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ACERCA DE LA ÚLTIMA NOVELA DE GIOCONDA BELLI

El país de la utopía (concretada)

Si en la clásica obra de distopía (o antiutopía) de George Orwell, 1984, se mostraba el fracaso de la rebeldía ante una sociedad “totalitaria” –síntesis perfecta entre la burocratización “de tipo” stalinista y la “sociedad de control” norteamericana-, en el caso de El país de las mujeres, de la nicaragüense Gioconda Belli, por el contrario, encontramos una feliz utopía conquistada: las mujeres son gobierno en un país. ¿Tienen algo en común, por lo tanto, para mencionarse así, a estas dos hi

Demian Paredes

30 de diciembre 2010

El país de la utopía (concretada)

Si en la clásica obra de distopía (o antiutopía) de George Orwell, 1984, se mostraba el fracaso de la rebeldía ante una sociedad “totalitaria” –síntesis perfecta entre la burocratización “de tipo” stalinista y la “sociedad de control” norteamericana-, en el caso de El país de las mujeres, de la nicaragüense Gioconda Belli, por el contrario, encontramos una feliz utopía conquistada: las mujeres son gobierno en un país. ¿Tienen algo en común, por lo tanto, para mencionarse así, a estas dos historias juntas? Yo creo que sí: ambas hablan –obviamente por distintas vías y con distintos/opuestos resultados- de los intereses vitales del ser humano en la lucha por ampliar sus libertades esenciales…

La ucronía (el “¿qué pasaría si…?” –en este caso sin apoyarse en ningún hecho histórico como punto de partida-) en El país de las mujeres se desarrolla desde el imaginario Faguas, un país pobre de Centroamérica, donde el PIE [1] (Partido de la Izquierda Erótica) conquista la presidencia.
Haremos a continuación un comentario general sobre el contenido de la novela, con algunos señalamientos puntuales.

Un país, su realidad

Un(a) narrador(a) omnisciente relata, retrospectivamente, la trayectoria de Viviana Sansón –por cierto: todos los nombres fueron escogidos inteligentemente por la autora- y el equipo que va conformando, para llegar al gobierno del país, tras un ataque que recibe y que la deja internada en coma.

Faguas es esa clase de países “pasados de uno a otro colonizador, de la independencia a la insumisión de los caudillos, con breves períodos de revoluciones y democracias fallidas”. Allí “ni la gente supuestamente educada conocía bien en qué consistía la libertad, ni mucho menos la democracia. Las leyes eran irrelevantes porque, por siglos, los leguleyos las habían manipulado a su gusto y antojo” [2].

Viviana era, antes de dedicarse a la política, reportera. En Faguas “La nota roja se había puesto de moda. Abundaban las historias de pandillas y narcotraficantes, a la par de trifulcas domésticas y abusos de menores. Las niñas de diez años que el padrastro embarazaba eran tan frecuentes como los robos y desfalcos al Estado de parte de funcionarios públicos que, en vez de ser despedidos, eran trasladados de una a otra dependencia. Ese partido es como la Iglesia, le decía su jefe, a los curas pedófilos no los echan, los trasladan para que hagan sus fechorías en otra parte” [3].

Aprovechando la anomalía de una explosión volcánica que dejó, con sus gases y extrañas sustancias, a los hombres débiles, sin testosterona, se lanza Viviana a la pelea electoral.

