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Continúa el movimiento de indignados israelíes

Bajo el clamor de “justicia social” más de 70.000 manifestantes se congregaron durante la última movilización de los indignados israelíes del sábado 13.

Miguel Raider

18 de agosto 2011


Decenas de miles volvieron a movilizarse mientras el gobierno derechista intenta una salida reaccionaria

Bajo el clamor de “justicia social” más de 70.000 manifestantes se congregaron durante la última movilización de los indignados israelíes del sábado 13. Si bien la movilización anterior concentró más de 300.000 personas con epicentro en Tel Aviv, la acción del sábado, aunque de menor número, demostró la extensión nacional del movimiento que marchó en otras ciudades: Haifa, Afula, Modiín, Beersheva, Eilat, Rosh Pina, Naharya, Beit Shean, Natanya, Petaj Tikva, Hod Hasharon, Ramat Hasharon, Rishon Letzion y Dimona. Aunque discreta, resultó muy importante la participación de una minoría palestina en Sajnin, Taibe y Um al-Fahem.

Tras el montaje de una guillotina gigante en el principal campamento de Tel Aviv, este movimiento social contra la carestía de la vida y el derecho a la vivienda no cesa de crecer producto del brutal incremento de los precios de los productos de la canasta básica y la estampida de los precios de las propiedades, a partir de la monumental especulación inmobiliaria.

Con el objeto de responder demagógicamente a la demanda de vivienda digna, el titular del Banco Central, Stanley Fischer, impulsó una política de contrarreformas de mercado que viola la legislación de planificación urbana, acelerando el proceso de privatización de las tierras del Estado otorgando suculentos subsidios a las grandes constructoras. Asimismo, desde el Rabinato (clero) hasta el movimiento de colonos judíos ortodoxos sostienen la necesidad de multiplicar el régimen de ocupación sobre los territorios palestinos con la finalidad de “abaratar los precios de las propiedades en los grandes centros urbanos”. Ni corto ni perezoso, el derechista primer ministro Benjamín Netanyahu anunció la construcción de un complejo de 2.700 viviendas en Jerusalén oriental y Cisjordania, zonas de residencia del pueblo palestino. De ese modo, Netanyahu y los partidos de la derecha se proponen amortiguar los antagonismos sociales de clase entre israelíes fortaleciendo la estrategia colonialista del sionismo contra el pueblo palestino, la norma que predominó históricamente desde la fundación del Estado de Israel como consolidación de la unidad nacional contrarrevolucionaria. Por eso Vladimir Jabotinsky, legendario dirigente político y militar de la derecha sionista, sintetizaba en carácter de consigna que la garantía para establecer el Estado judío como una “muralla de hierro” residía en asegurar que todo colono judío tuviese “vivienda, alimentación, ropa, educación y medicinas”.

Debilitamiento de la hegemonía del Estado de Israel

Sin embargo, el anuncio de Netanyahu produjo como contrapartida el rechazo del Cuarteto para Medio Oriente (EE.UU., la Unión Europea, Rusia y la ONU). Particularmente, la edificación de 227 casas en Ariel, un asentamiento de 17.000 colonos considerado “ilegal”, despertó la crítica del Departamento de Estado norteamericano como una “iniciativa unilateral inconducente”. A las puertas de la próxima sesión de la ONU (prevista para setiembre), desde donde la Autoridad Palestina promueve el voto para crear un Estado palestino independiente, si bien EE.UU. ya anticipó que vetaría la iniciativa desde su asiento en el Consejo de Seguridad, pretende morigerar el costo político que deberá pagar producto del alineamiento con las políticas terroristas de su aliado estratégico. Tras la Guerra de Líbano en 2006, el debilitamiento de la hegemonía del Estado de Israel, sumado a la emergencia del movimiento de indignados como parte del proceso de la primavera árabe, abre la posibilidad de cuestionar el proyecto colonialista del sionismo como Estado gendarme del imperialismo en guerra permanente contra los pueblos árabes oprimidos. Por eso Netanyahu pretende fortalecer su gobierno contemplando la posibilidad de desalojar los campamentos de los indignados.

Crisis del Estado benefactor judío

“De la socialdemocracia al capitalismo salvaje”, rezaba una de las consignas levantadas por los indignados. Efectivamente, la protesta social refleja la crisis del Estado benefactor judío. Hasta 1977, el partido laborista administró la riendas del Estado hebreo apoyado sobre la Histadrut (central obrera sionista), con un aparato de empresas estatales, planes de vivienda, una amplia cobertura en seguridad social y subsidios a las granjas cooperativas (kibutz y moshav) como resorte del régimen de ocupación instalado en 1948. Sin embargo, ya en 1969 la primer ministro Golda Meir incorporó a Menajem Beguin y los derechistas del Likud a su gabinete de ministros con la finalidad de garantizar la unidad nacional para ampliar el mercado israelí impulsando la colonización de Cisjordania e incorporando la mano de obra barata de los palestinos como la capa más baja de la clase trabajadora, sin derecho a la sindicalización. Ya en pleno gobierno de Beguin, los laboristas acompañaron las iniciativas del Likud que prepararon el terreno para las privatizaciones y la desregulación del mercado, base sobre la cual se desarrolló una burguesía israelí vinculada al capital financiero internacional. De esa forma, los costos millonarios de la colonización y el consiguiente gasto en el aparato represivo terminaron recayendo sobre las espaldas de las clases medias y los asalariados israelíes mediante todo tipo de impuestos.

Utilizados como base de maniobras y carne de cañón de las políticas guerreristas contra el pueblo palestino, ahora son los trabajadores y las clases medias judías los que sufren el revés del Estado sionista. En consecuencia, sólo rompiendo con el sionismo y abrazando las demandas del pueblo palestino, el movimiento de indignados puede avanzar en un curso progresivo para luchar por las legítimas demandas que le niega el Estado judío. Como destacaba Carlos Marx en sus apreciaciones sobre la Irlanda oprimida: “el obrero ordinario inglés odia al obrero irlandés a quien ve como un competidor que pesa sobre su nivel de vida (haciendo bajar los salarios). Se siente superior al irlandés ya que pertenece a la nación dominante y pasa a ser así un instrumento de los aristócratas y de los capitalistas ingleses contra Irlanda, reforzando así su poder sobre él mismo (...). Este antagonismo es el secreto de la impotencia de los obreros ingleses a pesar de su organización. Es el secreto del mantenimiento de la dominación capitalista”.

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