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En defensa de la educación pública

Somos miles los docentes que cada día ponemos nuestra cabeza y nuestro cuerpo para defender una conquista de todos los trabajadores: la educación pública, gratuita y laica.

Federico Puy

15 de marzo 2012

Somos miles los docentes que cada día ponemos nuestra cabeza y nuestro cuerpo para defender una conquista de todos los trabajadores: la educación pública, gratuita y laica.

Y no sólo la defendemos por una cuestión salarial o de condiciones edilicias. También lo hacemos porque a la escuela pública van los hijos de las y los trabajadores. Por ser parte de la misma clase, queremos las mejores condiciones para su educación, que son también las mejores condiciones laborales para nosotros.

Queremos organizarnos junto a las madres y los padres de nuestros alumnos, muchos de ellos trabajadores inmigrantes textiles, obreros de la construcción, amas de casa, tercerizados de limpieza y servicios, etc., que trabajan para grandes patronales en pésimas condiciones y por sueldos de miseria. Y que cuando luchan por un pedazo de tierra para vivir, para sus hijos, como en el Indoamericano o en Ledesma, son asesinados y perseguidos por la maldita Policía. La misma que mata a nuestros pibes en los barrios.

Son esas familias obreras a las que, ante la primera tormenta, se les inunda el barrio y la casa y no pueden llevar siquiera a los chicos a la escuela.
Mientras tanto, los diputados cobran $35.000, viven en countries o en pisos enteros de Puerto Madero y viajan en autos con chofer, alejados por completo de nuestras necesidades. Casta parásita de políticos profesionales.
Nuestros alumnos, sus padres y nosotros viajamos hacinados como ganado, arriesgando nuestra vida en trenes, colectivos y subtes en pésimas condiciones. Para llegar puntuales a la escuela y no perder el presentismo, vamos muy temprano y volvemos muy tarde a casa, esperando no sufrir un “accidente” como el de Once.

Y después la Presidenta y sus funcionarios nos dicen que solo trabajamos cuatro horas y tenemos tres meses de vacaciones. ¡Ellos, que no laburan! Todos los que llevan a sus hijos a la escuela pública saben que es mentira. Una mentira transformada en un ataque a la educación.

Parece que no hay derechos para el pueblo pobre y los trabajadores. A los docentes que defendemos la educación pública nos genera odio de clase cuando nuestras familias sufren los atropellos y la barbarie de este sistema capitalista y sus gobiernos, cuando morimos hacinados en trenes, cuando nos asesina la cana en los barrios, cuando los patrones nos echan a la calle como perros.

Por eso apostamos a organizarnos con otros trabajadores. Como lo demostró en Santa Cruz la unidad de estatales, trabajadores de Luz y Fuerza y docentes en las calles, que frenó el intento de suba de la edad jubilatoria. O como cuando en 2009 nos unimos en el Día del Maestro a los trabajadores de Kraft que estaban en medio del conflicto, y luego participamos juntos en festivales en la puerta de la fábrica y en actividades solidarias con sus pibes.
Denunciamos al gobierno que desfinancia la escuela pública y exigimos que le quite todos los subsidios a la educación privada y religiosa, verdaderas patronales confesionales. Estos gobiernos se llaman nacionales y populares, pero usan las reservas para pagarle al Club de París y al FMI en lugar de poner esos miles de millones para educación. Y lo hacen con el aval y las garantías de la burocracia sindical Celeste.

Defender la educación pública es tarea del conjunto de la clase obrera. Junto a los padres, los estudiantes y el resto de los trabajadores debemos impulsar una gran campaña contra la mercantilización de la educación y las políticas noventistas de “sintonía fina” de este gobierno.

Vienen por nuestras conquistas. Debemos defenderlas.

Prensa

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