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Mundo Obrero

Charlas sobre historia del sindicalismo con los obreros de Emfer

En el aula de la facultad, una treintena de obreros esperan atentamente. ¿Por qué, después de haber trabajado 9 horas, se quedan para discutir sobre la historia del movimiento obrero?

Hernán Aragón

3 de noviembre 2011

Los compañeros de Emfer me invitan para charlar sobre el libro Historia crítica del sindicalismo. En el aula de la facultad, una treintena de obreros esperan atentamente. ¿Por qué, después de haber trabajado 9 horas, se quedan para discutir sobre la historia del movimiento obrero? Esta misma pregunta les hago a ellos.

Hablamos del significado de la identidad, de la importancia de recuperar la nuestra. La burguesía y su maquinaria ideológica, como sus partidos “nacionales” quieren trabajadores que sean “mercancías” embrutecidas, sin historia, sin pasado. O a lo sumo con identidad adulterada. Armonía entre trabajo y capital.

¿Quiénes somos, de dónde venimos? Nos hablan del “ser nacional”. Una argentinidad clasista, en la que un puñado de ricos viven en barrios privados, y a la gran mayoría asalariada apenas le alcanza para pagar un alquiler.

¿Cuál es nuestra verdadera identidad? Eso nos proponemos descubrir.

 
Una intuición

“Todo lo que sé, lo aprendí por intuición -dice un obrero-, por el sentido común de la lucha. Si eso implica ser zurdo, entonces yo soy de izquierda”.
Los compañeros son parte del fenómeno amplio del “sindicalismo de base”. La experiencia de la lucha reivindicativa les dio ese “sentido común” que implicó un avance básico de la conciencia. Y, en algunos casos, esos trabajadores no sólo hicieron una experiencia con la burocracia sindical, sino también parcialmente con las patronales, el Estado y el gobierno.
Pero el “sindicalismo de base”, en un modo general, aún no sobrepasa el nivel de conciencia meramente económica, del que Gramsci dijera: “es aquel en el cual se conquista la conciencia de la solidaridad de intereses de todos los miembros del grupo social, pero todavía en el terreno meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el sentido de aspirar a conseguir una igualdad jurídico-política con los grupos dominantes, pues lo que se reivindica es el derecho a participar en la legislación y en la administración, y acaso el de modificarlas y reformarlas, pero en los marcos fundamentalmente existentes”.

 
¿Fortaleza o debilidad?

Se pregunta qué es el “sindicalismo revolucionario” y los compañeros responden. “Es no transar”, dice uno. “Es pelear por nuestros derechos”, agrega otro, y así todos van describiendo su práctica cotidiana.
Definen perfectamente qué es el sindicalismo, pero se hace un silencio cuando tienen que decir cuál es su lado “revolucionario”.

Empezamos a desmenuzar qué significa que el “sindicalismo revolucionario” se definiera como corriente anti-estatal y anti-política.

Esto nos lleva a discutir quién es más fuerte en el plano de la lucha económica, si el patrón o el obrero. El debate entra en su clímax. Algunos dicen al unísono: “¡los obreros!”. Otros dudan y se inclinan por el patrón.

Profundizamos en qué se funda la explotación del trabajo asalariado.
Hablamos de que el patrón posee los medios de producción y el obrero sólo la fuerza de trabajo; de cómo se constituye el salario y de dónde sale la ganancia capitalista.

Analizamos los fundamentos para entender que la lucha de clases, al decir de Trotsky, es “una cadena ininterrumpida de violencias abiertas o encubiertas, ‘reguladas’ en tal o cual grado por el Estado, que representa a su vez el aparato de violencia organizada del más fuerte de los adversarios, es decir, la clase dominante”.

Discutido el carácter de clase del Estado, abordamos el punto de la política: “¿Por qué la clase obrera tiene que hacer política y qué significa hacer política revolucionaria?”.

Ahora las respuestas se vuelven laberínticas. Algunos tratan de separar política “en general” de política partidaria, aunque no logran explicar bien la diferencia. Pero las intervenciones apuntan a separar lucha económica de lucha política, y esta última es entendida como acción parlamentaria. Un obrero lo grafica: “hacer política es pelear por los derechos laborales y que esos derechos sean apuntados con leyes obreras”.

 
La parte y el todo

La clase obrera argentina y mundial aún se está recomponiendo del retroceso que significó la derrota histórica del ascenso revolucionario de la década del ’70 y el posterior triunfo del neoliberalismo. La caída del muro en 1989 y la restauración capitalista de los ex Estados obreros burocráticos terminaba de alejar la perspectiva de la revolución. Incluso en las filas del marxismo, donde los debates en torno a la insurrección (a la toma del poder del Estado por parte de la clase obrera y a la construcción de un partido revolucionario para dicha tarea) estuvieron ausentes o fueron suplantados por la miseria de lo posible. Así muchos “revolucionarios” se volvieron sindicalistas y otros se convirtieron en electoralistas fanáticos.

La clase trabajadora argentina viene haciendo una experiencia de lucha bajo el kirchnerismo y ha destacado importantes sectores combativos del “sindicalismo de base” pero el horizonte de la revolución todavía no se vislumbra. La lucha sindical y, en el mejor de los casos, el hecho de conquistar diputados obreros para promover leyes a favor de los trabajadores, tienden a verse como fines en sí mismos y no como medios que sirvan para preparar la lucha emancipadora. Porque el objetivo último de la clase obrera no consiste en vender mejor su fuerza de trabajo, sino en terminar con la esclavitud del trabajo asalariado.

Para debatir estas visiones vuelvo a retomar las lecciones que dejan las críticas a corrientes históricas como el “sindicalismo revolucionario” y el “socialismo parlamentario”. Ambas fueron convirtiendo la lucha por las reformas en el todo. Tanto uno como otro le asignaron a estas formas de lucha (a la huelga y al sufragio, respectivamente) un valor excluyente, sin ver los límites que éstas por sí solas poseen. Esta limitación quedó demostrada cuando en momentos de crisis y de agudización de la lucha de clases, el Estado burgués no dudó en declarar ilegales las huelgas, o en suprimir los parlamentos. El límite de la lucha sindical volverá a ponerse de manifiesto para las amplias masas si la crisis capitalista mundial golpea de lleno y si la respuesta es la lucha de clases. En este escenario, el enfrentamiento entre la clase obrera y el peronismo en el poder será inevitable.

Por eso la discusión de la independencia política de la clase obrera, es decir, de la necesidad de construir un partido para vencer, se torna crucial para afrontar los acontecimientos venideros.

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