrredon. El peronismo –a diferencia de la UCR y el Frepaso- salvó la ropa pero no es ajeno a la crisis de representación abierta tras la rebelión popular del 2001. Kirchner se presenta como la renovación política y desde ahí asienta su legitimidad. Pero su partido es la más rancia oligarquía de la vieja política. Alberto Fernández lo explica así: "Los más abucheados en un ámbito cerrado como es el congreso del partido son los más aplaudidos en la calle, y los más aplaudidos son los que menos pueden caminar por la calle" (La Nación, 29/3). El PJ actual es una sumatoria de fracciones que centra su poder en el ejercicio del clientelismo estatal. El choque entre sectores no es ajeno a esta disputa de poderes, entre el gobierno nacional y los caciques territoriales, gobernadores, intendentes y punteros.
Así, las facciones en pugna expresan intereses de difícil conciliación.


- De la Sota y Reutemann encarnan un peronismo de centroderecha. El cordobés salió con los tapones de punta contra el oficialismo. Quiere alinear a los descontentos del PJ y busca el apoyo del viejo establishment y de algunos sectores de la oligarquía agroexportadora, molestos con la "imprudencia" del estilo K.
- El kirchnerismo, por su parte, los eligió como blanco para golpear, buscando imponer sus condiciones al PJ y fortalecer su propia fuerza desde el poder político. No olvidemos que K conquistó la presidencia gracias a los bonaerenses y es una facción marginal del peronismo. El estilo K, de hombre común en cargos importantes, es una expresión pequeñoburguesa carente de independencia, que -mientras gobierna para el gran capital- se apoya indistintamente o en el viejo régimen o en sus aliados extrapartidarios, los "transversales", para fortalecer su proyecto. Cuál va a ser la opción que tome definitivamente está por verse.
- Duhalde actúa como un centro contemporizador entre el gobierno y su tropa, tratando de que –como marca la tradición peronista- nadie saque los pies del plato del PJ.
- El duhaldismo duro de los punteros y caciques territoriales, que tienen su propio interés y buscan limitar el crecimiento de los dueños de la Rosada. Este sector contaría (según algunos medios) con la venia de Chiche.
- Los neomenemistas como Romero practican el perfil bajo, negocian actualmente con Kirchner, pero buscan donde ubicarse.

¿Nueva política?

Kirchner practica la duplicidad. Habla de "causa nacional" y se entrega a Merryll Lynch. Da por tierra con la teoría de los dos demonios pero judicializa la protesta piquetera. Habla de refundar la política y se sostiene gracias a Duhalde, y presenta como su aliado "transversal" a Aníbal Ibarra, único político con quien compartió el palco en la ESMA. De Duhalde no hace falta hablar. En el caso de Ibarra el sayo de la "nueva política" le queda muy mal. Llegó al poder de la mano de la Alianza y huyó escondido en una ambulancia en diciembre del 2001. Desalojó violentamente el Padelai y a las obreras de Brukman. Si subsiste en el escenario nacional es gracias a Kirchner que le tendió una mano en la campaña electoral. Otro asesor transversal es Chacho Alvarez, el conspicuo fundador de la Alianza y mentor del gobierno de De la Rúa.
El kirchnerismo quiere contar con su propia fuerza. Para mantener la gobernabilidad presiona al PJ buscando imponer su liderazgo subordinando al duhaldismo. La intervención de Santiago del Estero terminando con la mafia de los Juárez es una embestida contra los dinosaurios del peronismo en retirada. Si no logra su objetivo interno se recostará plenamente en los transversales apostando a polarizar contra el PJ.
El "progresismo" K se limita a la búsqueda de la "renovación" de un partido del viejo orden o a conformar una corriente con carreristas políticos que quedaron a la deriva luego del estallido de los partidos tradicionales.

Independencia política de clase

El congreso del PJ refrescó la memoria de quiénes son ellos. El kirchnerismo intenta con su paraguas progresista darle un tiempo de sobrevida a un movimiento político vacío de contenido, responsable del neoliberalismo que liquidó las conquistas históricas que el mismo peronismo en su fase original, nacionalista burguesa, había puesto en marcha.
La idea de Kirchner de unir a la burguesía nacional y los trabajadores en un bloque que resucite la alianza de clases histórica del peronismo, choca con la subordinación al imperialismo del mismo santacruceño y del capital criollo. Kirchner no es un nacionalista, no va a movilizar a las masas por la "causa nacional" simplemente porque no está en su agenda enfrentar al imperialismo y por lo tanto resolver la "cuestión social". Mucho más su poder se basa –como dijimos- en la desmovilización y la pasividad. El reformismo "light" de Kirchner es de manos vacías para los trabajadores. La transversalidad es una trampa que carece de credibilidad teniendo en cuenta las características de sus aliados.
La clase obrera y el pueblo no pueden esperar nada del peronismo en cualquiera de sus variantes. Los trabajadores tienen que retomar la senda de la lucha de clases y el enfrentamiento con el gobierno. Está planteado conquistar la independencia política de clase para dar un paso adelante que termine de una vez por todas con los intentos de recomponer a las instituciones burguesas y los partidos del viejo régimen. Desde el PTS insistimos en la necesidad de construir un movimiento político de los trabajadores, basado en las organizaciones obreras combativas, los movimientos de lucha y la izquierda que se reclama clasista, que con un programa independiente y anticapitalista, dispute a la burocracia sindical y al peronismo la base del movimiento obrero y del pueblo pobre.

Contención y pasivización De Duhalde a Kirchner

Kirchner es el agente de lo que denominamos pasivización. Hay que remontarse a las jornadas de diciembre del 2001 y el ¡Que se vayan todos! para comprender la crisis del PJ. Ya pasaron tres años y medio de esa gesta que parece diluirse en la conciencia de las masas y es interesadamente desdibujada por los medios, en especial los progresistas. De la Rúa no era un presidente cualquiera sino uno elegido por el sufragio universal. Puerta, Rodríguez Saa, Camaño y Duhalde fueron coronados a espaldas del pueblo en un Congreso protegido por tropas policiales. En ese entonces, la ira popular apuntaba contra el viejo régimen y los representantes de la casta política. Las instituciones conservaban su legalidad pero perdieron la legitimidad.
Duhalde lidió con esta situación conteniendo la crisis social universalizando el asistencialismo y poniendo al peronismo como garante de los negocios de la "burguesía nacional" para los cuales devaluó el peso y pesificó sus deudas. El bonaerense logró ser garante de la legalidad del régimen, pero no logró restituir la legitimidad perdida.
Cuando Kirchner asumió el poder contó a su favor con la desmovilización general y la simpatía de las clases medias, sobre todo de la Capital Federal, que abandonaron las cacerolas para asumir el rol mediático de opinión pública. Jugó (y juega) a su favor, además, el período de crecimiento económico. Kirchner comenzó a diferenciarse del "pejotismo", para ganar la simpatía de la población y generar una base de sustentación. La transversalidad se puso de moda. Junto con esto toma medidas de contenido simbólico en el orden de los DDHH y de renovación parcial de las instituciones. Practica una retórica frente a los medios de comunicación. Pero ejerce el poder en beneficio del gran capital y persigue el objetivo de terminar de desmontar cualquier atisbo de oposición social. Por eso impulsa activamente la cooptación de los movimientos sociales a los cuales busca dividir para debilitarlos. El handicap de Kirchner es la ilusión de las masas en un cambio desde arriba y no por la lucha de clases. De ahí su capacidad para legitimar las instituciones.







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