“Desde hace años, la Argentina trabaja para alimentar y vestir a Inglaterra y para aumentar sus deudas (…)”1.

Lo de "granero del mundo" es una frase acuñada por el imperialismo británico y la burguesía argentina a principios de siglo XX, que implica un modelo agroexportador que aprovecha la ventajas comparativas del ecosistema pampeano y explota la mano de obra de miles de inmigrantes europeos; todo financiado por el Estado, que provee de infraestructura, puertos y ferrocarriles endeudado al país con la banca mundial, ayudando otro tanto a profundizar la dependencia semicolonial y la miseria.

Ese es el panorama en 1915, con vacas expulsando trabajadores rurales2 y un 70% de agricultores trabajando en tierra ajena, entregando el 45% de la cosecha en concepto de arrendamiento. Son momentos donde se cuentan 32 millones de vacunos, y 14 millones de personas mal alimentadas, con un consumo anual en el interior del país por debajo de los 60 kilos; y provincias donde no se supera los 15 kilos de carne por persona3.

Entrados los 20’, ante el inicio de la crisis, el Estado pasa a subsidiar la destrucción de las cosechas para impedir la baja de precios, y usa el trigo y el maíz como combustible en las calderas de locomotoras y usinas eléctricas4.

En Buenos Aires, la sobreexplotación del trabajo rural, el hambre y la desocupación, golpea al proletariado e impone un promedio de vida que no supera los 40 años. El deterioro de la salud es terrible, y en los 30’, casi el 50% de la juventud convocada al servicio militar no es apta. En el “granero del mundo”, recuerda Scalabrini Ortíz, “más de tres millones de hombres inactivos vegetan perseguidos por la policía, la crítica de los diarios y la más indigna miseria”.