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“La caída del palacio de invierno”

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20 de septiembre 2007

En el Smolny, una ardiente batalla de palabras se estaba librando entre los mencheviques y socialrevolucionarios de un lado, y los socialrevolucionarios de izquierda, los bolcheviques y los mencheviques internacionalistas del otro. (...) finalmente, un inspirado orador declaró que el crucero Aurora estaba, en ese preciso momento, bombardeando el palacio de invierno, y que si toda la insurrección no era detenida de inmediato, los delegados de los partidos mencheviques y socialrevolucionarios, junto con algunos miembros de la Duma, marcharían desarmados a través de las líneas de fuego y morirían junto con el gobierno provisional (...)
Por un tiempo, lo confieso, estábamos bastante impresionados por estos posibles mártires; cualquier grupo de hombres desarmados, protestando contra una fuerza armada, te obliga a quedar impresionado. Poco después, sin embargo, no pudimos evitar preguntarnos por qué no seguían adelante y morían como lo habían decidido; y especialmente desde que el palacio de invierno y el gobierno provisional, podían ser capturados en cualquier momento.

Cuando empezamos a hablar con los mártires, nos sorprendimos de descubrir que no estaban satisfechos sobre la forma en la que deberían morir, y no solo eso, sino que estaban tratando de persuadir al guardia de marina de que tenían el permiso de pasar del Comité Militar Revolucionario. Si nuestro respeto por su valentía se debilitó, nuestro interés en la originalidad de sus trucos políticos creció mucho; era claro que la última cosa que querían los delegados era morir, aunque seguían gritando a toda voz “¡déjenos pasar! Déjenos sacrificarnos” gritaban como niños malos

Sólo 20 fornidos marineros abrieron el camino. Y ante todos los argumentos continuaban obstinados e inconmovibles. “Vayan a casa y tomen veneno” le recomendaron al clamoroso estadista “pero no esperen morir aquí, tenemos órdenes de no permitirlo”.

“¿Que harán si de repente seguimos adelante?” preguntó uno de los delegados.

“Tal vez les daremos una buena nalgada” respondieron los marineros “Pero no mataremos a ninguno –no por un maldito lugar turístico!”.

Esto pareció calmar los ánimos. Prokopovitch, ministro de Provisión, caminó hasta la cabecera del grupo y anunció con voz temblorosa: “Camaradas: permítannos regresar, permítannos negarnos a ser matados por manipuladores” lo que quiso decir exactamente era demasiado para mi simple cerebro americano, pero los mártires parecieron entender perfectamente, ya que ellos marcharon en la dirección en que habían venido y se acuartelaron en la Duma.

Prensa

Virginia Rom 113103-4422

Elizabeth Lallana 113674-7357

Marcela Soler115470-9292

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