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Alerta mundial por el Cambio Climático

Capitalismo y clima (Parte II)

15 de febrero 2007

Cuando el aire se compra y vende
“El aire y el agua ya no son ‘bienes libres’ como antes pensaban los economistas. Hay que redefinirlos de acuerdo a los derechos de propiedad para distribuirlos adecuadamente”. Esas fueron las palabras de Richard Sandor, Director de Kidder & Peabody y de la Junta de Comercio de Chicago, co-autor de un informe de la ONU que propuso la compraventa de emisiones de gases. En efecto, en Kyoto, los países imperialistas –incluido en ese entonces Estados Unidos– idearon un complejo sistema de compraventa de emisiones de gases de efecto invernadero, que permite a los países imperialistas comprar los “derechos a emisión de gases” de otros países, principalmente semicoloniales.
En julio de 2001, la Convención de Cambio Climático reunida en Alemania, en un acuerdo absolutamente corrupto, logró los llamados “Acuerdos de Bonn”, que dieron lugar a la implementación efectiva del mercado mundial de créditos de emisiones. ¿Cómo funciona esto? Por ejemplo, si un país sufre una profunda crisis económica e industrial y, por eso, sus emisiones de dióxido de carbono se hallan por debajo de los niveles de 1990 o en general, por debajo del límite fijado por el acuerdo de Kyoto. Esto significa que Francia o Alemania pueden comprarles los “derechos a los gases invernadero” que estos países no emitieron, para que sus propias industrias y medios de transporte puedan continuar arrojándolos a la atmósfera como si nada. El mismo caso se aplica si un país posee, como Brasil, un enorme “sumidero de carbono” como el Amazonas, es decir, un vasto territorio poblado de vegetación que absorbe CO2 de la atmósfera. En tal caso, también puede emitir bonos de carbono y venderlos a los países que continúan emitiendo gases contaminantes en forma descontrolada. Como reza el dicho, “hecha la ley, hecha la trampa”. Así, el Protocolo no sólo es completamente inútil, sino que en su letra chica permite a los capitalistas zafar de cualquier medida que proponga, y encima ganar millones con ello.
La experiencia de Kyoto es una nueva confirmación de la incapacidad del moderno sistema capitalista imperialista de abordar el peligro del calentamiento global sin renunciar a su irracionalidad y su sed de ganancias.

Las consecuencias ambientales de la anarquía capitalista
Carlos Marx y Federico Engels escribieron allá por 1848 en el Manifiesto Comunista: “Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros.” Si estas palabras fueron y son certeras para explicar las contradicciones entre el capital y el trabajo, también lo son para explicar la contradicción entre el capital y la naturaleza.
El cambio climático, entre otros fenómenos pavorosos de la crisis ambiental global, es una muestra de las ‘potencias infernales’ que el capitalismo ha engendrado guiado por su sed de ganancias, depredando violentamente los recursos naturales y contaminando el ambiente, cuyas consecuencias hoy resultan inevitables.
En la primera parte de esta nota decíamos que, de acuerdo a la mayoría de los especialistas, el cambio climático se debe al aumento de las emisiones de gases de “efecto invernadero”, producidos “por la actividad humana”. Ahora bien, para ser más precisos, a diferencia de lo que sostienen los científicos y políticos a sueldo del capital, los marxistas revolucionarios opinamos que no es la actividad humana “en general” la que ha generado el calentamiento global ascendente desde la industrialización, sino que este es producto del desarrollo del modo de producción capitalista “en particular”, guiado por el interés de la burguesía de aumentar su tasa de beneficio a cualquier costo, en un proceso de saqueo de la naturaleza y explotación brutal de los trabajadores y oprimidos.
Hace muchos años, Engels escribió también en su Dialéctica de la Naturaleza: “no nos envanezcamos demasiado de nuestra victoria sobre la Naturaleza, porque ésta se venga de cada una de nuestras victorias... A cada momento se nos recuerda que no dominamos la Naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero sojuzgado, que no la dominamos como quien es extraña a ella, sino que le pertenecemos en carne y sangre y cerebro y vivimos en su regazo”.
El capitalismo, desde sus primeros días, tuvo una actitud de desprecio y saqueo hacia la naturaleza, como si los recursos que provee a la humanidad fueran infinitos. Hace 150 años, si bien fue posible sostener científicamente que el capitalismo no podía desarrollar las fuerzas productivas conscientemente en beneficio del desarrollo de la humanidad, no podía preverse que la anarquía capitalista podía poner en peligro el equilibrio climático global y a la propia naturaleza. Pero, lo que en la época de los fundadores del marxismo revolucionario sólo constituía un horizonte teórico, en nuestro tiempo se ha transformado en una realidad patente.
La irracionalidad del sistema capitalista-imperialista ha llegado a niveles absurdos, como el hecho de que el motor de combustión interna –que cualquier persona puede hallar fácilmente bajo el capot de su automóvil– es técnicamente obsoleto hace al menos 50 años, puesto que podría haber sido reemplazado por sistemas energéticos limpios, solares y hasta de biomasa.
El sistema de producción capitalista, carente de más límites que la propia sed de ganancias de la burguesía, no puede en modo alguno dar salida a la crisis ambiental contemporánea. Por el contrario, se encarga día tras día de profundizarla, mientras organiza fenomenales “cortinas de humo” como el Protocolo de Kyoto y las decenas de Convenciones de la ONU sobre problemas ambientales. Aunque “se pinte de verde”, la irracionalidad del capitalismo es la causa fundamental de la destrucción del ambiente, mientras los desastres ecológicos que genera la depredación de los recursos naturales, la biodiversidad y la contaminación, son y serán aún más catastróficos para los trabajadores, campesinos y pobres del mundo.
Para nosotros, marxistas revolucionarios, sólo la lucha de los trabajadores y las masas oprimidas, por terminar con la anarquía del modo de producción capitalista, y abriendo paso a la revolución socialista internacional, puede plantearse seriamente el combate contra la catástrofe ecológica que amenaza a la humanidad. En este sentido, un proyecto verdaderamente ecológico, será anticapitalista y revolucionario, o no será. 


