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17 de noviembre 2011

Con Raúl somos parte de una generación común. Él tenía 22 años y yo 21 cuando fuimos parte de la tendencia y luego de la fracción que fue expulsada del MAS. Entonces era el partido más grande de la izquierda junto al Partido Comunista. Con centro en la juventud de la UBA, La Plata, donde vino con nosotros la mayoría del equipo del Astillero, y con algunos compañeros dirigentes y de más tradición como Emilio Albamonte, Titín Moreira y otros más; dimos una pelea en ese partido que estaba teniendo un curso cada vez más oportunista.

En un momento muy difícil retomamos la tarea de reorientar nuestra militancia, retomar el punto de vista del trotskismo que estaba abandonando la dirección del MAS. Después, llegamos a la conclusión de que no era simplemente la dirección en ese momento del MAS sino que la corriente de la cual proveníamos, el morenismo (la corriente fundada por Nahuel Moreno), estaba basada en una teoría incorrecta, una revisión oportunista de los planteos de Trotsky en lo que hace a la teoría de la revolución permanente. Entonces hicimos una crítica de nuestra propia experiencia histórica, en un momento difícil, porque lo tuvimos que hacer no cuando el movimiento obrero estaba en ascenso sino en uno de los momentos más difíciles de la historia del movimiento revolucionario. Porque los levantamientos de 1989 no concluyeron en una revolución política que barriera a la burocracia, que regenerara a los Estados obreros y abriera un curso hacia la revolución mundial. Fue al revés, un nuevo salto en la tuerca neoliberal. La situación era de retroceso brutal del movimiento obrero y de las ideas socialistas. El libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre era un best seller mundial a comienzos de los ‘90. Ese era el espíritu de la época, donde se decía que las ideas por las que peleábamos se habían vuelto anacrónicas. Millones en el mundo se desencantaban de toda idea de lucha por el socialismo y la revolución. Miles y miles con los que habíamos compartido la militancia en el MAS abandonaban la política. Y la mayoría de los que quedaban militando renegaban de la tradición del trotskismo.

Nosotros fuimos, sin embargo, a reestudiar, a reelaborar, basándonos en gran parte en toda una generación que había sabido combatir contra el stalinismo. Tratamos de retomar el hilo de continuidad con la lucha del marxismo revolucionario, la de aquellos que habían vivido una época de reacción peor que la nuestra. La época que vive Trotsky en la década del ’30 es la de la contrarrevolución stalinista y la del ascenso del fascismo, donde los revolucionarios van a parar a las cárceles, se enfrentan al fascismo y a la policía secreta de Stalin. Donde se da la operación de un Estado y una burocracia para quebrar la voluntad de los revolucionarios, y sin embargo, un sector se mantiene y persiste, y trata de intervenir en los choques entre revolución y contrarrevolución que se dieron en esos años, como la guerra civil española.

El bolchevismo en la resistencia

Trotsky no era una personalidad aislada, sino la referencia mayor de todo un conjunto de luchadores comunistas que enfrentó la burocratización y al stalinismo. Uno de ellos fue el dirigente georgiano Kote Tsintsadze. En 1928 Tsintsadze le escribe a Trotsky, desde la cárcel de Stalin: “Muchos de nuestros camaradas y amigos se han visto obligados a terminar su existencia en la cárcel o en el exilio. Sin embargo, en última instancia, esto servirá para enriquecer la historia revolucionaria. Nuevas generaciones aprenderán la lección. La juventud bolchevique, aprendiendo las enseñanzas de la lucha de la oposición bolchevique contra el ala oportunista del partido, comprenderá dónde está la verdad”. Y Trotsky dice “Los partidos comunistas de Occidente todavía no han forjado combatientes de la talla de Tsintsadze. Esta es su gran debilidad. Y aunque la determinan razones históricas [porque habían participado de todo el proceso que lleva a la victoria de la revolución de octubre] no obstante es una debilidad. La oposición de izquierda de los países occidentales no es una excepción y debe tener plena conciencia de ello. El ejemplo de Tsintsadze puede y debe servir de enseñanza, y sobre todo para la juventud de la Oposición. Tsintsadze fue la viva negación del arribismo político, es decir de la tendencia a sacrificar los principios, ideas y objetivos de la causa a los fines personales. Eso de ninguna manera se contrapone con la sana ambición revolucionaria. No. La ambición política cumple un gran papel en la lucha. Pero revolucionario es aquel que subordina totalmente su ambición personal al gran ideal, aquel que se somete y forma parte de él. Durante toda su vida y en el momento de su muerte Tsintsad­ze repudió sin misericordia el coqueteo con las ideas y la actitud diletante hacia éstas por ventajas personales. Su ambición fue la inconmovible lealtad revolucionaria. Que sirva de lección para la juventud proletaria”.
A nosotros, leer estas cuestiones nos inspiró para pelear en los ’90. Nuestro partido tuvo el mérito, frente al giro a la derecha, a la desmoralización y al oportunismo de la mayoría de la izquierda, de marcar un rumbo a seguir: retomar el programa del trotskismo y plantear una estrategia desde la cual luchar. En ese sentido, Zanon es en 2001 un punto de llegada. Me acuerdo de haber viajado a Neuquén en el ’95, en medio de la campaña por la libertad de Horacio Panario, y que Raúl me decía que en la fábrica “está difícil, la burocracia te controla, la patronal, los ritmos de trabajo son terribles”. En ese momento, a la vez que tratábamos de meternos en el movimiento obrero, dábamos una enorme pelea contra el sentido común, que era contra cualquier tipo de militancia política, contra cualquier futuro del marxismo. Florecían las teorías sobre el adiós al proletariado. Emprendimos una batalla teórica, política y práctica contra la corriente dominante.

Los ’90 fueron un salto brutal hacia el individualismo, que planteó que lo que hicieron los Kote Tsintsadze, la resistencia de Trotsky no tuvo sentido y la lucha de generaciones de revolucionarios debía quedar en el olvido. Me acuerdo de escribir una polémica con Tony Negri que decía que ‘150 años del movimiento obrero, hay que tirarlos, hay que dejarlos de lado’. Justamente lo que hay que comprender es que no, que la historia del movimiento obrero y socialista no empieza con nosotros. Haber comprendido eso nos permitió sentir que en esa lucha que dábamos a contracorriente, tratábamos de mantener viva la experiencia de las revoluciones de 1848, de la Comuna de París, de la Revolución Rusa, de la lucha por defender la herencia de la Revolución Rusa, incluso tratando de ver cuáles de todas las corrientes trotskistas con las que no concordábamos, sin embargo, habían hecho un aporte a la lucha revolucionaria. De esa forma fuimos armándonos una estrategia y una convicción profunda: si no lográbamos penetrar en el movimiento obrero, nuestras ideas no iban a poder hacerse fuerza material. Tomamos un planteo de Gramsci, que decía que la historia de un partido se mide por lo que ese partido le pueda aportar a la clase obrera. Sobre esa convicción fue que un compañero como Raúl, entró a Zanon y comenzó un trabajo clandestino y paciente en una época difícil.
En ese aspecto el 2001 y Zanon es para nuestro partido una bisagra. Porque se trataba de poner a prueba parte de lo que habíamos elaborado y teorizado. Los compañeros que militaban en Zanon plantaron en la Coordinadora del Alto Valle la idea de que hay que avanzar en la coordinación obrera y preparar algo similar a los consejos obreros cuando había ascenso. Dijimos ‘hay que agrupar a todas las fracciones de la clase obrera y hacer un gran polo combativo de lucha para intervenir y ver si esto se generaliza a nivel nacional’. Raúl lo cuenta, pero le faltó decir que cuando dijimos que todas las tendencias de desocupados entren a Zanon nos miraban y decían ‘estos del PTS son unos ingenuos, meten 80 tipos de movimientos de desocupados que vienen a hablarles mal del PTS’. Y nosotros no lo hacíamos ingenuamente sino que pensábamos en qué podía esto aportar a la lucha de Zanon y de todos los trabajadores. Y era por dos cosas. Primero porque esencialmente los trabajadores en las fábricas están influidos en Neuquén por el MPN, entonces que vengan compañeros de izquierda ayuda a politizar. Y además va a ser una batalla para que se entienda que hay que unir a la clase obrera y se rompan los prejuicios respecto de los desocupados. Cuando en la sociedad ya empezaba la estigmatización de los piqueteros, cuando todo el clima llevaba a la masacre del Puente Pueyrredón alentado por el gobierno de Duhalde, nosotros decíamos ‘el Sindicato Ceramista va a dar la señal opuesta, los piqueteros son nuestros hermanos de clase y los primeros puestos de trabajo son para los compañeros’. Y además tenemos un desafío: si las ideas de ellos son mejores, ganarán la mayoría, si las nuestras son mejores, los convenceremos. Así, de todas las tendencias, prácticamente, se nutren las filas del PTS en Zanon. Creo que fue un método correcto, porque muestra que con nuestras ideas y si hay democracia proletaria, podemos convencer. Nos ayudó muchísimo a que avance la conciencia de los obreros de Zanon, en un momento donde el clima de 2001 era anti partidos políticos, era autonomista. Y el autonomismo fue, en gran medida, una expresión en la izquierda de la contrarrevolución neoliberal, de la exacerbación del individualismo. Nosotros, por el contrario, nos sentimos parte de un equipo de trabajo colectivo en donde nuestras individualidades son pequeños aportes que hacemos a un trabajo revolucionario común. Eso es parte de lo que tenemos que transmitir a muchos compañeros que hoy empiezan su militancia revolucionaria. Como personalidades, como generación, no nos tocó vivir en las circunstancias de un Kote Tsintsadze, que pasó por la cárcel del zarismo, vivió la revolución de 1905, el exilio, organizó luchas clandestinas, después la revolución del ’17, conoció las prisiones de Stalin y se mantuvo inquebrantable. Nos tocó un tiempo antiheroico, donde se quebró a mucha militancia pero no por las cárceles, sino simplemente con el consumo del neoliberalismo o, si se quiere, la perspectiva de que no iba a haber más revoluciones y el capitalismo iba a durar para siempre, mediante la desmoralización.

Si Trotsky decía que los partidos comunistas de Occidente no tenían un Kote Tsintsadze, nosotros tampoco los hemos tenido todavía. Pero las condiciones históricas que empezamos a vivir darán posiblemente Kote Tsintsadze. De algún modo, nosotros nos vemos jugando el rol de transmisión de experiencias revolucionarias, de continuidad del trotskismo, que es lo que nos permitió militar sin ceder a lo que cedió la mayoría de nuestra generación. Y esa resistencia a las ideas dominantes después dio moral a muchos compañeros para penetrar en el movimiento obrero. Si hablamos de 2001 también hablamos de un debate en el que sostuvimos que la falta de entrada del proletariado ocupado en la escena histórica, con la excepción de las fábricas ocupadas y de la fracción desocupada de la clase obrera, era una debilidad de ese proceso. Con todo lo progresivo que fue, el 2001 tenía enormes límites, no era la gran oportunidad de la izquierda como nos decían. No lo decíamos simplemente, tratábamos de cambiar los acontecimientos, de empujar el movimiento de fábricas ocupadas, para desde ahí aglutinar la lucha del conjunto de los explotados. Tuvimos una política para que la clase obrera tenga hegemonía, para que se articule, se organice y dirija esa lucha. No había prácticamente en ninguna fábrica delegados de izquierda y antiburocráticos. El Sindicato Ceramista era una excepción. El ataque capitalista de los ’90 había barrido con todos los izquierdistas en el proletariado industrial. Entonces fue débil lo que pudimos hacer. Porque para las grandes transformaciones históricas se precisan dos cuestiones. Una, la tendencia de las masas a levantarse, a cuestionar la explotación. La historia no la cambiamos solos. Es decir, en 2001 había una tendencia de sectores de la clase obrera a ocupar las fábricas, se ocuparon 200 fábricas. Pero si en esas luchas no hay a la vez una organización revolucionaria para orientarlas, esas luchas son contenidas, derrotadas o degradadas. De las 200 fábricas recuperadas en 2001, Zanon es una excepción. En el resto de las fábricas no había revolucionarios como Raúl y otros que peleaban contra la tendencia espontánea de los obreros a querer preservarse como cooperativa, a no ligarse a los desocupados, a no pelear por organizar al movimiento obrero a nivel nacional. O a pelear por ganar hegemonía en todos los sectores populares. Zanon fue Zanon porque había revolucionarios batallando adentro que entroncaron con la tendencia a la lucha del movimiento obrero y pudieron moldear una vanguardia luchadora. Una generación de obreros luchadores que son reconocidos como obreros clasistas.

Esa trinchera es un enorme incentivo para enfrentar la crisis capitalista. Piensen en Grecia, en España, en Francia, ese gran ejemplo de Argentina cómo se puede volver masivo. Hay una respuesta proletaria frente a los cierres capitalistas, que es ocupar y poner a producir. O si empieza a golpear la crisis acá, Zanon es el ejemplo de que si se cierran fábricas, vuelve la toma de fábricas.

Esa misma experiencia ayudó a que después, con convicciones, otros compañeros empiecen a intervenir en el desarrollo de luchas antiburocráticas. Que también es un proceso que en parte se da pero que, si no hay militancia consciente, se agota. Porque la burocracia te persigue, te delata contra las patronales o te compra. Eso nos permitió aumentar nuestra presencia en el movimiento obrero y tener un lugar muy destacado en el fenómeno del sindicalismo de base.

“Nueva izquierda” y revolución

¿Qué hemos visto de la izquierda mundial frente al retroceso? Buscar atajos, formas de querer trascender sin tratar de ganar a la vanguardia obrera. Eso ha sido multitud en la izquierda, o sino sectas estériles que no sirven para la lucha de clases, incapaces de penetrar en el proletariado, de ganar la confianza de los compañeros, y sin eso no hay posibilidad de ser revolucionario. Del otro lado gente que al primer vientito abandona todo principio… las “nuevas izquierdas” que surgieron y que hoy están en decadencia en todo el mundo. Los que se enamoraron del movimiento antiglobalización y del autonomismo y dijeron “no, para qué hay que hacer partido, si basta la espontaneidad de las masas” en 2001, y después muchos de ellos se hicieron kirchneristas en nuestro país: de autonomistas a kirchneristas.

Nosotros batallamos contra el autonomismo porque es un resabio del individualismo que trajo el neoliberalismo, un resultado de la derrota del proletariado, de querer ver que la tarea de cambiar el mundo, como es compleja y a veces hay derrotas, y a veces las revoluciones se burocratizan, entonces se pueden evitar las revoluciones, el abandono de toda reflexión de estrategia revolucionaria. Por eso es intentar un atajo. Es creer que no que es inevitable pelear por el poder del Estado, o que la lucha por el poder del Estado no requiere de un partido revolucionario. Pero ninguna revolución se hizo sin algún tipo de dirección a su frente. Depende de la estrategia, del programa, de la perspectiva de esa dirección, también, hacia dónde va a ir esa revolución; no porque esa dirección no se pueda volver lo contrario: lo vimos en el partido más revolucionario de la historia, el Partido Bolchevique, que se burocratizó. Pero una minoría resistió y nos permite a nosotros hoy ser trotskistas. Sin la lucha de Trotsky, de Kote Tsintsadze ¿qué quedaría de marxismo? ¡Nada! El marxismo hoy existe como alternativa porque hubo trotskismo… sino ¿qué sería? ¿Stalin, el Gulag? Reivindicarnos de la tradición del trotskismo significa mantener viva esa lucha histórica del movimiento obrero por su emancipación.

Un destacamento avanzado de la clase obrera

Zanon fue una prueba importante. Tratamos de que sea una lección para el conjunto del movimiento obrero, no por la gestión de la fábrica sino por ser un sector consciente del movimiento obrero, que no es corporativo, que trata de darle una orientación para darle unidad a la clase obrera, para que logre hegemonía sobre los sectores explotados y porque los obreros se organicen políticamente y avancen hacia construir su propio partido. Nosotros lo leemos desde ahí a Zanon, por la fábrica viva como ejemplo y por la experiencia de lucha que hemos desarrollado los trotskistas junto a otros compañeros y que nos permite llegar hoy a otro escenario.

Acá hay compañeros que entraron a militar al partido, a la juventud, en distintos momentos; algunos entraron en la gran lucha de Kraft, algunos se están acercando hoy a nuestras ideas, pero quizás ahora estamos entrando en un nuevo tiempo bisagra. Hoy tenemos una crisis capitalista internacional de magnitud histórica, donde el capital está mal pero hay una brutal pulseada con el movimiento obrero en todo el mundo, que se juega en las calles de Atenas, de Roma, de Madrid, de Barcelona, de Londres, de Santiago de Chile y también acá, aunque todavía prima la pasividad en las masas de nuestro país.

Tenemos que ser conscientes de que estamos en esta pelea, como un destacamento avanzado de la clase obrera, que tiene una estrategia y que sabe que si no se avanza en cada momento para tratar de construir una organización revolucionaria, en los momentos claves nos van a pasar por arriba. Quizás ustedes estén en un momento más privilegiado que el nuestro, porque veremos luchas de mayor envergadura. Privilegiado desde el punto de vista revolucionario significa un escenario de confrontaciones más agudas, posiblemente ir más en cana, tener compañeros que caigan, bancarse cosas más duras, ¡esa es la militancia revolucionaria! Es enfrentar al enemigo de clase basándonos en quienes nos precedieron; esa es nuestra tradición.
Ustedes quizás vayan a protagonizar parte de esa lucha. Y triunfaremos o seremos derrotados, pero nos preparamos para tratar de triunfar, no sólo en una huelga particular, sino para que la nueva embestida de la clase obrera argentina, pueda esta vez expropiar a nuestros expropiadores, consumar la venganza histórica frente a las patronales genocidas del ‘76.

Avanzar en construir una gran fuerza militante

Hay que ser conscientes de que estamos en una pulseada grande. Si ahora no avanzamos en construir una fuerte base militante, partiendo de que tenemos muchas ventajas respecto del momento anterior, estamos desaprovechando una oportunidad importante. Tenemos gente que nos respeta mucho más, dispuesta a escucharnos, logramos una gran legitimidad y una enorme visibilidad política. Pero eso que conseguimos participando en las elecciones no es para esperar dos años, a ver si vamos a tener un diputado, es para ahora utilizar ese capital político para hablar con quienes nos votaron y decirles: “tenés que militar ahora, porque ahora se juega una grande a nivel internacional, se juega una pulseada grande entre la burguesía y el movimiento de masas”.

Como trotskistas, en uno de los países de relevancia del trotskismo, tenemos una responsabilidad y nosotros nos medimos así, como militantes revolucionarios internacionalistas que tenemos que ayudar a forjar una tradición en la lucha de clases, con el combate teórico, ideológico, político, remarcando que nos sentimos parte de una tradición revolucionaria, para tratar modestamente, de darle continuidad a la lucha que dieron los Kote Tsintsadze, los Trotsky, los Rakovski, defendiéndose y combatiendo valientemente en las cárceles del stalinismo, los que cuando los iban a fusilar cantaban la Internacional en los campos de concentración de Vorkuta y Verkhneuralsk.

Nosotros tenemos la obligación de transmitirles esa perspectiva histórica. No podemos terminar más que invitándolos a sumarse a ese equipo revolucionario de lucha. Como decía Marx, el capital todo lo pervierte, aun las cosas más bellas. Entonces la lucha es contra este sistema, por subvertirlo, por tratar de entroncar con las masas cuando se levantan en la lucha.

No es como dice la ideología burguesa, que no se puede cambiar el mundo porque somos todos egoístas. Como decían los esclavistas ¿cómo van a ser todos libres? O en el feudalismo, ¿cómo no va a haber señores y siervos si Dios creó el mundo así? Y en el capitalismo nos dicen lo mismo ¿cómo vas a cambiar la sociedad? “No, pero si cambian va a haber una de problemas”. Yo me imaginaba en la revolución francesa, a los que así pensaban diciendo “terminar con la aristocracia, no, va a traer una de problemas”... Sí, efectivamente, la revolución trae problemas, pero son problemas con los que queremos lidiar, problemas distintos de esta sociedad que busca reproducirse a sí misma y crear la idea de que no podemos jugar un papel para transformar esta sociedad y abrir el camino hacia otra civilización.

Porque la contra ya la sabemos. El capitalismo puede sobrevivir o aun venir una sociedad más esclavista de lo que es el capitalismo actual. De la crisis del ‘30 se salió con la II guerra mundial, el nazismo, el genocidio de seis millones de personas y numerosos crímenes de guerra también cometidos por los Aliados. No sé como el capital va a responder a esto. Todavía no hemos visto grupos fascistas pero la crisis capitalista lleva a que haya fachos y a que del otro lado haya revolución. Y para eso es mejor si estamos preparados, con militancia, con la mayor fuerza militante.

Hay centenares de jóvenes, que de algún modo están inquietos con esta sociedad, que se inclinan hacia la izquierda, que han votado al Frente de Izquierda y eso es un primer paso. Con esos jóvenes tenemos que salir a hablar y sumarlos a esta perspectiva por terminar con la explotación capitalista, construyendo un partido y una juventud revolucionarios.

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