Justo cuando el presidente Kirchner preparaba un discurso para abrir las sesiones del Congreso centrado en las bondades del crecimiento económico de la Argentina, se produce el remezón de la crisis internacional con epicentro en China. El plan oficial de asegurar la continuidad del matrimonio presidencial a través de 4 años de mandato para Cristina Kirchner y luego otros 4 para el actual presidente está basado en una supuesta autopista de una década de ascenso económico. Y este, en dos premisas básicas: los bajos salarios y la coyuntura internacional favorable para la exportación nacional. Como con Menem, la economía nacional está tan atada a los vaivenes de la internacional que “el índice Merval, que cedió un 7,5%, fue el que más perdió después del 8,8% de su par de China” (La Nación, 28/02). La Bolsa de Valores de Buenos Aires perdió en un día las ganancias de lo que va del año y, más importante, cayeron los precios internacionales de los granos que el país exporta. Kirchner y la ministra Felisa Miceli no pueden dibujar estos datos como hicieron con los índices de inflación del INDEC.
Imaginar una Argentina económicamente estable por años sólo es posible si se hace abstracción absoluta de la realidad internacional del capitalismo. Aunque es prematuro predecir cuáles serán los ritmos, la perspectiva es que el crecimiento económico actual encuentre sus límites. Las crisis volverán con su secuela de miseria para los trabajadores y el pueblo. Por ello cada lucha parcial por el salario, así como la tarea de agrupamiento del activismo obrero en oposiciones clasistas en los sindicatos que superen a las cúpulas burocráticas de la CGT y la CTA o la participación en la tribuna electoral, debe ser abordada como parte de pequeños ensayos para la formación de una dirección revolucionaria de la clase trabajadora que dé una salida favorable a las mayorías ante futuras catástrofes como la de 2001.