1 A pesar de que el Protocolo no representa ningún avance real en el combate de los efectos del cambio climático, Estados Unidos lo rechazó posteriormente con el argumento de que no iba a ratificar ningún acuerdo que “perjudique nuestro estilo de vida”, según palabras de George Bush (P), entendiendo por “estilo de vida” la completa libertad de ultrajar, expoliar, y succionar la savia vital de los pueblos del mundo, degradando hasta el límite las condiciones de vida de los trabajadores y oprimidos, y arrasando con sus recursos naturales.
2 La CoP es el máximo órgano de toma de decisiones de la Convención, constituido por “las Partes”, o sea, los países que se han adherido a la Convención.
3 La Nación, 18 de Diciembre del 2004.
4 El Cronista Comercial, 21 de Diciembre de 2004.

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Argentina: clima de negocios

En diciembre de 2004, sin llegar a acuerdos relevantes, se realizó en Buenos Aires la Décima Conferencia de las Partes (CoP10) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. 
En sus diez años de existencia, los acuerdos logrados en el marco de la Convención no han hecho más que consolidar nuevos negocios para las corporaciones imperialistas. En esta línea, en lo que si avanzó la CoP10 reunida en Buenos Aires, fue en los detalles de la “compraventa de emisiones”. Como anunció en ese entonces el flamante presidente de la Conferencia, el Ministro de Salud y Ambiente de Kirchner, Ginés González García, “se han firmado con otros países acuerdos por desarrollos de mecanismos limpios que implican potencialidad de inversión”. 
Así, las empresas imperialistas radicadas en el país y algunos de nuestros capitalistas vernáculos, se metieron de lleno en el negocio. Una vez finalizada la Convención reunida en Buenos Aires, la prensa destacó que Shell, Repsol, Aluar y Capex, ya sacan provecho del Protocolo de Kyoto y pueden obtener los denominados bonos de carbono (uno por tonelada de CO2 reducida) que venderán a aquellas compañías que los necesiten”. El mismo artículo reconoce que cada tonelada de CO2 que se logre reducir vale por un bono, que hoy se cotiza en torno a los 5 dólares. Así Shell podría eliminar 40.000 toneladas de CO2; Repsol 500.000, Aluar 1 millón y Capex 20 millones…, o sea 107.700.000 millones de dólares!
En la misma línea, la ex ambientalista y actual Secretaria de Ambiente, Romina Picolotti, ha tomado ahora la posta como lobbista de este promisorio negocio. En una entrevista a la prensa hace pocos días, dijo con total desparpajo: “Argentina tiene enormes posibilidades en las industrias de carbono. Acá hay una enorme oportunidad de negocios. Espero que las empresas argentinas la vean (…) Invertir en carbono o en forestación será como contraer un plazo fijo. Ya hay empresas que están comprando bosques para vender bonos a los que contaminan.” (Clarín, 04/02/2007).
 Como se ve, el “capitalismo en serio” de Kirchner y el ambiente como “cuestión de estado”, van de la mano a la hora de continuar facilitando la depredación ambiental de la Argentina y el enriquecimiento de los capitalistas. 


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