logo PTS

Nacionales

El gobierno de Kirchner después de las elecciones y el acuerdo con el FMI

¿En qué se basa la actual estabilidad burguesa?

23 de septiembre 2003

Después del acuerdo con el FMI que analizamos en estas páginas y del resultado electoral, el gobierno se apresuró a decir que aumentaría las partidas presupuestarias para el 2004 destinada al área social, aunque sin aumentar la cantidad de Planes Jefas y Jefes. “De dónde sale la plata” pregunta Clarín (17/9): “del ahorro que implica diferir los pagos al FMI y de un aumento de la recaudación”, aclarando que el gobierno remarcó que “en el nuevo presupuesto no hay ajuste fiscal. Sin embargo, los sueldos de la administración seguirían congelados”.
En buena medida, allí se sintetiza todo el secreto de uno de los puntos de apoyo de Kirchner heredado de la transición administrada por Duhalde. La devaluación permite una mayor recaudación por exportaciones y mantener los salarios planchados le permiten no tener que hacer ajustes drásticos como en los tiempos de la convertibilidad de Menen y De la Rúa. Es decir, simplemente la posibilidad de no implementar un ataque directo a las masas sino hacerlo por una vía indirecta, mediante la inflación que, como anunció Lavagna, será de no menos del 10% producto del aumento de tarifas.
El otro gran punto de estabilización que recibe el gobierno fue el apoyo decidido del imperialismo norteamericano contra los tecnócratas del FMI donde tiene mucho peso Europa y exigían, fieles a sus empresas, que se explicite en el reciente acuerdo el aumento de tarifas, cosa que no ocurrió en el papel, pero de todas maneras existirá y golpeará los bolsillos populares. En cuanto a las privatizadas, Kirchner amenaza con rescindir el contrato del Correo Argentino con los Macri, lo que es mostrado por La Nación como una decisión de poner en tela de juicio todos los contratos de los servicios públicos (que bien podrían terminar en un retiro parcial de las empresas europeas de algunas posiciones a favor de los negocios norteamericanos). En lo inmediato, esto es una medida de presión para mejor negociar las subas en las tarifas de gas y electricidad, y tomada contra el grupo empresario que acaba de perder el ballotage en la Capital. Los gestos a izquierda del gobierno también responden a la situación de las masas.
Pero no solo Kirchner sale fortalecido del acuerdo con el FMI y el proceso electoral en curso sino también sus aliados en la coalición sin la cual no podría gobernar.
Kirchner gira ahora hacia el “pejotismo”
“El justicialismo no tiene una conducción bifronte. El que conduce al justicialismo es el presidente de la Nación”, acaba de declarar Duhalde ordenando al PJ bonaerense proponerle a Kirchner que asuma directamente la conducción nacional del partido. Sin duda la declaración tiene mucho de reacomodamiento político de un Duhalde que no veía del todo mal si Macri triunfaba en Capital. “No es lo mismo que Menem”, había dicho Chiche Duhalde después de la primera vuelta. “Hay que entender que hay un poder nacional pero también poderes locales”, dijo Solá una semana antes del ballotage porteño. Al mismo tiempo, la propuesta de que Kirchner se ponga a la cabeza del PJ es un “embrete” de Duhalde al presidente para que se defina por el PJ y deje de hablar de “construir este espacio progresista” tal como lo hizo luego de la victoria electoral de Ibarra.
Pero más allá de las declaraciones veamos los hechos.
