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Internacional

LA VISITA DE OBAMA A BRASIL (I)

Dilma recibe a Obama: habla de democracia y desarrollo, pero negocia la sumisión

La reciente visita de Obama al Brasil mostró crecientes elementos de alineamiento del gobierno de Dilma al imperialismo norteamericano. El gobierno enfrenta dificultades en mostrar, incluso a sus seguidores de centroizquierda, que tiene una política externa independiente

Leandro Ventura

24 de marzo 2011

Dilma recibe a Obama: habla de democracia y desarrollo, pero negocia la sumisión

La reciente visita de Obama al Brasil mostró crecientes elementos de alineamiento del gobierno de Dilma al imperialismo norteamericano. El gobierno enfrenta dificultades en mostrar, incluso a sus seguidores de centroizquierda, que tiene una política externa independiente. De hecho, está recibiendo críticas de intelectuales y revistas que le son afines y hasta hay tensiones internas en su partido, el PT. Tales son las contradicciones que se acumulan que el directorio de Río de Janeiro de este partido tomó la inédita medida de prohibir a sus militantes participar en la manifestación contra la presencia de Obama para intentar contener esta crisis.

Coronando las dificultades que le están generando alinearse más con EE.UU y mantener el mismo discurso de su predecesor Lula, Dilma optó por callarse. Su diplomacia se abstuvo en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó la intervención imperialista en Libia, alegando estar “insegura de que esta misión garantice la protección de los civiles”. Y es que, justamente desde Brasilia, apenas dos días después de la abstención brasilera y minutos antes de la conferencia de prensa junto a Dilma, Obama autorizó el ataque al país norafricano. La presidente, para no contrariar al amo del norte, escogió ni siquiera mencionar el asunto, aun con Obama anunciándolo. Solamente días después que se retiró Obama, Itamaraty (centro de la diplomacia brasilera) se declaró favorable a detener el ataque autorizado por la ONU. Y, frente a las repercusiones negativas de esta declaración ante los EE.UU., el canciller Antonio Patriota declaró a la Folha de San Pablo (23/3) que la política externa brasilera buscaría una “multipolaridad benigna” y da como ejemplo de la misma la resolución 1973 de la ONU que autorizó el bombardeo de Libia. Mucho palabrerío independiente para alinearse con la misma política.

Este mismo retrato de dificultades con su base de sustentación militante, intelectual y del propio establishment se expresó en cada uno de los temas tratados: de las relaciones comerciales, a la pelea (reconocida pero no apoyada) por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, a las innumerables humillaciones yanquis a los gobernantes brasileros -que fueron desde contratar su propia seguridad imponiendo la prohibición de uso de mochilas y bolsas en el centro de Río de Janeiro, y que los brasileros fuesen revisados por americanos, hasta impedir la participación y presencia de eminentes políticos burgueses como el secretario de seguridad de Río de Janeiro-. Las fricciones son tantas, que toda la visita de Obama fue aprovechada por los medios para mostrar que Dilma tendría una política externa distinta a la de Lula. El ex presidente, reflejando estas contradicciones, se negó a ir a un almuerzo con Obama en que estuvieron presentes todos los demás ex mandatarios, y, al día siguiente, fue a una entidad árabe a recibir una condecoración y condenar el ataque a Libia.
El hecho final que generó el descontento fueron los 13 presos políticos del principal aliado de Dilma, Sergio Cabral (PMDB), que reprimió, encarceló, envió a prisiones comunes, negó hábeas corpus y mandó hasta cortar el cabello de los presos por manifestarse contra Obama. La blogósfera petista calificó esta situación como “los días en que Obama gobernó el Brasil” e inclusive influyentes revistas como Carta Capital, que apoya a Dilma, tuvo que salir públicamente a criticar la “sumisión voluntaria”.

