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El balance de la izquierda

30 de abril 2003


En el momento en que Patricia Walsh anunciaba que Izquierda Unida llamará a votar en blanco en la segunda vuelta ("es como decidir entre Frankestein y Drácula") todavía estaban pegados en las calles de las principales ciudades miles de afiches de esa agrupación con la inscripción "El voto en blanco NO castiga". En los próximos días los militantes de IU deberán pegar uno afirmando exactamente lo contrario.

El 10 de abril Jorge Altamira sentenciaba que "Es muy claro a esta altura de la campaña que el abstencionismo o el votoblanquismo no son factores que pesen políticamente, lo que demuestra la heterogeneidad de intereses de clase y de planteos políticos que los abarca" (P.O. N° 796). Seguramente ahora el PO llamará a la abstención o el voto en blanco para las elecciones del 18 de mayo. ¿Qué hizo desaparecer la supuesta "heterogeneidad" del votoblanquismo? ¿La entrada del Partido Obrero con su 0,60 por ciento de votos?

El 17 de enero, desde estas páginas, anunciábamos lo que finalmente sucedió: "Los participacionistas de primera vuelta (...) serán utilizados para legitimar la trampa electoral. Y en segunda vuelta quedarán en el brete: o apoyan a uno de los candidatos del régimen o, finalmente, deberían llamar a la abstención o el voto en blanco". Ese "presagio" no fue fruto de una particular perspicacia del PTS, sino de un elemental realismo que indicaba que, en aquellas elecciones –una de las más restringidas de la historia nacional–, era absolutamente imposible que la izquierda pudiera acceder al ballotage.

Tanto Izquierda Unida como el Partido Obrero –las dos únicas organizaciones de la izquierda que participaron de las presidenciales del 27– hicieron una muy pobre elección en relación a sus expectativas. El Partido Comunista (IU) llegó a plantear que aspiraban a obtener un millón de votos. Les faltaron unos 650 mil. Los votos del PO cayeron más del 50% en relación a las elecciones legislativas de 2001.
A fin de propagandizar sus siglas y candidatos preparándose para las legislativas (aunque equivocada, la única razón que podrían esgrimir para justificar un electoralismo tan febril) legitimaron este reaccionario proceso "gratuitamente". El gobierno y el conjunto de los candidatos del régimen se vanagloriaron del "amplísimo arco de opciones" que había en los cuartos oscuros y de la alta y pacífica "participación cívica", a meros 15 meses del derrocamiento popular de De la Rúa y Cavallo. Izquierda Unida y el Partido Obrero pusieron sus granitos de arena para este, aunque relativo, triunfo del viejo régimen político.

Desde principios de siglo la izquierda revolucionaria supo utilizar las elecciones para, en un terreno hostil para los trabajadores, intentar ganar bancas como tribuna para denunciar el carácter de clase de la democracia patronal, convocar a la movilización extraparlamentaria de los explotados y fomentar la creación de organizaciones de democracia directa.

La figura presidencial –y sus poderes cuasi monárquicos– es una de las instituciones más reaccionarias de cualquier régimen democrático burgués. Acá o en Estados Unidos (recordemos la escandalosa elección de Bush). En las elecciones presidenciales siempre prima el "voto útil" a "un mal menor", habida cuenta la imposibilidad real de los trabajadores y sus partidos de acceder por esa vía al poder.
La izquierda participacionista avaló esta trampa (insistimos, "gratuitamente"), con la particularidad de que en los comicios del 27 no había en disputa ninguna banca parlamentaria. Peor aún, en sus campañas llegaron al colmo de presentar sus "medidas de gobierno". No sólo embellecieron este proceso electoral, sino también a la reaccionaria figura presidencial, una posición opuesta por el vértice a la promoción de organismos de democracia directa de los explotados como órganos de defensa, lucha y poder.

No sólo la izquierda participacionista logró una magra cosecha de votos. El voto en blanco, nulo o la abstención fue pobre.
Además del "voto útil" característico de toda elección presidencial, esta izquierda fue incapaz de ofrecer una alternativa unificada a esta trampa, junto a los movimientos piqueteros, las asambleas y las fábricas ocupadas. El rechazo de Luis Zamora no fue más que una mera acción declarativa: se guardó durante meses en "cuarteles de invierno", negándose a utilizar su prestigio al servicio de organizar a decenas de miles para poner en las calles una gran campaña activa. El PC, el MST y el PO utilizaron a sus respectivos movimientos piqueteros al servicio de su estrategia electoralista.

No nos cabe la menor duda que si se hubiera concretado un polo de toda la vanguardia luchadora contra esta trampa electoral como propuso el PTS, ofreciéndole una alternativa unificada a los "partidarios del 20 de diciembre", no sólo se hubieran superado con creces esos pobres guarismos, sino que la izquierda podría haber salido fortalecida políticamente.

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