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Internacionales

Inferioridad militar y limitaciones de clase del régimen talibán

¿Cómo y quién puede derrotar al imperialismo?

28 de noviembre 2001

¿Por qué se desmorona el régimen talibán?

El régimen talibán está sometido a una enorme superioridad militar del imperialismo y un fuerte aislamiento internacional. En esta relación de fuerzas tremendamente desfavorable, la clave de su rápido desmoronamiento radica en el carácter de clase y reaccionario de esta dirección fundamentalista islámica. La guerra, como "continuidad de la política por otros medios", puso de manifiesto lo fragmentado y carcomido del poder talibán que, luego de seis años de dominio con puño de hierro, no pudo aglutinar en torno a ellos al conjunto de la población frente a los enormes sacrificios y cohesión que requieren la defensa militar del país frente a un enemigo infinitamente más poderoso.
Es que pese a la propaganda imperialista que presentaba a los afganos como combatientes invencibles, abonada por el triunfo de la resistencia muyahidin contra la Unión Soviética, lo cierto es que el carácter del enfrentamiento implica una enorme disparidad de fuerzas y de recursos militares y económicos entre EE.UU., la principal potencia imperialista de la tierra, y Afganistán uno de los países semicoloniales más pobres del mundo. La brecha tecnológica entre el arsenal militar norteamericano y los escasos pertrechos de las fuerzas del talibán es abrumadora.
A su vez, a diferencia del conflicto con la ex URSS, donde los servicios de inteligencia pakistaníes y los EE.UU. colaboraron ya sea con armas, dinero y apoyo logístico a armar la resistencia islámica, en este caso las fuerzas del talibán sufren un enorme aislamiento internacional como consecuencia de que la agresión imperialista está respaldada por una alianza reaccionaria de grandes potencias con la colaboración de los gobiernos de la mayoría de los países del mundo musulmán. El giro del gobierno de Pakistán fue esencial para cortar toda fuente de suministros ya sea pertrechos militares, combustible para el ejército e incluso alimentos para la población.
En este marco, sólo una dirección que contara con el respaldo de las masas y transformara la respuesta a la agresión imperialista en una guerra de liberación nacional, podría haber compensado la enorme desigualdad económica y militar de un enemigo infinitamente más poderoso. No fue este el caso de la dirección talibán. Sus llamados a reclutamiento en la mayoría de los casos fueron desoídos. La falta de libertades democráticas y el control de los clérigos sobre todos los aspectos de la vida de la población impidió que se desate la iniciativa y creatividad del movimiento de masas frente al bloqueo y el sitio imperialista. Su régimen -que hace unos años fue visto como mal menor por amplios sectores de las masas cansadas del caos y la anarquía de los "señores de la guerra"- era incapaz, por su carácter reaccionario y de tipo policial y fanático, de superar las divisiones tribales, étnicas y sociales que impedían soldar la unidad de las masas para enfrentar la agresión imperialista.
El rápido desmoronamiento de los talibanes como dirección del conjunto del país es un último ejemplo, que se agrega a la experiencia histórica reciente, de regímenes opresivos y reaccionarios que son vistos como enemigos por el movimiento de masas, y que eventualmente se vieron forzados a enfrentar al imperialismo. Este fue el caso de la proimperialista dictadura argentina, "valiente" para entablar una "guerra sucia" contra las masas obreras y populares pero cobarde para enfrentar consecuentemente a la flota inglesa en la Guerra de las Malvinas. También es el caso de Saddam Hussein y su Guardia Republicana. Esta última era temida por las masas explotadas y las minorías oprimidas de shiítas y kurdos -a los que no dudaba en atacar con armas biológicas. También fue responsable de la sangría de dos pueblos hermanos en la guerra fratricida contra Irán actuando como instrumento del imperialismo contra la revolución iraní. Pero en la Guerra del Golfo del año 91 sucumbió frente a la presión de los bombardeos imperialistas. El último ejemplo fue la capitulación de Milosevic, el "carnicero de los Balcanes", que con su ejército y paramilitares sembró el terror y la limpieza étnica sobre bosnios y albanokosovares, después de 78 días de bombardeos en la guerra imperialista contra Yugoslavia.
Todos estos ejemplos muestran que estas direcciones contrarrevolucionarias son enemigas mortales de impulsar una movilización independiente del movimiento de masas en sus países, y absolutamente incapaces de concitar el apoyo de los explotados a nivel internacional, única forma de compensar en cierta medida la abrumadora superioridad militar en una guerra entre una nación oprimida y una potencia imperialista.