Mucho se ha hablado de la “renovación” y la “nueva forma de hacer política” que venía de la mano de Kirchner. Cristina Kirchner ha embestido repetidas veces contra el propio aparato del PJ diferenciando “peronismo de pejotismo”. Y varios kirchneristas de izquierda, como Bonasso y Verbitsky, han planteado que el proyecto oficial es construir una nueva fuerza política, una “alianza transversal” con un sector del peronismo como componente pero unificando a la centroizquierda que, como se vió en las elecciones bonaerenses, no tiene conducción unificada. Pero lo cierto es que tanto el acuerdo con el FMI como las recientes elecciones reafirman el compromiso mutuo de la coalición de gobierno entre el presidente y el viejo justicialismo, liderado por Duhalde.
Así, en la provincia de Buenos Aires los nuevos “hombres del presidente”, militantes de un proyecto de “partido kirchenrista”, como el burócrata piquetero Luis D’Elía o el ex-UOM “Barba” Gutiérrez del Polo Social, quedaron desairados (y reducidos en su caudal electoral a la mínima expresión) por el espaldarazo de Kirchner a Solá. Por el contrario el ARI, mientras en Capital fue parte importante de la coalición de Ibarra con Kirchner, en la provincia de Buenos Aires hizo una elección cercana al 10% ubicando 4 diputados, con la dirigente de CTERA Marta Maffei a la cabeza, en este caso en contra del presidente que apoyó al PJ de Solá.
Aún más: para las elecciones que restan Kirchner no privilegia la construcción de ninguna “alianza transversal”. Viajó a Córdoba a dar su apoyo a los candidatos de De la Sota con quien compartió un acto, y en Neuquén, “Kirchner instruyó a su secretario general de la Presidencia, el neuquino Oscar Parrilli, para que se involucre en la campaña del candidato del PJ (Duzdevich) y retire su guiño al movimiento Encuentro Neuquino, integrado por el ARI y el Frente Grande” (La Nación, 17/9). Es decir: todas las fichas al PJ, incluso donde no tiene posibilidades de triunfar, como en Neuquén frente al menemista Sobisch del MPN.
Tuvo razón Aníbal Ibarra cuando declaró que fue el único que puso en práctica la mentada “alianza transversal” que abarcó a los peronistas kirchneristas, a los partidarios de Carrió y el PS, a la plana mayor de la CTA junto a los restos del Frepaso. Kirchner se jugó por esa “fuerza porteña” contra Macri volcando decisivamente la balanza a favor de Ibarra, pero se debe a que la Capital, la ciudad del 19 y 20, es donde más hondo caló el “que se vayan todos” y el bipartidismo burgués, no solo la UCR sino también el PJ que apostó a Macri, quedó deshecho.
Inclusive la disputa que de todas maneras habrá en Misiones entre los candidatos de Kirchner (Rovira) y de Duhalde (Puerta) no parece salirse del ‘acuerdo-marco’ del justicialismo: “el que pierde paga un café” minimizó Duhalde.
Desde estas mismas páginas hemos planteado el carácter diferenciado de la camarilla pequeñoburguesa kirchnerista con respecto a la facción bonaerense del peronismo que comanda Duhalde. Pero diferenciado no es lo mismo que independiente. Hacerlo aparecer con una estrategia independiente de la vieja casta política del PJ sólo puede tener el objetivo de confundir. La ilusión de construir una nueva fuerza política de centroizquierda que renueve y reemplace el viejo régimen bipartidista en crisis se choca, por ahora, con el rumbo de un político pragmático; al fin y al cabo, la quintaescencia del político peronista, desde Perón hasta nuestros días pasando, claro está, por Menen.
Salvo en la Capital desde donde el presidente junto a Ibarra insiste en proponer la construcción de un “espacio progresista” y la “transversalidad”, Kirchner (cuyo capital político inicial, recordemos, fue el 22% de los votos en las presidenciales) reafirma su alineamiento, en los hechos, con el viejo PJ. Lo necesita para garantizar gobernabilidad no sólo por retener las principales gobernaciones provinciales sino porque, además, se asegura quorum propio en la cámara de diputados para votar leyes como las que recientemente reclamó el FMI.
No se cerró la crisis de dominio burgués
