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Mundo Obrero

Horas extras por la inflación, más ganancias para el patrón

Algo más que una preocupación revolotea en los hogares obreros. La inflación que ya está comenzando a afectar los hábitos que los trabajadores habían logrado alcanzar a costa de sacrificio.

Hernán Aragón

25 de febrero 2010

Algo más que una preocupación revolotea en los hogares obreros. La inflación que ya está comenzando a afectar los hábitos que los trabajadores habían logrado alcanzar a costa de sacrificio.

Incluso donde existen salarios más altos, como las automotrices, la poda del poder adquisitivo no pasa desapercibida. “Qué faldeada me comí el domingo”, dice un obrero de Volswagen en tono de joda.

Porque el asadito dominguero, que ya se había convertido en conquista adquirida, ahora empieza a ponerse en cuestión. Si la falda no compite con una buena tira de asado, menos se compara aún el nivel de vida medio que la clase obrera ocupada y en blanco alcanzó en estos últimos años en relación a épocas pasadas. Un trabajador con años de fábrica lo explica con la precisión de un matemático. “Yo en el ´75 con el valor de una hora de mi categoría podía comprar 2 kilos de asado, hoy sólo compro ½ kilo”.

La reflexión parece trivial, pero suena como una voz de alerta inquietante. Tal vez se empiece a poner en cuestión, aún de forma difusa, una ideología conformista típica de los periodos de crecimiento económico: la posibilidad de ir aumentado gradualmente el nivel de vida.
En esta rama, la ilusión empieza a perderse cuando algunos comentan que debieron mandar a sus hijos a colegios privados más baratos o directamente a la escuela estatal. También otros están dejando la prepaga para regresar a la vaciada obra social del sindicato. Salud y educación, dos “ítems” nodales, que ya están preocupando a este estrato de trabajadores.

En otros sectores, como las alimenticias y las autopartistas, la situación se vuelve más crítica. Si antes, sobre todo jóvenes, hacían el sacrificio de la hora extra para poder darse algunos “pequeños lujos”, como comprarse un auto o irse de vacaciones, ya no sucede lo mismo. Allí donde existen las horas extras, éstas se convierten en cuestión de vida o muerte para poder mantener los gastos básicos que antes se podían cubrir con las horas de convenio.

“Los compañeros metalúrgicos cordobeses tienen parámetros que rozan lo humorístico cuando se refieren a los aumentos de los alimentos y los productos que a diario consumen”, dice un compañero de la UOM. “Hablan de lo que se pueden comprar y eso es hablar poco, porque la plata no alcanza para nada. Así hacen economía con las palabras también”.

Pero el humor se acaba cuando se cae en la realidad de que se ha producido un cambio significativo en los hábitos cotidianos. Mientras el cuerpo se desgasta con la extensión de la jornada de trabajo, el trabajador va convirtiéndose cada vez más en esclavo de las máquinas y es menor el tiempo que posee para la recreación o el descanso. La vida se vuelve más amarga y el trabajo más pesado.

En algunos lugares de la industria alimenticia como en Kraft, puede decirse que más del 50% realizan horas extras de forma permanente y la otra mitad por lo menos dos o tres veces por semana.

Las horas extras, cuando no alcanzan para todos, se convierten en factor de disputa. Los trabajadores entran en competencia por el “beneficio” de hacerlas. Al ser administradas por los líderes o los capataces, éstos la utilizan para hacerse una base de obsecuentes. En algunas secciones se estableció democráticamente la rotación para hacer las horas extras.

Es evidente que las horas extras aparecen como la única posibilidad de mantenerse a flote. Los patrones se aprovechan de esto y ayudan a naturalizarlo escondiendo que se trata de un mecanismo básico que utilizan para acrecentar la producción y la explotación.

Hoy el básico de un obrero jabonero está en 2.000 pesos, un poco más alto que el básico de una trabajadora de la alimentación o de un docente. Según los datos oficiales, la mitad de la clase obrera no llega a superar los 2000 pesos de ingresos mensuales, o sea la mitad de la canasta familiar hoy valuada encima de los $ 4000 pesos. Con esos básicos, las patronales imponen que para percibir un salario que se acerque a esa canasta, haya que trabajar mucho más que 8 horas diarias.

En todos los casos, las patronales son concientes que la inflación comienza a golpear y aprovechan esa situación para fomentar la división, el individualismo e incrementar la productividad.

Esto se ve claramente en el caso de los telefónicos, donde los salarios han quedado muy retrazados. Basándose en la necesidad salarial, Telecom y Telefónica en acuerdo con la dirección del gremio avanzan sobre el convenio colectivo de trabajo introduciendo cláusulas de productividad que ni siquiera la privatización pudo imponer.

Ni que decir tiene el estrago que la inflación está causando en los sectores más bajos del movimiento obrero, en los cientos de miles de contratados, en los tres millones quinientos mil trabajadores en negro o en los dos millones de desocupados.

Los informes que nos llegaron también hablan del malestar que se está generando por abajo y de reclamos hacía los delegados que cada día se vuelven más frecuentes.

De los informes recibidos surge como necesidad: un salario que cubra nuestras necesidades de canasta familiar con ocho horas de trabajo.

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