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Notas de tapa

Germinal

Terminal polvorienta de locales y perros inútiles. Inquietante angustia que aún no se comprende. Se avanza unos metros, esquivando gente que se desliza en cámara lenta. Olor a sudor del trapiche.

Hernán Aragón

4 de agosto 2011

Terminal polvorienta de locales y perros inútiles. Inquietante angustia que aún no se comprende. Se avanza unos metros, esquivando gente que se desliza en cámara lenta. Olor a sudor del trapiche.

Quiebra el ritmo monocorde el detenerse de un “camión jaula”, propiedad del Ingenio, del cual descienden zafreros. Como presidiarios. Despiertan las estrofas de Atahualpa: “ha terminado la zafra / dura labor de invierno / la tierra quedó cansada / cansada como el obrero”.

Estamos definitivamente en Ledesma, en este feudo terrateniente donde la neutralidad se tritura como la caña de azúcar y se respira bagazo. Sensación laberíntica, como la de los cañaverales, tumba de anónimos miles.

Caminar atravesado por la mirada en un poblador mayor que devuelve, como latigazo, nuevos versos de Atahualpa: “ya no he de ver en los surcos / curtidos brazos obreros / luchando de sol a sol / por lo que siempre es ajeno”.
Estamos en Ledesma, donde la vivienda y la libertad son ajenas para la mayoría del pueblo. Aquí la concentración de la tierra es tan impresionante como lo es el hacinamiento.

Solo la empresa Ledesma concentra 157.556 hectáreas y el 40% de las tierras con valuación fiscal inmobiliaria de la provincia pertenecen a solo 5 latifundistas.

La contracara es un déficit habitacional enorme. Los trabajadores de la zafra, de la cosecha de citrus, de la cosecha de tomate, los obreros industriales de los ingenios azucareros, viven hacinados en la casa de sus familiares, en pensiones o en asentamientos sin luz, ni gas, ni agua y ni cloacas. Pero qué importancia tiene si ellos son “los menos dotados”, denominación con la que Pedro Blaquier etiqueta a los obreros que diariamente explota. Ellos son el bagazo, el material que luego de extraerle plusvalía en jornadas agotadoras se vuelve desecho.

El tiempo se funde en Ledesma. ¿Qué diferencia al aborigen que en el siglo XIX fue esclavizado para servir al Ingenio con el joven que hoy se abraza a un pedacito de tierra?

Avanzar por Ledesma es también remontarse a la Voreux de Emile Zola, para encontrarse con los mineros franceses de Germinal. Es sentir que la lucha de clases podrá transitar en cámara lenta pero que no se detiene. Es saber que la paz tan reclamada en momentos de estallido como en los últimos días solo puede imponerse bajo las exigencias del propietario. ¿Qué son 15, 20 o 40 hectáreas cedidas cuando de los 3.249 Km2 que conforman el departamento de Ledesma, el 80% pertenece a una sola familia? ¿Cómo puede haber redención para los muertos que dieron su vida por una mísera vivienda cuando Pedro Blaquier posee una mansión de 17.000 metros cuadrados en San Isidro?

“Pretender eliminar estas desigualdades es ir contra el orden natural de las cosas y desalentaría a los más aptos para realizar la labor creadora del progreso a la que están llamados”, escribe Blaquier en una carta de lectores, fechada en enero de 2001, publicada por el oligárquico diario La Nación. No habrá más remedio que ir contra ese “orden natural” que la burguesía impone. Redoblaremos el sacrificio pero también la astucia porque ellos serán nuestros inspiradores.

Entonces renacerán los desaparecidos del Apagón, los mártires de todas las épocas, para barrer con los parásitos que se enriquecen a costa del sacrificio ajeno. Y como en la predicción de Germinal, será el día en que “millones de trabajadores se enfrenten con miles de vagos”, produciendo la germinación que “haga estallar la tierra”.

“Ha de llegar algún tiempo / ¿Cuando será? / En que te sienta mi amigo/ ¡Cañaveral!”. En esa hora, los versos de Atahualpa también encontrarán redención.

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