La crisis de fondo para la burguesía no se resuelve con ingeniería política: ni con una “alianza transversal” ni con el sueño de un PJ hegemónico, al estilo del “partido único” que fuera alguna vez el PRI mexicano. Esto solo podría ser la “representación política” de una relación de la clase dominante con las masas y entre las distintas fracciones de la propia burguesía. En última instancia fue Menem el que combinó un poco de las dos cosas. De un lado, se basó en cierta forma en una “alianza transversal” que mantuvo unida, en la primera mitad de los ’90, a la clase media alta de Barrio Norte con los sectores más pobres del conurbano y el interior del país. Y al mismo tiempo hizo funcionar al PJ como hegemónico, traccionando al radicalismo y al resto de los partidos del Pacto de Olivos hacia un “partido único” de las finanzas (o “partido de los negocios” como lo denominó el sociólogo Sidicaro). Pero esa fue la resultante institucional de un bloque, relativamente unificado bajo el comando del capital financiero, de todas las alas de la burguesía, una vez que fue derrotado el movimiento de masas en la crisis ’89-’91. Entonces el capital financiero logró, a la vez de ser el sector predominante económicamente ser también hegemónico políticamente.
Ahora la burguesía ha logrado aplacar a las masas y desactivar el movimiento de diciembre de 2001. La irrupción popular que siguió a la caída de De la Rúa parece cosa de un pasado lejano. No han producido derrotas decisivas a los trabajadores y el pueblo, pero han logrado que las expectativas que ayer sectores de masas ponían en su acción directa desde abajo, en los cortes de ruta, en las asambleas barriales, en las tomas de empresas, hoy sean depositadas en esperar que los cambios vengan desde arriba: lo que el marxista Antonio Gramsci llamó una “pasivización”.
Pero aun así, la clase dominante no ha podido reemplazar por uno nuevo al viejo régimen de dominio cuestionado por las masas: esa es la crisis que permanece en la transición actual. En primer lugar porque el sector burgués ahora “predominante” económicamente después de la devaluación, la burguesía exportadora y en especial la del campo, no puede lograr llevar detrás de sí (hegemonizar) a todas las otras fracciones burguesas, y menos aún liderar una coalición política que presente un futuro a las masas, aunque ese futuro sea falso e ilusorio como el de los ‘90. En segundo lugar porque aunque este sector tiene hombres que se han fortalecido en las recientes elecciones como Reutemman y Solá, “orgánicos” de la burguesía agraria y agroexportadora, no pueden ejercer directamente su dominio sobre las clases explotadas. Para ello se tienen que apoyar en una coalición inestable, no sólo con el aparato clientelar del PJ bonaerense sino, fundamentalmente, con Kirchner que tiene ascendente en las masas pobres y los trabajadores gracias a sus desplantes a la Sociedad Rural; sus denuncias a “los empresarios que se han enriquecido bajo el menemismo” (como dijo de Macri), al FMI “que tuvo responsabilidad en la crisis de la Argentina” como declaró cuando se pulseaba el acuerdo, a las privatizadas “que son insaciables” como acaba de decir Lavagna en la negociación por el aumento de tarifas.
La actual estabilidad de la coalición de gobierno no es definitiva. Se basa, de un lado, en un compromiso mutuo entre fracciones burguesas, en la que ninguna tiene hegemonía sobre el resto; y, sobre todo, en un discurso de centroizquierda que es el que quieren escuchar los trabajadores y el pueblo pobre, aunque por ahora sea sólo discurso. Esto último sigue siendo el factor decisivo para que esta operación política de maquillaje, de cambiar algo para que nada cambie, esté siendo refrendada en las urnas por millones.




