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Comunicados de prensa

En busca de un buen verano

Hacia donde va el gobierno

Prensa PTS

10 de agosto 2004

Los ministros del actual gabinete suelen contar que, a la hora de la decisión, Néstor Kirchner suele pedir un menú de soluciones e inclinarse por la propuesta de máxima. El diez por ciento de aumento a las jubilaciones de menos de 1000 pesos anunciado ayer seguramente es un ejemplo más de ese criterio presidencial. También ha de haber pesado el proponer una cifra “redonda”, ideal para los fines comunicativos o propagandísticos. Un criterio similar es el que alumbra otra decisión en ciernes, que es la de elevar el salario mínimo vital y móvil a 400 pesos, un guarismo redondo, recordable, comunicable. El doble de lo que existía cuando asumió Kirchner, dirán en su momento desde el Gobierno.
La medida que anunciaron ayer Carlos Tomada y Roberto Lavagna se inscribe en lo que será la táctica oficial hasta fin de año. Por un lado, dilatar la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) e impulsar el avance del canje de bonos con los acreedores privados. Por otro, volcar recursos para dinamizar el consumo interno. El Gobierno explica que volcará el excedente al gasto social o a la inversión. Cabe añadir que en Economía y la Rosada suele pensarse que en el corto plazo el consumo es el principal motor de la economía.
Respecto del FMI la opción es, por darle un nombre metafórico, mestiza. El Gobierno rechaza frontalmente sus condicionalidades, que no permitirían jamás incrementar el gasto público en vez de acumular divisas para los acreedores externos. Pero, consciente de su debilidad, no extrema la ruptura. En una decisión chocante a las tradiciones de izquierda y a la retórica nac&pop (aunque no a su práctica reciente), resuelve seguir pagando a los organismos internacionales.
Respecto del canje de la deuda privada, los negociadores argentinos también propiciaron un escenario diferente al inducido por el FMI. Argentina irá en pos de las aceptaciones postergando las tratativas con el Fondo. Las últimas movidas del Fondo y las profecías de sus voceros argentinos inducen a creer que la aceptación será del cero por ciento o poco más. Los argentinos, en voz muy baja, ponderan que les irá mucho mejor, con una aceptación nunca menor al 25 por ciento, según los moderados. Los optimistas trepan al 30 por ciento, al cincuenta si se les da manija. La situación es tan novedosa que todos los pronósticos (los de circa cero hasta los de cincuenta por ciento) dejan la sensación de haber sido formulados a ojímetro: el pulgar bien erguido delante de los ojos, desplazándose horizontal delante de la nariz. No hay que culpar mucho a los augures por la precariedad de sus instrumentos de medición. Es muy difícil la predicción en cuestiones que carecen de precedentes y dependen de decisiones de actores múltiples.
Si el Gobierno mantiene firme la muñeca y las cosas salen más o menos como anhela, a fin de año habrán aumentado los salarios mínimos (y por arrastre otros sueldos), las jubilaciones, los planes de empleo. Las reservas en el Banco Central no habrán mermado tanto con los pagos al exterior porque la recaudación seguirá firme. Si todo sale bien, hasta se podrán adelantaraguinaldos y pago de sueldos de diciembre como se hiciera en 2003. En la Rosada imaginan un record de turismo nacional e internacional, favorecido por una reducción transitoria del IVA que tiene en estudio y por el dólar alto.
El oficialismo programa un círculo virtuoso más o menos keynesiano. Una secuencia de inyección de dinero, consumo, dinamización del mercado local, buen desempeño del IVA. Si el canje avanza, puede ponerse en crisis (o al menos ablandarse) el frente de acreedores, incluido el FMI. En el peor de los casos, si el consenso interno se mantiene hasta puede fantasearse pedir apoyo a la población para emprender desafíos riesgosos contra el FMI, sea pagándole o dejándole de pagar.
Como fuera, la peculiar hazaña de afrontar siderales servicios de la deuda y mejorar los ingresos de los argentinos de menos recursos no podrá prorrogarse mucho más allá del verano, El año entrante deben empezar a “honrarse” los pagos de los bonos emitidos luego del default. Para entonces sí que no habrá plata que alcance. Sobre ese porvenir inminente una discusión progresivamente menos sorda recorre al staff gobernante. Lavagna sigue persuadido de que no hará falta aún acudir al mercado internacional de capitales para cumplir los compromisos. El presidente del Banco Central, Alfonso Prat Gay, opina distinto. Desde luego, esa polémica no es banal pues, según la posición que se adopte, varía la premura para llegar a un nuevo acuerdo con el FMI.
Cuando llegue el verano, o cuando termine, habrá que barajar y dar de nuevo. Habrá que contar cómo va el canje, cómo las reservas, cómo la imagen del Gobierno, cómo los índices de empleo. El lector dirá que esos datos integran distintas series. Es verdad, pero aluden a todos los frentes que encara la táctica oficial. Hasta ahora, desde que asumió Kirchner ha conseguido conjugar un equilibrio interesante entre su aprobación interna y su firmeza en la negociación.
En el ínterin, meses que en la Argentina parecen años, el Gobierno se da algunos gustos en vida. Tomada y Lavagna anunciaron un aumento cuyo precedente se pierde en la bruma de los tiempos. Algún integrante del Gobierno dice que ocurrió “un cambio de paradigma”. Quizá deba controlar su entusiasmo, pero cabe aceptar que sí se obró un cambio de rumbo. El año 2000 nos encontró en una inflexión de la historia que fue cuando el gobierno aliancista recortó jubilaciones y pensiones. Sin haber caído moral y legalmente tan bajo, varios gobiernos consecutivos no supieron, quisieron o pudieron reconocerle aumentos. No es magro el margen reconocido, aunque el 10 por ciento de poco jamás puede ser una fortuna. El Gobierno aspira a sostener ese rumbo, a que esa política virtuosamente keynesiana que llegará hasta el verano se prolongue hasta el 2007. Pero todo depende de un escenario internacional hostil y bastante impredecible. Augurar qué nos deparará el otoño excede largamente las capacidades del ojímetro del autor de estas líneas.
 
 

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