Campaña electoral: discusiones políticas

Viviana –con cierto prestigio ganado por sus jugadas investigaciones y denuncias periodísticas- les propone a sus compañeras Eva, Juana de Arco, Ifgenia y otras, desarrollar –ante la cuestión de que las presidentas mujeres ya existen y “no son novedad”- un “poder femenino”, desde esta perspectiva: “un partido que proponga darle al país lo que una madre a un hijo, cuidarlo como una mujer cuida su casa; un partido ‘maternal’ que blanda las cualidades femeninas con que nos descalifican, como talentos necesarios para hacerse cargo de un país maltratado como este. En vez de tratar de demostrar que somos tan ‘hombres’ como cualquier macho y por eso aptas para gobernar, hacer énfasis en lo femenino, eso que normalmente ocultan, como si fuera una falla, las mujeres que aspiran al poder: la sensibilidad, la emotividad. Si hay algo que necesita este país es quién lo arrulle, quién lo mime, quién lo trate bien: una mamacita. Es el colmo, ¿verdad? ¡Hasta la palabra ‘mamacita’ está desprestigiada! Una palabra tan bonita. ¿Qué tal entonces si pensamos en un partido que convenza a las mujeres, que son la mayoría de votantes, de que actuando y pensando como mujeres es que vamos a salvar este país? ¿Qué tal si con nuestras artes seductoras de mujeres y madres, sin falsificarnos ni renunciar a lo que somos, les ofrecemos a los hombres ese cuido que les digo?”. A lo que Eva dice: “Las feministas nos acabarían diciendo que vamos a eternizar todo lo que se piensa de las mujeres”, y Viviana retruca: “Depende qué feministas. El feminismo es muy variado. El problema para mí no es lo que se piensa de las mujeres, sino lo que nosotras hemos aceptado pensar de nosotras mismas. Nos hemos dejado culpabilizar por ser mujeres, hemos dejado que nos convenzan de que nuestras mejores cualidades son una debilidad. Lo que tenemos que hacer es demostrar cómo esa manera de ser y actuar femenina puede cambiar no sólo este país sino el mundo entero” [4].

Su política la difunden ampliamente (Twitter, Facebook, blogs y “en cuanta red social existía”), y así “En un dos por tres, no hubo en el país quien no supiera lo que era el PIE. La modorra política de Faguas, el business as usual, se sacudió. En los programas de opinión se polemizaba a favor y en contra. Se discutió si el poder ejercido por las mujeres sería diferente, si el erotismo era distinto a la pornografía o si la izquierda tenía aún razón de ser. Lo mejor de todo fue que cuando los comentaristas y periodistas se revelaron como trogloditas, traicionando sus esfuerzos por sonar como hombres modernos, las mujeres se tomaron la discusión y expusieron con vehemencia y apabullante sencillez su disgusto y su incredulidad por lo natural que les parecía a los varones la división de los sexos que les recetaba a las mujeres la exclusión, la explotación y un sinnúmero de desventajas. En los debates se producían verdaderos pugilatos verbales.
Mujeres de delantal, modelos, madres, santulonas, intelectuales, profesionales y putas llamaban a los programas para defender los derechos de la mujer, quejarse de las soledades de la maternidad o indagar sobre la explosión del volcán y el déficit de testosterona”
[5].

Así surge todo un despertar político de las mujeres, donde discuten todos sus problemas, ofensivamente, contra los prejuicios establecidos.
Entre los fragores del debate “Viviana y las demás afinaron sus discursos y respuestas: hablaron de reformas a la democracia, a la constitución, a los métodos educativos y a los centros de trabajo. En sus diatribas incluyeron retazos de filosofía popular y usaron el arsenal de su memoria nombrando citas que abarcaban desde las teorías de Deepak Chopra, Fritjof Capra y Marx hasta las tesis feministas de Camille Paglia, Susan Sontag, Celia Amorós y Sofía Montenegro”[6] .

La (lucha por la) igualdad: las tareas domésticas, el aborto, la sexualidad

Con esa particular “síntesis política” (¿o para ser más precisos deberíamos decir ecléctico cóctel político-filosófico?), Viviana y sus compañeras en campaña logran llegar a la presidencia de Faguas. Y comienzan a desarrollar iniciativas para aliviar a las mujeres.

De una nos enteramos al inicio de la novela, cuando el vendedor ambulante José de la Aritmética, un personaje por momentos clave de la historia, regrese a su barrio y hogar el día del atentado –luego de que se enviaran a la casa a todos los hombres, relevados de las tareas en el Estado-. Allí, mientras discuten los vecinos y familiares acerca del futuro del país sin presidenta, “sonó la campana del comedor vecinal. Ya hacía un año que funcionaba en el barrio el sistema de cocina rotativa, nacido de la idea de aliviar el trabajo doméstico. Las familias –hombres y mujeres- se turnaban en preparar la cena que se servía en la casa comunal construida entre todos y que funcionaba también como centro de reuniones y aula para las clases de lectura y escritura” [7].