Nuevos síntomas
Luchas, reorganización y politización de masas
Aunque la gran mayoría de los trabajadores y el pueblo estén fortaleciendo con su voto a quienes representan la reacción burguesa contra el movimiento del 19 y 20, no lo hacen desde una perspectiva conservadora, de volver al pasado ni de mantener el statu quo, sino de cambios, sólo que creen que es posible hacerlo pacíficamente, confiando en que esos cambios vendrán desde arriba. Es evidente que han retrocedido los fenómenos paridos con las jornadas revolucionarias y esto en gran medida explica la baja elección de la izquierda clasista. Pero quien vea sólo esto y no preste atención al giro ‘de derecha a izquierda’ de amplias masas, aunque sin radicalización ni acción directa, no se prepara para el futuro porque son las grandes masas, en especial la clase trabajadora, las que pueden mover al país de sus cimientos. El que sólo se preocupe por auscultar qué tanto es el “éxodo” del sistema político burgués (como lo denominan las corrientes ‘autonomistas’) midiendo el porcentaje de abstención en las elecciones (y aplicando, en última instancia, la misma lógica aritmética de las encuestas electorales, sin ver que los que se abstienen no se expresan como una fuerza social y política capaz de atraer aliados y cuestionar el poder burgués) y no vea que millones, aún con enormes ilusiones reformistas, buscan una expresión política transformadora, está perdido en la nueva situación.
Hay algunos síntomas que merecen la atención de los revolucionarios. Los 8.000 telefónicos de Foetra Buenos Aires, que al igual que la mayoría de los trabajadores no participó en las jornadas de diciembre, salieron en huelga contra Telefónica por aumento salarial, apenas días después de votar mayoritariamente a Ibarra o Solá, y en gran medida se oponen a un aumento de tarifas. Los empleados de subterráneos, después que Ibarra-Kirchner otorgaran parcialmente el reclamo de las 6 horas por insalubridad por las que vienen luchando hace meses, embistieron luego de las elecciones porteñas contra la empresa que se niega a poner en vigencia el acuerdo. En Neuquén, se desarrolla un paro docente “por tiempo indeterminado” con gran apoyo popular y la sociedad se polariza a favor y en contra del corte del puente que une la provincia con Río Negro, en el marco de que la oposición burguesa y de centroizquierda al menemista Sobisch no puede presentar una opción unificada. En la siempre conservadora provincia de Mendoza, después de la debacle del Partido Demócrata provincial, una encuesta señala que el 23% se considera de izquierda o centroizquierda. La franja de masas que votó a Zamora en la Capital, aún habiendo entrado mayoritariamente en la trampa de la segunda vuelta, sigue siendo un aliado de, por ejemplo, la lucha de Brukman y no va apoyar la reciente decisión de la justicia de procesar por “usurpación” a 6 obreras y obreros de la textil. Al interior de los sindicatos en los que están enfeudados burócratas ‘menemistas’, como Pedraza en ferroviarios o Daer en la industria de la alimentación, están en ciernes procesos de reorganización e intentos de renovación de delegados y comisiones internas.
Ninguno de estos procesos de lucha, reorganización o politización de masas se enfrenta en 180 grados a la política gubernamental: no se transforman, por ahora, en lucha política abierta contra el gobierno, como era contra De la Rúa y parcialmente contra Duhalde. Estos nuevos procesos se dan en un marco de conciliación de clases con un gobierno en el que todavía confía la mayoría popular. Pero los revolucionarios podemos intervenir en ellos. En primer lugar apoyando sus demandas inmediatas para elevarlas al terreno de la lucha de clases abierta. Pero especialmente estableciendo un diálogo político amplio con sus sectores más avanzados alrededor de la idea, por ahora minoritaria, de que es necesario independizarse de los partidos y fracciones de la burguesía para dar vuelta definitivamente la relación de fuerzas a favor de los explotados. Esa es la idea central que planteamos desde el PTS: la construcción de una herramienta de la clase obrera, de una nueva fuerza política de la mayoría asalariada y desocupada, un movimiento político de los trabajadores que vuelva a mostrar la perspectiva revolucionaria del gobierno de la clase obrera.
Los trabajadores y jóvenes concientes que vienen haciendo una larga experiencia desde las jornadas del 2001, deben reorientar su actividad a buscar el diálogo con los sectores más avanzados de las masas donde se opera un cambio en la conciencia y un proceso de gran politización. En las páginas siguientes planteamos cuales son las tareas y la orientación propuestas por el PTS y nuestras discrepancias con el resto de las organizaciones de la izquierda a la luz de lo ocurrido desde las jornadas revolucionarias del 2001.

Prensa

Virginia Rom 113103-4422

Elizabeth Lallana 113674-7357

Marcela Soler115470-9292

Temas relacionados: