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Kirchner, el gobierno de la burguesía nacional

El gobierno de Kirchner

21 de mayo 2003


Aunque su gobierno nació débil, Kirchner asume para administrar la gran conquista lograda por la burguesía con el "trabajo sucio" de la devaluación: la estrepitosa caída del salario de los trabajadores.
Con la salida devaluacionista de la convertibilidad los salarios cayeron, en promedio, un 25%, un cuarto de su poder adquisitivo: los trabajadores registrados perdieron el 17%, los estatales el 28% y los "en negro" hasta el 33%. Este escandaloso robo, permitido por las direcciones sindicales oficiales, se suma a la "naturalización" del asistencialismo a millones de desocupados con 150 Lecop por familia, que a su vez perdieron un 36%. Duhalde lo hizo.
Este látigo de dos puntas, la hiperdesocupación (lograda con la convertibilidad de Menem y De la Rúa) y el robo al salario real (con la devaluación de Duhalde), es lo que garantiza la baja de la masa salarial de conjunto y la superexplotación de la clase obrera. Es decir, oportunidades de negocios con mano de obra barata.
El mantenimiento de un dólar a 3 pesos, como propone Kirchner, apunta a consolidar esta conquista de la clase capitalista. Apostará a que sigan ganando los grandes exportadores, mientras puede aumentarles las retenciones para de allí sacar divisas para pagar al FMI. Es decir que el "nuevo amanecer", como lo llamó, no es otra cosa que el mismo viejo plan de la burguesía argentina que aplicaron, bajo Alfonsín, los llamados "capitanes de la industria", con el agravante que ninguna de las ramas de gran exportación son generadoras de mano de obra y permanecerá la hiperdesocupación. En ese marco, el plan de obras públicas del que se habla, lejísimo de cubrir el déficit de 3 millones de viviendas y cuatro millones de desocupados y subocupados, significará un doble negocio para los monopolios como Techint (al mismo tiempo exportadores y popes de la construcción) que podrán poner en marcha el viejo proyecto de incorporar "beneficiarios" del Plan Jefas y Jefes, y agregarán sólo la mitad de un salario de 300 pesos.
La llamada "cultura del trabajo y la producción" es, en realidad, del desempleo y la explotación. La "era K", que anuncia el diario "progresista" Página/12, será una era de mayor esclavitud obrera que sueña con inaugurar "nuestra burguesía nacional".
Para ello Kirchner buscará apoyo en las direcciones conciliadoras de las CGTs, la CTA y los movimientos piqueteros como la FTV y la CCC. Ninguna tregua, "pacto de gobernabilidad" ni colaboración con el gobierno del 22%.

El gobierno de Kirchner

La asunción de un gobierno con el 22% de los votos es el "sinceramiento" de la situación de una clase dominante que atraviesa una crisis histórica: un poder burgués jaqueado, de un lado, por su propia falta de perspectiva para el país y, del otro, por el golpe recibido en las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001.
La renuncia de Menem a la segunda vuelta de las presidenciales desnudó la debilidad del conjunto del régimen político que buscaban emparchar con el proceso electoral tramposo que comenzó el 27 de abril. La posición correcta para la izquierda ante elecciones tan amañadas que negaban hasta la posibilidad de obtener tribunas parlamentarias para apoyar las luchas populares y estaba diseñado para obligar a optar entre dos candidatos a la institución más reaccionaria del régimen burgués, el presidente, era el rechazo de conjunto. Lamentablemente la izquierda participacionista como IU y PO desoyeron el llamado unitario que hicimos desde el PTS junto a otras fuerzas.

No hacía falta elección ni encuesta alguna para determinar que la aplastante mayoría de la población nacional odia y rechaza al menemismo, sencillamente porque "los encuestados" ya repudiaron la política neoliberal de los "90 con la movilización en las calles que echó a De la Rúa y Cavallo, continuadores de Menem. Si el menemismo moribundo tuvo sobrevida fue porque aquellas jornadas dejaron inconclusa la tarea de acabar con todo el viejo régimen político que, a su vez, cobijó y cobijará a Menem como lo hará también con López Murphy que aspira a sucederlo, bajo la máscara de la "anticorrupción", como directo representante de la crema del establishment de bancos extranjeros, empresas privatizadas y tecnócratas del FMI.
El fallido ballotage sólo tenía el objetivo de ocultar la fragmentación y debilidad de todos los partidos de los explotadores, expresada el 27 de abril, bajo una avalancha de votos ‘prestados’ a Kirchner como "mal menor" y erigir un presidente con mayor legitimidad: en esto consistía la trampa. Con ella colaboraron todas las variantes de la centroizquierda, como Ibarra y Carrió, la dirección de la CTA y hasta dirigentes "piqueteros" como D’Elía, para no hablar de las cúpulas de las CGT.

Pactos de "gobernabilidad" y conciliación de clases

Ahora que "el rey está desnudo", los que llamaban en segunda vuelta a votar por Kirchner apoyan al nuevo presidente en nombre de "la gobernabilidad". Ilusionando con la llegada de "un nuevo amanecer", sostienen a la quintaescencia del viejo régimen: Kirchner es un presidente apadrinado por el aparato bonaerense del PJ y es continuidad del actual gobierno pesificador de las millonarias deudas empresarias y del escandaloso robo al salario mediante la devaluación. Fue lanzado al gobierno por los mismos que en principio habían propuesto que el "elegido" para la sucesión presidencial fuese Reutemann, responsable directo de la actual catástrofe social en Santa Fe. El gobierno de la llamada "burguesía nacional" no es más que el gobierno de los socios menores del menemismo, que durante el auge del neoliberalismo funcionaron como sus seguidores en las gobernaciones de Buenos Aires y Santa Cruz. La permanencia de Lavagna como ministro de economía en el próximo gabinete de Kirchner es la muestra del continuismo en la aceptación de todas y cada una de las exigencias del FMI.
Kirchner deberá, necesariamente, recurrir al engaño y a los pactos. Intentará transformar su debilidad de origen en fortaleza a partir de pedir la colaboración de las direcciones conciliadoras del movimiento obrero y popular. Seguramente se ampliarán los mecanismos de conciliación de clases que ya la gestión de Duhalde viene aplicando para contener la desesperación de millones de desocupados e impedir su lucha independiente, con la creación de los Consejos Consultivos para distribuir los planes Jefas y Jefes en la que participan la FTV-CTA y la CCC. Del mismo modo, para impedir o aislar las luchas de los trabajadores, para recuperar el salario perdido Kirchner pactará con la burocracia de las CGTs y la CTA algún aumento salarial muy por debajo de la inflación y de lo que han perdido los trabajadores con la devaluación. Las burocracias sindicales y "piqueteras" serán uno de los sostenes del gobierno Kirchner.
Pero, además, necesitará de las componendas con los requechos de los partidos del viejo régimen para lograr los "consensos parlamentarios" que permitan votar las leyes que reclama el FMI. Apelará a los restos de la UCR que, a pesar del repudio popular, sin embargo conserva todavía sus senadores y diputados del pasado, así como deberá negociar con los gobernadores de las provincias incluyendo, claro está, a los que se jugaron junto a Menem en la primera vuelta y le reclamaron que se retire en la segunda.
Lejos de un gobierno de "transparencia" y "renovación" será uno de arreglos de trastienda y pactos a espaldas del pueblo.

Más choques de clases en el horizonte

Pero los intentos conciliadores del nuevo gobierno chocarán, tarde o temprano, con las demandas más sentidas de los trabajadores y el pueblo, y aún con las disputas al interior de la clase dominante. Todas las clases reclamarán por lo suyo ante un gobierno débil. La tendencia más profunda es a la polarización social y a la guerra de clases.
La lucha entre las fracciones económicas que de un lado cuentan con los bancos extranjeros, las privatizadas, las empresas transnacionales y, del otro, a los grandes grupos locales impulsores de la "patria devaluadora", continuarán y serán un factor de desestabilización económica y de chantaje político al nuevo gobierno. El desplante de Menem a "las reglas del juego" de la democracia burguesa, aún en el marco de su debacle, significa, además de autopreservarse de una derrota aplastante, una amenaza a futuro de una salida autoritaria que, aunque no pueda ser corporizada ya por el riojano, está inscripta como variante burguesa en el horizonte de una mayor polarización entre las clases.
Esta polarización se reflejó, antes que nada, en la disposición política de las clases medias, como se pudo medir en la elección del 27 de abril: el 16% de votos a López Murphy y el 14% a Carrió son una expresión de ello. Mientras que un "centro" de la clase media, más conservador de la estabilidad política y la relativa paz social lograda por la "contención" de Duhalde, optó por el continuismo y seguir al candidato oficial Kirchner, el polo de la derecha "moderna" de López Murphy está engrosado por la elite o "aristocracia pequeñoburguesa" forjada alrededor de la entrada de capitales en los "90. Las capas bajas que votaron por Carrió reflejan, distorsionadamente, otro polo que da muestras de solidaridad ante causas populares de la vanguardia obrera, en especial en su defensa ante los intentos represivos, como lo demostró el caso de Brukman en la Capital y la defensa de los obreros de Zanon en Neuquén.
El intento del gobierno Kirchner será el de acolchonar las disputas y tendencias a la polarización social mediante un gran frente de colaboración de clases, preventivo, es decir para evitar que emerja el movimiento obrero en las brechas abiertas en el régimen y la clase dominante.
Aunque la masa de los ocho millones de trabajadores asalariados no protagoniza grandes huelgas y movilizaciones y, menos aún, tiene expresión independiente en el terreno político, las acciones de la vanguardia obrera, como señalamos en estas páginas, son un anticipo de la intervención de los trabajadores en la escena nacional.

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