A Martina, que es lesbiana, la presidenta le propone crear el “Ministerio de las Libertades Irrestrictas”, con el objetivo de “promover leyes, comportamientos, programas educativos y todo cuanto fuera necesario para inculcar el respeto a la inviolable libertad de mujeres y hombres dentro de la sociedad. La gente en Faguas se cree libre porque no reconoce la jaula que tiene en la cabeza” [8]. Y, aunque no pudo –ya que será una labor que llevará, según ha comentado Trotsky en “La lucha por un lenguaje culto” [9], varios lustros en la realidad-, cambiar el lenguaje, “lo que sí impuso fue el fin del lenguaje del odio, el uso de palabras denigrantes para la mujer .y denigrantes para la diversidad sexual humana-, el tratamiento de maricas, cochones, putos, tortilleras, por ejemplo”`[10].

Otro gran tema fue el del aborto, donde el gobierno del PIE impulsó la “Ley del Aborto Inevitable”: “La ley había sido aprobada tras lograr ella votos clave de la oposición, convenciéndola de que era inútil prohibir el aborto. Ocurría de todas formas y era la incapacidad de hacerlo en las condiciones adecuadas la responsable de las muertes. La Ley de Aborto Inevitable preveía no dejar piedra sobre piedra hasta garantizar que por razones económicas, de opciones de trabajo, de preocupaciones sobre el cuido futuro del hijo, ninguna mujer viese el aborto como una opción necesaria. Tanto mimo les ofreceremos, explicó Viviana, que, tal como debía siempre haber sido, la mujer sentirá el embarazo como algo que enriquecerá su vida, que le dará ventajas sociales, no como lo que la obligará a la pobreza o a la renuncia de sus opciones. Para abolir el aborto lo que falta no es prohibirlo, sino dejar de penalizar la maternidad. Pero si una mujer corre riesgos de muerte por un embarazo, o es una niña violada, lo siento, pero es ella la que decide por su vida y la del feto. Nadie más. La decisión es siempre e irrevocablemente de la mujer porque su cuerpo es suyo” [11].

¿El resultado? El mismo que el que sucede en la realidad donde el aborto no está penado: “El número de abortos se redujo en Faguas dramáticamente y el modelo estaba siendo estudiado como una posible ruta de solución para un problema que por siglos había dividido las opiniones, las iglesias y sobre todo, a las mismas mujeres”[12] .
En definitiva, el plan del gobierno del PIE es demostrar que las tareas domésticas las pueden realizar por igual hombres y mujeres, con la intención de que dejen de ser “exclusivas” de las mujeres –y, principalmente, tareas “no valoradas socialmente”-.

Hay más discusiones en la novela, como la que hay sobre política y literatura, donde el amor de Viviana, Emir, bien podría expresar (también) las opiniones de Belli [13]. Y hay, fundamentalmente, a lo largo de toda la historia, un vivo paneo de las miserias a que somete a las mujeres el patriarcado y el capitalismo. Y ahí puede uno (o una) pensar que no habrá forma de comenzar a poner en pie –valga el chiste- diferentes medidas sociales, como los comedores, las guarderías y lavanderías estatales, hasta que no se expropie la riqueza de los banqueros, industriales y terratenientes (no por nada discuten en un momento “las eróticas” gobernantas montar guarderías en las empresas; cuestión que sólo podría hacerse en algunas grandes. “El asunto era cómo montar todo aquello en un país pobre”, se dice [14]). En este sentido podríamos decir que es una “utopía imposible” vencer los poderes reales por medio de una campaña electoral pacífica y ordenada; por eso, si Viviana y sus compañeras militantes lo consiguen, es sólo debido a la anomalía de que los hombres quedan “anulados” momentáneamente por los efectos de la explosión volcánica… pero al poco tiempo recibirá ese balazo del que nos enteramos apenas empieza la historia; un balazo que es político.

