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Kirchner pierde energía

Christian Castillo

28 de junio 2007

En medio de derrotas electorales del gobierno y las claras manifestaciones de la crisis energética, estamos hoy en presencia de las señales más importantes, en poco más de cuatro años de gobierno, de los límites que expresa el patrón de acumulación capitalista que se desenvolvió luego de la devaluación. El actual ciclo de crecimiento no se apoyó en una reversión de lo esencial de las políticas implementadas bajo la década de los ’90 (flexibilización laboral, privatizaciones, desregulación financiera, mayor presencia del capital imperialista y concentración económica, etc.) sino en aprovechar la combinación del aumento de los precios de las materias primas, la baja de los salarios y las ventajas del tipo de cambio 3 a 1 respecto al dólar para favorecer una monumental recuperación de las ganancias capitalistas –empezando por los sectores exportadores- y permitir, con el nuevo tipo de paridad cambiaria, el resurgimiento de sectores de la industria manufacturera, tanto en ramas con mayor concentración de capital (como automotrices) como en otras que incluyen sectores de burguesía no monopolista. En este período, la continuidad de las privatizaciones prolongó y acentuó el déficit infraestructural de la economía nacional, que hoy se manifiesta en forma aguda en la crisis energética, pero que también abarca al transporte, la vivienda y tantas otras áreas. El crecimiento de los recursos estatales, producto del aumento de los superávits fiscal y comercial, no fue utilizado para mejorar los salarios de los empleados públicos, las jubilaciones o los subsidios a los desocupados –que se mantuvieron en cifras miserables-, ni para la realización de planes de vivienda popular o para mejorar las enormes carencias de infraestructura -15 millones de habitantes no tienen acceso a la red de gas natural- sino a pagar deuda y a acumular reservas. Hoy empieza a verse el precio que ha significado para el pueblo trabajador que hayan sido nuevamente un puñado de grupos capitalistas los grandes beneficiarios del crecimiento de estos años.

Macri adelanta a Kirchner

En la Capital, el triunfo de Macri fue aplastante. Kirchner, reconociendo la relación de fuerzas como lo había hecho después de la derrota en Misiones, recibió al presidente de Boca y le concedió el traspaso de la policía a la Ciudad de Buenos Aires entre otros reclamos de Macri, así como ya había recibido a la flamante gobernadora electa de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, con abrazos y besos. Así, el gobierno intenta frenar el principal argumento de la oposición que, en sus distintas variantes, lo atacan de “hegemónico” o no “pluralista”, para despejarle el camino a Cristina Kirchner hacia las elecciones de octubre y buscando contener a la oposición en los límites de fenómenos locales. Kirchner pierde energía, pero no las mañas.

Macri quedó como principal referente de la derecha cosechando casi un 61% de los votos en Capital, con sus mejores porcentajes en las circunscripciones donde predomina la clase media alta (llegó a obtener un 80% en los “barrios ricos” del norte de la ciudad) pero también ganando el voto de sectores pauperizados, aunque por menores porcentajes, en las zonas habitadas por la llamada “clase media media”. Aunque en la amplia victoria del PRO se combinan distintos factores, es claro que en sectores muy amplios de sus votantes se expresó un voto conservador, “un sentido común de los sectores altos y medios que quieren ‘gestión para que las cosas funcionen’, para comprar y vender en paz disfrutando del actual crecimiento económico sin importarles los que padecen bajos salarios y condiciones precarias de empleo e incluso contra ellos”1, como decíamos analizando los resultados de la primera vuelta. A su vez, en ausencia de un polo político que exprese los intereses de la clase trabajadora, la derecha logró canalizar también la frustración de importantes sectores medios y del pueblo trabajador con diez años de “gestiones progresistas”, cansados que estas no hayan resuelto ninguno de sus problemas fundamentales. Al favorecer en sus gobiernos los mismos intereses que defiende el presidente de Boca, el “progresismo”, expresado tanto por el ministro de Educación como por los Ibarra o los Telerman ha mostrado ser no un freno sino el camino regio para que Macri llegue finalmente al comando de la capital del país.

El triunfo del PRO, en realidad, se había prácticamente consumado en la primera vuelta, en la cual tanto Filmus como Telerman permitieron a Macri concretar con éxito su estrategia de campaña, consistente en quebrar el “techo electoral” histórico de la derecha capitalista camuflando su discurso anterior con alusiones a la “inclusión social” y la “igualdad de oportunidades para todos”, junto con dar protagonismo a su candidata a vicejefa, Gabriela Michetti, presentada como más potable para anteriores votantes de Ibarra o Carrió (ver “La agenda compasiva de Mauricio y Gabriela”). Sin embargo, ni bien triunfante, Macri empezó a mostrar sus verdaderas intenciones. Dice que para ampliar la red de subtes construyendo 10 kilómetros por año es necesario un “gobierno austero” –léase, con despidos y bajos salarios para empleados públicos y docentes-, a la vez que ya está gestionando créditos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) que, como siempre, serán pagados por el pueblo trabajador. En realidad, Macri no tiene diferencias sustanciales con el “modelo” de Kirchner. Más bien, anticipa las salidas que posiblemente el segundo gobierno K tome después de octubre. Es que la crisis de infraestructura hoy evidenciada deja dos caminos. Uno, avanzar sobre los intereses de los capitalistas expropiando a los privatizadores, y obteniendo de las ganancias que actualmente se apropian los empresarios los medios para una utilización racional de los recursos energéticos en función de los intereses de los trabajadores y el pueblo pobre, así como financiar la recuperación y modernización de la red ferroviaria. Otro, la combinación entre nuevos endeudamientos y la búsqueda de nuevos capitales garantizando jugosas ganancias para los capitalistas –con aumento de tarifas incluido en el caso de los servicios públicos-; es decir, una “salida” a expensas de los trabajadores y el pueblo. En consonancia con lo hecho en estos cuatro años, donde los subsidios estatales favorecieron a los empresarios vaciadores como Taselli o la obra pública se realizó alentando el resurgir de la “patria contratista”, ya estamos viendo como este último ha sido el camino elegido por el gobierno “nacional y popular” en el terreno del petróleo, con leoninas concesiones otorgadas a las petroleras en Chubut y Santa Cruz, o con el apoyo a la compra de un 25% de Repsol-YPF por el banquero Eskenazi, una política tan entreguista que hasta Lavagna se da el lujo de criticar.

Pero, más allá de esto, los resultados electorales muestran los avances de la burguesía en recomponer su hegemonía sobre las clases medias, incluso logrando en Capital que voten por la variante más de derecha del “partido de las privatizadas y los grandes empresarios”.

Son también un paso embrionario de la burguesía en perfilar alternativas para recomponer un nuevo régimen de partidos –o coaliciones- más o menos estables, luego de la debacle del radicalismo y el peronismo expresada en el 2001 y de que la la variopinta coalición kircherista ocupase durante cuatro años casi en soledad el escenario político. Hoy, son los mismos grupos económicos (y sus voceros, como Clarin) que se beneficiaron fuertemente de la política kirchnerista quienes alientan, sin romper igualmente amarras con el oficialismo, la emergencia de distintas variantes de oposición burguesa que favorezcan un régimen más “compensado”, con diferentes posibles diques de contención para canalizar el descontento de las masas. Igualmente, insistimos, esto es un proceso aún en estado embrionario, dado que lo que sigue predominando nacionalmente es la existencia de coaliciones inestables.

Estado de alerta

Esta situación debe poner a la clase trabajadora en estado de alerta. El desprestigio político del gobierno ha sido hasta el momento canalizado preponderamente por fuerzas ubicadas a la derecha del gobierno, que se apoyan, como Macri, en las tendencias consumistas y conservadoras de las clases medias. Nada peor podríamos hacer que minimizar este elemento, como hace por ejemplo el PO cuando equipara el impacto del triunfo del ARI en Tierra del Fuego –la provincia menos poblada del país, con apenas 92.000 electores- con el del candidato del PRO en la Capital2, a lo que tenemos que agregar no sólo el triunfo del MPN en Neuquén y el mismo hecho que Kirchner haya optado por candidatos claramente identificados con los sectores más derechistas del peronismo como Scioli en la provincia de Buenos Aires o Schiaretti en Córdoba. Distintos medios señalan que Kirchner se apresta a “peronizar” su campaña buscando asegurarse el triunfo en octubre, es decir, reforzar su alianza con los miembros de su variopinta coalición que más expresan la continuidad con los ’90.

Los trabajadores deben ser concientes que los políticos de la clase capitalista se preparan, como siempre lo hacen, a descargar sobre sus hombros las crisis que se vayan sucediendo, como ocurre hoy con la crisis energética. La dinámica que vive la clase trabajadora es distinta a la que predomina en las clases medias. Mientras en estas ganan fuerza los reclamos de “orden”, entre los trabajadores, aún confiando mayoritariamente en el gobierno, se viene dando un importante proceso de recomposición social y de organización, así como el desarrollo de luchas que vienen poniendo en cuestión los topes salariales acordados por el gobierno, las patronales y la burocracia sindical. Y también signos de insatisfacción creciente con las paupérrimas condiciones de vida a que es sometido el pueblo trabajador, que debe viajar como ganado y que ve como cada día es más difícil recuperar lo perdido. Pero si la clase capitalista cuenta no sólo con el gobierno sino con varios postulantes a defender sus intereses, la clase trabajadora sufre la persistencia de la burocracia sindical al frente de las principales organizaciones obreras, y la falta de no contar con una herramienta política propia. Por ello, desde el PTS insistimos con nuestro llamado a las organizaciones combativas de los trabajadores y a las fuerzas de la izquierda clasista a comenzar ya mismo a impulsar un polo para impulsar la solidaridad y coordinación de las luchas, para fortalecer la pelea por echar a la burocracia de las organizaciones obreras, y por poner en pie un gran partido de la clase trabajadora, que, entre otros puntos, luche por la expropiación sin pago y bajo gestión de los trabajadores del petróleo y el gas. Y, hacia las elecciones, llamamos a poner en pie un Frente de los Trabajadores, para dar batalla también en este terreno a los candidatos de los capitalistas.

Prensa

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Elizabeth Lallana 113674-7357

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