“Era una oscuridad infinita...”
dice con la mirada perdida...
Con las lágrimas que brotan... aunque el se resista,
con los puños apretados por la bronca.
(Con la sensación de que va a respirar por siempre ese humo
y va a escuchar por siempre esas voces cercanas.)

Esa oscuridad se llevó catorce trabajadores,
catorce hombres,
catorce hijos.

Se llevó catorce mineros,
catorce compañeros 

Una semana después, los que quedaron en pie
ajustaron cuentas con los entregadores.
Esta vez la bronca no fue silencio
no fue penumbras.

Esta vez no hubo resignación
y los puños no sólo dieron en la cara de los traidores
-comparsa obsecuente del mandamás de turno -
ajustados a sus sillones tapizados de billetes.

Los golpes machacaron contra las conciencias
adormecidas por el cansancio de las doce horas en la mina,
congeladas por el temor a ser un paria sin laburo,
ahogadas por el verso de “lo posible”
que recitaron los burócratas cómplices, serviles,
durante todos estos años.

Los puños golpearon y golpearon
hasta derrumbar toda oscuridad,
y un potente rayo de luz atravesó la sala esa tarde:
Ahora son ellos, los trabajadores
“Los borrachitos, los negritos, los viejitos” del Turbio,
los despojados de todo,
los que han tomado el destino en sus manos.

Ahora nadie mas callará,
nadie mas ocultará,
aunque cueste muchos mas golpes ,
aunque sea difícil desterrar hasta el último asesino
será con esta luz:

 la luz de los oprimidos.