Relaciones comerciales desfavorables y un juego geopolítico nada favorable a los pueblos

El Brasil de Dilma está reforzando sus relaciones comerciales con los EE.UU. En esta visita quedó establecida una serie de iniciativas para avanzar en el libre comercio. Tanto la petista como Obama abordaron las restricciones de uno y otro país en su juego de intercambio como si fuesen iguales, y uno de ellos no fuese el jefe de la principal potencia imperialista del mundo. El Brasil ostenta una relación casi única con EE.UU.: mientras que la potencia del norte es el comprador en última instancia de todo el planeta, con el país que avanza de Dilma ostenta un gran superávit de mercancías y servicios de más de 11,4 mil millones de dólares -el quinto más grande de EE.UU. en todo el mundo.
Para intentar disminuir este déficit, Dilma hizo diversas súplicas y preparó acuerdos para que empresas americanas sean “socias” en la explotación del pre-sal (nueva cuenca petrolera encontrada en la plataforma continental atlántica). Ella negocia el pillaje de los recursos del país para tratar de mitigar la sed del imperialismo yanqui de disminuir su déficit con el resto del mundo.

Este es el camino seguido por la política externa brasilera, que se dice independiente. En diversas e importantes cuestiones, el Brasil ha divergido tácticamente con los EE.UU.: así fue en Honduras, en las sanciones a Irán o ahora en el bombardeo a Libia. Pero estas divergencias encubren los acuerdos y el servicio prestado al imperialismo americano contra el pueblo haitiano, cuando se cumplen 7 años liderando las tropas de la ONU. Brasil comparte con los EE.UU. objetivos contra los pueblos en lucha; es de este modo que Brasil no se pronunció contra Mubarak, Bahrein, Arabia Saudita y ahora, con el hecho consumado del inicio del bombardeo, cuando podía haber mostrado alguna consecuencia con su abstención, no declaró nada. Sólo cuando Obama ya se había ido, hizo un tímido y ridículo llamado al cese del fuego. Este episodio es una muestra de las contradicciones que se acumulan en un gobierno más débil que el de Lula, sin su base de sustentación en los movimientos sociales, que busca mayor alineamiento con los EE.UU -retrocediendo incluso de la compra de los aviones cazas franceses anunciada por Lula después de la visita del republicano McCain, entre otras medidas ya enumeradas- y que ha tomado medidas para frenar el consumo y crecimiento -como un multimillonario recorte de gastos- pero que, al mismo tiempo tiene que mostrarse como un gobierno de continuidad.

Brasil como modelo de las democracias que EE.UU. defiende para las semicolonias

Con la primavera de los pueblos árabes el imperialismo norteamericano ha buscado caso a caso (no aplicable a Arabia Saudita, Bahrein y otros) posar de “campeón de la democracia”. Su visita a América Latina y al Brasil en particular servía a este objetivo de mostrarse socio de las democracias. Llegó a declarar que Brasil debería inspirar a los países de Oriente Medio. Para nosotros, marxistas revolucionarios, la democracia burguesa degradada del Brasil es una muestra justamente de los límites que deben ser superados por los trabajadores, la juventud y el pueblo árabe y del Magreb.

La transición política brasilera desde la dictadura militar iniciada a fines de los años ´70 garantizó la impunidad de todos los torturadores, asesinos, colaboradores y beneficiarios de la dictadura. Instauró un régimen que garantiza la continuidad de la entrega de los vastos recursos naturales del país a las empresas imperialistas y sus millonarios socios locales y la aplicación de los planes neoliberales del Consenso de Washington que llevó a la división de las filas obreras y a la pauperización de enormes franjas de la población laboriosa. Es una democracia donde los trabajadores y pobres, sobre todo los negros, son cotidianamente reprimidos y tienen suprimidos derechos civiles elementales como la inviolabilidad de sus hogares o el derecho de reunión y manifestación. La democracia modelo para encuadrar aquellos que se levantan en la Plaza Tahrir o en Bengazi es una democracia que encarcela 13 manifestantes de un acto contra Obama, los envía a prisión, les niega hábeas corpus pues serían supuestas “amenazas a la integridad de Obama y porque arruinarían la imagen de Brasil en el mundo”. En última instancia, se mantiene bajo otras formas el contenido de la dictadura del capital contra la clase obrera y el pueblo. Por eso, sacando las lecciones de la historia reciente, en la lucha contra las dictaduras y por la democracia, para romper con el imperialismo, terminar con el latifundio e imponer las demandas obreras y populares, los trabajadores tienen que conquistar hegemonía en una alianza popular para derrotar a los capitalistas dictadores y democráticos e imponer su propio poder.

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