Belli, quien además de escritora y poeta, fue militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional en la década de 1970, y se mantuvo allí hasta 1990, invita entonces a discutir de política, desde la imaginación que plasma en su novela; desde el “compromiso” literario [15]. Ante una pregunta por esta novela acerca de si “rescataba la utopía por otros medios”, respondió: “Todo es posible cuando hay voluntad, energía y dinamismo. No estoy pensando solamente en Nicaragua; me parece que esta novela plantea una ilusión, un reto: qué nos ha pasado que nos hemos quedado estancados en la imaginación, como si ya no existiera más posibilidad que el socialismo, el capitalismo o el comunismo. ¿Qué pasó? ¿Ya dejamos de pensar en Marx, en Lenin, en los utopistas? ¿Ya la humanidad no tiene más que producir? Estoy convencida de que la mujer tiene unas calidades bien importantes para este momento histórico de la humanidad por su propia experiencia, y que es urgente que nos movilicemos para lograr incluir más dentro de la sociedad. Las propuestas que hay en mi novela son factibles: pedir guarderías infantiles, que se estudie la maternidad como una asignatura en los colegios y que se reformen los sistemas educativos, es algo de lo que se ha hablado mucho; son cuestiones que están siempre sobre la mesa. ¿Por qué no pensar en el perfeccionamiento de la democracia? Yo quiero desafiar la imaginación” [16].

Aquí, en estas contradictorias declaraciones de Belli, se expresan grandes ambiciones… de pequeñas (y utópicas) soluciones. Se podría pensar tal vez en “utopías viables” y “utopías inviables”…

Porque el “perfeccionamiento de la democracia”, por la experiencia práctica de las masas trabajadoras y populares –y por los mismos datos estadísticos- indican que se logra una “mayor perfección”… pero para las clases dominantes. Los datos de miseria, precariedad y abusos, especialmente de mujeres y niños/as, demuestran que el sistema capitalista es irreformable –o que sus reformas son para pocos países y sectores sociales-; en este sentido “perfeccionar la democracia” es una tarea “utópica-imposible”. Por otra parte, la “posibilidad” del socialismo y del comunismo es algo que está vigente y pendiente de desarrollar –por medio de una revolución obrera y popular triunfante-, habida cuenta que los Estados obreros cayeron producto de la presión imperialista y la degeneración interna del stalinismo y sus “émulos nacionales” –incluso ese desencanto por los dirigentes burocráticos debe ser el mismo que tiene Belli por sus antiguos dirigentes del FSLN-. El imperialismo lo llamó “socialismo real”, pero en verdad fueron experiencias de Estados obreros degenerados (la URSS) y deformados (China, Yugoslavia, Cuba, Vietnam, etc.) lo que se vivió en el siglo XX.

Lo que se mantiene –y hay que rescatar de lo que dice la autora de La mujer habitada- es el potencial que hay en las mujeres –en las mujeres trabajadoras y jóvenes en especial, decimos nosotros-, y la necesidad de “imaginar” –y luchar por- las reformas que necesitamos. En este sentido es muy bueno el rescate que ha hecho Andrea D’Atri del planteo del marxista belga Marcel Liebman sobre la experiencia del Estado obrero ruso, previo al stalinismo –utilizado para el prólogo al libro de Wendy Z. Goldman La mujer, el Estado y la revolución-, que dice: “no fue la lucha por las reformas la que preparó y promovió la revolución, sino la revolución la que abrió paso a las más profundas y verdaderas reformas” [17].

Más allá de las distintas “líneas de lectura” que se puedan hacer (para analizar y/o discutir la obra: por ejemplo una línea exclusiva dedicada al feminismo que propone el PIE, u otra dedicada a “el poder” –cuestiones estas que quedan pendientes-), con un lenguaje llano y accesible, Gioconda Belli plantea entonces una inteligente e interesante “aventura”: la de gobernar y reformar un país, y superar los obstáculos, desde una “óptica femenina”. El país de las mujeres es una novela muy recomendable para leer, imaginar y discutir (mucho).

Por Demian Paredes (autor de los blogs www.eldiablosellama.wordpress.com y www.artemuros.wordpress.com)

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