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MOVIMIENTO OBRERO

Elecciones sindicales: ¿medio o fin?

Es innegable que en algunos gremios las elecciones del sindicato se convirtieron en un hecho de importancia para los obreros. Las listas opositoras de Gráficos y de la Alimentación, de las que el PTS es parte, lo certifican.

Hernán Aragón

15 de marzo 2012

Es innegable que en algunos gremios las elecciones del sindicato se convirtieron en un hecho de importancia para los obreros. Las listas opositoras de Gráficos y de la Alimentación, de las que el PTS es parte, lo certifican.

La calma relativa se interrumpe cuando llega el periodo electoral: el activismo se pone en movimiento y ya no hay quién lo pare.

Sin embargo, luego del escrutinio, algunos vuelven a la “normalidad” y otros se desalientan si el resultado no fue el esperado.

¿Qué valor le damos los revolucionarios a esa “pasión de multitudes” llamadas elecciones sindicales?

Terreno hostil

Las elecciones sindicales son un terreno desfavorable para los clasistas. En primer lugar, porque los sindicatos no representan al conjunto de la clase trabajadora (sólo al 12%). Los contratados o en negro están impedidos de votar.

En segundo lugar, porque es la burocracia la que fija las reglas del juego. Chiche Hernández, metalúrgico de Siderar San Nicolás, lo grafica claramente: “yo fui candidato a vicepresidente de la Nación pero no puedo ser candidato a la dirección nacional de la UOM, pese a más de 25 años de afiliado y haber sido delegado un montón de veces. Para ser directivo nacional, tenés que ser dirigente de alguna seccional. Hay una carrera sindical impuesta por el estatuto miguelista. E incluso te pueden sancionar si te solidarizás con trabajadores en lucha de otra seccional”.

Si esto no bastara puede consultársele al Bocha Puddu de Iveco, que fue expulsado por el Smata en un congreso trucho, sin derecho a defensa, por negarse a firmar el despido de decenas de contratados en la crisis automotriz de 2009.

Hecha la ley, hecha la trampa

Si la burocracia maniobra a su antojo, es porque la Ley de Asociaciones Profesionales promulgada bajo el primer gobierno de Perón se lo permite. El cuerpo general de esta ley es el que rige actualmente. Y los estatutos sindicales están hechos a su imagen y semejanza.

En 1945, las direcciones sindicales, ya abiertamente reformistas, terminan aceptando que el Estado tuviera el poder de determinar cuáles eran los sindicatos legítimos y cuáles podían representar a los trabajadores en las negociaciones colectivas. No pasó mucho tiempo para que esos dirigentes terminaran de ser corrompidos y para que los sindicatos se convirtieran en órganos semi oficiales del Estado.

En el congreso de 1950, la CGT -que en los ‘30 suprimía de su carta orgánica la expresión “lucha de clases”- modificaba sus estatutos suscribiendo a la doctrina de conciliación de clases peronista. A cambio, la dirigencia encontraba la garantía para perpetuarse en el poder y sofocar a las oposiciones clasistas. A la vuelta de Perón, en 1973, la nueva ley de asociaciones profesionales se convierte es un verdadero catálogo antihuelgas y un instrumento coercitivo contra la vanguardia obrera surgida luego del Cordobazo.

Un medio y no un fin

Los revolucionarios utilizamos las elecciones para debilitar en todo lo posible a la burocracia. Pero lo hacemos diciéndoles a los obreros que no habrá plena democracia sindical si no se conquista la independencia de los sindicatos con respecto al Estado patronal.

Casi todos los sindicatos tienen el llamado “descuento solidario”, un robo compulsivo que llega a más del 2% del salario -y sin otorgar beneficio alguno- a los que no se afilian. Esto se extendió cuando los sindicatos perdían afiliados porque la gente renunciaba o porque había alta desocupación. Y fue avalado por el ministerio de Trabajo.

No hacemos un fetiche de la participación electoral; es decir, no convertimos esta táctica en un fin en sí mismo y no aceptamos mansamente las reglas instituidas. Eso sería digno de un simple sindicalista pero no de un obrero con conciencia de clase.

Por eso toda corriente que se reivindique clasista y no cuestione los estatutos tal cual son y no pelee por incluir a los sectores que no tienen representación sindical, está condenada a sucumbir bajo el garrote de la burocracia o adaptarse y dejarse corromper por ella.

El ejemplo contrario al oportunismo sindical, es el sindicato ceramista de Neuquén. Los ceramistas neuquinos hicieron escuela debatiendo y votando un nuevo estatuto, ejemplo de democracia sindical (pero que incluso tuvo que adaptarse a restricciones que la misma ley le impuso para que pudiera ser aprobado). Ninguno de los gremios o seccionales recuperadas (y la mayoría luego perdidas) por el resto de la izquierda se planteó esta tarea: dejar sentada una versión clasista de los estatutos contra la concepción de colaboración de clases que impuso el peronismo.

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