El imperialismo es reacción en toda la línea

A lo largo del siglo XX la dominación imperialista ha significado dos guerras mundiales que dejaron un saldo de decenas de millones de muertos, y centenares de intervenciones militares de las potencias imperialistas, guerras abiertas o encubiertas contra colonias y semicolonias. Desde la última conflagración imperialista de 1939/45 se incrementaron notoriamente las guerras contra los pueblos del "tercer mundo". Los bombardeos de poblaciones civiles por aire y tierra acabaron con cantidades cada vez mayores de no combatientes, por no hablar de sus medios de subsistencia. Esto sin contar la matanza masiva y deliberada de población civil a manos de golpes de estado o gobiernos militares o reaccionarios apoyados por el imperialismo norteamericano u otros, como el golpe de Pinochet en Chile o el de Suharto en Indonesia (donde fueron asesinados decenas de miles de comunistas). El armamento disponible promete nuevos grados de destrucción, con los arsenales nucleares que amenazan con volar el mundo entero y con armas convencionales cada vez más letales, como las "bombas corta-margarita" que arrasaron la selva en Vietnam y ahora son usadas en Afganistán.
De esta manera el imperialismo con sus enormes recursos económicos y militares ha garantizado su control sobre los pueblos de la Tierra, ¿esto significa que no se puede derrotar al imperialismo?.

En las dos guerras de liberación de Vietnam, contra franceses primero y norteamericanos luego (esta última duró once años), la combatividad y heroísmo de las masas vietnamitas permitió -aunque con un apoyo limitado de la URSS y China- derrotar al imperialismo. Su ejemplo, a pesar de la dirección stalinista del FLN, despertó la solidaridad y movilización de las masas del mundo e incluso dentro de los mismos EE.UU., cuestión que contribuyó a paralizar su maquinaria bélica. La guerra de Argelia que llevó en 1962 a la independencia logró la retirada del ejército colonialista francés luego de años de lucha sangrienta. Sin embargo estos triunfos se lograron a un costo altísimo para las masas oprimidas y explotadas de esos países. Las masas vietnamitas sufrieron entre dos y tres millones de muertos a lo largo del conflicto contra cincuenta mil muertos del ejército norteamericano y debieron soportar más toneladas de bombas sobre su territorio que durante la Segunda Guerra Mundial. En Argelia durante los años de guerra la población descendió casi un millón de personas.
En el caso de la URSS, en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los crímenes de la dirección de Stalin, que impuso el terror hacia las masas y nacionalidades oprimidas e incluso fusiló años antes del inicio de la guerra a la cúpula del Ejército Rojo, las masas rusas derrotaron al ejército nazi invasor. La defensa de las bases sociales del estado surgido de la revolución de Octubre es lo que incitó las altas muestras de moral, sacrificios y heroísmo de las masas soviéticas. Sin embargo, estas debieron pagar un enorme precio por la política de la dirección stalinista en la conducción de la guerra ya que con veinte millones de muertos fue el país que más bajas tuvo durante la Segunda Guerra Mundial.
En todos estos casos el imperialismo sufrió importantes derrotas pero pudo sobrevivir. La responsabilidad de esto radicó en las direcciones socialdemócratas, stalinistas y tercermundistas enemigas de la estrategia de la revolución obrera y socialista internacional.
Esta estrategia, la lucha por la revolución socialista internacional, fue la que llevaron adelante los bolcheviques tras el triunfo de la Revolución Rusa. Esta se vio obligada a enfrentar una guerra civil interna y externa apoyada por catorce ejércitos imperialistas. La revolución les dio la tierra a los campesinos, y el poder a los obreros y los campesinos. Sobre estos logros, el heroísmo y la moral revolucionaria de la vanguardia proletaria fueron capaces de organizar, bajo la dirección de Trotsky, al Ejército Rojo, con cinco millones de combatientes, que derrotó a la contrarrevolución. Pero su triunfo no hubiera sido posible sin contar con el apoyo del proletariado internacional. La práctica internacionalista proletaria del nuevo poder soviético, como la denuncia de la diplomacia secreta, la agitación política aún durante las negociaciones diplomáticas, el llamado a la insubordinación a los soldados, a los obreros a la huelga, a las colonias al levantamiento y el llamado a la autodeterminación de los pueblos, generaron eco en las masas del mundo cansadas de la carnicería imperialista. Aunque las revoluciones fracasaron en otros países de Europa por la inmadurez de los nuevos Partidos Comunistas, estimularon un poderoso renacimiento del internacionalismo en el seno del movimiento de masas que salvó a Rusia del estrangulamiento militar. Pero aún en este caso, la no extensión de la revolución mundial significó a mediano plazo la burocratización del estado obrero soviético con el surgimiento del stalinismo, fenómenos aberrantes como el nazismo y una nueva conflagración imperialista.

¿Qué alcance tienen los avances de EEUU en Afganista?

