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LA REPRESION DESDE ADENTRO: Oscar Coria, delegado de sector (turno noche) despedido

PTS

1ro de octubre 2009

“Lo que vivimos el día de la represión fue terrible” arranca Coria, uno de los delegados que se encontraba en la planta el día viernes. “Eran más de 300 policías; la montada y la división perros rodearon toda la planta. Mientras tanto, un funcionario del Ministerio de Trabajo nos leía el acta, y detrás nuestro ingresaba la infantería, rompiendo las ventanas para agarrarnos de sorpresa”. Los trabajadores habían decidido que no iban a dejarle a la policía los puestos de trabajo, y contra las balas, palos y gases les respondieron con lo que tenían a mano.

¿Cuál era el espíritu de los trabajadores a minutos de la represión?

Estábamos con una moral muy alta. Los compañeros repetían que no estuvimos 38 días para que nos saquen con la cabeza gacha; estábamos dispuestos a resistir. Pero nos montaron una trampa. Estábamos en las terrazas de la planta, porque queríamos que se vea, porque no iba a ser un procedimiento pacífico, y así lo transmitieron las cámaras de TV. Se vio como golpeaban a una compañera, que salió en varios medios cuando la reducen, la levantan de los pelos, la tiran contra el piso en varias oportunidades, y no conformes la patean y le pisan la cabeza. No fue un hecho aislado. Otro compañero, al no poder resistir levantó las manos y le disparan en la pierna.
Los que tuvimos la posibilidad de resistir les tiramos con lo que encontrábamos en la terraza. Nos cuadruplicaban en número, y las balas de goma y gases hicieron su parte.

¿La fábrica se transformó en un centro de detención?

Un antiguo compañero que trabajó en Ford y otros con muchos años de fábrica decían que lo que hicieron les recordaba a la dictadura. Las oficinas de personal y el centro médico funcionaron como una comisaría, donde no permitieron entrar a nuestros abogados y la policía tomaba declaración y pretendía que firmemos actas con un montón de mentiras. Luego, nos metieron en un camión celular, con celdas de medio metro, donde llegaron a poner a dos compañeros, y con una rejilla de cinco centímetros por cinco que hacía casi imposible la respiración. Varios compañeros terminaron ahogados, uno se descompuso. A pesar de que estábamos maniatados, la moral de los compañeros estaba alta, porque a pesar de que se quejaban de los golpes seguían cantando y alentando que íbamos a seguir luchando.

H.E.

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