Los acontecimientos de los últimos días son indudablemente favorables a las fuerzas imperialistas. Sin embargo, no significan, como demuestra el desembarco de un importante contingente de marines, el fin de las operaciones militares. Aunque el quiebre del régimen taliban era un objetivo importante para el imperialismo, lo central de su intervención en Afganistán es la desarticulación de Al Qaeda y la captura o muerte de Osama Bin Laden. Este objetivo aunque pareciera estar más cerca, al cierre de esta edición aún no se había logrado. Conseguirlo se convierte en la principal preocupación política y militar de EE.UU. En el interín está la dificultosa tarea de establecer un gobierno representativo que evite la vuelta del país a una guerra civil. Esto ha creado roces con otras potencias imperialistas que acusan a Washington de desentenderse de este problema y se sienten mayormente dejados de lado en la planificación de la guerra y sus consecuencias políticas. Entre bambalinas, los líderes europeos se sienten desplazados. Un legislador francés afirmó que el mensaje de Washignton es el siguiente: "Nosotros cocinaremos lo que la gente va a comer y luego Uds. se encargarán de lavar los platos" (La Nación 27/11/01).
Pero no terminada aún la campaña militar en Afganistán ya comienza a batirse los tambores de aprestos diplomáticos y militares de la segunda fase de su campaña "antiterrorista", aprovechando la confianza que reina en el estado mayor imperialista por los éxitos recientes. La acusación en la Convención de Armas Biológicas en Ginebra por el delegado norteamericano a Irak, Corea del Norte, Libia, Irán y Sudan como promotores de armas biológicas busca preparar el terreno para una ofensiva diplomática y militar sobre estos países. Las llamadas "palomas" como Collin Powell han dicho que "…naciones como Irak que ha tratado de poseer armas de destrucción masiva, deberían pensar que seguiremos sus actividades y que enfocaremos nuestra atención sobre ellos"
El diario The Sunday Times de Londres, citando fuentes del Pentágono asegura que el próximo objetivo no sería Irak, debido al rechazo que esto aún genera en los gobiernos europeos, árabes moderados y también de Rusia, sino contra otros "estados fracasados" (failed states) como Somalia, Sudán o Yemen. A su vez en su reciente viaje a EE.UU. la presidente de Filipinas ha recibido garantías de una fuerte ayuda económica y militar del presidente Bush y el Departamento de Estado en su combate al terrorismo islámico.
Estas mayores amenazas guerreristas se combinan con un nuevo impulso diplomático al conflicto palestino-israelí, como demuestra el pronunciamiento a favor del establecimiento de un estado palestino -en realidad una ficción de estado como los establecidos en los Acuerdos de Oslo- con el fin de terminar con la Intifada e imponer una solución reaccionaria al levantamiento del pueblo palestino. El cierre de este conflicto, que concita la simpatía hacia los palestinos y el resentimiento contra la opresión imperialista y del estado de Israel de las masas de la región, facilitaría una eventual ofensiva militar imperialista contra Irak u otro país de la región. Por eso las dos caras de la política norteamericana, una más agresiva y otra más negociadora, son funcionales a la continuidad de la "guerra contra el terrorismo" con la que busca restaurar la imagen de su poderío imperial y avanzar sobre el control de los pueblos en esta región del planeta. Sin embargo, una salida negociada en Medio Oriente está lejísimo de la realidad como demuestra el hecho de que cada intento de negociación genera un recrudecimiento del conflicto. Es que una cosa es declamar la necesidad de un "estado palestino" que conviva con Israel con fronteras seguras, y algo muy distintos es llevarlo a la práctica.
Lo que si ya es evidente es que la mayor agresividad de su política exterior se corresponde con un mayor fortalecimiento y concentración de poder en el ejecutivo solo comparable con el que detentó Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial. Este último lo usó para autorizar la detención de miles de ciudadanos norteamericanos de origen japonés en la caza de brujas que siguió al ataque a Pearl Harbor. El decreto que firmó Bush la semana pasada deja en sus manos la determinación sobre que extranjero sospechado de apoyar o cometer actos terroristas sea sometido a un tribunal militar. El secretario de justicia, John Ashcroft, firmó una disposición que le permite grabar las conversaciones entre ciertos detenidos y sus abogados si sospecha que así puede obtener datos vinculados con un ataque terrorista. Este es un ataque sin precedentes a las libertades democráticas que amenaza abierta y directamente a los inmigrantes, en primer lugar, pero que puede extenderse a la clase obrera y otros sectores populares. Como justificó el vicepresidente Chenney "Alguien que viene a los EE.UU. para matar a miles de ciudadanos inocentes... no merece las mismas garantías que tiene un ciudadano norteamericano en proceso judicial normal". Con esta excusa hay miles de extranjeros detenidos e interrogados desde el 11 de septiembre. EE.UU. ha entrado en un curso reaccionario que se ha fortalecido con los avances militares en el terreno afgano y que proyecta a todo el mundo. Hay que derrotar el curso guerrerista de las potencias imperialistas. Más que nunca hay que poner en pie un movimiento de las masas de los países centrales y las semicolonias para derrotar el dominio imperialista.

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